MÁS ALLÁ DEL TRIUNFALISMO Y
LA PROPIA BUENA VOLUNTAD
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Hernando Llano Ángel
El que
vence engendra odio. El que es vencido
sufre; con serenidad y alegría
se vive más allá de la victoria y la derrota”. Dhammapada 15, 201.
Entre las múltiples interpretaciones y
lecturas de los resultados electorales de la segunda vuelta, quiero presentar
una que se sitúe más allá del triunfo o la derrota, inspirado en la estrofa que
me sirve de prefacio: “El que vence engendra odio. El que es vencido
sufre; con serenidad y alegría
se vive más allá de la victoria y la derrota”, tomada del Dhammapada[1],
obra conocida como “El camino de la rectitud”, expresión de la sabiduría budista
india. Una interpretación, entre muchas otras, que busca rescatar el espíritu
convivencial de la democracia en lugar del controversial, que fácilmente
degenera en confrontación violenta y odio. Un espíritu que es imprescindible
tener en cuenta según los resultados electorales de ayer, pues ambos candidatos
ganaron por mitad, cada uno en 16 departamentos[2]. Ese
espíritu convivencial está en el renacimiento moderno de la democracia,
contenido en la famosa consigna de la república francesa: “Libertad, Igualdad y
Fraternidad”[3],
sin olvidar su complemento que es la legalidad. Legalidad que expresamente
recoge el artículo 188 de nuestra Constitución: “El Presidente de la República
simboliza la unidad nacional y al jurar el cumplimiento de la Constitución y de
las leyes se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos”.
Allí está la clave de la convivencia democrática. Un espíritu imprescindible en
esta hora para que los colombianos dejemos de ser esa “federación de odios”, que
todavía inunda de sufrimiento y sangre nuestra rica biodiversidad territorial,
resistente y poderosa etnicidad. Un espíritu que, afortunadamente, ya aflora en
el reciente trino del expresidente Uribe: “Para defender la democracia es menester
acatarla. Gustavo Petro es el Presidente. Que nos guíe un sentimiento: Primero
Colombia”. Sin duda, se trata de darle la primera oportunidad a esa
Colombia de los nadies, para que ella sea la Colombia de todos. Porque Colombia
no tolera más exclusiones de millones de colombianos sin derechos fundamentales,
como gozar de un trabajo decente, tener pan en su mesa, salud en el hogar,
educación pública gratuita, vivienda segura sin esquilmar con intereses durante
15 años a los “hombrecitos”[4],
recreación sin alienación y degradante violencia machista[5],
hasta que la dignidad se haga costumbre, como bien lo pregona la vicepresidenta
Francia Márquez. Para que ello sea posible se debe concertar un nuevo modelo de
desarrollo económico y de sociedad entre el trabajo y el capital. Desafío que
claramente expresó en su discurso[6] de
celebración el presidente electo, Gustavo Petro, al decir: "Nosotros vamos a
desarrollar el capitalismo en Colombia", "No
porque lo adoremos, sino porque
tenemos primero que superar la premodernidad en Colombia”. Por ello el
presidente electo propone fomentar la producción y la actividad económica para
luego redistribuir la riqueza. Lo que plantea un auténtico desafío, el de la
concertación y la negociación, buscando un gana-gana tanto para los
trabajadores como para los empresarios, sin revanchismo social y mucho menos
mezquindad empresarial. De manera que habrá que ser creativos y no
destructivos. Replantearse con realismo y gradualismo, de parte del gobierno
del Pacto Histórico, la transición energética, sin ir a generar catastrofismo
económico. Pero también de parte de los gremios, no incurrir en bloqueos y
sabotaje a la agenda social, porque ello derivaría en el peor de los escenarios
y alentaría nuevos estallidos sociales, en donde todos perdemos. En fin, se
trata de concertar e inventar una democracia de suma positiva, donde
todos ganemos, y dejar atrás la democracia de suma nula, donde solo algunos
pocos ganan y la mayoría pierde. Pero, sobre todo, dejar en la trastienda del
pasado ese atavismo de la violencia política, de quienes todavía creen que el
poder nace de la punta del fusil o de quienes pretenden gobernar sentados sobre
bayonetas, lanzando el Esmad[7] y
sus miembros contra la protesta pacífica de los ciudadanos. Por sus excesos de
violencia y arbitrariedad no puede seguir existiendo, pues es una negación de
la Constitución[8] y la civilidad propia de
la institución policial “cuyo fin primordial es el mantenimiento de las
condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas,
y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”[9].
Ya es hora de reconocer que el poder democrático solo surge de la palabra
concertada, honrada y cumplida, entre ciudadanos y gobernantes. Y para ello se
precisa de más deliberación y menos imposición. De más diálogos regionales y
menos ordenes centrales, emanadas de Bogotá desde una fría y aristocrática Casa
de Nariño que despliega alfombras rojas, como si fuera un palacio de duques y
duquesas y no la casa republicana de todos los colombianos y colombianas. Ha
llegado la hora de forjar y disfrutar entre todos y todas la auténtica
democracia ciudadana y dejar atrás, en el museo de la ignominia, este régimen
electofáctico[10] y su Estado cacocrático[11].
Para ello, propongo una especie de decálogo ciudadano para la convivencia
democrática, con los siguientes compromisos, que no mandamientos: 1- Conversar,
no insultar. 2- Escuchar, no tergiversar. 3- Concertar valores, no solo
negociar intereses. 4- Colaborar, no solo competir. 5- Cuidar, no devastar. 6-
Comprender, antes de juzgar. 7- Estimular, en lugar de desanimar. 8- Proponer,
en lugar de vetar. 9- Dignificar, no humillar. 10- Convivir, no matar. Si entre
todos y todas nos proponemos en nuestras relaciones interpersonales lo
anterior, en lugar de enredarnos y extraviarnos en el laberinto mentiroso e
injurioso de las redes sociales, seguramente que la dignidad se nos convierte
en costumbre, como lucidamente lo pregona nuestra vicepresidenta, Francia
Márquez, hija auténtica y valiente del País Nacional que ayer por fin triunfó
sobre la mezquindad e indignidad del País Político[12].
Porque ya es hora de empezar a convertirnos en un solo país, un país democrático, civilista,
justo, biodiverso, pacífico, telúrico y hermosamente interétnico. Para
ello, hay que gobernar sin triunfalismos e incluso más allá de la propia buena
voluntad y las certezas personales, escuchando la polifonía de todos los seres
vivos, empezando por la biodiversidad e integridad de la Pachamama[13].
Así lo anuncia el presidente electo, Gustavo Petro: "Queremos que Colombia
se coloque al frente en el mundo de la lucha contra el cambio climático". "(Este)
Es el gobierno que quiere construir a Colombia como una potencia mundial de la
vida. Y si queremos sintetizar en tres frases en qué consiste un gobierno de la
vida, diría: primero, en la paz; segundo, en la justicia social; tercero, en la
justicia ambiental". Sin duda, una agenda para una nueva vida que
convierta en costumbre la dignidad, lo que precisa de varias generaciones, sin
reelecciones, pues la política es viva y dinámica, renuente a los caudillos y
sus petrificaciones.
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