domingo, marzo 27, 2022

El "País político" contra el "País Nacional".

 

EL PAÍS POLÍTICO CONTRA EL PAÍS NACIONAL

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/pais-politico-pais-nacional

Hernando Llano Ángel

La mayor paradoja de estos comicios es que nos están demostrando, una vez más, que los escrutinios y la Registraduría Nacional del Estado civil son la mayor amenaza institucional para la existencia y perdurabilidad de nuestra elogiada “democracia”. Ello sucede porque la mentira y la simulación son las señales distintivas y esenciales de nuestra realidad política. Por eso el Registrador Nacional, Alexander Vega[1], se autoproclama como ganador en las pasadas elecciones en medio de semejante fracaso. Algo comprensible en un hijo cuyo padre, Campo Elías Vega Goyeneche, fue condenado en el 2013 por el delito de corrupción del sufragante como cómplice[2]. Simular y mentir son las claves del sistema político colombiano y de sus encumbrados voceros. Simulan en sus declaraciones y discursos oficiales que somos una democracia casi perfecta. Proclaman que tenemos una economía de mercado competitiva. Dos mentiras insostenibles. No es democrática una sociedad y menos un gobierno que contemporiza con el crimen y la violencia. En lo corrido del año han sido asesinados 41 líderes sociales y 9 reincorporados de las Farc-Ep, firmantes de la Paz, miembros del partido Comunes[3]. Algo que no sucede ni siquiera en las dictaduras de Maduro y Ortega. ¿Qué sucedería si en lugar de anónimos líderes sociales hubiesen sido asesinados 41 líderes empresariales y 9 miembros de partidos como el Liberal, Conservador o Centro Democrático? Para completar tan dantesco cuadro “democrático”, Colombia registra hoy el mayor número de defensores del medio ambiente asesinados en el mundo, según este excelente documental de Fuerza Latina[4]. Como si lo anterior fuera poco, durante este año se han cometido 25 masacres con un saldo superior de 75 víctimas[5]. Y ni hablar de una economía de mercado competitiva, cuando lo que predomina son los oligopolios y los conglomerados financieros cuyas utilidades en el 2021, en plena pandemia, superaron los 11.7 billones[6] de pesos, junto a un mercado informal que condena al “48.2%  de los ocupados en 23 ciudades a empleos que no les garantizan aportes a la seguridad social”[7]. Así las cosas, no es sorprendente que Gustavo Petro sea el candidato con la mayor votación en las consultas interpartidistas del pasado 13 de marzo. No hay que olvidar que Petro es políticamente hijo legítimo del fraude electoral del 19 de abril de 1970, que escamoteó el triunfo a la Alianza Nacional Popular, ANAPO[8], y del general Gustavo Rojas Pinilla. El entonces presidente Carlos Lleras Restrepo así lo reconoció en conversación privada con su jefe de prensa, Próspero Morales: “Próspero, esto se ha perdido. No hay nada que hacer, el general ha ganado. Si, de acuerdo con lo que me han informado, Rojas decide salir uniformado para iniciar una marcha por las principales avenidas con destino al palacio de San Carlos, temo que haya un levantamiento, una sublevación, con todas las atrocidades y derramamiento de sangre que de ella se pueda derivar. No puedo permitir por ningún motivo la toma del poder por la fuerza”[9]. Entonces decretó el toque de queda a las ocho de la noche en toda la nación y amaneció ganando Misael Pastrana Borrero. Fraude que luego confirmó el ministro de gobierno, Carlos Augusto Noriega, el “tigrillo”, en su libro de 1988 “Fraude en las elecciones de Pastrana”, atribuyéndolo en principio a un “empleado de la Registraduría que de manera involuntaria accionó en la madrugada del 20 de abril de manera defectuosa una sumadora y le computó 30.000 votos más al doctor Pastrana”. Han transcurrido 52 años y parece que continúan sucediendo errores parecidos, según la debacle de los escrutinios del pasado 13 de marzo. Tal fraude engendró la guerrilla del M-19[10] en 1974 y su consigna de lucha: “Con el pueblo, con las armas, al poder”, donde Petro comenzó su andanzas político-militares. Hoy esa consigna parece estar a punto de trocarse en: “Petro, con el pueblo en las urnas, al poder”, según los resultados del 13 de marzo y la tendencia en los sondeos de opinión.

La falsa polarización

Pero contra ello no solo conspira la sospechosa incompetencia de la Registraduría, sino la falsa polarización y el ambiente de zozobra que están creando los profesionales de la manipulación, el miedo, los prejuicios, la ignorancia y el odio, junto a los mercaderes de la codicia con su intimidatoria “Cláusula Petro”. Según estos profetas de la “hecatombe nacional” estamos al borde del “fin de la democracia, la propiedad privada y la economía de mercado”. Exactamente como alertaban antes del plebiscito sobre el Acuerdo de Paz, vociferando que si se permitía a las FARC “hacer política con total impunidad” nos convertiríamos en Venezuela. Y nada de ello sucedió. Más bien sucedió todo lo contrario, ganó el NO, uno de sus promotores llegó a la Presidencia y durante el estallido social, desatado por su proyecto de reforma tributaria, vivimos como en Venezuela: con calles, carreteras bloqueadas, sin abastecimiento de víveres en las principales ciudades y con una violencia oficial y social que dejó más de 80 víctimas mortales, miles de heridos y una economía agónica. Irónicamente, fueron los protagonistas del NO quienes realizaron su profecía autocumplida. Todo ello sucede porque su forma de pensar y gobernar está muy lejos de ser políticamente democrática y muy cerca de ser plutocrática y cacocrática, es decir, de estar al servicio de los más ricos y los más corruptos. Para ello, empiezan por robarse, como diestros cacos, la confianza de los ciudadanos prometiendo en las elecciones lo que nunca harán en sus gobiernos: reformas económicas y sociales que generen prosperidad general y no solo enriquecimiento de élites codiciosas y criminales. Basta recordar Agro Ingreso Seguro[11] y Unión Temporal Centros Poblados[12], quizá los más cercanos. En realidad, nos han expropiado la democracia y la han convertido en una mercadocracia, sometiéndonos a la servidumbre del consumo, con los días sin IVA. Hemos extraviado, con nuestra indolencia y autocomplacencia, la soberanía y la libertad que es la esencia de la ciudadanía. Nuestra capacidad para cambiar este entramado y tramoya de complicidades entre “políticos” que no son más que testaferros de capitales y ganancias tanto legales como ilegales, AVALados[13] por la banca, Odebrecht y el Ñeñe Hernández[14]. Que ganan sus elecciones presidenciales apelando a coaliciones con grupos criminales, como Uribe con las AUC, o con acuerdos más o menos explícitos con la guerrilla, Pastrana con las Farc y la zona de distensión en el Caguán o Santos con el Acuerdo de Paz, que al menos logró la desmovilización de más de diez mil miembros de las Farc. Un Acuerdo que contiene, no está demás repetirlo, los mínimos de una democracia liberal: Reforma Rural Integral y respeto a la propiedad privada; Participación política sin armas; Representación política para las víctimas del conflicto armado; Solución al problema de las drogas ilícitas y Verdad, Justicia, Reparación y Garantías de no repetición para las víctimas. Así las cosas, lo que está en juego en estas elecciones no es el fin de la democracia sino más bien la transición hacia una auténtica democracia, apenas su comienzo en clave ciudadana y popular.

País Político Vs País Nacional

Nada distinto a ese pulso histórico planteado hace más de 75 años por Gaitán entre el País Nacional[15] y el País Político. Por eso hoy cada ciudadano debe tener conciencia a cuál de los dos países dará su voto. Si al País Político de siempre, al servicio de los intereses de pocos, es decir, las oligarquías o, por el contrario, al País Nacional naciente en función de los intereses de las mayorías, es decir, la democracia. Para ello, no solo debemos tener en cuenta las fórmulas presidenciales recién conformadas por Petro, Fajardo y Fico, sino especialmente sus ejecutorias como servidores públicos, sus relaciones y coaliciones políticas pasadas y presentes, su coherencia con la defensa de derechos, la legalidad o la promoción de privilegios. También sus políticas públicas contra la criminalidad organizada y la eficacia de las mismas en términos de impunidad, complicidad o desmantelamiento de ellas en ciudades como Bogotá y Medellín, donde fueron alcaldes Petro, Fajardo y Fico. Además de las cuestiones centrales que están contempladas en sus respectivos programas de gobierno, pero especialmente la coherencia entre sus palabras y acciones, así como entre quienes los apoyan y los compromisos que adquieren con ellos, pues esto definirá la continuidad de este moribundo y corrupto País Político o el nacimiento y la identidad de un maltrecho y vital País Nacional. Un País Nacional que viene expresándose en su pluralidad, conflictividad y rebeldía en manifestaciones y protestas periódicas como el estallido social, pero clama y requiere urgentemente cauces institucionales que le posibiliten dignidad, justicia y prosperidad para una convivencia democrática y no la perdurabilidad de este régimen electofáctico[16] y cacocrático. Un País Nacional que precisa democratizadores antes que caudillos o salvadores de la gente. Democratizadores capaces de unir a las mayorías en torno a intereses vitales como la paz política y el desarrollo de una economía social de mercado, una economía no depredadora de nuestra portentosa biodiversidad, puesta al servicio del País Nacional. Una economía que posibilite el ejercicio de una ciudadanía autónoma, reacia a continuar siendo manipulada por el miedo o, peor aún, a vivir sumisa y dependiente a la espera de un supuesto gobernante providencial y paternalista que resolverá todas sus carencias con subsidios y paliativos coyunturales. Ya lo anunciaba Gaitán: “No creo en el destino mesiánico o providencial de los hombres. No creo que por grandes que sean las cualidades individuales, haya nadie capaz de lograr que sus pasiones, sus pensamientos o determinaciones sean la pasión, la determinación y el pensamiento del alma colectiva”. Porque la democracia es esa alma colectiva hasta ahora acallada, un asunto de ejercicio permanente de ciudadanía que se pierde cuando se confía y delega totalmente en manos de unos pocos, los denominados políticos profesionales, que en su mayoría no representan ni agencian intereses generales sino particulares y oligárquicos. Por eso la consigna de Gaitán “el pueblo es superior a sus dirigentes”, en realidad significa que no hay democracia sin una ciudadanía activa y autónoma que se expresa, delibera y actúa desde sus organizaciones y no solo en época de elecciones. Tal es el desafío al que nos enfrentamos: forjamos entre todos una auténtica democracia o continuaremos sumidos, por lo menos otros cuatro años, en esta violenta y endémica cacocracia[17] que desprecia a su gente y beneficia a sus “patrones”.   



martes, marzo 22, 2022

¿Se podrá votar sin miedo por Petro y con transparencia por Fico?

 

¿Se podrá votar sin miedo por Petro y con transparencia por Fico?

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/se-podra-votar-sin-miedo-petro-transparencia-fico

Hernando Llano Ángel

La complejidad de nuestra realidad política y social está más allá de la competencia electoral entre Petro y Fico, si bien es cierto que sus propuestas tienen relación con los dos más graves y acuciantes problemas que enfrentamos: la cuestión social y la inseguridad. El hambre y la propiedad privada. Problemas que están en el centro de la vida de todos los colombianos y por lo tanto no son asuntos solo de Petro y Fico. Y mucho menos podrán resolverlos solos, cualquiera sea el que gane. Son problemas vitales que nos afectan y conciernen a todos, claro que con distinta intensidad. Algo que, curiosamente, no entienden los que se sitúan en el centro político, probablemente porque no sufren las penalidades del hambre y gozan de cierta seguridad. Pero no hay que caer en falsas dicotomías. Con hambre y sin seguridad no hay esperanza para nadie. Problemáticas que se disputan Petro y Fico, sin que Fajardo y los demás candidatos se enteren todavía de ello. En parte por eso se encuentran rezagados en esta competencia electoral. Están en el lugar equivocado, totalmente descentrados de las necesidades y angustias de las mayorías: el hambre y la inseguridad. Sin superar estos dos mortales desafíos no habrá esperanza, democracia y mucho menos lucha eficaz contra la corrupción. Con hambre, miedo e inseguridad no existe el paraíso de la ética, ella no puede prosperar en medio de tanta necesidad y marginalidad social.

¡Tened presente el hambre[1]!

Es claro que la propiedad privada nunca estará segura con el hambre creciente y acuciante de la población. Por más policías y penas de cárcel que se aumenten. El ansía por sobrevivir es incontenible, sobrepasa el miedo y el castigo. El hambre sitia a la seguridad y la desborda, como sucedió durante el estallido social. Pero también es cierto que sin propiedad no hay seguridad alimentaria. Porque la propiedad de la vida y la libertad de cada uno comienza con un mínimo de ingresos monetarios que le sacian el hambre, lo prevengan de la enfermedad y la inedia mortal. Para ello se requiere generar empleos y crecimiento económico, no solo subsidios y asistencialismo estatal, como panaceas a la crisis social. Ese asistencialismo estatal, sea de derecha o izquierda, de Fico o Petro, no será suficiente, aunque es imprescindible. Se precisa además estimular la inversión privada con seguridad y reglas claras. Generar empleos reales y no solo el rebusque informal. Aumentar la productividad junto a los salarios y así incrementar progresivamente su capacidad adquisitiva. Es decir, fortalecer la economía social, el mercado interno y no solo las ganancias especulativas de unos pocos, como los banqueros que obtuvieron 117 billones[2] más de utilidades durante el año del estallido social. En medio de la hambruna social que vivimos y la que se avecina, con certeza mucho mayor y más aguda, la seguridad no será cuestión de autoridad sino de equidad social y de productividad. De justicia e inclusión social, antes que de represión policial. De concertación política en el Congreso antes que de confrontación social y menos de ese maniqueísmo político que nos divide entre “buenos y malos ciudadanos”. Asuntos que parece comprender mejor Petro que Fico, pues para este último el estallido social fue más terrorismo urbano que protesta popular y los colombianos nos dividimos entre supuestos “buenos ciudadanos cumplidores de la ley y respetuosos de la autoridad”, contra presuntos “malos ciudadanos que protestan violentamente y desafían las autoridades”.

¿La hecatombe nacional?

Mucho menos parece comprenderlo el expresidente Uribe, que ahora no acepta los recientes resultados electorales en la conformación del Congreso, porque el preconteo provisional acaba de asignar tres curules más al Pacto Histórico y pierden una respectivamente el Centro Democrático, el Partido Conservador y el Verde. Prepara así las condiciones para realizar su profecía fatal, azuzando el miedo: la hecatombe nacional. Lo único que faltaba. Para Fico y sus seguidores del Centro Democrático, cualquier reforma social es castrochavismo y dictadura izquierdista. Para ellos, promover la justicia social, la movilización popular y la autonomía ciudadana es una deriva hacia el totalitarismo, una inminente venezonalización de Colombia, advierte Fico con su voz apocalíptica de culebrero paisa. Por eso tilda a la protesta social de terrorismo urbano, cuando la mayoría de las veces es un recurso desesperado de los excluidos y una indignada voz ciudadana de clase media contra tanta incompetencia y corrupción oficial. Quizá por ello un sector de esa clase media no votó por la difusa esperanza del Centro político y sí lo hizo por la incierta justicia social que enarbola la izquierda del Pacto Histórico. Para Fico y sus seguidores de derecha votar por cualquier otro candidato no tiene sentido porque vivimos en una democracia ejemplar, casi perfecta, que solo requiere más pie de fuerza y penas draconianas, incluso más salvoconductos para que los “ciudadanos de bien” porten armas y disparen en “legítima defensa” contra tanta chusma e inseguridad, como lo promueven María Fernanda Cabal y Christian Garcés. En esa concepción señorial y semifeudal la democracia de los llamados “ciudadanos de bien” se agota en sus propiedades, sus ganancias, sus tierras y la máxima seguridad para sus negocios e ilimitadas libertades. El Estado es una extensión de sus negocios e inversiones estratégicas: “Las empresas estatales son las empresas privadas más importantes porque pertenecen a toda la comunidad. Es un delito de lesa comunidad hacer fiesta con lo estatal”, como reza el punto 17 del Manifiesto Democrático[3] uribista. Una comunidad como la de Carimagua[4], limitada a los empresarios amigos del exministro y hoy condenado Andrés Felipe Arias, igual que Agro Ingreso Seguro y Unión Temporal Centros Poblados, tan perfectamente gestionado por la exministra Karen Abudinen[5], quien todavía no responde por la pérdida de más de 70 mil millones de pesos. En eso quedó la consigna “el que la hace la paga”, así como la “paz con legalidad” ya cobra más de 800 asesinatos de líderes sociales durante este gobierno[6].   

El miedo nunca es inocente

Por eso ahora agitan de nuevo el fantasma del miedo con la llegada de un imaginario, inminente e inexistente comunismo, si gana Petro la Presidencia. Pero en realidad lo que está en juego en estas elecciones, como en las anteriores, es la urgencia de un tímido reformismo económico y social para evitar y contener una explosión mucho mayor que el estallido popular del año pasado. Con certeza, esta vez sus ondas expansivas destructivas serían mayores y de alcances impredecibles. Contra ese reformismo se dirige ahora la feroz campaña de la llamada “cláusula Petro”, que no es otra cosa que el veto de los mercaderes a la libertad política de los ciudadanos. ¿Cómo hablar de democracia cuando pende sobre la voluntad de los votantes la amenaza de la liquidación de posibles contratos laborales, de inminente fuga de capitales y de congelamiento de inversiones? La respuesta es clara, en este caso la democracia desaparece, lo que existe es la tiranía del mercado impuesta por el miedo a una mayor precariedad económica para las mayorías. La consolidación de una mercadocracia en beneficio de pocos y no de una democracia en función del interés general. Por eso el miedo nunca es inocente. Siempre hay detrás de él alguien que se beneficia, como ha quedado claro después del plebiscito contra el Acuerdo de Paz. Entonces miles de ciudadanos votaron NO por el miedo a que Colombia se convirtiera en Venezuela. Se les advirtió a los que votarán por el SÍ que le entregarían Colombia a “la Far” de la mano del traidor de Santos, un castrochavista disfrazado. Incluso que parte de sus pensiones serían destinadas al sostenimiento de los exguerrilleros y que sus hijos serían adoctrinados por la perversa “ideología de género” para moralmente pervertirlos. Y muchas mentiras más que llevaron a la gente a “votar verraca”[7].  Y seis años después, el partido Los Comunes, que agrupa a los exguerrilleros de la extinta Farc-Ep, apenas alcanza 50.000 votos en elecciones para el Senado. Esa violenta y temible guerrilla que convertiría a Colombia en comunista, se desmovilizó con un Acuerdo de Paz que contiene las premisas mínimas para la existencia de una auténtica democracia: Paz política; Reforma rural integral; Curules paras las víctimas; Verdad, Justicia, Reparación y garantías de no Repetición; Sustitución de cultivos de coca y planes de desarrollo con enfoque territorial. Hoy la mayoría de los 10.000 exguerrilleros defienden la propiedad privada, se dedican laboriosamente a cultivar y trabajar el campo, soportando el asedio y el asesinato de más de 300 de sus compañeros, firmantes de la paz[8].

Preguntas y respuestas pendientes

Por todo lo anterior, para votar por Petro sin miedo o por Fico con transparecia al menos deberían respondernos preguntas básicas cómo las siguientes. ¿Cuáles son sus programas para resolver el crecimiento de la pobreza, el hambre y la exclusión social? ¿Cómo piensan hacerlo? ¿De dónde saldrán los recursos? ¿Con quienes desarrollarán esas políticas sociales? ¿Cuáles sus propuestas de justicia tributaria? ¿Cómo garantizar un sistema pensional justo y con mayor cobertura? ¿Cómo resolver el problema de las drogas ilícitas? ¿Cuál política energética promoverán? ¿Cómo enfrentarán el problema de la inseguridad y la violencia social? ¿Cómo garantizarán la vida de los líderes sociales y de la oposición? ¿Qué reformas realizarían a la Fuerza Pública, en especial a la Policía y el Ejército Nacional? ¿Adelantarían conversaciones de paz con el ELN y las disidencias de las Farc? ¿Cómo enfrentarían el desafío de los grupos armados organizados dedicados al narcotráfico y las economías ilegales? Y, como ambos han sido alcaldes de las dos más importantes ciudades del país, se ¿someterían a una evaluación académica y de expertos sobre los resultados de sus políticas de seguridad y desarrollo social en Bogotá y Medellín? Por último, de llegar a la segunda vuelta, ¿harían antes de la votación públicos los acuerdos políticos que tienen con sus aliados, la futura conformación de sus respectivos gabinetes, el dinero gastado en sus campañas y sus patrocinadores, así como sus declaraciones de rentas y fuentes de ingreso actuales?  Sin duda, con sus respuestas, los ciudadanos podríamos votar sin miedo, con seguridad y mayor confianza por alguno de los dos o en blanco, sin dejarnos arrastrar por prejuicios, odios y mentiras, que parecen ser los únicos insumos que hasta ahora tenemos y circulan profusamente por las redes sociales, embotando la mente y envenenando el corazón de todos.



miércoles, marzo 16, 2022

Más allá de la mitomanía electoral

 

MÁS ALLÁ DE LA MITOMANÍA ELECTORAL

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/mas-alla-la-mitomania-electoral

Que la ignorancia no te niegue, que no trafique el mercader con lo que un pueblo quiere ser”[1]  (Mil años hace..Joan Manuel Serrat.

Hernando Llano Ángel

Ahora que conocemos los resultados electorales del pasado domingo 13 de marzo, más allá del jolgorio de los ganadores y los lamentos de los perdedores, es bueno recordar algunas verdades y no acrecentar la mitomanía electoral. No sumarse al coro de las mentiras oficiales que celebran la normalidad de los comicios y el triunfo exultante de la “democracia más estable y profunda de Sudamérica”.  Recordar, por ejemplo, que día de por medio es asesinado un líder socia[2]l en nuestro país y que durante estos comicios no se pudieron contar los votos de 19 candidatos[3] porque ellos fueron asesinados en regiones periféricas y rurales. Que la elección de 16 curules de la Circunscripción Transitoria de Paz para las víctimas terminó cooptada por la politiquería y en la del César se eligió a Jorge Tovar,[4] el hijo del paramilitar más sanguinario y temido del caribe, Jorge 40, Rodrigo Tovar Pupo[5]. Pero eso no importó a ninguno de los candidatos ganadores. Ni siquiera a Petro cuya consiga central de campaña es convertir a “Colombia en potencia mundial de la Vida”.  Conviene, entonces, empezar por recordar que los comicios son solo un medio para definir “quién o quiénes se quedan con qué, cómo y cuándo” de los bienes, servicios y valores más apreciados en una sociedad, parafraseando la definición de política de Harold Lasswell[6]. En efecto, serán los congresistas electos los que decidirán a quiénes beneficiarán con sus leyes, por ejemplo, tributarias, de salud, educación, vivienda, producción, medio ambiente; con esas leyes decidirán, en nuestro nombre, cómo viviremos y moriremos en nuestra sociedad. También definirán los valores que predominarán, si ellos serán los de la equidad y la justicia social o, por el contrario, los de la concentración de la riqueza y la codicia. Cuáles sectores de la economía serán privilegiados y protegidos. Si continuará reinando la avaricia y el agiotismo insaciable de los banqueros o, por el contrario, el estímulo al trabajo y la redistribución justa del ingreso. En fin, ellos nos definirán desde “el aire que respiramos, el agua que bebemos y los lugares por donde transitamos”. Por eso nadie pueda ser apolítico, al menos mientras viva y, lamentablemente, muchos mueren siendo analfabetos políticos,[7] pues creen que la política no los afecta. Olvidan que son los políticos los que deciden, en últimas, quienes viven o mueren. Si hay guerra o paz, si tenemos justicia o impunidad, si gobierna el crimen o la legalidad, las mentiras o las verdades, el miedo o la confianza. Si dejamos de ser ese archipiélago de intereses, prejuicios y odios que reina en los partidos y empezamos a ser una comunidad política nacional donde nos reconozcamos como ciudadanos y ciudadanas en pie de igualdad y derechos. Para empezar, por fin, a superar esta “federación de odios” formada por “doctores, ciudadanos de bien, señoras decentes y patrones” enfrentada secularmente a “indios, negros, maricas, zarrapastrosos”, que supuestamente se van a tomar a Colombia y arruinaran esta ejemplar y letal “democracia”.

Perdió la democracia y ganó el abstencionismo

Asuntos nada insignificantes que olvidan los abstencionistas indolentes, pues con su indiferencia dejan que sean las minorías participativas y las electas, es decir los congresistas, quienes decidan por ellos y todos nosotros la forma en que vivimos y morimos. Y, de nuevo, en estas elecciones esa mayoría de abstencionistas ganó y perdieron una valiosa oportunidad para expresarse. Según la Registraduría Nacional del Estado Civil, la participación electoral nacional fue del 45.87% en la conformación del Senado, predominando la abstención con cerca del 55%. En términos cuantitativos, votamos 18.034.781 ciudadanos y dejaron de hacerlo 20.785.120, pues el total de habilitados para votar en el censo electoral es de 38.819.901 mujeres y hombres. Lo que implica que el Senado no es representativo de las mayorías y esto se convierte en un lastre muy pesado para gobernar democráticamente. Significa, por ejemplo, que el senador más votado, Miguel Uribe Turbay[8] con 223.167 votos apenas representa al 0.57% de los ciudadanos habilitados para votar. ¡Ni siquiera el 1%! Obviamente sus decisiones en el Congreso estarán en función de representar esa ínfima minoría. Luego difícilmente se puede esperar que legisle como lo manda el artículo 133 de la Constitución: “consultando la justicia y el bien común”, lo hará pensando más en sus reducidos y “numerosos” electores, a quienes se debe y de quienes depende para esa fulgurante carrera política que le auguran sus apellidos Uribe Turbay. Nieto y a la vez ahijado político de los dos presidentes más autócratas que hayamos tenido, con sus banderas salpicadas de sangre y oprobio: la “seguridad democrática” y “el estatuto de seguridad”. Es por todo lo anterior que las elecciones fácilmente se convierten en una monumental mitomanía democrática, una fábrica de mentiras. Ellas, por si solas, no son garantía de democracia, ni siquiera procedimental y menos sustantiva, pues así se realicen ininterrumpidamente desde 1957 hasta el 2022 están muy lejos de configurar ese régimen de la “justicia y el bien común” proclamado en la Constitución. Para avanzar por esa senda, precisamos ser primero ciudadanos capaces de deliberar y participar políticamente en la materialización cotidiana del Preámbulo constitucional y sus valores inspiradores: “la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz”. Dejar de ser electores cuya preocupación por lo público se agota en las urnas y no ve más allá de los limitados intereses personales, familiares y empresariales. De la seguridad, la tranquilidad y la prosperidad que disfrutan minorías y que luego deriva en estallidos sociales donde predomina la inseguridad, la intranquilidad y la ruina de todos. Dejar de ser votantes manipulados por el miedo, la desconfianza y el maniqueísmo que nos divide irracionalmente entre “buenos y malos ciudadanos”.  Tal es el mayor desafío que tenemos para el 29 de mayo y eventualmente el 19 de junio.

¿Cómo, con quiénes y para quiénes van a gobernar?

De allí la exigencia a los candidatos y candidatas presidenciales[9] para que nos presenten claramente sus propuestas y la forma de materializarlas, en fin, que nos cuenten a quién beneficia la democracia, el CUI BONO[10] de su gobierno, y cómo pretenden hacerlo.  Si beneficiará a pocos o a la mayoría. Pero, sobre todo con quiénes pretende hacerlo. Porque difícilmente se podrán materializar intereses generales con quienes han convertido la política en la promoción y defensa de sus intereses personales, familiares y empresariales. Con quienes han reducido el Estado a un botín para sus incompetentes copartidarios, como lo ha hecho el perfeccionista Duque y lo público en la garantía de una prosperidad interminable para unos pocos, los mismos de siempre. No olvidar Agro Ingreso Seguro[11] y Unión Temporal Centros Poblados[12]. En fin, no hay que dejar de repetirlo hasta la saciedad, siempre han gobernado con y en función quienes hacen parte del PAIS POLÍTICO[13] y viven a costa del trabajo, el mérito y la depredación del PAIS NACIONAL y sus riquezas. Un PAIS NACIONAL que empieza a despertar, a verse reflejado y representado en lideresas como Francia Márquez[14] y en plebeyos como Carlos Amaya[15], que lamentablemente no ganaron en sus respectivas consultas interpartidistas, pero representan la democracia que merecemos: pacífica, civilista, sensible, femenina, plebeya, pluralista, telúrica y ecológica, tan diferente al clasismo narcisista, egocéntrico, prepotente, tecnocrático y machista de quienes ganaron las consultas y aspiran a gobernarnos.