sábado, enero 23, 2021

Carlos Jiménez Gómez. Un Proucrador histórico. In Memoriam (I)

 

CARLOS JIMÉNEZ GÓMEZ: UN PROCURADOR HISTÓRICO

IN MEMORIAM (I)

Hernando Llano Ángel.

El pasado sábado 16 de enero de 2021 falleció en Bogotá el Doctor Carlos Jiménez Gómez, quien fuera Procurador General de la Nación entre 1982-1986, bajo la administración del entonces presidente Belisario Betancur. Su vida y obra[1] van mucho más allá de su histórica gestión al frente de la Procuraduría General de la Nación. Abarca desde la poesía, de la cual fue cultor y entusiasta difusor, pasando por el ensayo sociológico y político, hasta sus providencias e investigaciones disciplinarias como Procurador General. Sin olvidar su impronta como académico en la formación de una generación de juristas y políticos en la Universidad de Antioquia, entre los cuales destacó posteriormente un joven y aplicado discípulo de Derecho Constitucional, llamado Carlos Gaviria Díaz[2]. Es una obra vasta, profunda y polémica, que merece su lectura y estudio, pues contiene lúcidas claves para la comprensión y transformación de nuestra realidad política, social y cultural. Para rendir merecido tributo a su memoria y gesta de demócrata integral, me propongo reseñar en tres entregas sus principales aportes como Procurador General, pues abordar su obra como ensayista y poeta precisaría un libro completo.  Para empezar, es pertinente recordar una de sus apreciaciones sobre la forma como los acontecimientos avasallan nuestra realidad, resumida en su contundente y profunda expresión según la cual “Colombia es un país de 24 horas”.

“Colombia es un país de 24 horas”

En efecto, es tal el cúmulo de desgracias y noticias apocalípticas que recibimos cada 24 horas que al otro día ya hemos olvidado lo que nos pasa y lo que somos. Una masacre sepulta a la otra; el desfalco billonario de Reficar es un desliz frente al desastre de Hidroituango; el proceso 8.000 es una nimiedad frente a la parapolítica. La hecatombe del Palacio de Justicia, el 6 y 7 de diciembre de 1985, fue arrasada y sepultada por la desaparición de Armero[3] una semana después, el 13 de diciembre. Y hoy, parece que ya olvidamos que desde enero estamos siendo “vacunados” contra el Covid, aunque la vacuna no haya llegado a nuestro país. Tal la realidad inverosímil en que vivimos, plagada de “hechos alternativos” creados por la capacidad de fabular de un gobierno mitómano, que anuncia todos los días en “Prevención y Acción” la llegada de la vacuna y el aumento de contagios y muertes que deja el Covid-19. Quizá esta capacidad de olvidar cada 24 horas el país en que vivimos --como lucidamente lo expresará Jiménez Gómez—sea un mecanismo inconsciente para conservar algo de cordura y sobrevivir en medio de tanto delirio vertiginoso y absurdo cotidiano. Para conjurar esa especie de amnesia instantánea, el entonces Procurador Jiménez Gómez se empeñó en hacer una Procuraduría de Opinión[4] que definió como: “la existencia de una comunidad dinámica y creadora entre la opinión y la fiscalización”. Fue así que durante su gestión se propuso “recoger las grandes preocupaciones de la opinión y erigirlas en materia de su trabajo; defender los intereses del común; como la calle, hablar un lenguaje claro, plantear la verdad desnuda y tocar sin miramientos cuanto su misión le mande, como intérprete y vocero del sentido ético y político de la comunidad. La Procuraduría de opinión es, en suma, una auténtica Procuraduría ciudadana”. Y, en efecto, a eso consagró con apasionado entusiasmo y visión crítica sus cuatro años en la Procuraduría. Lo hizo con tanta coherencia y profundidad que hoy el establishment parece celebrar su partida con un silencio absoluto y un olvido deliberado, eludiendo así el valor histórico y perenne de su obra fiscalizadora, que condena a este establecimiento por ser una tramoya institucional plena de imposturas, casi siempre presidida por incompetentes, corruptos y respetables criminales que lo promueven, defienden y administran con cinismo e impunidad. Una obra que hoy tiene plena vigencia, pues los problemas que enfrentó sin esguinces y en forma certera son los que hoy están aniquilándonos como nación y como ciudadanos: 1- La violencia política degradada; 2- La corrupción institucionalizada mediante la simbiosis de la política con el crimen;  3-  El auge del narcotráfico y su metástasis en la política, la economía, la sociedad y la cultura; 4- La impunidad política presidencial y de altos mandos militares y, para terminar, 5- La ausencia de liderazgos políticos y éticos democráticos. Problemáticas que hoy demandan verdad y esclarecimiento, para lo cual la Comisión de la Verdad debería consultar los cerca de 12 tomos que constituyen la memoria de su ejemplar gestión, bajo el título de “Los documentos del Procurador”. Todos estos aspectos fueron abordados por Jiménez Gómez con rigor y valor temerario, sin arredrarse, más allá de tabúes y prejuicios, desafiando incluso la hipocresía institucionalizada, como lo hizo frente al narcotráfico, proponiendo visionariamente un tratamiento político. Una política de Estado soberano más allá de persecuciones y guerras suicidas, fumigaciones ecocidas con paraquat y la delegación de la soberanía judicial, mediante la aplicación compulsiva e inocua del Tratado de extradición con Estados Unidos de Norteamérica. Un Tratado cuya constitucionalidad rechazó con sólidos argumentos jurídicos y políticos en sus conceptos ante la Corte Suprema de Justicia. Por lo pronto, recordaré su investigación disciplinaria más importante contra la violencia política degradada, que develó el tenebroso entramado formado por el narcotráfico y agentes de la Fuerza Pública con la aparición del MAS, que concluyó con un informe el 20 de febrero de 1983, revelando que: “a la luz de las pruebas recogidas hasta el momento existían cargos suficientes para vincular procesalmente a 163 personas; de ellas, 59 en servicio activo de las Fuerzas Armadas” (Jiménez, 1987, p. 169)[5]. Lamentablemente esa investigación quedó en la impunidad, pues fue asumida por la Justicia Penal Militar, contraviniendo el concepto de Jiménez Gómez quien fue enfático en señalar: “Tengo que decir que nuestra investigación encontró en los distintos lugares que personas vinculadas directa e indirectamente a las Fuerzas Armadas se han dejado arrastrar por esta corriente de la disolución nacional y han incurrido, fuera de combate, maleadas por los términos de esta larga guerra, no menos cruel por no declarada […] en hechos del tipo de delincuencia que he venido analizando. Con ello han desbordado indudablemente los límites de la misión encomendada a sus instituciones, poniendo en tela de juicio la noción misma de la disciplina militar; su rigurosa investigación y castigo tiene que ser una vez más la mejor prueba de que sus instituciones, ahora informadas, los repudian y repudian sus procederes. Será este un proceso de purificación que es mecanismo biológico de saneamiento connatural a toda institución, más aún si se trata de aquellas que por su tamaño, complejidad y el diverso grado de cultura de sus estratos componentes no puede responder por la legalidad y moralidad de cada uno de los actos de cada uno de sus miembros integrantes” (Jiménez, 1987, p. 155)[6]. Esta sabia y urgente advertencia no fue escuchada, pues el entonces ministro de defensa, general Fernando Landazábal Reyes[7], respondió energúmeno y apeló al falso espíritu de cuerpo militar en desafío al Procurador. Fue un pulso temprano en que el poder civil perdió ante el militar, con el respaldo que brindó el presidente Belisario Betancur (q.e.p.d) al general Landazábal, desconociendo el informe y las conclusiones del Procurador Jiménez Gómez. Posteriormente ello tendría un desenlace todavía más fatal y criminal en la forma como las Fuerzas Militares respondieron a la toma del Palacio de Justicia por la acción delirante y terrorífica del M-19.

1-EL MAS

La violencia política degradada que hoy el Estado es incapaz de contener y desarticular, ensañada contra los liderazgos sociales y las nuevas fuerzas políticas, en ese entonces se expresaba en el naciente grupo MAS (Muerte a Secuestradores). Una fatídica simbiosis del narcotráfico con agentes de la Fuerza Pública, que haría rápida metástasis en el paramilitarismo y su inmensa capacidad mimética con el Estado. Una capacidad que se expresaría en el genocidio de la Unión Patriótica y cuya estela de muerte y destrucción se prolonga hasta hoy, mutando y variando de forma inimaginable, tejiendo coaliciones y alianzas con el beneplácito insospechado de sucesivos presidentes (como lo revela Alberto Donadio en el caso de Barco[8] y que durante la presidencia de Gaviria toma la forma institucional de las Convivir), pasando por los entes territoriales hasta llegar a los “contratos de seguridad” con empresas multinacionales y nacionales, auspiciando masacres y desplazamientos que no cesan. Esta gesta mortífera e impune alcanza su más alta cota de masacres durante el gobierno de Andrés Pastrana, entre 1999 y 2002[9], justo en desarrollo de una patraña electoral que auguro la mascarada del proceso de paz del Caguán. En el informe del Procurador Jiménez Gómez sobre el MAS, no sólo se identificaron oficiales y suboficiales comprometidos con la mal llamada “limpieza social”, sino que además dejó consignada una certera caracterización política y sociológica de dicho fenómeno criminal:

“Propiamente hablando, el MAS no es una organización única sino una mentalidad de crisis y un tipo de delincuencia, manifestadas originalmente bajo la forma de una encubierta justicia privada y luego como instrumento de venganza, de castigo desproporcionado y gratuito, hasta de frivolidad en la criminalidad, en todos los órdenes de la actividad privada. La sigla con que se denomina surgió hace apenas un año, a propósito de las peripecias de un caso de secuestro y al servicio de un plan concreto de rescate de la secuestrada, dentro de una idea precisa de represalia.  Que haya logrado su objetivo de forma más o menos fulminante fue lo que, en el ambiente de confusión y desconcierto en que vivía y vive aún el país, hizo de él un modelo que terminó cundiendo aquí y allá, en cuantas regiones y lugares parejas circunstancias reproducían las razones y el marco de su popularidad […] Para apreciarlo así basta mirar hacia el martirizado campo colombiano, sembrado de mil riesgos detrás de cada hoja y ampliamente justificativo del diagnóstico global de las dos Colombias, la una amenazada y obsesionada por el secuestro, la otra por todos los males y peligros de la crisis económica y social. A este mecanismo criminal de contraofensiva social, económica y política, han venido paulatinamente cediendo y apelando en forma cada vez más recurrente y masiva, distintos sectores de nuestra población, en la ciudad y en el campo, para combatir las más diversas manifestaciones del conflicto social (Jiménez, 1987, pp. 154-155)[10].

Un diagnóstico que lamentablemente continúa vigente, como tantos otros realizados por Jiménez Gómez, que abordaré en las próximas entregas, porque quizá la mejor manera de rendirle tributo es no permitiendo que su legado se reduzca a estas glosas de su pensamiento y se traduzca en compromisos y acciones ciudadanas que transformen esta realidad en un horizonte de paz, justicia y reconciliación. Un horizonte cimentando en las verdades, la dignidad y el sufrimiento de todas las víctimas, las causadas por la insurgencia, el paramilitarismo y el Estado, que nos revelan la complicidad de respetables líderes políticos, ejemplares ciudadanos, impolutas instituciones y exitosos empresarios, además del cinismo de una supuesta “violencia revolucionaria”, que igualmente fustigó y descalificó Jiménez Gómez sin ambigüedad. Pero también la responsabilidad de mayorías que todavía creen que nada tienen que ver con lo que acontece, que se consideran ajenas a este mundo de corrupción y violencia y lavan su conciencia con más regularidad que sus manos, confiadas en que no serán infectadas por el mortal virus de la política. Y así se convierten en los mayores vectores de esta mortal e insoportable realidad por su indolencia frente a lo público y la vida de los demás. Son idénticos a aquellos que todavía creen que el coronavirus es un cuento chino, cuando es tan ineludible como la política, pues su existencia, propagación, contención y mayor o menor mortalidad depende de todos nosotros, en ambos casos. Para combatir el primero son imprescindibles las medidas de bioseguridad, para dotar de sentido y dignidad a la política precisamos tener la responsabilidad e integridad de demócratas como el Doctor Carlos Jiménez Gómez (q.e.p.d).

 



[4] Jiménez. C, (1986) p. 24. Una Procuraduría de Opinión. Bogotá, Colombia. Editorial Printer.

[5] Jiménez, C. (1987). Los documentos del Procurador. Tomo I. Bogotá, Colombia: Procuraduría General de la Nación.

[6] Jiménez, C. (1987). Los documentos del Procurador. Tomo I. Bogotá, Colombia: Procuraduría General de la Nación.

[10] Jiménez, C. (1987). Los documentos del Procurador. Tomo I. Bogotá, Colombia: Procuraduría General de la Nación.

 

domingo, enero 17, 2021

Ya llegó el 20 de enero: ¿Corralejas en Washington?

 

YA LLEGÓ EL 20 DE ENERO: ¿CORRALEJAS EN WASHINGTON?

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Hernando Llano Ángel

La posesión de Joe Biden parece estar más cerca de las corralejas de Sincelejo o de Sampúes[1] que a la ceremonia de investidura del mandatario más poderoso del planeta. Para evitar que tan trascendental acto se convierta en un show tragicómico, como el estimulado por Trump en el reciente asalto circense al Congreso, la explanada del Capitolio ya está militar y policivamente asegurada. El escenario hoy tiene más aspecto de campo de batalla[2] que de transición democrática. Y así es, ya que no habrá realmente un relevo público en la presidencia, pues Trump no estará presente. Además, algunos de sus furibundos seguidores amenazan con un segundo round y culminar con éxito su reciente asalto y profanación fascista del Capitolio. La ausencia de Trump en la ceremonia de relevo es expresión no solo de su incapacidad para reconocer que fue derrotado, sino que es desde ya el comienzo de su feroz oposición antidemocrática. Porque la presidencia de Trump y su ruptura con las reglas del ritual democrático al no estar presente en la hollywoodense[3] investidura pública de Biden, demuestra algo mucho más grave que su megalomanía patológica. Demuestra que la realidad y profundidad de las heridas sangrantes que aquejan a Norteamérica desde su nacimiento son hoy más graves y llevará generaciones sanarlas: la segregación racial, los prejuicios de la supremacía blanca, su nacionalismo imperial en decadencia desde Vietnam y la desigualdad social creciente, son lastres históricos que tienen desmantelada su agónica democracia y constituyen el mayor desafío para el Estado norteamericano, superior incluso al coronavirus. Un desafío que los cerca de 75 millones de votantes de Trump parecen incapaces de reconocer y mucho menos estar dispuestos a superar. Sus consignas irrealizables en la vida política mundial contemporánea como America First y el revival nostálgico de Make America Great Again, se convirtieron bajo la pandemia en una realidad tanática inimaginable. Hoy su chovinismo imperial se expresa en el mayor número de contagios del Sars-coV2 y de víctimas mortales que tenga país alguno. Cruel ironía. Su lema de America First se cumplió en forma siniestra enarbolando las banderas más queridas por la extrema derecha y el fascismo: autoridad, orden y defensa del mercado sobre las libertades públicas, la vida y la igualdad, valores propios de toda auténtica democracia. La incongruencia de ese credo de ultraderecha está a la vista de todos, aunque algunos ingeniosos se sitúan en el extremo centro, para ocultar así su verdadera identidad. Y si no logran persuadir a la mayoría, por lo menos promueven el desmantelamiento de lo poco que queda del Estado de derecho y lo convierten en un Estado de derecha, eso sí con “paz y legalidad”.

Trump ha sido despedido, pero el Aprendiz continúa su show

Sus delirios de estadista megalómano terminaron devastando la salud y la vida de sus conciudadanos, reavivando el fantasma del racismo y el ascenso del tribalismo político por las paredes del Capitolio, escenas apenas comparables a una corraleja. Este es el más peligroso legado que recibe Biden, la ruptura del consenso democrático entre los dos partidos históricos, expresado por el desconocimiento de Trump de la legitimidad y legalidad de los resultados electorales. A ello se suma la estela de cadáveres y de sufrimiento humano que supera las bajas de las fuerzas militares de Norteamérica en todos sus conflictos y guerras internacionales. Es probable que el 20 de enero dicha cifra alcance las 400.000 víctimas mortales o quizá la sobrepase. Tal es el “hecho alternativo” o la “realidad paralela” más significativa y deplorable que deja su mitomanía presidencial. Convirtió el sueño americano en una auténtica pesadilla mortal, superando incluso el thriller de Michael Jackson[4], con cientos de miles de zombis deambulando, ya no por las calles, sino por los centros hospitalarios de America First. Hoy Estados Unidos es la mayor morgue del planeta. Y, aun así, millones de norteamericanos parecen estar dispuestos a seguir a su rubicundo sepulturero hasta la tumba. Tienen la certeza que les robaron su triunfo, que se fraguó una conspiración para cometer un fraude electoral inocultable y que todo se debe a la existencia de un “Estado profundo” que gobierna tras bambalinas. Incluso muchos de esos seguidores todavía no llevan tapabocas, como afirmación de su identidad Trumpista y no reconocen la potencial mortalidad del virus, pues su héroe sobrevivió al mismo y lo derrotó, como un auténtico Superman[5]. Y quizá esta capacidad de Trump de encarnar los héroes de celuloide norteamericanos explique en gran parte su liderazgo carismático. Especialmente cuando lo exhibe sin pudor como seductor irresistible y magnate exitoso, aspiraciones inocultables del norteamericano típico y de su sueño de felicidad, que Trump convirtió en inalcanzable por el aumento creciente de la desigualdad social y la disminución de impuestos a las grandes fortunas. A fin de cuentas, es cierto que redujo el desempleo como nadie lo había hecho antes, reactivó la economía interna, enfrentó a la China y hasta a la Unión Europea por su escasa financiación de la OTAN, y proyectó así el espejismo de que América era grande otra vez, pues nadie estaba por encima de ella. Ni siquiera el Acuerdo de Paris para contener la crisis climática, ya que el calentamiento global no existe, igual que el coronavirus es una gripa insignificante que la OMS, una costosa burocracia incompetente, aliada con la China, fue incapaz de alertar y contener oportunamente, según su relato. En fin, esa mezcla habilidosa de medias verdades y grandes mentiras, propaladas y sobredimensionadas por las redes sociales, terminaron convirtiendo en “hechos alternativos” puras ficciones, prejuicios, odios y fantasías que inextricablemente confieren identidad y sentido de vivir a millones de norteamericanos. Por no poder cumplir todo ello, el Aprendiz de estadista de Trump ha sido despedido del show de la democracia, pero está muy lejos de ser derrotado. Todavía se considera invencible y será muy difícil de controlar y expulsar de los escombros en que convirtió el campo de juego democrático.

Primero la familia y su patrimonio

Trump es un rival que se comportará como un vengador implacable, un enemigo mortal con una multitudinaria horda de seguidores. Todo un desafío para Biden, su partido y especialmente para sus copartidarios, los republicanos, que lo conocen y saben que están frente a un timador inescrupuloso, un tramposo inigualable e impune, como tantos otros que abundan en el mundo de la política y en nuestro ubérrimo terruño, que se precian de burlar los impuestos, cambiar a su favor las reglas del juego político y conservar casi intacta su imagen de salvadores y líderes insuperables. Incluso, se sienten capaces, cual monarcas de otrora, de postular a sus leales e incompetentes sucesores al “trono presidencial” o, en el remoto evento de ser expulsados del juego político, de instaurar una familia real, como parece que hará Trump con su hijo mayor, el exitoso empresario Donald Trump Jr[6] y con su hermosa hija Ivanka[7], si es inhabilitado de por vida para postularse a cargos públicos. Como bien lo canta Rubén Blades, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ¡ay Dios¡”[8]. Cualquier parecido con nuestra realidad política no es coincidencia. Entre nosotros abundan las familias presidenciales con sus destacados delfines, que suelen confundir la patria con la fratría[9] y sus prósperos negocios empresariales, agroindustriales, equinos y ganaderos.



 

[9]Diccionario RAE: “conjunto de hijos de una misma pareja. Sociedad íntima, hermandad, cofradía”.

sábado, enero 16, 2021

Trump, profanador de mitos y promotor de imposturas.

 

Trump, profanador de mitos y promotor de imposturas

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Hernando Llano Ángel.

Trump pasará a la historia por revelarle al mundo en forma tragicómica la profunda e irreversible decadencia de la vida política norteamericana. Una decadencia que comenzó en 1972, también en forma escandalosa, con el Watergate de Richard Nixon, no por casualidad otro presidente republicano. Ambos tienen en común ser gánsteres encumbrados de la política nacional e internacional, tramposos y criminales, desleales a las reglas esenciales del juego democrático. Por eso mismo, son los máximos profanadores de esos mitos que alimenta desde su nacimiento la democracia norteamericana y son también los más cínicos promotores de sus imposturas políticas. Fueron maestros en el uso y el abuso de la mentira política, la exaltación de los prejuicios y el racismo visceral con su carga de desprecio y odio. Ambos fueron insuperables en la exacerbación del miedo, como Hitler. Nixon, enarbolando la bandera del nacionalismo imperial, pleno de mentiras y coartadas criminales tales como los mitos imperecederos de la defensa del mundo libre y la democracia, bajo las cuales promovió cínicamente la guerra en Vietnam y el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973[1]. La propagación de ese virus “pandemocrático imperial” ha dejado una estela incontable de víctimas mortales contra la cual parece que no hemos podido inventar la vacuna de la verdad y superar tanta falsedad letal. Trump, con sus delirantes consignas de Make America Great Again y America First, inseparables de su obsesión por levantar el muro de la infamia en la frontera con México y sus criminales consignas de Ley y Orden para justificar la violencia policiva contra la población negra y migrante. Quizá, por todo lo anterior, ambos impostores de la democracia y gánsteres de la política recibieron en vida la mayor derrota para sus déspotas egos, insaciables de espuria gloria: las penas de la ignominia y la vergüenza contra las cuales no existe perdón ni olvido en la memoria de los pueblos y de los auténticos demócratas, más allá de cualquier partido. Aunque dichas penas estén muy lejos de hacer justicia por sus innumerables crímenes, casi siempre inexpugnables en razón de su inmunidad personal y la impunidad que les otorga el poder político imperial. Pero esa esquiva e improbable justicia institucional fue ahora superada por el juicio político de mayorías demócratas que eligieron en Georgia a dos representantes de minorías, el reverendo bautista Raphael Warnock[2],  primer senador negro por dicho Estado y a Jon Ossoff  de ascendencia judía, que dan el control del Senado al partido demócrata, pues con la Vicepresidenta Kamala Harris[3] obtienen la mayoría.  

Memoria frágil y penas pendientes

Aunque esas penas de ignominia y vergüenza, en verdad, también las merecen otros recientes presidentes norteamericanos que hoy se benefician de la frágil memoria política contemporánea, como George W Bush, con su guerra contra el terrorismo sustentada en mentiras tanto o más graves que las de Trump, como la existencia de armas de destrucción masiva en Irak[4]. Sin que escape a un juicio crítico el presidente demócrata Bill Clinton por su laxitud con la avaricia del capital financiero, responsable en gran parte de la debacle económica en 2008[5]. Tampoco queda a salvo Obama y su incapacidad para desmantelar el antro de la cárcel de Guantánamo[6], centro de reclusión norteamericano para la tortura y la violación “legal e institucional” de los derechos humanos[7]. Y esos mitos democráticos norteamericanos, entre nosotros se convierten en mitomanías criminales y heroísmos gloriosos, cometidos bajo el amparo del “Estado de derecho”. En nombre de ellos se eliminó la cúpula de la Justicia y se incineró el mismo Palacio de Justicia en 1985, hoy se asesina a los opositores políticos, líderes sociales y desmovilizados, en medio de la “paz con legalidad”. Al parecer, esto último sucede porque el presidente Duque evita caer en la extrema derecha y se sitúa –según su ingeniosa definición-- en el extremo centro, como un auténtico estadista, empeñado en la defensa de la libertad y el orden, aunque el resultado actual sea esta extraña paz con letalidad, que deja hasta la fecha 252 reincorporados en la FARC asesinados[8], 66 masacres[9] y 310 líderes sociales y defensores de derechos humanos exterminados hasta el 30 de diciembre de 2020[10]. No por casualidad en plena campaña presidencial el Centro Democrático se apresuró a respaldar a Trump, ese aliado leal contra el “socialismo castrochavista” y adalid insobornable de la verdad, además de defensor inquebrantable de la ley y el orden. A tal punto que terminó alentando el asalto al Capitolio porque el Estado de derecho norteamericano no le reconoció su triunfo. Un triunfo que solo existe en su personal “Estado de opinión” y que reclaman sus iracundos seguidores, pues Trump no cesa de declarar que fue víctima de un colosal fraude electoral, sin que haya aportado prueba alguna que lo demuestre. La única forma de entender esta profunda afinidad, ahora rápidamente negada, entre Trump y el Centro Democrático es que sus respectivos líderes tienen una peculiar relación con el crimen y se consideran moralmente por encima de la ley y del Estado de derecho, revelando así una muy personal y autocrática concepción de la democracia y sus valores, igual que Bolsonaro y Maduro. Tan personal que pretenden seguir gobernando desconociendo los resultados electorales, cambiando algún articulito de la Constitución, por interpuesta persona o hasta promoviendo herederos consanguíneos. Por eso desde ya Trump anuncia que su verdadero Show comenzará después del 20 de enero, pues sabe bien que para estar a salvo de la justicia nada hay más eficaz que declararse víctima de persecución política y recurrir al respaldo de los 75 millones de electores que son su verdadero “Estado de opinión”, donde gobierna a discreción, se siente idolatrado y se sabe intocable. Ya lo veremos desde su palacete de Mar-A-Lago[11], si es que logra imponerse sobre las restricciones legales que tiene para residir allí, convirtiendo ese paradisiaco lugar en su cuartel de campaña y ubérrimo refugio de impunidad.

Política y crimen

Aunque cabe la remota posibilidad de que Biden logre un acuerdo con el partido republicano para que repudie a Trump y la justicia pueda procesarlo por sus múltiples delitos, desde evasor de impuestos, depurando así a la política del crimen y del gansterismo impune. Simbiosis y fenómeno que no solo carcome la democracia norteamericana, pues también está presente en muchas latitudes: Rusia, Ucrania, Turquía, Brasil, Venezuela y en forma endémica en nuestro país. De allí la enorme afinidad entre Trump y figuras cimeras del Centro Democrático. Incluso la afinidad de Trump con líderes cacocráticos como Putin y Kim Jong-un, con quienes sostuvo mejores relaciones que con sus históricos aliados. Aliados que hoy lo hacen responsable del asalto al Capitolio, como la canciller Ángela Merkel, al señalar que "el presidente Trump lamentablemente no ha reconocido su derrota desde noviembre, ni tampoco ayer, y eso naturalmente ha generado una atmósfera que hace posible incidentes violentos”[12]. Pero la ruptura entre la política y el crimen no depende exclusivamente de acuerdos entre partidos políticos, sino especialmente del juicio y la moralidad política de los ciudadanos que en últimas son quienes legitiman esas funestas relaciones, bien por ignorancia, miedo o los intereses creados, que van desde las financiaciones legales e ilegales de las campañas electorales hasta la conveniencia personal, empresarial o familiar. Porque la criminalidad política es una relación de complicidades entre los particulares y los políticos profesionales para hacer prevalecer el Statu Quo con sus ganancias e intereses personales, incluso de manera legal, sobre los intereses generales y el bienestar público. Algo que siempre debemos tener presente, pero especialmente en las elecciones del 2022, porque hoy se puede parafrasear el aforismo de Edmund Burke y decir que los políticos criminales y corruptos son elegidos por ciudadanos honestos que no votan. Pero también, lo que es peor, por quienes los votan para reafirmar sus intereses, prejuicios, venganzas y odios contra aquellos que consideran sus enemigos por tener simplemente otro color de piel, diferente origen nacional o social, orientación sexual y proyectos políticos alternativos --sean progresistas o conservadores-- y hasta para ajustar cuentas de sangre y dolores familiares pendientes, todo ello supuestamente en nombre de la “justicia revolucionaria”[13] o la “seguridad democrática”[14].



 

 

[13] Como pretende justificar las Farc-Ep su asesinato de Álvaro Gómez Hurtado.

 

[14] Como pretende Álvaro Uribe Vélez justificar los miles falsos positivos durante su gobierno.

viernes, enero 08, 2021

Cali, la sucursal del infierno

 

Cali, la sucursal del infierno

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Hernando Llano Ángel

Por la forma como numerosos fanáticos del América celebraron su decimoquinta estrella, Cali dejó de ser la sucursal del cielo y probablemente se convertirá en la sucursal del infierno en los primeros días del 2021. Ojalá ello no ocurra, y se repita el supuesto “milagro” atribuido a Maradona en Argentina, pues las aglomeraciones multitudinarias durante su sepelio no repercutieron, como se preveía, en un aumento exponencial de la pandemia[1]. Sin embargo, Argentina tiene hoy un número mayor de víctimas mortales, 97,01 por cien mil habitantes, frente a Colombia con 86,43[2]. El supuesto y discutible milagro maradoniano quizá se deba a que en las aglomeraciones por el duelo del ídolo hubo más lágrimas y dolor, que en el jolgorio y la alegría desbordada de los hinchas americanos en su celebración del pasado domingo 27 de diciembre, donde predominaron los abrazos desbordados y los tragos libados colectivamente. Lo que tienen en común ambos eventos es esa extraña simbiosis de la vida con la muerte, del jolgorio del carnaval con el cortejo fúnebre. En el primer caso, celebrando la partida de un ídolo inmortal y, en el segundo, un efímero título de campeón, que pronto será recordado más por las víctimas mortales que cobre que por la estrella conquistada. Por la forma irresponsable y suicida como muchos hinchas del América pusieron en juego su propia vida o, como millones de argentinos, la expusieron por la muerte de un ídolo representativo de sus triunfos y derrotas, queda claro el desprecio que los fanáticos tienen por la vida y la de sus seres más queridos. En ambos casos el resultado final del partido será un triunfo doloroso e inobjetable de la muerte sobre la vida, del fanatismo sobre la sensatez, de la mueca de la parca sobre la sonrisa del fanático. Sobre todo, será un fracaso por partida doble, tanto de gobiernos incapaces de prever, regular y contener el dolor y la euforia colectiva, como de los hinchas tanáticos que despreciaron el valor de sus propias vidas y las de sus congéneres. Una crisis profunda y grave, que revela la impotencia de Leviatán, así como la casi inexistencia colectiva de ese ciudadano autónomo y responsable, dotado de suficiente racionalidad y prudencia para no poner en riesgo su propia vida y la de terceros. Parece que en este caso se impuso la insaciable mortalidad de la alegría sobre la insociable sociabilidad que, según Kant[3], es lo propio de la naturaleza humana.

La pasión mortal de un pueblo  

En el caso del América, desde ahora su conocido eslogan será: ¡La pasión mortal de un pueblo! De un pueblo atrapado fatalmente por un tridente diabólico conformado por el triunfo, el licor y la euforia irresponsable de su estrella. Una estrella mortífera, donde prevaleció la histeria del grito colectivo y el trago bebido de de pico en pico, de boca en boca, compartido con amigos y luego con familiares y mayores en sus hogares, sin consideración a sus consecuencias fatales. Por todo ello, es probable que durante la primera quincena de enero a Cali se lo lleve el diablo, pues el sistema de salud colapsará y muchos llorarán irremediablemente el triunfo de la mechita, mientras otros lo celebrarán desde el más allá. Para extraer algunas lecciones de estas fiestas tanáticas, se me ocurren una serie de aforismos pandémicos, que valdría la pena tener en cuenta durante este 2021, más allá de la incierta llegada de las vacunas durante sus primeros meses. Vacunas que por más poderosas y curativas que sean nunca resolverán la tensión inextinguible entre el uso de nuestra libertad individual y nuestra personal responsabilidad colectiva, como ha sido revelado en forma dramática durante este año en todo el mundo con una cifra de víctimas mortales cercana a los dos millones y 82.4 millones de infectados[4]. Por eso, van estos aforismos con la vana ilusión de contribuir a un 2021 más saludable y vital, apelando al insuperable poder preventivo de nuestra responsabilidad personal, mucho más eficaz e inmediata que el poder curativo de las nuevas vacunas, cuya aplicación llevará meses y sus efectos quizá años en contener el virus.

Aforismos contra la pandemia en el 2021

Todavía desconocemos el origen biológico del Sars-CoV2, pero conocemos bien su destino: nuestra frágil vitalidad e inevitable mortalidad que, con sus millones de contagiados y de víctimas fatales, nos recuerda las siguientes verdades:

Que respirar dejó de ser un asunto personal y se convirtió en un acto de responsabilidad social.

Que mi cuerpo NO es mío y pertenece a la totalidad del cuerpo social.

Que mi aliento vital NO me pertenece, pues depende del aire que respiro y del aliento de los demás.

Que mi libertad NO es mi voluntad individual, sino un ejercicio vital de responsabilidad social.

Que mi vida NO es un asunto personal, pues depende de la salud y la vitalidad de todos.

Todo parece indicar que durante el 2020 no fuimos conscientes de lo anterior. Que todavía predomina entre nosotros la creencia de ser amos y señores de nuestro propio cuerpo y del planeta y nos comportamos como individuos soberbios y narcisistas, confiados en vacunas que nos permitirán recobrar esa normalidad tanática, expoliadora, hedonista y codiciosa sin límites. Si asumimos el 2021 así, no habremos aprendido nada de este pandémico año y estaremos fatalmente delegando en vacunas nuestra responsabilidad personal y ética con la especie y el planeta, hasta que una nueva cepa o un virus todavía más letal nos recuerde con mayor crueldad y devastación que somos mortales y que con la vida no se juega. Que ella no depende tanto de laboratorios, compañías farmaceutas y tubos de ensayo como de nuestra conciencia, espíritu, responsabilidad y solidaridad universal, respaldadas por Estados con políticas de salud pública incluyentes y coherentes, bajo la dirección de competentes líderes políticos y no solo de locuaces presentadores de televisión, procastinadores de la salud, la vida y la muerte de sus gobernados y sociedades