CALICANTO
(Junio 28 de 2007)
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La muerte: el triunfo de la guerra.
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La muerte: el triunfo de la guerra.
Hernando Llano Ángel.
En la mañana de este jueves 28 de Junio de 2007 la consternación y confusión es generalizada, pues del críptico mensaje divulgado por las FARC anunciado la muerte de 11 de los 12 diputados, nada se puede afirmar con certeza sobre las circunstancias de tan trágico y repudiable desenlace. En el evento de verificarse este luctuoso acontecimiento, lo único que puede afirmarse es que la muerte es el triunfo inobjetable de la guerra, cuando se enfrentan fuerzas obcecadas en vencer al enemigo, sin importar el costo en vidas humanas y el dolor que haya que pagar por ello.
Sin duda, las FARC tendrán que explicar claramente lo sucedido, pues no pueden eludir su directa responsabilidad en la matanza de los 11 diputados, bajo la ambigua expresión de ser consecuencia del fuego cruzado con una fuerza militar no identificada. Responsabilidad que tienen desde el momento en que se llevaron los 12 diputados de la Asamblea Departamental del Valle, al convertirlos en rehenes de sus exigencias políticas y militares, mediante un falso operativo de seguridad militar, simulando ser miembros del Ejército nacional. Este típico acto de perfidia que marcó el comienzo de un ignominioso y prolongado cautiverio, parece haber culminado en circunstancias tan oscuras como empezó. Por eso las FARC han contraído una deuda con toda la humanidad: deben facilitar de manera inmediata la recuperación de los cuerpos de las víctimas y el esclarecimiento del trágico suceso, permitiendo el acceso del CICR o de una comisión especial con tal fin. De no hacerlo, estaría confirmando ante la comunidad nacional e internacional, que no son la organización política-militar que pregona ser, cuyos mandos responden por sus actos, sino una debilitada organización criminal que ha perdido toda capacidad para cumplir incluso con las metas mínimas de garantizar la supervivencia y seguridad de quienes están bajo su poder y custodia, ante el eventual ataque de una “fuerza militar no identificada”.
De otra parte, al Presidente de la República le cabe la responsabilidad histórica de comportarse como un jefe de Estado, en lugar de representar el patético papel de un impotente estratega que arenga periódicamente a sus tropas para que no paren de bombardear y despejar el territorio nacional de terroristas, sin lograr el rescate con vida de los rehenes políticos. Ha llegado la hora, al parecer demasiado tarde para los diputados del Valle, del acuerdo humanitario para evitar continuar con los dantescos operativos de rescate funerario. Debería aprender Uribe de la trágica lección de Belisario, cuya obcecación por rescatar a sangre y fuego a todos los magistrados de la Corte Suprema de Justicia culminó con su inmolación, en el mismo epicentro del poder político nacional. Entonces la cúpula del poder judicial fue decapitada en el centro de la capital y la majestad de la justicia reducida a escombros y cenizas. ¿Qué se puede esperar que suceda en la manigua de la selva colombiana? Hoy estamos conociendo los excesos de terror en que incurrieron miembros de la fuerza pública, con torturas, desapariciones de civiles y ejecuciones sumarias, para rendir un supuesto parte de victoria ante el poder presidencial. Definitivamente la muerte es el único triunfo del que pueden ufanarse este tipo de guerreros. Por eso ha llegado la hora del Acuerdo Humanitario, el único triunfo del que podemos ufanarnos todos los colombianos.