EL DÍA DESPUES DE LA SEGUNDA
VUELTA PRESIDENCIAL
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Hernando Llano Ángel
No se trata aquí de predecir el triunfo del ganador, como si la democracia
fuera un juego de suma cero, donde el vencedor no solo se llevará la vana
gloria de ser Presidente de la República hasta el 2026, sino que además reclamará
en forma hegemónica la conducción del país, expulsando al perdedor al terreno
de la ilegitimidad y la persecución oficial. La posibilidad de que ello
acontezca es muy grande por la forma éticamente maniquea y políticamente deplorable
como ha transcurrido la campaña durante estos últimos días. Estamos ante el
escenario más hostil e incierto para una transición democrática tranquila y la
convivencia política pacífica. Esta recta final de la campaña produjo la
ruptura de la regla de oro de la democracia, que es el reconocimiento mutuo por
ambos candidatos de su legitimidad ética y política para alcanzar la
Presidencia y conducir a la Nación. Sin embargo, todo parece indicar que quien
gane será repudiado por la otra mitad perdedora y así no será posible gobernar
democráticamente. A este escenario nos están conduciendo estrategas
inescrupulosos que convierten la democracia en un juego de suma nula, en lugar
de esforzarse por convertirla en un juego de suma positiva, donde todos ganemos
mediante el ejercicio de nuestros derechos y el cumplimiento de nuestras
responsabilidades ciudadanas. En lugar de ello, persisten en convertirnos en
bandos irreconciliables de “ciudadanos de bien” en contra de una amenazante
turba de ciudadanos estigmatizados como “vagos y atenidos,” solo porque exigen
el “derecho a tener derechos”, que es lo propio de la ciudadanía.
Petro no es un demonio, ni
Hernández un ángel
Al punto, que hoy millones de colombianos temen el triunfo de su
adversario. Los seguidores de Hernández van a las urnas convencidos que si gana
Petro sería el fin de la democracia porque llegaría a la Casa de Nariño un
“guerrillero” que les expropiará hasta la patineta. Para reforzar este
alucinante y mentiroso escenario, se anuncia en numerosas vallas que quienes
quieren un cambio y voten por Petro el próximo domingo 19, convertirán a
Colombia en Venezuela. Y Hernández culmina su campaña tildando al Pacto
Histórico y a Petro de comandar una organización criminal, que si fuera tal no
podría participar en esta segunda vuelta y menos haber obtenido 8 millones y
medio de votos, el 40% de los electores en primera vuelta, frente a los casi 6
millones por Hernández. Semejante descalificación de Hernández significa, ni
más ni menos, tildar de cómplices de delincuentes a casi la mitad de
colombianos y sindicarlos de sospechosos del mayor crimen político existente,
la muerte de la democracia, si votan el próximo domingo por Petro. Todo ello,
reforzado en las redes sociales por versiones de supuestos crímenes abominables
cometidos por Petro, como la atroz toma del Palacio de Justicia, cuando para
entonces era un joven sin mando en la dirección del M-19 y se encontraba
purgando pena en una cárcel. Hernández recurre a una retórica criminal y a la
táctica de ilegitimar a Petro y el Pacto Histórico con base en los
“petrovídeos” divulgados por la revista Semana. Vídeos que presentan
estratagemas de campaña electoral censurables y repudiables, propuestas por el
senador Roy Barreras hace más de un mes, pero que no son propias de
organizaciones criminales, como lo hace ver Hernández y lo celebran con euforia
sus seguidores. Estos vídeos son casi un juego de niños al lado de los acuerdos
criminales del Pacto de Ralito y
de Chivolo
que realizaron gran parte de los políticos con los paramilitares, condenados
posteriormente como responsables de concierto agravado para delinquir durante
las administraciones del expresidente Uribe. Parapolíticos cuyos votos en el Congreso
pedía el presidente Uribe
antes de que fueran a la cárcel. Lo que constituye el almendrón de la
cacocracia y
la columna vertebral del régimen político electofáctico. Políticos
miembros de partidos y organizaciones que hoy se han apresurado a expresar
públicamente su respaldo a Hernández, que astutamente ha dicho que recibe a
todos los que quieran votar por él, pero que rechaza cualquier compromiso
político con ellos. Una curiosa ética electoral que no logra ocultar y mucho
menos neutralizar los apoyos que recibirá de esos políticos que hoy fustiga
como corruptos e indeseables, Alex Char, Dilian Francisca Toro y toda la
pléyade del Centro Democrático que apoyó a Fico, quien a su vez sindicaba a
Hernández de hipócrita y corrupto por ser sub júdice en el caso de Vitalogic.
Así las cosas, ni Petro es ese diablo antidemocrático de un cambio
apocalíptico, como tampoco Hernández es ese ángel salvífico de la democracia,
portador de un cambio paradisiaco que exterminará la corrupción y la
politiquería. Siendo sensatos y no dejándonos manipular emocionalmente por ese
maniqueísmo mentiroso, tenemos que reconocer la realidad. Petro es un rebelde
legalmente indultado, hasta la fecha con el mayor respaldo electoral de los
colombianos. Y Hernández es un político imputado por el fallido contrato de Vitalogic,
cuyo comportamiento como alcalde de Bucaramanga debe aclarar el próximo 21 de
julio ante el Juzgado 10 penal del circuito. Un
político emergente que obtiene la segunda votación en primera vuelta con la bandera
de la lucha contra la corrupción. En otras palabras, para millones de
colombianos Petro es condenado por su pasado guerrillero, mientras Hernández es
repudiado por su incierto futuro y su condición de imputado, además de su
pintoresca figura de constructor e ingeniero de viviendas populares. Un
ingeniero que amasó su fortuna con “hombrecitos” que le pagaron intereses por
15 años, preciándose de esa “delicia” de ingenioso emprendimiento. Sabemos que
cualquiera de los dos será el Presidente de la República el próximo domingo 19
de junio y que a partir del 7 de agosto de 2022 deberá gobernar, según el
artículo 188 de la Constitución, “garantizando los derechos y libertades de
todos los colombianos”, pues simboliza la unidad nacional. La pregunta es si estará
a la altura de ese desafío, cuando ese Presidente durante su campaña como
candidato convenció a sus respectivos seguidores que su adversario era un
peligroso delincuente o un impostor ultraderechista.
¿Un cambio petrificado?
Por ejemplo, si gana Petro, es casi seguro que la reacción del
establecimiento económico será de una desconfianza hostil y sus proyectos
reformistas intentarán ser bloqueados a toda costa. Reacción que no tiene
fundamento, pues basta verificar que durante su alcaldía de Bogotá aumentó la
inversión extranjera, según el gráfico 3 en la página 17 del estudio “Análisis
sobre la importancia de la inversión extranjera directa y el comercio exterior
en Bogotá”,
publicado por la administración del alcalde Enrique Peñalosa. No obstante, es
probable que se configure ese escenario de ingobernabilidad durante su
presidencia, pues parte del statu quo del País Político, los cacaos
empresariales y los agiotistas banqueros harán hasta lo imposible por sabotear
sus reformas progresistas. Empezando por su proyecto de reforma fiscal con
justicia tributaria, o el estímulo a las energías limpias, solar y eólica, para
avanzar en la transición energética de las energías fósiles. Este probable
escenario puede repercutir social y económicamente negativamente, pues siempre
les resultará más difícil gobernar a quienes promueven sociedades equitativas y
la convivencia social, reconociendo y ampliando derechos. Por el contrario, es
más fácil hacerlo para aquellos que gobiernan protegiendo privilegios económicos
y la libertad del mercado a punta de subsidios y asistencialismo estatal para
contener el hambre y las protestas sociales, sin alterar significativamente un
orden económico y social profundamente injusto como el nuestro. En este
escenario se presentaría un pulso conflictivo entre el gobierno y la oposición,
que puede llevarnos a una petrificación o bloqueo de la gobernabilidad
democrática y generar turbulencias institucionales inmanejables, configurándose
así la profecía autocumplida
de quienes auguraban caos y crisis económica con medidas chantajistas como la
“cláusula Petro”, la fuga de capitales y hasta los paros patronales, siendo
entonces corresponsables de semejante hecatombe. El otro escenario, con el
triunfo de Hernández, es el que sus partidarios llaman el “cambio positivo”,
aunque sus límites y contornos sean tan difusos e inciertos como su promotor,
que confunde a Albert Einstein con Adolf Hitler y llama “el gran pensador
alemán”. Un lapsus que ignoramos si se debió a su edad y falta de lucidez
intelectual o que revela su inconfesable credo nazista, dejándonos con una duda
razonable y angustiante. Por ahora, no sabemos cuál de las dos situaciones es
más grave y peligrosa, pero si gana Hernández pronto lo sabremos y ojalá no se
trate de una senilidad nazista. Según algunos puntos de vista, estamos frente a
la incertidumbre generada por el cambio de Petro y la certeza de que detrás del
“cambio positivo” de RH se esconde todo el País Político y sus principales
líderes. Líderes temerosos de que les haya llegado la hora de la verdad sobre
sus responsabilidades históricas y la JEP revele todo el entramado de impunidad
que permanece oculto.
¿Un cambio ingeniosamente
indolente e incierto?
Sin duda, el “cambio positivo” que propone Hernández es más ingenioso que
el de Petro. Pretende llegar a la Presidencia como un líder antipolítico e
incorruptible, cuando no es ninguna de las dos cosas, así simule ser tal y
tenga deslumbrados a millones de colombianos. Su ética empresarial está más
cercana a la de un rentista que propiamente a la de un emprendedor y como hemos
visto se ufana de ello. Su oscura intervención a favor de su hijo en Vitalogic
nos recuerda a un expresidente tan pulcro y correcto como Uribe con sus hijos. Su
táctica política es más la de un promesero y demagogo sin límites, que ofrece
de todo a casi todos los sectores, manipulando el miedo, la indignación y la
ambición. Por eso convoca desde los grupos sociales más marginados, pasando por
la juventud y la clase media “apolítica”, los politiqueros tradicionales que
ahora pasan de agache frotándose las manos y antes los atacaban, como Fico,
hasta los empresarios felices e indolentes porque sus inversiones estarán muy
seguras, sus ganancias aumentarán sin más impuestos y además derrotará a Petro.
Es el candidato de los “ciudadanos de bien”, que por fin encontraron un líder
temperamentalmente muy parecido a Uribe: macho, trabajador, paternalista, procaz,
práctico, directo, vulgar y fuerte, que cachetea a sus contradictores y
les promete a sus seguidores lo mismo que Uribe: acabar con “la politiquería y
la corrupción” e incluso más, sin sonrojarse: restablecer relaciones con
Venezuela, negociar con el ELN, acatar la sentencia sobre el aborto de la Corte
Constitucional, administrar dosis de estupefacientes a los jóvenes adictos y
despenalizar el consumo recreativo de la marihuana. Es el candidato
“atrapatodo”, que recibe feliz los votos de la “Virgen Santísima y de todas las
prostitutas que vivan en el mismo barrio”,
porque lo que le importa es ganar. ¡Y
con semejante discurso de incoherencias se proclama el candidato más ético, el
único capaz de extirpar de raíz la corrupción! ¿Cuál será la ética, la decencia,
la coherencia intelectual y el respeto que sienten por sí mismos, sus familias
y conciudadanos los millones de votantes que lo respaldan? Un candidato que posa
de ser un filósofo y cita fuera de contexto supuestos imperativos categóricos
de Kant, pero sus palabras y comportamiento desafían la lógica, el sentido
común, la decencia y el principio de toda ética que comienza por pensar con
claridad y actuar con serenidad. Por todo lo anterior, este segundo escenario
de gobernabilidad 2022-2026 es de una indolencia inverosímil y de unos
resultados todavía más inciertos. Mucho
más si quienes lo acompañan reciben su triunfo como si fuera la copa de un
mundial de fútbol y el ganador piensa que ha llegado al poder y la Presidencia,
cuando en realidad está más cerca de convertirse en un funámbulo senil y ser un
rehén de todos aquellos que le cobrarán su apoyo cuando empiece a gobernar, como
los banqueros agiotistas y muchos empresarios codiciosos que apostaron por él.
Entonces el ingenioso Hernández pasaría de ser constructor de viviendas
populares a diseñador de castillos de arena que se desmoronarán con las
primeras olas de protesta popular ante el incumplimiento de sus promesas. Quizá
por ello anuncia entre sus fórmulas de gobernabilidad el estado de conmoción
interior. Ojalá esté completamente equivocado en la proyección de este
escenario y Hernández resulte ser un taumaturgo. Pero los milagros no existen
en la realidad política, pues ella se rige por intereses muy terrenales; sus
líderes no son ángeles sino mercaderes de necesidades y procastinadores de sueños
que suelen convertir en pesadillas. Una manera eficaz de superar los anteriores
escenarios y evitar su repetición es leyendo con atención y sensibilidad el
informe final de la Comisión de la Verdad que será difundido el próximo 28 de
junio. Pero sobre todo organizándonos como ciudadanía para evitar la
perpetuación y repetición de las atrocidades de este conflicto armado interno.
Un conflicto que no podemos seguir delegando totalmente en manos de los
políticos y gobernantes. Ya conocemos y padecemos el resultado y el legado de
la “paz con legalidad” con sus cifras de víctimas mortales: “930 líderes, de
los cuales 126 eran lideresas sociales, 245 firmantes del acuerdo de paz y se
han registrado 261 masacres, de las cuales solo 45 se habrían presentado en lo
corrido de este año”, según reciente informe de Indepaz. Nos ha llegado, pues, la hora de la verdad y
la acción ciudadana.
Es la hora de la verdad y la
acción ciudadana
Esta hora se expresa en múltiples iniciativas de
proyectos y organizaciones ciudadanas, como las mencionadas en el anterior Calicanto,
cuyos enlaces vuelvo a compartir para animarlos a consultarlos y de alguna forma
vincularse a sus actividades. Ellas son La Paz Querida con la formulación de
una Agenda
Ciudadana de Coexistencia Pacífica para Colombia.
También, la más académica sobre la crisis de la democracia y la emergencia de
una ciudadanía activa, impulsada por Valiente es Dialogar.
Y el proyecto Tenemos que Hablar Colombia,
con su propuesta de “El cambio que queremos”. Pero existen muchas más en todas las
regiones del país, impulsadas desde 1999 y que fueron reconocidas con el Premio
Nacional de Paz, como aparece en este enlace de la fundación Friedrich
Ebert
y se pueden consultar para cada año hasta 2016 pulsando en el año de interés.
Todas ellas, sin duda, nos pueden ayudar a superar los dos escenarios
anteriores, que prolongarían y profundizarían a su manera la insoportable e
inadmisible situación que vivimos desde hace más de medio siglo. Todo parece
indicar que ello depende más de nuestras acciones e iniciativas ciudadanas que
de los votos depositados en la Caja de Pandora Electoral
el próximo domingo 19 de junio.