martes, junio 21, 2022

MÁS ALLÁ DEL TRIUNFALISMO Y LA PROPIA BUENA VOLUNTAD

 

MÁS ALLÁ DEL TRIUNFALISMO Y LA PROPIA BUENA VOLUNTAD

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Hernando Llano Ángel

El que vence engendra odio. El que es vencido sufre; con serenidad y alegría se vive más allá de la victoria y la derrota”. Dhammapada 15, 201.

Entre las múltiples interpretaciones y lecturas de los resultados electorales de la segunda vuelta, quiero presentar una que se sitúe más allá del triunfo o la derrota, inspirado en la estrofa que me sirve de prefacio: “El que vence engendra odio. El que es vencido sufre; con serenidad y alegría se vive más allá de la victoria y la derrota”, tomada del Dhammapada[1], obra conocida como “El camino de la rectitud”, expresión de la sabiduría budista india. Una interpretación, entre muchas otras, que busca rescatar el espíritu convivencial de la democracia en lugar del controversial, que fácilmente degenera en confrontación violenta y odio. Un espíritu que es imprescindible tener en cuenta según los resultados electorales de ayer, pues ambos candidatos ganaron por mitad, cada uno en 16 departamentos[2]. Ese espíritu convivencial está en el renacimiento moderno de la democracia, contenido en la famosa consigna de la república francesa: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”[3], sin olvidar su complemento que es la legalidad. Legalidad que expresamente recoge el artículo 188 de nuestra Constitución: “El Presidente de la República simboliza la unidad nacional y al jurar el cumplimiento de la Constitución y de las leyes se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos”. Allí está la clave de la convivencia democrática. Un espíritu imprescindible en esta hora para que los colombianos dejemos de ser esa “federación de odios”, que todavía inunda de sufrimiento y sangre nuestra rica biodiversidad territorial, resistente y poderosa etnicidad. Un espíritu que, afortunadamente, ya aflora en el reciente trino del expresidente Uribe: “Para defender la democracia es menester acatarla. Gustavo Petro es el Presidente. Que nos guíe un sentimiento: Primero Colombia”. Sin duda, se trata de darle la primera oportunidad a esa Colombia de los nadies, para que ella sea la Colombia de todos. Porque Colombia no tolera más exclusiones de millones de colombianos sin derechos fundamentales, como gozar de un trabajo decente, tener pan en su mesa, salud en el hogar, educación pública gratuita, vivienda segura sin esquilmar con intereses durante 15 años a los “hombrecitos”[4], recreación sin alienación y degradante violencia machista[5], hasta que la dignidad se haga costumbre, como bien lo pregona la vicepresidenta Francia Márquez. Para que ello sea posible se debe concertar un nuevo modelo de desarrollo económico y de sociedad entre el trabajo y el capital. Desafío que claramente expresó en su discurso[6] de celebración el presidente electo, Gustavo Petro, al decir: "Nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia", "No porque lo adoremos, sino porque tenemos primero que superar la premodernidad en Colombia. Por ello el presidente electo propone fomentar la producción y la actividad económica para luego redistribuir la riqueza. Lo que plantea un auténtico desafío, el de la concertación y la negociación, buscando un gana-gana tanto para los trabajadores como para los empresarios, sin revanchismo social y mucho menos mezquindad empresarial. De manera que habrá que ser creativos y no destructivos. Replantearse con realismo y gradualismo, de parte del gobierno del Pacto Histórico, la transición energética, sin ir a generar catastrofismo económico. Pero también de parte de los gremios, no incurrir en bloqueos y sabotaje a la agenda social, porque ello derivaría en el peor de los escenarios y alentaría nuevos estallidos sociales, en donde todos perdemos. En fin, se trata de concertar e inventar una democracia de suma positiva, donde todos ganemos, y dejar atrás la democracia de suma nula, donde solo algunos pocos ganan y la mayoría pierde. Pero, sobre todo, dejar en la trastienda del pasado ese atavismo de la violencia política, de quienes todavía creen que el poder nace de la punta del fusil o de quienes pretenden gobernar sentados sobre bayonetas, lanzando el Esmad[7] y sus miembros contra la protesta pacífica de los ciudadanos. Por sus excesos de violencia y arbitrariedad no puede seguir existiendo, pues es una negación de la Constitución[8] y la civilidad propia de la institución policial “cuyo fin primordial es el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz[9]. Ya es hora de reconocer que el poder democrático solo surge de la palabra concertada, honrada y cumplida, entre ciudadanos y gobernantes. Y para ello se precisa de más deliberación y menos imposición. De más diálogos regionales y menos ordenes centrales, emanadas de Bogotá desde una fría y aristocrática Casa de Nariño que despliega alfombras rojas, como si fuera un palacio de duques y duquesas y no la casa republicana de todos los colombianos y colombianas. Ha llegado la hora de forjar y disfrutar entre todos y todas la auténtica democracia ciudadana y dejar atrás, en el museo de la ignominia, este régimen electofáctico[10] y su Estado cacocrático[11]. Para ello, propongo una especie de decálogo ciudadano para la convivencia democrática, con los siguientes compromisos, que no mandamientos: 1- Conversar, no insultar. 2- Escuchar, no tergiversar. 3- Concertar valores, no solo negociar intereses. 4- Colaborar, no solo competir. 5- Cuidar, no devastar. 6- Comprender, antes de juzgar. 7- Estimular, en lugar de desanimar. 8- Proponer, en lugar de vetar. 9- Dignificar, no humillar. 10- Convivir, no matar. Si entre todos y todas nos proponemos en nuestras relaciones interpersonales lo anterior, en lugar de enredarnos y extraviarnos en el laberinto mentiroso e injurioso de las redes sociales, seguramente que la dignidad se nos convierte en costumbre, como lucidamente lo pregona nuestra vicepresidenta, Francia Márquez, hija auténtica y valiente del País Nacional que ayer por fin triunfó sobre la mezquindad e indignidad del País Político[12]. Porque ya es hora de empezar a convertirnos en un solo país, un país democrático, civilista, justo, biodiverso, pacífico, telúrico y hermosamente interétnico. Para ello, hay que gobernar sin triunfalismos e incluso más allá de la propia buena voluntad y las certezas personales, escuchando la polifonía de todos los seres vivos, empezando por la biodiversidad e integridad de la Pachamama[13]. Así lo anuncia el presidente electo, Gustavo Petro: "Queremos que Colombia se coloque al frente en el mundo de la lucha contra el cambio climático". "(Este) Es el gobierno que quiere construir a Colombia como una potencia mundial de la vida. Y si queremos sintetizar en tres frases en qué consiste un gobierno de la vida, diría: primero, en la paz; segundo, en la justicia social; tercero, en la justicia ambiental". Sin duda, una agenda para una nueva vida que convierta en costumbre la dignidad, lo que precisa de varias generaciones, sin reelecciones, pues la política es viva y dinámica, renuente a los caudillos y sus petrificaciones.

 

 

 

 

 

 



POR EL TRIUNFO Y LA CELEBRACIÓN LOS RECONOCÉREIS

 

POR EL TRIUNFO Y LA CELEBRACIÓN LOS RECONOCÉREIS

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Hernando Llano Ángel

Espero que este pronóstico que a continuación presentaré esté totalmente equivocado, pero temo que no sea así. Asumo, pues, el riesgo de equivocarme tanto o más que las firmas de consultoría demoscópicas[1]. A continuación, la crónica del triunfo de Rodolfo Hernández y su significado: Por la euforia sin límite como celebran el triunfo de Rodolfo Hernández quienes se escondieron durante la segunda vuelta y no salieron del closet de la corrupción y el crimen impune de sus partidos, queda muy claro quiénes han ganado y quiénes han perdido. Han ganado los mismos de siempre y han perdido los nadies de toda la vida. De nuevo el “País Político”[2] celebra su triunfo, con todas las de la ley, sobre el “País Nacional”. Las caretas se han caído, ya no tiene sentido ocultarse. La fiesta “democrática” apenas comienza. Los políticos ayer repudiados, los banqueros fustigados y los mercaderes exitosos ahora corren a abrazarse. Hay que celebrar el triunfo de la estabilidad económica y la seguridad de sus negocios. Todo continuará como siempre: ¡Que viva la “democracia”! Se abre de nuevo el telón para que continúe el teatro de la farsa democrática.  Pronto veremos, el 21 de julio, que el ingenioso Hernández con sus abogados hará hasta lo imposible por salir indemne ante el Juzgado 10 penal del circuito de Bucaramanga[3], pues no se ha robado un peso en el escándalo de Vitalogic. Y es toda la verdad, no alcanzó, simplemente porque el contrato con Vitalogic no se celebró y su hijo predilecto perdió unos cuantos millones por su eficiente servicio de corretaje. Es una historia enredada y llena de ingeniosos trucos, típicos del ingeniero electo, tan ruin y mezquina como su fortuna, amasada con los intereses cobrados a “hombrecitos” durante 15 años por su vivienda popular[4]. Para conocerla y comprenderla, lo mejor es leer la juiciosa crónica de “La Silla Vacía”, titulada: “Sí hay pruebas de que Rodolfo Hernández participó en un entramado de corrupción”[5]. Historia complementada con las rigurosas pruebas de la Fiscalía y la Procuraduría, divulgadas por el portal Cuestión Pública, bajo el título: “Las piezas claves contra Rodolfo Hernández en la Procuraduría y la Fiscalía en el caso Vitalogic[6]. Cada lector podrá sacar sus propias conclusiones, aunque quizá demasiado tarde, pues ya millones de electores votaron a favor de la inocencia del ingeniero, ahora presidente electo. Nada sorprendente, pues en la política colombiana el crimen sí paga y triunfa con frecuencia en las elecciones para Congreso y Presidencia. Basta recordar los cerca de 60 congresistas parapolíticos que pasaron de sus curules a la cárcel[7]. A quienes el presidente Uribe les pedía que votarán sus proyectos antes de quedar presos[8]. Esa es la esencia del régimen que llamo electofáctico[9], la prefecta simbiosis del crimen con la política, que se perpetúa elección tras elección, garantizado de paso su impunidad. Ese régimen funciona, como lo denunciaba Álvaro Gómez Hurtado[10] (Q.E.P.D), porque establece una fina e inextricable red de complicidades, que va más allá de quien sea electo presidente, como se repite hoy con el ingenioso Hernández. Así aconteció con la reelección de Álvaro Uribe Vélez (2010-2014), gracias al “articulito” de la Constitución aprobado con el oportuno cohecho cometido por los ministros de Justicia, Sabas Pretelt[11], y de Salud, Diego Palacios. Delito que no les importó a los millones de electores que llevaron a Uribe a la Presidencia de la República. Así las cosas, el delito y el crimen terminaron siendo legitimados en las urnas. Un aporte monstruoso de millones de electores, para quienes violar la ley es insignificante, como para Hernández que la convierte en papel higiénico[12], pues lo importante es el triunfo de sus candidatos, que curiosamente se presentan como los adalides de la lucha contra la corrupción, el crimen y la impunidad. Es por todo lo anterior que tenemos un Estado cacocrático[13], pues a él llegan los ladrones más habilidosos, aquellos que roban y defraudan la confianza de millones de ciudadanos que creen en la pulcritud y rectitud de sus palabras, a pesar de que todas las pruebas y los hechos los condenen. No es una mera coincidencia que tanto Hernández como Uribe sean empresarios exitosos y prósperos, preocupados porque sus hijos hereden sus virtudes y fortunas. De manera que sus electores son responsables del triunfo de los cacos de la democracia y la instauración de la cacocracia en que vivimos. Un ingenioso Presidente electo que representará un espectáculo deplorable, como fue su campaña, pues transará con la mayoría de cacos en el Congreso su gobernabilidad a cambio de impunidad. Una nueva invención del régimen electofáctico, la gobernabilidad cacocrática, que intentará consolidar por otros cuatro años más este putrefacto régimen y su Estado cacocrático. Es, nada menos, que la institucionalización del crimen y la ilegalidad consagrada en las urnas, como sucedió con Trump en Estados Unidos y acontece con Putin en Rusia, Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua. Quedamos, pues, en el peor de los vecindarios, todo en nombre de la lucha contra la corrupción y la politiquería. ¡Qué vergüenza e ignorancia! Ojalá este relato sea una ficción disparatada y el País Nacional por fin triunfe sobre el País Político y no vaya a ser defraudado por el Pacto Histórico, porque la política jamás se puede petrificar. De suceder, tendríamos otra versión más deplorable que la misma cacocracia actual.



COLOMBIA, ENTRE URNAS Y TUMBAS

 

COLOMBIA, ENTRE URNAS Y TUMBAS

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Hernando Llano Ángel.

Es verdad que este domingo 19 de junio llegamos a las urnas con una mezcla de emociones, prevenciones, prejuicios, desconfianzas, miedos y esperanzas que conspiran contra el juicio y la racionalidad democrática. Los tres principios kantianos sobre la racionalidad democrática, popularizados pedagógicamente por el siempre vigente maestro Estanislao Zuleta, en su conocido ensayo “Democracia y Participación”[1]: 1-Pensar por sí mismo; 2- Pensar en lugar del otro y 3- Ser consecuente con lo que se piensa, están este próximo domingo en grave peligro de ser desconocidos por millones de electores que votarán sin someter a un juicio racional las mentiras y la desinformación que sobre ambos candidatos circulan profusamente por las redes sociales. Quienes voten teniendo en cuenta solo las informaciones y versiones que favorecen a su candidato y a sus intereses personales, empresariales o sociales, ignorando por completo los hechos que los contradigan o demuestran que son irrealizables, están contribuyendo activamente a la corrupción de la democracia. Es lo que acontece cuando decidimos nuestro voto a partir del consumo cotidiano de informaciones que recibimos solo por las redes sociales y los grupos de WhatsApp políticamente endogámicos, que crean una realidad virtual y digital a la medida de nuestras convicciones e intereses. Confundimos la ética con la defensa a ultranza de nuestros intereses y la simpatía con quienes los comparten. Tal unanimidad y homogeneidad de mensajes compartidos no solo nos impide pensar en el lugar del otro, sino que simplemente lo negamos porque consideramos que su identidad es peligrosa y moralmente perversa, inferior a la nuestra. Es un Otro con el que no podemos hablar, mucho menos contar para compartir un espacio común y convivir, porque lo descalificamos como una inminente amenaza para nuestra vida, bienes y familia. Cuando votamos así lo estamos haciendo desde prejuicios y emociones peligrosamente mortales como el miedo y el odio. Es un voto totalmente emotivo e irracional. Un voto que no contribuye a forjar reconocimiento y confianza con los diferentes a nosotros, sino todo lo contrario, profundiza la estigmatización y la desconfianza. Nos divide políticamente en bandos irreconciliables. Como lo decía el expresidente Betancur, se vota para perpetuar la “federación de odios” entre los colombianos, siendo miembros de una misma Nación supuestamente democrática. Así sucedía a mediados del siglo pasado entre bandos hostiles y enemigos que se autodenominaban liberales o conservadores. Bandos que necesitaron cerca de 300 mil víctimas mortales para reconocerse como iguales en medio del dolor y el sufrimiento. Los hermanó la sangre y la muerte en lugar de la vida. Y de allí surgió el Frente Nacional. ¿Será que vamos reeditar esa tradición ignominiosa y vergonzosa? Esa es la tradición de la perversión, mayor corrupción y completa desaparición de la democracia, pues convierte las urnas en tumbas.  Y lo más absurdo es que se realice en nombre de la lucha contra la corrupción y la defensa de la Vida. Hernández se arropa con la bandera de la “Liga de Gobernantes Anticorrupción”[2] y Petro con la enseña del Pacto Histórico[3] por la Vida y la dignidad. ¡Vergüenza deberíamos sentir de encontrarnos en semejante encrucijada mortal! Pero a este extremo hemos llegado. El reciente asesinato del líder indígena Misak, Jesús Antonio Montano, en el Cauca por hacer proselitismo a favor de Fico, así lo demuestra. Como también sucedió, no hay que olvidarlo, con el exterminio de cerca de 5.733 miembros de la Unión Patriótica[4] entre 1984 y 2016. Entre ellos, “dos candidatos presidenciales, los abogados Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa, 5 congresistas en ejercicio (Leonardo Posada, Pedro Jiménez, Octavio Vargas, Pedro Valencia, Manuel Cepeda), 11 diputados, 109 concejales, varios exconcejales, 8 alcaldes en ejercicio, 8 exalcaldes y miles de militantes fueron sometidos a exterminio físico y sistemático por parte de grupos paramilitares, miembros de la Fuerza Pública (Ejército Nacional, Armada Nacional, Fuerza Aérea, Policía Nacional, el F2 y el Departamento Administrativo de Seguridad) y los narcotraficantes;​ algunos sobrevivientes al exterminio abandonaron el país”. Teniendo en cuenta todo lo anterior, ya es hora de ir aprendiendo que “la democracia con sangre no entra” y no convertir el próximo domingo, una vez más, a las urnas en futuras tumbas. Por nosotros mismos y las futuras generaciones cumplamos el artículo 22 de la Constitución: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento” y la democracia es el derecho a la paz, porque ella “permite contar cabezas en lugar de cortarlas”. Lamentablemente nuestra historia y el presente demuestran todo lo contrario, tenemos una forma de gobierno que permite cortar cabezas[5] sin poder contarlas[6]. De nuestro voto depende que controversias sobre tan macabra contabilidad, como el número de líderes sociales asesinados o de “falsos positivos” perpetrados, no continúe siendo una realidad cotidiana. No hay mayor corrupción de la política que la guerra, el odio y la muerte, sin importar qué bandera se enarbole para excluir y asesinar, con la mejor buena conciencia, al contrario. Toda la razón tenía Robert Dahl cuando sentenció: “La democracia comienza en el momento, que llega después de mucho luchar, en que los adversarios se convencen de que el intento de eliminar al otro es mucho más oneroso que convivir con él”.

 

 

 

 

EL DÍA DESPUES DE LA SEGUNDA VUELTA PRESIDENCIAL

EL DÍA DESPUES DE LA SEGUNDA VUELTA PRESIDENCIAL

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Hernando Llano Ángel

No se trata aquí de predecir el triunfo del ganador, como si la democracia fuera un juego de suma cero, donde el vencedor no solo se llevará la vana gloria de ser Presidente de la República hasta el 2026, sino que además reclamará en forma hegemónica la conducción del país, expulsando al perdedor al terreno de la ilegitimidad y la persecución oficial. La posibilidad de que ello acontezca es muy grande por la forma éticamente maniquea y políticamente deplorable como ha transcurrido la campaña durante estos últimos días. Estamos ante el escenario más hostil e incierto para una transición democrática tranquila y la convivencia política pacífica. Esta recta final de la campaña produjo la ruptura de la regla de oro de la democracia, que es el reconocimiento mutuo por ambos candidatos de su legitimidad ética y política para alcanzar la Presidencia y conducir a la Nación. Sin embargo, todo parece indicar que quien gane será repudiado por la otra mitad perdedora y así no será posible gobernar democráticamente. A este escenario nos están conduciendo estrategas inescrupulosos que convierten la democracia en un juego de suma nula, en lugar de esforzarse por convertirla en un juego de suma positiva, donde todos ganemos mediante el ejercicio de nuestros derechos y el cumplimiento de nuestras responsabilidades ciudadanas. En lugar de ello, persisten en convertirnos en bandos irreconciliables de “ciudadanos de bien” en contra de una amenazante turba de ciudadanos estigmatizados como “vagos y atenidos,” solo porque exigen el “derecho a tener derechos”, que es lo propio de la ciudadanía.

Petro no es un demonio, ni Hernández un ángel

Al punto, que hoy millones de colombianos temen el triunfo de su adversario. Los seguidores de Hernández van a las urnas convencidos que si gana Petro sería el fin de la democracia porque llegaría a la Casa de Nariño un “guerrillero” que les expropiará hasta la patineta. Para reforzar este alucinante y mentiroso escenario, se anuncia en numerosas vallas que quienes quieren un cambio y voten por Petro el próximo domingo 19, convertirán a Colombia en Venezuela. Y Hernández culmina su campaña tildando al Pacto Histórico y a Petro de comandar una organización criminal, que si fuera tal no podría participar en esta segunda vuelta y menos haber obtenido 8 millones y medio de votos, el 40% de los electores en primera vuelta, frente a los casi 6 millones por Hernández. Semejante descalificación de Hernández significa, ni más ni menos, tildar de cómplices de delincuentes a casi la mitad de colombianos y sindicarlos de sospechosos del mayor crimen político existente, la muerte de la democracia, si votan el próximo domingo por Petro. Todo ello, reforzado en las redes sociales por versiones de supuestos crímenes abominables cometidos por Petro, como la atroz toma del Palacio de Justicia, cuando para entonces era un joven sin mando en la dirección del M-19 y se encontraba purgando pena en una cárcel. Hernández recurre a una retórica criminal y a la táctica de ilegitimar a Petro y el Pacto Histórico con base en los “petrovídeos” divulgados por la revista Semana. Vídeos que presentan estratagemas de campaña electoral censurables y repudiables, propuestas por el senador Roy Barreras hace más de un mes, pero que no son propias de organizaciones criminales, como lo hace ver Hernández y lo celebran con euforia sus seguidores. Estos vídeos son casi un juego de niños al lado de los acuerdos criminales del Pacto de Ralito[1] y de Chivolo[2] que realizaron gran parte de los políticos con los paramilitares, condenados posteriormente como responsables de concierto agravado para delinquir durante las administraciones del expresidente Uribe. Parapolíticos cuyos votos en el Congreso pedía el presidente Uribe[3] antes de que fueran a la cárcel. Lo que constituye el almendrón de la cacocracia[4] y la columna vertebral del régimen político electofáctico[5]. Políticos miembros de partidos y organizaciones que hoy se han apresurado a expresar públicamente su respaldo a Hernández, que astutamente ha dicho que recibe a todos los que quieran votar por él, pero que rechaza cualquier compromiso político con ellos. Una curiosa ética electoral que no logra ocultar y mucho menos neutralizar los apoyos que recibirá de esos políticos que hoy fustiga como corruptos e indeseables, Alex Char, Dilian Francisca Toro y toda la pléyade del Centro Democrático que apoyó a Fico, quien a su vez sindicaba a Hernández de hipócrita y corrupto por ser sub júdice en el caso de Vitalogic[6]. Así las cosas, ni Petro es ese diablo antidemocrático de un cambio apocalíptico, como tampoco Hernández es ese ángel salvífico de la democracia, portador de un cambio paradisiaco que exterminará la corrupción y la politiquería. Siendo sensatos y no dejándonos manipular emocionalmente por ese maniqueísmo mentiroso, tenemos que reconocer la realidad. Petro es un rebelde legalmente indultado, hasta la fecha con el mayor respaldo electoral de los colombianos. Y Hernández es un político imputado por el fallido contrato de Vitalogic[7], cuyo comportamiento como alcalde de Bucaramanga debe aclarar el próximo 21 de julio ante el Juzgado 10 penal del circuito[8]. Un político emergente que obtiene la segunda votación en primera vuelta con la bandera de la lucha contra la corrupción. En otras palabras, para millones de colombianos Petro es condenado por su pasado guerrillero, mientras Hernández es repudiado por su incierto futuro y su condición de imputado, además de su pintoresca figura de constructor e ingeniero de viviendas populares. Un ingeniero que amasó su fortuna con “hombrecitos” que le pagaron intereses por 15 años, preciándose de esa “delicia” de ingenioso emprendimiento. Sabemos que cualquiera de los dos será el Presidente de la República el próximo domingo 19 de junio y que a partir del 7 de agosto de 2022 deberá gobernar, según el artículo 188 de la Constitución, “garantizando los derechos y libertades de todos los colombianos”, pues simboliza la unidad nacional. La pregunta es si estará a la altura de ese desafío, cuando ese Presidente durante su campaña como candidato convenció a sus respectivos seguidores que su adversario era un peligroso delincuente o un impostor ultraderechista.

¿Un cambio petrificado?

Por ejemplo, si gana Petro, es casi seguro que la reacción del establecimiento económico será de una desconfianza hostil y sus proyectos reformistas intentarán ser bloqueados a toda costa. Reacción que no tiene fundamento, pues basta verificar que durante su alcaldía de Bogotá aumentó la inversión extranjera, según el gráfico 3 en la página 17 del estudio “Análisis sobre la importancia de la inversión extranjera directa y el comercio exterior en Bogotá”[9], publicado por la administración del alcalde Enrique Peñalosa. No obstante, es probable que se configure ese escenario de ingobernabilidad durante su presidencia, pues parte del statu quo del País Político, los cacaos empresariales y los agiotistas banqueros harán hasta lo imposible por sabotear sus reformas progresistas. Empezando por su proyecto de reforma fiscal con justicia tributaria, o el estímulo a las energías limpias, solar y eólica, para avanzar en la transición energética de las energías fósiles. Este probable escenario puede repercutir social y económicamente negativamente, pues siempre les resultará más difícil gobernar a quienes promueven sociedades equitativas y la convivencia social, reconociendo y ampliando derechos. Por el contrario, es más fácil hacerlo para aquellos que gobiernan protegiendo privilegios económicos y la libertad del mercado a punta de subsidios y asistencialismo estatal para contener el hambre y las protestas sociales, sin alterar significativamente un orden económico y social profundamente injusto como el nuestro. En este escenario se presentaría un pulso conflictivo entre el gobierno y la oposición, que puede llevarnos a una petrificación o bloqueo de la gobernabilidad democrática y generar turbulencias institucionales inmanejables, configurándose así la profecía autocumplida[10] de quienes auguraban caos y crisis económica con medidas chantajistas como la “cláusula Petro”, la fuga de capitales y hasta los paros patronales, siendo entonces corresponsables de semejante hecatombe. El otro escenario, con el triunfo de Hernández, es el que sus partidarios llaman el “cambio positivo”, aunque sus límites y contornos sean tan difusos e inciertos como su promotor, que confunde a Albert Einstein con Adolf Hitler y llama “el gran pensador alemán”. Un lapsus que ignoramos si se debió a su edad y falta de lucidez intelectual o que revela su inconfesable credo nazista, dejándonos con una duda razonable y angustiante. Por ahora, no sabemos cuál de las dos situaciones es más grave y peligrosa, pero si gana Hernández pronto lo sabremos y ojalá no se trate de una senilidad nazista. Según algunos puntos de vista, estamos frente a la incertidumbre generada por el cambio de Petro y la certeza de que detrás del “cambio positivo” de RH se esconde todo el País Político y sus principales líderes. Líderes temerosos de que les haya llegado la hora de la verdad sobre sus responsabilidades históricas y la JEP revele todo el entramado de impunidad que permanece oculto.

¿Un cambio ingeniosamente indolente e incierto?

Sin duda, el “cambio positivo” que propone Hernández es más ingenioso que el de Petro. Pretende llegar a la Presidencia como un líder antipolítico e incorruptible, cuando no es ninguna de las dos cosas, así simule ser tal y tenga deslumbrados a millones de colombianos. Su ética empresarial está más cercana a la de un rentista que propiamente a la de un emprendedor y como hemos visto se ufana de ello. Su oscura intervención a favor de su hijo en Vitalogic nos recuerda a un expresidente tan pulcro y correcto como Uribe con sus hijos. Su táctica política es más la de un promesero y demagogo sin límites, que ofrece de todo a casi todos los sectores, manipulando el miedo, la indignación y la ambición. Por eso convoca desde los grupos sociales más marginados, pasando por la juventud y la clase media “apolítica”, los politiqueros tradicionales que ahora pasan de agache frotándose las manos y antes los atacaban, como Fico, hasta los empresarios felices e indolentes porque sus inversiones estarán muy seguras, sus ganancias aumentarán sin más impuestos y además derrotará a Petro. Es el candidato de los “ciudadanos de bien”, que por fin encontraron un líder temperamentalmente muy parecido a Uribe: macho, trabajador, paternalista, procaz, práctico, directo, vulgar y fuerte, que cachetea a sus contradictores[11] y les promete a sus seguidores lo mismo que Uribe: acabar con “la politiquería y la corrupción” e incluso más, sin sonrojarse: restablecer relaciones con Venezuela, negociar con el ELN, acatar la sentencia sobre el aborto de la Corte Constitucional, administrar dosis de estupefacientes a los jóvenes adictos y despenalizar el consumo recreativo de la marihuana. Es el candidato “atrapatodo”, que recibe feliz los votos de la “Virgen Santísima y de todas las prostitutas que vivan en el mismo barrio”[12], porque lo que le importa es ganar.  ¡Y con semejante discurso de incoherencias se proclama el candidato más ético, el único capaz de extirpar de raíz la corrupción! ¿Cuál será la ética, la decencia, la coherencia intelectual y el respeto que sienten por sí mismos, sus familias y conciudadanos los millones de votantes que lo respaldan? Un candidato que posa de ser un filósofo y cita fuera de contexto supuestos imperativos categóricos de Kant, pero sus palabras y comportamiento desafían la lógica, el sentido común, la decencia y el principio de toda ética que comienza por pensar con claridad y actuar con serenidad. Por todo lo anterior, este segundo escenario de gobernabilidad 2022-2026 es de una indolencia inverosímil y de unos resultados todavía más inciertos.  Mucho más si quienes lo acompañan reciben su triunfo como si fuera la copa de un mundial de fútbol y el ganador piensa que ha llegado al poder y la Presidencia, cuando en realidad está más cerca de convertirse en un funámbulo senil y ser un rehén de todos aquellos que le cobrarán su apoyo cuando empiece a gobernar, como los banqueros agiotistas y muchos empresarios codiciosos que apostaron por él. Entonces el ingenioso Hernández pasaría de ser constructor de viviendas populares a diseñador de castillos de arena que se desmoronarán con las primeras olas de protesta popular ante el incumplimiento de sus promesas. Quizá por ello anuncia entre sus fórmulas de gobernabilidad el estado de conmoción interior. Ojalá esté completamente equivocado en la proyección de este escenario y Hernández resulte ser un taumaturgo. Pero los milagros no existen en la realidad política, pues ella se rige por intereses muy terrenales; sus líderes no son ángeles sino mercaderes de necesidades y procastinadores de sueños que suelen convertir en pesadillas. Una manera eficaz de superar los anteriores escenarios y evitar su repetición es leyendo con atención y sensibilidad el informe final de la Comisión de la Verdad que será difundido el próximo 28 de junio. Pero sobre todo organizándonos como ciudadanía para evitar la perpetuación y repetición de las atrocidades de este conflicto armado interno. Un conflicto que no podemos seguir delegando totalmente en manos de los políticos y gobernantes. Ya conocemos y padecemos el resultado y el legado de la “paz con legalidad” con sus cifras de víctimas mortales: “930 líderes, de los cuales 126 eran lideresas sociales, 245 firmantes del acuerdo de paz y se han registrado 261 masacres, de las cuales solo 45 se habrían presentado en lo corrido de este año”, según reciente informe de Indepaz[13].  Nos ha llegado, pues, la hora de la verdad y la acción ciudadana.   

Es la hora de la verdad y la acción ciudadana

Esta hora se expresa en múltiples iniciativas de proyectos y organizaciones ciudadanas, como las mencionadas en el anterior Calicanto[14], cuyos enlaces vuelvo a compartir para animarlos a consultarlos y de alguna forma vincularse a sus actividades. Ellas son La Paz Querida con la formulación de una Agenda Ciudadana de Coexistencia Pacífica para Colombia[15]. También, la más académica sobre la crisis de la democracia y la emergencia de una ciudadanía activa, impulsada por Valiente es Dialogar[16]. Y el proyecto Tenemos que Hablar Colombia[17], con su propuesta de “El cambio que queremos”. Pero existen muchas más en todas las regiones del país, impulsadas desde 1999  y que fueron reconocidas con el Premio Nacional de Paz, como aparece en este enlace de la fundación Friedrich Ebert[18] y se pueden consultar para cada año hasta 2016 pulsando en el año de interés. Todas ellas, sin duda, nos pueden ayudar a superar los dos escenarios anteriores, que prolongarían y profundizarían a su manera la insoportable e inadmisible situación que vivimos desde hace más de medio siglo. Todo parece indicar que ello depende más de nuestras acciones e iniciativas ciudadanas que de los votos depositados en la Caja de Pandora Electoral[19] el próximo domingo 19 de junio.