21
N: LAS METAFÓRAS Y LOS ADJETIVOS NO ALCANZAN
Hernando Llano
Ángel.
El 21 de noviembre de
2019 Colombia despertó con la democracia en las calles y se acostó con el miedo
en sus casas. Cali fue la primera ciudad que vivió esa metamorfosis política y
social. En la mañana la indignación altiva y festiva de la clase media se tomó
las calles. La protesta social fue masiva, cordial y recreativa, entre tambores
y saltos del Guasón, sin violencia alguna. El CAM no tuvo espacio para albergar
tanta diversidad y alegría rebelde, la multitud desbordó la plazoleta y colmó
todo el paseo Bolívar. Una expresión más de esa nueva ciudadanía democrática,
intergeneracional y transgénero, diversa, animalista y posantropocéntrica. Una
ciudadanía que siente y defiende con igual respeto y coherencia la vida
vegetal, fluvial, marítima, animal y la dignidad humana, como un pluriverso
total e indivisible, del cual todos somos parte. Una ciudadanía que se rebela
contra esa voraz subespecie de narcisistas tiránicos que degradan la vida a
mercancía y plusvalía, bajo la coartada de una democracia cuyo verdadero rostro
y nombre es mercadocracia. Esa subespecie de amos, banqueros, empresarios,
políticos y ejecutivos con sus rostros sonrientes de éxito, que vemos todos los
días en la televisión y la prensa, orgullosos de su sed insaciable de ganancias
y su emprendimiento devastador sin límites. Contra esa subespecie gobernante y
dirigente se vienen expresando millones de ciudadanos de clase media, en todo
el mundo, reclamando una democracia real que supere los límites de los
privilegios y las ganancias de esa minoría, que aumenta su patrimonio
especulando con nuestras necesidades, expoliando nuestro trabajo y robando
nuestros impuestos desde sus infamantes y corruptos cargos públicos, salvo
contadas excepciones. Reclamamos derechos universales a educación, salud,
vivienda y seguridad social, no subsidios y prebendas paliativas que condena a
las mayorías a una vida indigna, precaria y siempre subordinada a sus redes
clientelistas. Y como ciudadanía de clase media, valoramos y respetamos la vida
de los líderes y defensores de lo público, de los derechos humanos, por eso
nuestra protesta fue altiva y pacífica. Porque no toleramos más sus asesinatos
y persecuciones. Una ciudadanía que al término de la marcha colmó las
plazoletas de comidas de los centros comerciales, como El Centenario, en Cali
que, con su decoración decembrina, parecía albergar una extraña fiesta
ciudadana. Y así culminó ese mediodía de democracia de clase media.
Y
La noche que llega
Pero a las pocas horas
todo cambió y la movilidad de esa clase media democrática desapareció de las
calles. El alcalde Armitage, deplorándolo, decretó el toque de queda a partir
de las 7 de la noche. El jolgorio democrático de la clase media desapareció de
las calles y estas empezaron a poblarse por quienes no son acogidos en los
centros comerciales y sus modernas plazoletas de comida. Y esos jóvenes ansiosos,
excluidos y rabiosos se tomaron las calles, las plazas y frente a la Fuerza
Pública su rabia fue creciendo, hasta volcarse violentamente contra todo el
bienestar que el mercado les niega y los derechos que el Estado les brinda en
forma precaria y costosa: el transporte, la salud, la educación y el trabajo.
Entonces el caos, la destrucción de los bienes públicos, el saqueo del comercio
y de bienes privados, convirtió la cívica protesta de clase media en una
batalla campal de pobres desarraigados contra pobres uniformados. En pocas
horas pasamos de una mañana democrática a una tenebrosa noche de miedo familiar.
Muchos de aquellos que al mediodía se comportaron como ejemplares ciudadanos,
en la noche pasaron a ser furiosos y temibles defensores del patrimonio
familiar, aupados por un miedo exacerbado, difundido por las redes sociales. Y
estas escenas se repitieron en Bogotá el 22 de noviembre, donde también el
miedo ingresó en la noche a las unidades residenciales, acompañado del ruido de
cientos de miles de cacerolazos y de familias armadas con sus utensilios
domésticos: escobas, cuchillos, sartenes y palos.
¿Del
civismo al fascismo?
Y de repente el civismo pareció mutarse en fascismo. Aparecieron
armas de uso exclusivo de las fuerzas militares, escopetas del abolengo
familiar, rusticas pistolas, cuchillos, machetes, bates, se escucharon disparos
y tomó cuerpo un pánico colectivo que legitimaba la autodefensa familiar y
social. En las redes sociales circularon
nuevamente las arengas de Carlos Castaño y muchos admiraron su “clarividencia y
valor”, dispuestos a seguir su ejemplo en las ciudades. Tal parece que ese es
el mayor peligro que vivimos en la actualidad. Promover una violenta
polarización social, donde supuestos “ciudadanos de bien” se enfrentan a
“hordas de desadaptados”, vándalos y terroristas, todo ello estimulado por el
miedo y una incuestionable conciencia ciudadana, según la cual hay una
violencia buena –la que defiende nuestros bienes e indolente e insolidario
estilo de vida— contra otra violencia mala y demoníaca que nos amenaza de
muerte. Pero tal maniqueísmo político y social olvida que la génesis de esa
violencia mala es una violencia buena, supuestamente legítima, que muchos se
niegan a ver y cuya barbarie y crueldad empieza a revelarse gracias a la JEP,
la Comisión de la Verdad, la Unidad de Búsqueda de personas dadas por Desaparecidas
(cerca de 80.000) y los recientes encuentros improbables entre protagonistas ilegales de
esa pesadilla violenta, los excomandantes paramilitares y exguerrilleros, que
al menos tienen el valor de dar la cara y no se protegen tras la inmunidad que otorga
un fuero presidencial y la laxitud moral de millones de electores. Protagonistas
institucionales que hoy se sitúan por encima de la ley y se creen más allá del
bien y del mal, una especie de soberanos intocables, revestidos con aureola de
héroes y gobernantes eternos, celosamente defendidos por leguleyos expertos en
burlar la justicia.
El
vandalismo institucional
La laxitud de esos
millones de electores olvida los cerca de cinco mil “falsos positivos” y los
billones de pesos defraudados y apropiados por “gente de bien” en negociados
como Invercolsa, Agro Ingreso Seguro, Reficar, Hidroituango y los entramados
ilegales de muchas EPS, para no mencionar las tramoyas ilegales tejidas en el
Congreso y las altas Cortes, como las campañas presidenciales financiadas por
Odebrecht y generosos empresarios legales y criminales. A todos ellos parece
estar llegándoles la hora de la verdad. Si todo lo anterior fuera tan visible a
nuestros ojos y ofensivo a nuestra sensibilidad moral, como lo son los destrozos
en bienes públicos y privados dejados durante estos días de paro, rabia y
resentimiento social, no soportaríamos el paisaje de muerte y putrefacción de
esos miles de cadáveres de jóvenes (“falsos positivos”) esparcidos en las
calles y la ruina de cientos de hospitales, escuelas, universidades, casas e
infraestructura social causada por el robo continuado de unos cuantos
tecnócratas y cleptócratas, disfrazados de gobernantes y representantes de
intereses privados, que gozan de impunidad. Pero ese vandalismo institucional y
sus responsables se ocultan muy bien tras esa mampara de “democracia ejemplar”
que se escenifica en las elecciones y en los discursos oficiales. Esa mampara
ha empezado a resquebrajarse y está quedando a la vista pública la fea desnudez
de sus protagonistas. No se puede seguir ocultando tanta desfachatez, por más
trajes, condecoraciones, bandas presidenciales y uniformes que traten de
disimularla y revestirla de legitimidad democrática. Ya va siendo hora de que
Duque despierte de su autismo y narcisismo presidencial. Que deje de ser ese
infante patético que, con el tono enérgico y vacío de sus alocuciones, vive obsesionado
con el orden público y la seguridad, creyendo que eso basta para gobernar.
Debería recordar el famoso aforismo: “Con las bayonetas pueden hacerse muchas
cosas, menos sentarse sobre ellas”. Como Presidente piadoso, egresado de la
Universidad Sergio Arboleda, más le convendría tener presente el siguiente
consejo pontificio: “La seguridad de los ricos es la tranquilidad de los pobres”,
y saber que esta última solo se alcanza con políticas sociales y no con toques
de queda.
El
desafío democrático
Por ello, el mayor
desafío para los recién electos alcaldes y gobernadores es reconstruir desde la
ciudadanía, desde los barrios y veredas, una gobernabilidad democrática de
carácter social y no clientela. Renunciar del todo a los acuerdos burocráticos
con Concejos y Asambleas y sus tramoyas corruptas, que son la quintaesencia del
vandalismo institucional, principal responsable de las emergencias sociales y
las disrupciones violentas que estamos viviendo. Por nuestra parte, como
ciudadanos, no podemos caer en la pesadilla de las autodefensas vecinales y
menos permitir la manipulación de nuestro juicio por el miedo mediático de las
redes sociales y el oportunismo de falsos Mesías de izquierda o derecha que se
anuncian como salvadores providenciales. No más divisiones maniqueas de
ciudadanos de bien contra vándalos y ciudadanos del mal. La democracia precisa
de gobernantes ciudadanos, como los electos oportunamente en Bogotá, Medellín y
Cartagena, representativos de esa clase media que cívicamente se expresó el
pasado 21 de noviembre. Ellos asumen el mayor desafío: responder ejemplar y
pulcramente, con políticas sociales en lugar de toques de queda, a las
expectativas y necesidades populares inaplazables. De lo contrario, nos
esperarán muchas noches más largas y tenebrosas, sin aún haber despertado de la
que se ha prolongado por más de 50 años. Pero toda parece indicar que la aurora
democrática empieza a despuntar, lenta y dolorosamente, como siempre ha
sucedido en muchos otros lugares. Ahora depende de todos nosotros, como
ciudadanos y ciudadanas que se haga realidad. La democracia es un asunto
terrenal, no celestial. No esperemos milagros y muchos menos salvadores entre patricios,
plebeyos o militares. Basta mirar a nuestro alrededor: Venezuela, Bolivia,
Ecuador, Brasil, Argentina y Chile, en donde ya la ciudadanía está tomando
conciencia que el problema supera a los gobernantes, puesto que el meollo y
almendrón está en el mismo régimen y sus dinámicas excluyentes, criminales y
depredadoras, derivadas de la simbiosis del Estado con poderes de facto. Esta
transición histórica apenas está comenzando y su horizonte es incierto, se
debate entre la noche del miedo y el odio o el amanecer de una auténtica
democracia de ciudadanos, que nos exige a todos lucidez, coraje y sacrificio,
para no extraviarnos en los espejismos de utopías inalcanzables o
autoritarismos mesiánicos, sean de derecha o izquierda, solventados en el miedo
y la desesperación.