domingo, octubre 22, 2023

 

LA GEOPOLÍTICA DEL TERROR Y LOS FANATISMOS GENOCIDAS

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Hernando Llano Ángel.

El terror, esa violencia aleatoria, brutal e indiscriminada contra civiles inermes, nada soluciona. Es una consecuencia de fanatismos belicistas genocidas. La mayoría en nombre de religiones y creencias trascendentales, aunque en la actualidad parece que sea en nombre de la “democracia y la libertad”. Ya lo escribió un argelino-francés, Albert Camus, “las pasiones más peligrosas son las del espíritu, no las de la carne”, pues las primeras nunca mueren y siempre matan al otro, al hereje o enemigo, con la mejor buena conciencia.  Ese terror solo aumenta el odio y la espiral interminable de venganzas. Sepulta a la política en el terreno de las fosas comunas, los crímenes de guerra y de lesa humanidad. Por eso siempre debe ser repudiado y condenado. Poco importa si ese terror tiene origen en Hamás o el Estado Israelí. En nuestro país, como consecuencia del mismo, fueron ejecutados extrajudicialmente 6.402[1] jóvenes por agentes del Estado y han sido asesinados 1.279 líderes sociales[2] por organizaciones armadas ilegales desde el Acuerdo de Paz de 2016 hasta abril de 2022. Por eso, el terror siempre nos revela la máxima degradación de la condición humana y la pérdida total del honor militar. Disparar contra civiles indefensos es un asesinato, más allá de los móviles y objetivos que se promuevan, como lo hizo Hamás el sábado 7 de octubre en medio de un concierto juvenil[3] en territorio israelí. Bombardear poblaciones, edificios, calles y playas, despedazando ancianos, niños y jóvenes, como lo hace el ejército de Israel y lo vemos todos los días en noticieros, es terrorismo y no legítima defensa, pues desconoce los principios básicos del DIH, el de distinción y uso proporcional de la fuerza. No es combatir. Es masacrar y cometer crímenes de lesa humanidad. Es lo que hace día y noche el ejército israelí contra la población civil en la franja de Gaza desde el 7 de octubre. Pero también lo viene realizando desde hace años. Basta ver el documental “Nacido en Gaza[4]”, disponible en Netflix, sobre la guerra del 2014, para constatar la pérdida absoluta de honor militar en las filas de dicho ejército. Allí no vemos combates, solo matanzas de niños, adultos y personal paramédico. No hay heroísmo alguno en lanzar misiles y asesinar niños en una playa de Gaza, menos aún en celebrar tal ignominia como un triunfo. Tampoco lo hay, como lo hizo Hamás, en ingresar al territorio israelí y convertir un concierto juvenil en una orgia de muerte y secuestrar a cientos de civiles. Allí no hay enfrentamientos entre combatientes, sino odio y venganza contra civiles indefensos, sean las víctimas israelíes, árabes, colombianas[5] o de otras nacionalidades. No hay combates, solo asesinatos. Es lo que sigue sucediendo en el medio oriente. Allí no hay héroes. No hay estadistas, solo criminales de guerra. Desde aquellos que disparan, matan y secuestran israelíes inermes, hasta los que lanzan misiles y bombas contra civiles indefensos, resguardándose en la retaguardia de su territorio, bien sea en Israel, la franja de Gaza o el Líbano. Es tal la degradación militar de ambas partes, que ahora eluden su responsabilidad en el bombardeo al Hospital Al Ahli[6] en Gaza, superando así la validez de aquel conocido aforismo según el cual la verdad es la primera baja en toda guerra. En este caso no hay una guerra con enfrentamientos entre dos ejércitos –el de Israel contra Hamás-- sino una sistemática y generalizada masacre de civiles por dos bandos militarmente enceguecidos por el odio y la venganza. No se trata, pues, tanto de una guerra sino de un genocidio en marcha, cuyo vencedor tendrá que enfrentar el juicio de la conciencia universal –pues difícilmente la Corte Penal Internacional podrá hacerlo— y el peso de su victoria será ignominioso. Un peso aplastante que el ganador no podrá ocultar negando el genocidio y menos aligerar con la apología del triunfo de la “democracia y la libertad” sobre el terrorismo.

El terrorismo genocida occidental

Basta recordar los triunfos sobre Irak y Afganistán, que hoy cubrirían de sangre, vergüenza e impunidad a los estadistas occidentales responsables de semejantes victorias, si tuviéramos memoria humanitaria. Victorias que en Irak cobraron, según cifras de “las ONG Oxford Research Group e Iraq Body Count de un mínimo de 44.000 civiles muertos de forma violenta desde el inicio de la invasión hasta julio de 2005”. “Sin embargo, existe un estudio independiente realizado mediante metodología científica por la revista británica especializada en medicina The Lancet que registra un valor aproximado de 98.000 víctimas civiles”. Pero “estas cifras han quedado ya desfasadas dado que el estudio se publicó el 29 de octubre de 2004. Una investigación del instituto Just Foreing Policy[7] eleva el número de muertos a 1,209,263 desde la invasión de 2003, incluyendo muertos por la violencia sectaria”. Todavía más atroz es el resultado de la cruzada norteamericana contra los talibanes en Afganistán, que hoy gobiernan brutalmente después de expulsarlos, donde según informe de la RTVE[8] el coste de la guerra contra el terror dejó más de 900.000 muertos, 8 billones de dólares y pérdida de libertades. “Hasta agosto del 2021 habían muerto entre 897.000 y 929.000 personas, en su mayoría civiles (entre 363.000 y 387.000)” y “unos 37 millones de personas han perdido sus hogares o se han convertido en refugiados a causa de las guerras libradas por EE.UU. tras el 11-S, según el Instituto Watson de la prestigiosa Universidad de Brown (EE.UU.)”. La pregunta obvia es ¿Será que hay un terrorismo bueno y democrático, el de occidente, y otro malo y totalitario, el de sus opositores y Estados ocupados?  ¿Se podrá asesinar y desplazar a millones de civiles indefensos en nombre de la guerra contra el terrorismo? Las respuestas a estas preguntas ya nos la dieron esas mayorías de víctimas civiles: ambos son igualmente terroríficos y criminales. Ninguna parte puede reclamar legitimidad y mucho menos gobernar en nombre de unas victorias que no son triunfos militares sino simplemente genocidios ejecutados en forma sistemática y generalizada, perpetrando crímenes de guerra y de lesa humanidad.

La indiferencia y el fanatismo criminal

Pero aún es peor que millones de personas sigan por televisión y las redes sociales esta catástrofe humanitaria, como si fuera un juego virtual, una película de terror de buenos contra malos, sin rechazar semejante barbarie y exigir respeto por la población civil de ambas partes. Más vergonzoso es que nos dejemos dividir en bandos irreconciliables de fanáticos, fácilmente manipulados por los líderes de cada bando y por los intereses de potencias oportunistas como Estados Unidos y la propia Unión Europea. Incluso, que en las redes sociales circulen apologías celebrando la superioridad cultural, científica, tecnológica y militar de los judíos sobre los árabes, para legitimar su ofensiva criminal. Más bien debería ser lo contrario. ¿Tiene sentido tanta superioridad militar, tecnológica y científica cuando se utiliza para bombardear civiles indefensos? ¿Para asesinar niños y niñas, ancianos y personal médico? Todo bajo el pretexto de eliminar el terror de Hamás. Tal crueldad indiscriminada lo que puede engendrar es más apoyo a las acciones desesperadas de venganza de Hamás, más niños y jóvenes susceptibles de ser reclutados en sus filas, pues trágicamente saben que tienen pocas oportunidades para sobrevivir. Su horizonte vital es huir de las ruinas y de la muerte que los merodea, vagar errantes por el mundo en una diáspora sin retorno y perder para siempre su terruño, o ingresar a Hamás e inmolarse como mártires de la causa, perpetrando actos terroristas. A tal infierno puede conducir la obsesión criminal de Netanyahu y de la extrema derecha israelí por eliminar a Hamás, con la complicidad de las potencias occidentales. El pueblo hebreo debería haber aprendido la lección de crueldad sin límites que el nazismo descargó contra millones de sus antepasados al pretender eliminarlos de la faz de la tierra, condenándolos y perpetuándoles a la diáspora. Los sionistas fanáticos deberían reconocer que tampoco puede haber solución final para el pueblo palestino, desplazándolo violentamente de la franja de Gaza, so pretexto de aniquilar a Hamás. Sin duda, Hamás [9]es una expresión terrorista de resistencia islamista fundamentalista que se niega a reconocer el estado israelí, se opuso al Acuerdo de Oslo y «denunció a Arafat y la OLP como traidores que permitirían la división de la Palestina histórica». Pero Israel también ha sometido a la población árabe a vivir por generaciones en un gueto, en una mezcla horrenda de apartheid y campo de internamiento a cielo abierto. Por eso, es de un cinismo abismal o de una ignorancia crasa citar a brillantes pensadores judíos a favor del actual Estado israelí, como Einstein, quien nunca estuvo de acuerdo con la creación de un Estado sionista de ultraderecha en Palestina. Durante su vida siempre abogó por la instauración de dos estados soberanos e independientes, para garantizar a sus respectivas pueblos la autodeterminación colectiva y la cooperación entre las dos culturas en Palestina. No sobra recordar de nuevo su “Discurso sobre la construcción de Palestina”, en el que Einstein expresó en 1931 en forma clara y lúcida que: “Establecer una cooperación satisfactoria entre árabes y judíos no es problema inglés sino nuestro. Nosotros, es decir, judíos y árabes, nosotros mismos tenemos que ponernos de acuerdo respecto a las exigencias de ambos pueblos para una vida comunitaria”. Y proponía como ejemplo a seguir a Suiza “que representa un grado superior en el desarrollo del Estado precisamente porque está construida por varios grupos nacionales”. Y concluía: “Todo cuanto hagamos por la obra común redundará no solo en bien de nuestros hermanos de Palestina sino en la moral y la dignidad de todo el pueblo judío”.

La expansión agresiva y criminal de Israel

Pero se hizo todo lo contrario. Hoy está en tela de juicio esa moral y dignidad de todo el pueblo judío por los actos devastadores y criminales de quienes lo gobiernan. Se consolidó un Estado israelí cada vez más imbuido de un sionismo fanático de ultraderecha, hoy liderado por Netanyahu quien ha promovido la expansión y construcción de más viviendas en territorio cisjordano. Expansión que fue rechazada en el 2021 por el mismo presidente Joe Biden y el Departamento de Estado: “EEUU expresó el martes su "profunda preocupación"[10]. Tanto por la intención israelí concretada este miércoles, tras casi un año de pausa, como por la licitación el pasado domingo para la construcción de 1.355 casas que había sido aprobada por el anterior Ejecutivo. El departamento de Estado reiteró su "firme oposición a la expansión de los asentamientos, lo cual es completamente incompatible con los esfuerzos para reducir las tensiones y restaurar la calma y dañan las posibilidades de la solución de dos Estados".  El mismo secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres[11], condenó en junio de este año "La expansión persistente de Israel de sus asentamientos en la Cisjordania ocupada, incluida Jerusalén Oriental, pues profundiza las necesidades humanitarias, alimenta significativamente la violencia, aumenta el riesgo de confrontación, afianza aún más la ocupación y socava el derecho del pueblo palestino a la libre determinación", ha añadido el secretario general. Guterres ha insistido en que esta política impide lograr una solución al conflicto de forma que la paz sea "justa, duradera y amplia", y en base al establecimiento de dos Estados”. Todo lo anterior, en un contexto de expansión continúa, pues “la cifra de nuevas viviendas anunciada supera la de las 4.427 viviendas notificadas a lo largo de todo 2022. En total este año ha anunciado la construcción de 13.082 viviendas, por encima del récord anual anterior de 12.159, correspondiente a 2020. En total, en Cisjordania viven unos 700.000 colonos judíos, parte en colonias consideradas legales por Israel y parte en asentamientos considerados ilegales incluso por el Gobierno israelí. El Derecho Internacional considera un crimen de guerra la colonización de territorios ocupados militarmente”. Queda claro que rechazar dicha política de ocupación expansionista no significa antisemitismo alguno, pues la misma oposición judía a Netanyahu la rechaza. Por el contrario, se debería reconocer que ese sionismo agresivo de extrema derecha es en la actualidad para el Estado Israel y su población, junto a las posiciones radicales extremas de Hamás en respuesta desesperada a dicha política, la mayor amenaza no solo para la paz y estabilidad en el medio oriente sino para la seguridad civil en Estados Unidos y Europa. Ya hay expresiones violentas aisladas de rechazo tanto en Europa como en Estados Unidos por el apoyo que están brindado a Netanyahu y su gobierno belicista de unidad nacional que, con el objetivo de aniquilar a Hamás, está cometiendo crímenes de guerra y de lesa humanidad para profundizar la geopolítica del terror y un genocidio, supuestamente todo en nombre de la libertad y la democracia con el respaldo de Estados Unidos y la Unión Europea. Para completar este cuadro de crueldad y cinismo, en lugar de forzar a Israel a cesar ya los bombardeos contra la población civil en la franja de Gaza y a Hamás a liberar los civiles secuestrados, ahora irrumpen como “buenos samaritanos” y solo promueven un corredor para la ayuda humanitaria. Pero los bombardeos israelíes ya alcanzan a los palestinos en el sur de Gaza[12], donde les ordenaron que se desplazarán en un término de 24 horas para garantizarles su seguridad y vida. Tales estratagemas criminales de Netanyahu quizá solo puedan compararse con las llevadas a cabo por los nazis contra sus antepasados al trasladarlos en trenes a campos de concentración, en cuyas entradas estaba la leyenda “Arbeit macht frei”[13]: “el trabajo libera”. A tales lugares conducen los fanatismos nacionalistas y religiosos, más allá de los nombres que les asigne coyunturalmente la historia y sus nefastos líderes. Como lo advirtió Hannah Arendt[14], judía alemana, en su artículo “Salvar la patria judía”, en mayo de 1948: “si los sionistas hubieran querido actuar como auténticos realistas en la política judía, deberían haber insistido una y otra vez que la única realidad permanente dentro de toda aquella constelación de factores era la presencia de árabes en Palestina, realidad que ninguna decisión política podía alterar, como no fuera la decisión de establecer un Estado totalitario, impuesto por la fuerza bruta correspondiente”. Que es lo que lamentablemente está haciendo Netanyahu y su gobierno de unidad nacional, con un costo mortal inadmisible para la población árabe y judía por el fanatismo de los sionistas y la terrorífica reacción de Hamás ante el expansionismo del Estado Israelí, condenado por las Naciones Unidas y hasta los Estados Unidos[15], su aliado estratégico, sin que pueda acusárseles de antisemitas.

 



DE TIERRA SANTA A TIERRA ARRASADA, LA GEOPOLÍTICA DEL TERROR

 

DE TIERRA SANTA A TIERRA ARRASADA, LA GEOPOLÍTICA DEL TERROR

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«Hacer la apología de la violencia es criminal, condenar todas las violencias es hipocresía». Jean Marie Domenach[1].

Hernando Llano Ángel.

Aquella tierra santa que recorrió hace más de dos mil años un predicador trashumante, andrajoso y maravilloso, entre divino y humano, proclamando la sacralidad de la vida, la superioridad del amor y de la fraternidad sobre el odio y la enemistad, todo ello en virtud del poder redentor y reconciliador del perdón, es hoy tierra arrasada[2] anegada en sangre. Una tierra arrasada por el fuego del odio y su disputa irracional entre dos pueblos hermanos, el árabe y el judío, cuyo origen común hoy reniegan sus líderes. Líderes criminalmente obsesionados en eliminarse, negándose mutuamente su condición de humanos con igual dignidad y derecho a su autodeterminación colectiva en una tierra históricamente habitada por ambos. En el origen de esta confrontación y degradación sin límites, donde la población civil palestina y judía es convertida en botín de guerra y carne de cañón, está presente la indolencia imperial británica y de las mismas Naciones Unidas que auspiciaron la creación del Estado de Israel en 1947[3] en territorio palestino, ignorando el rechazo de la población árabe a dicha decisión. Una decisión que ponía en riesgo su autodeterminación e igualdad política, como en efecto ha venido ocurriendo desde entonces conforme a los intereses geopolíticos de potencias imperiales. Tempranamente lo advirtió Hannah Arendt, el 25 de agosto de 1944, cuando escribió: “La política sionista de los últimos veinticinco años con respecto a los árabes podría pasar a la historia como un modelo de oportunismo y agregó el siguiente comentario de un líder árabe: “Tengan mucho cuidado, señores sionistas, los gobiernos van y vienen, pero un pueblo permanece. Aunque parece que la intensidad indiscriminada de los bombardeos ordenados por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu[4] contra la población civil árabe en la franja de Gaza y su desalojo inminente para despojarla de su precario espacio vital, infringiendo criminalmente los principios del Derecho Internacional Humanitario (DIH) de distinción[5] y proporcionalidad en el uso de la fuerza militar, como la protección especial de los campos de refugiados[6], es el objetivo estratégico de su proclamado nuevo orden en el medio oriente.

 

La criminalidad del orden político internacional

Con la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel, la comunidad internacional desconoció en la práctica el principio y derecho universal de la autodeterminación de los pueblos, “consagrado en la Carta de las Naciones Unidas, firmada el 26 de junio de 1945[7], en vigor desde el 24 de octubre del mismo año, que reconoce en su primer artículo el principio de «libre determinación de los pueblos», junto al de la «igualdad de derechos», como base del orden internacional[8]. Justamente el desconocimiento de este principio al pueblo palestino y la conversión del Estado Israelí como una potencia ocupante, se encuentra en el origen de la tierra arrasada en que está siendo convertida la franja de gaza y es sacrificada con sevicia la población civil árabe. Todo ello bajo el sofisma criminal y maniqueo de librar una guerra contra el terrorismo. Un terrorismo desplegado frecuentemente por el Estado Israelí durante casi medio siglo que supera con creces en violencia y destrucción el perpetrado brutalmente por Hamás[9] el fin de semana pasado, que merece el repudio y la condena universal. Pero la verdad es que ambas partes incurren en actos terroristas porque están ensañadas en cobrar contra la población civil inerme lo que son incapaces de lograr contra sus enemigos en el campo de batalla. Catástrofe humanitaria que se puede apreciar en este desgarrador documental “Nacido en Gaza”[10], disponible en Netflix y filmado después de la guerra de Gaza en 2014. De allí, que la única forma de contener semejante espiral sanguinaria de inhumanidad sea exigirles por igual el cumplimiento del DIH. Hamás debe liberar inmediatamente a los rehenes, que utiliza como disuasión frente a los bombardeos indiscriminados del ejército israelí, así como Netanyahu y su ministro de defensa deben ordenar la suspensión de las operaciones de “limpieza social” y de “tierra arrasada”[11], que públicamente los revela y condena ante la conciencia universal como criminales de guerra y de lesa humanidad. Órdenes que los pone en igual condición que Putin y su ocupación de Ucrania, aunque la Corte Penal Internacional no tenga competencia para procesarlos, pues Israel y su aliado incondicional y estratégico, Estados Unidos, no reconocen ni hacen parte del Estatuto de Roma y la Corte Penal Internacional. Militarmente son Estados que de facto se ponen por fuera del Derecho Internacional Humanitario, como lo hace Estados Unidos con los prisioneros en la cárcel de Guantánamo[12]. Son Estados facinerosos que se reclaman más allá de toda ley, como lo expresó el mismo Joseph Goebbels cuando compareció ante el Consejo de la Sociedad de Naciones en 1933. En nombre del Estado Nacional-Socialista alemán, atendiendo una queja formulada por un ciudadano judío, entonces respondió Goebbels lo siguiente: “Somos un Estado soberano y lo que ha dicho este individuo no nos concierne. Hacemos lo que queremos de nuestros socialistas, de nuestros pacifistas, de nuestros judíos, y no tenemos que soportar control alguno ni de la Humanidad, ni de la Sociedad de Naciones”. Sin duda, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, replica semejante desvarío pues hoy pretende bajo el pretexto del “estado de guerra” reclamar el respaldo unánime de sus ciudadanos y aliados internacionales para imponer un orden en la región basado en el terror del genocidio, la destrucción, el miedo y el odio. Por eso, sus anuncios sobre una guerra prolongada pueden desembocar en un enfrentamiento de consecuencias inimaginables con Irán, quien ya ha expresado su admiración por las acciones terroristas de Hamás[13] y su solidaridad en la lucha actual contra Israel.

Tres voces judías lúcidas y proféticas todavía ignoradas

Frente a semejante oportunismo criminal de Netanyahu y sus incondicionales seguidores nacionales e internacionales, cabe recordar la lucidez y el valor de tres eminentes pensadores judíos: Albert Einstein[14], Hannah Arendt[15] y Amos Oz[16], quienes advirtieron sobre el error y el horror de no reconocer política y estatalmente a los árabes en Palestina, como la única alternativa para evitar una espiral de guerras y venganzas interminables. Al respecto, Einstein escribió en su “Discurso sobre la construcción de Palestina” que: “Establecer una cooperación satisfactoria entre árabes y judíos no es problema inglés sino nuestro. Nosotros, es decir, judíos y árabes, nosotros mismos tenemos que ponernos de acuerdo respecto a las exigencias de ambos pueblos para una vida comunitaria. Y proponía como ejemplo a Suiza “que representa un grado superior en el desarrollo del Estado precisamente porque está construida por varios grupos nacionales”. Por su parte Arendt, en 1948, en su artículo “Salvar la patria judía[17], escribió que desconocer la presencia árabe en Palestina era una “realidad que ninguna decisión podía alterar” y de suceder conduciría a “establecer un Estado totalitario, impuesto por la fuerza bruta correspondiente”, que es lo que está haciendo hoy Netanyahu. Por eso, terminaba su escrito con 5 propuestas plenas de pertinencia, como las siguientes: 2- “La independencia de Palestina se puede alcanzar únicamente con una base sólida de cooperación judeo-árabe. Mientras se siga proclamando por parte de líderes judíos y árabes que “no hay puentes”, entre ambas comunidades (como ha manifestado Moshe Shertok), el territorio no puede ser entregado a la prudencia política de sus propios habitantes” y 5- “Un autogobierno local y consejos municipales y rurales judeo-árabes mixtos, a pequeña escala y tan numerosos como sea posible, constituyen las únicas medidas políticas realistas que pueden terminan haciendo posible la emancipación política de Palestina”, y culminaba con “Aún no es demasiado tarde”. Lamentablemente hoy si lo es.  Por último, el escritor judío Amos Oz, fallecido hace cinco años y postulado al nobel de literatura en varias ocasiones, en su conocida conferencia “Sobre la naturaleza del fanatismo”[18], lo define como: “Una lucha entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos. La actual crisis del mundo, en Oriente Próximo, o en Israel/Palestina, no es consecuencia de los valores del islam. No se debe a la mentalidad de los árabes como claman algunos racistas. En absoluto. Se debe a la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo. Entre fanatismo y pluralismo. Entre fanatismo y tolerancia”.  Y para superar ese fanatismo que hoy arrasa y devora a palestinos e israelíes los convoca a reconocer que: “En esencia la batalla entre judíos israelíes y árabes palestinos no es una guerra religiosa. Fundamentalmente, no es más que un conflicto territorial sobre la dolorosa cuestión ¿De quién es la tierra? Es fundamentalmente un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país. Ni guerra religiosa, ni guerra de culturas, ni desacuerdo entre dos tradiciones. Simplemente una verdadera disputa estatal sobre quien es propietario de la casa. Y creo que puede resolverse”.  «En 2015 afirmó que la supervivencia del Estado de Israel requiere la creación de un Estado Palestino independiente y que la coexistencia de ambos Estados es el camino hacia la paz en la región:

«No hay otra solución porque los palestinos no se van a ir, no tienen adónde. Los judíos israelíes tampoco nos vamos a ningún lugar, no tenemos adónde. No podemos ser una gran y alegre familia porque no somos una familia. Somos dos familias muy infelices. Debemos dividir la casa en dos apartamentos más pequeños. No hay otra opción.»

El maniqueísmo mortal de los fanáticos

Lo grave es que estas tres voces de ilustres judíos aún hoy no tienen resonancia alguna entre los fanáticos de ambos bandos trabados en guerra y, menos aún, entre millones de ciudadanos aturdidos por el miedo y confundidos por el dolor y el odio que propagan las noticias de una prensa sensacionalista, falta de rigor, sensibilidad y veracidad. Ya lo advertía Camus en 1951: “Cuanto mejor odian, más mienten. La prensa mundial, con algunas excepciones, no conoce hoy otra jerarquía. A falta de otra cosa, mi simpatía va hacia esos, escasos, que mienten menos porque odian mal”. Pero millones de fanáticos cada día odian más y proclaman en las redes sociales la superioridad moral de su propio bando, pues consideran que el otro es el terrorista y debe ser eliminado y exterminado para reafirmar así su identidad y pertenencia al bando de los justos y los buenos. El bando al que supuestamente le asiste el derecho, la verdad y la historia para eliminar a los malvados y exterminarlos del oriente próximo, como anuncia el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que hará en la franja de Gaza con su inhumano y criminal ultimátum a la población árabe para que la desaloje en 24 horas y realizar así una operación de tierra arrasada con el ingreso de su ejército vengador. Sin duda, Netanyahu disputa a Putin su liderazgo de terror y muerte en Ucrania, con la pasiva complicidad de Estados Unidos y la Unión Europea, tan inflexibles con Putin y tan complacientes con Netanyahu. Sin duda, sumarán otra página más de ignominia en la sangrienta historia de las democracias coloniales genocidas, traidoras e impostoras del humanismo que predican en casa, pero niegan criminalmente con una política exterior ausente de valores y derechos humanos, leal solo a sus intereses económicos y militares. La geopolítica del terror y los mercados.