domingo, junio 13, 2021

Juan Manuel Santos y su verdad sobre los "Falsos Positivos"

 

Juan Manuel Santos y su verdad sobre los “Falsos Positivos”

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/juan-manuel-santos-verdad-los-falsos-positivos

Hernando Llano Ángel

La versión por más de dos horas del expresidente Juan Manuel Santos ante la Comisión de la Verdad[1] sobre las ejecuciones extrajudiciales cometidas por miembros del Ejército Nacional entre 2006 y 2009, conocidos como “falsos positivos”, cuando tuvo bajo su responsabilidad el Ministerio de Defensa, constituye un aporte histórico trascendental. Trascendental no solo para la comprensión de la profunda degradación del conflicto armado, sino especialmente para desentrañar las siempre crípticas y oscuras relaciones entre el poder civil y el militar en la cúpula del Estado colombiano. Unas relaciones especialmente estrechas y crucialmente letales en desarrollo de la eufemística y criminal política de “seguridad democrática”, ideada y ejecutada bajo el férreo e implacable liderazgo del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de la República[2], según el numeral 3 del artículo 189 de la Constitución Política. De allí, el curioso olvido del expresidente Santos de la Directiva 029 de 2005[3], en su detallada y rigurosa presentación de los hechos, pues fue ésta la que fijó los nefastos estímulos y recompensas que posibilitaron  la ejecución de los más de 6.400 falsos positivos que investiga la JEP[4]. Esta Directiva, firmada por el entonces ministro de defensa, Camilo Ospina, fue literalmente la punta de lanza mortal que desató semejante sangría, todo ello en cumplimiento de la política de “seguridad democrática”. Esta Directiva institucionalizó como política de Estado y de gobierno las ejecuciones extrajudiciales, una práctica vergonzosamente consuetudinaria durante todos los gobiernos anteriores, que jamás se atrevieron a reconocer por escrito que era rentable y encomiable asesinar a quienes el presidente de turno calificara como enemigos del Estado. Antes se les denominaba “chusma”, “bandoleros”, luego comunistas y desde 2002 se les denomina “narcoterroristas”, según el signo de los tiempos. Y una vez promovida desde la cúspide del Estado esta cruzada “patriótica”, poco importó la identidad de quienes fueron asesinados, pues eran vidas sin valor. Bastaba que aparecieran con trajes camuflados y a su lado armas, granadas y municiones, cuidadosamente dispuestas en un falso teatro de operaciones militares. “Obviamente” tenían que ser “vidas sin valor”, de jóvenes pobres de los barrios marginados, que bajo el engaño de empleo y buena remuneración fueron conducidos a fosas comunes.

Más allá de la responsabilidad moral

Todo esto lo reveló con detalles dramáticos el expresidente Santos, incluso asumiendo con coraje su responsabilidad moral –cuya conciencia lo atormenta-- por no haber podido detener a tiempo dichas matanzas, siendo ministro de defensa. Es verdad, depuró del ejército a los máximos responsables de dichas ejecuciones, cerca de 20 oficiales, pero el mayor número de falsos positivos ocurrieron precisamente entre 2006 y 2009. Y es aquí donde llegamos al meollo del asunto. Dichos asesinatos se cometieron porque políticamente, según Santos y los numerosos discursos, arengas y pronunciamientos del presidente Uribe durante esos años, insistían con vehemencia y odio obcecado que había que “cortarle la cabeza a la culebra”, que estaba herida, pero no muerta. Un discurso casi que celebrado y aplaudido por la mayoría de medios de comunicación, como catapultas de una campaña victoriosa contra el “narcoterrorismo”. Discurso, que manifestó Santos en su “contribución a la verdad”, no compartía, pues para él, como ministro de defensa, lo más importante era debilitar estratégicamente a las FARC-EP y llevarlas a una mesa de negociación en términos políticos y militares a favor del Estado, no aniquilarlas, pues estimaba esto como un imposible ético, político y militar, ya que terminaría deslegitimando al ejército y el propio Estado. De allí, la necesidad de reconocer la existencia del conflicto armado interno, para evitar que el Estado se convirtiera y degradara en otro actor terrorista por no aplicar las normas del Derecho Internacional Humanitario, como en efecto sucedió con los “falsos positivos”, asesinando civiles inermes.

El consejo del general Valencia Tovar

Pero, lo más sorprendente, es que el mismo Santos reconoce que fue el general Álvaro Valencia Tovar quien le insistió en que lo más importante para fortalecer la legitimidad del ejército era reconocer a las FARC como un adversario. Un adversario que se debía derrotar, sin obsesionarse en su aniquilación como un enemigo, pues así se incurriría en crímenes de lesa humanidad como los “falsos positivos” y en campañas de tierra arrasada con grupos paramilitares. Y le advirtió el general Valencia que, considerar al adversario como un enemigo por aniquilar, alimentaba un odio sin límites, incompatible con el honor militar, y conduciría inexorablemente a cometer crímenes atroces, degradando el Ejército y su misma moral de combate. Esta anécdota de Santos confirma el célebre comentario de Don Miguel de Unamuno en la guerra civil española: “Es más fácil civilizar un militar, que desmilitarizar a un civil”. Eso es precisamente lo que nos sucede en Colombia desde el siglo XIX, resumido en el popular refrán: “Colombia es una tierra de cosas singulares, hacen la guerra los civiles y dan la paz los militares”. Al respecto, no olvidemos que el prohombre liberal, Darío Echandía, sentenció que “Rojas Pinilla había dado un golpe de opinión y no un golpe militar”, que contuvo el desangre entre liberales y conservadores. Así como Juan Manuel Santos, curiosamente, es el único presidente contemporáneo que recibió formación militar en la Armada Nacional y tuvo la capacidad de desarmar a las FARC. Son, pues, los políticos y líderes civiles, aquellos que no conocen el rigor y el sacrificio de las guerras, los más fervientes partidarios del armamentismo, el belicismo y la confrontación violenta. Y, por lo tanto, son también ellos los máximos responsables de crímenes tan atroces como los “falsos positivos”, pues mediante políticas como la “seguridad democrática” y su Directiva 029, promovieron que numerosos oficiales, suboficiales y soldados, estimulados por recompensas, compensaciones y condecoraciones pueriles, se degradaran como criminales y deslegitimaran al mismo ejército nacional. Ahora lo mínimo que deben hacer los miembros del ejército que cometieron dichos crímenes, para recuperar su dignidad personal y aliviar en algo el dolor de las víctimas sobrevivientes, es reconocer ante la JEP toda la verdad de lo acontecido. Así como el Ejército Nacional y su máximo comandante constitucional, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, deben reconocer públicamente semejante extravío criminal y degradación institucional, solicitando perdón a todas las víctimas de los “falsos positivos”, sus familiares y la Nación entera. Sin ello, nunca alcanzaremos la reconciliación política, pues ningún Estado puede encubrir y excusar conductas criminales entre algunos de sus superiores y miembros del Ejército nacional, en detrimento de la mayoría de sus integrantes, respetuosos de la Constitución, la ley y sus juramentos. Por su parte, el expresidente Uribe está en mora de comparecer ante la Comisión de la Verdad y aportar su versión como gobernante. Debe seguir el ejemplo de los expresidentes Cesar Gaviria Trujillo, Ernesto Samper Pizano y Juan Manuel Santos, para que la Comisión de la Verdad pueda confrontar todas las versiones y entregarnos al final de este año un informe lo más integral y completo de lo sucedido. Bien lo dice un proverbio chino, atribuido a Confucio: “En todo litigio hay por lo menos tres verdades: tu verdad, mi verdad y la verdad”. Y sin conocer todas las verdades de los protagonistas y antagonistas de nuestro prolongado e interminable conflicto armado será imposible que convivamos humanamente en una misma realidad, condición previa para empeñarnos en forjar una verdadera democracia, una comunidad política nacional. Una democracia donde por fin no haya cabida para enemigos sino para adversarios, que respetan plenamente sus vidas, las de sus opositores y las de todo su entorno social y natural. Una democracia que no tolerará más víctimas y victimarios y, en ningún caso, vengadores implacables a la derecha o la izquierda, que aspiran a una justicia punitiva imposible de alcanzar, pues todos carecen de autoridad moral para reclamarla y más aún para imponerla. De allí, la necesidad imprescindible de la justicia transicional, empeñada más en la verdad y la reparación de las relaciones sociales que en la venganza. Verdad, reparación y no repetición de semejantes hechos atroces, sin las cuales será imposible y éticamente inadmisible una futura reconciliación política entre todos los colombianos y colombianas.

 

 

Colombia Tanática y Gobierno Homicida

 

Colombia Tanática y Gobierno Homicida

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Hernando Llano Ángel

Mayo y junio de este 2021 quedarán en la memoria de todos los colombianos como los meses más funestos de nuestras vidas. Los meses en que nos extraviamos en laberintos de violencia y en el ascenso exponencial de la pandemia. Y, lo más grave, es que continuaremos siendo conducidos por dicho laberinto mortal, como consecuencia de la incurable endemia política que aqueja tanto al gobierno nacional como al Comité Nacional del Paro, incapaces de superar sus posiciones de fuerza para comenzar a desbloquear esta encrucijada letal. A lo anterior, se suma el desvarío febril por la reactivación económica que ataca a los gobernantes de las principales ciudades y departamentos, a la totalidad de agentes económicos y la mayoría de los consumidores, agobiados de tanta cuarentena, que saldrán como si fueran zombies inmortales a consumir y beber su último trago de vida. Bogotá, Medellín y Cali están a punto de colapsar en la disponibilidad de las camas UCI, con promedios de ocupación superiores al 97%[1] y, sin embargo, se decreta nacionalmente normalidad económica. Tal pareciera que las autoridades se hubiesen puesto de acuerdo para competir entre ellas por quien obtendrá la mayor tasa de mortalidad al finalizar este mes de junio. La confluencia de estos dos factores nos tiene hoy viviendo en una Colombia tanática. Para intentar salir de ese laberinto y no llegar a finales de junio a un escenario apocalíptico donde continúen cabalgando sobre todo el territorio nacional los jinetes del hambre, la muerte, la guerra y el autoengaño, es necesario empezar a conjurar el jinete de la soberbia y su cabalgadura más mortífera que es el autismo y el autoritarismo presidencial.

La cabalgadura más mortal

Sin duda, esa cabalgadura está confeccionada con el autismo de Duque y su correlato, el autoritarismo del gobierno nacional. Y es la más mortal porque parte del supuesto incuestionable de que sus proyectos, decisiones y mandatos son justos y legítimos, por lo cual deben ser obedecidos y acatados sin chistar. A tal grado llega la soberbia autoritaria de Duque, del Centro Democrático y su bancada de gobierno, que la Corte Constitucional tuvo que obligarlo a firmar la ley Estatutaria de la JEP, que habían objetado alegando una supuesta superioridad moral para proteger los derechos de los menores reclutados y ultrajados por todos los actores armados en desarrollo del conflicto armado interno. Esos menores a los que el actual ministro de defensa, Diego Molina, llamó “máquinas de guerra”[2], para justificar el bombardeo a un campamento guerrillero.  En forma similar procedió Duque con su proyecto de reforma tributaria, afirmando con voz estentórea que nadie se podría oponer a ella porque promovía la “sostenibilidad social”. Y lo que terminó generando fue la hecatombe social y su forzoso retiro. Al 31 de mayo, las víctimas mortales que ha cobrado semejante autismo y soberbia presidencial supera las 70, según Indepaz[3], y cerca de 129 personas han sido denunciadas como desaparecidas, según la revista Semana[4]. De allí la urgencia vital de la visita en terreno de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que empezará el 8 de junio, para esclarecer y contener tan tenebroso escenario, cuya simbiosis es la complacencia y complicidad de miembros de la Fuerza Pública con paramilitares citadinos. Un escenario tras el cual está una concepción profundamente antidemocrática de la autoridad, revestida de un formalismo legal que con el inconstitucional Decreto 575 del 28 de mayo[5], más conocido como de Asistencia Militar, artículos, incisos y una ampulosa retórica sobre la vigencia del “Estado de derecho”, revela la médula de la gobernabilidad autoritaria, que no es otra que el despliegue de la manu militari y su accionar criminal. Una “asistencia militar” que cada día cobra entre la juventud y la población civil más víctimas, como sucede en Cali, cuando en las noches los llamados “halcones de la muerte” salen a disparar contra quienes están en los bloqueos, en desarrollo de operativos adelantados por la Policía.  En la noche del pasado viernes 4 de junio, fueron asesinados en el Paso del Comercio los jóvenes Segundo Jaime Rosas, estudiante de Ingeniería Eléctrica de la Universidad del Valle, y Cristian Delgadillo Sánchez, quien hacia parte de un colectivo de ciclistas[6]. Para comprender y desbloquear el panorama de terror en Cali y sus complejas dimensiones políticas, económicas, sociales y criminales, se precisa de análisis rigurosos como los del profesor Carlos Duarte, del Instituto de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali, publicado en la Silla Vacía[7]. Y la conclusión más importante, pero también la más preocupante, no solo para Cali, sino para todo el país, es que la estrategia militar y de choque que profundiza el presidente Duque y su partido el Centro Democrático solo causará más víctimas mortales e ilegitimidad del Estado. Porque es bien sabido que “con las bayonetas pueden hacerse muchas cosas, menos sentarse sobre ellas”. Por eso no hay vía más eficaz y vital que la promovida en Cali por el alcalde Jorge Iván Ospina mediante el decreto 304[8] para desbloquear la ciudad, pues parte del reconocimiento del diálogo y del poder de los acuerdos, como el sustento de toda autoridad y legitimidad democrática[9]. Exactamente lo contrario de quienes confunden autoridad con autoritarismo, como lo hace el gobierno nacional, pues éste en lugar de sustentarse en la persuasión y los acuerdos, que es lo propio de la legitimidad democrática, se afianza sobre la imposición, la fuerza, la violencia y la muerte. De allí que sea tan deplorable la obsesión presidencial con la “asistencia militar” y la de su ministro de justicia[10] conminando a los empresarios de la ciudad a que desconozcan el decreto 304 y no se dejen confundir por el alcalde Ospina, supuestamente porque el presidente tiene la competencia constitucional de restablecer el orden público en toda la nación y sus decretos prevalecen sobre los de las autoridades territoriales. Es una vergüenza la ignorancia constitucional y legal del ministro de justicia, pues olvida y desconoce totalmente el bloque de constitucionalidad consagrado en nuestra Carta Política, que explícitamente señala en su artículo 93 que “los tratados y convenios internacionales ratificados por el Congreso, prevalecen en el orden interno”. Y uno de ellos es el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de la Convención Americana de Derechos Humanos, que precisamente la CIDH se encarga de velar y garantizar. Por todo ello, si el presidente Duque profundiza su tendencia autoritaria y busca a través de la asistencia militar evadir no solo la declaratoria de conmoción interior, sino además desconocer la aplicación del Decreto 304 y continuar arrasando los bloqueos solo por la fuerza y la violencia, con el aumento de la violación de los derechos humanos expresado en pérdidas de vidas humanas, heridos graves y desapariciones, más temprano que tarde tendrá que responder no solo ante la Corte Constitucional y el Congreso de la República, sino ante la misma Corte Penal Internacional en compañía de su nuevo mejor aliado en materia de violación a los derechos humanos, Nicolás Maduro.

 

   

 

 

 




miércoles, junio 02, 2021

De la cacofonía de la violencia al mutismo atroz de la muerte.

 

De la cacofonía de la violencia al mutismo atroz de la muerte

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Hernando Llano Ángel.

Todo parece indicar que estamos pasando en forma vertiginosa de la cacofonía de la violencia al mutismo atroz de la muerte.  Así sucedió en Cali, en la autopista suroriental a la altura del hotel la Luna, en los confusos y dolorosos hechos donde perdieron la vida tres colombianos. Dos de ellos, jóvenes que realizaban un bloqueo y fueron tiroteados por Fredy Bermúdez Ortiz, funcionario del CTI, quien fue brutalmente linchado. Como suele suceder donde la violencia predomina y define la suerte de la vida, los hechos son demasiados confusos, pero su desenlace es deplorable para todos. Es una pérdida de vidas que se puede profundizar hasta llegar a límites inimaginables y alcanzar los contornos de matanzas incontenibles. Estamos a punto de caer en esa pendiente sangrienta e irreversible si nos dejamos arrastrar por el miedo y el odio, consubstanciales al autoritarismo y el neofascismo elitista que dispara contra los jóvenes de primera línea. Miedo y odio que las redes sociales continúan estimulando de manera irresponsable y demencial. Ya quedó inscrito en la memoria y la historia de Cali este fatídico viernes 28 de mayo como uno de los más sangrientos y oscuros con un balance preliminar de 13 víctimas mortales y 36 heridos[1]. Aunque es difícil establecer con exactitud cuántas de estas víctimas cayeron en desarrollo de la jornada de protesta, lo que sí se puede concluir es que son vidas robadas[2] en un contexto de violencia degradada que, incluso en algunos bloqueos, han impedido el paso de ambulancias y la asistencia de misiones médicas. Bloqueos que han sido hostigados y atacados en forma criminal por grupos de civiles armados --que el Alcalde Ospina denomina “Halcones de la muerte-- y actúan con la complicidad de miembros de la Fuerza Pública. En realidad, se trata de un paramilitarismo citadino y elitista, que tuvo su irrupción desembozada en el ataque a la Minga indígena[3] el domingo 9 de mayo en la avenida Cañasgordas como se observa en varios vídeos.

Asistencia militar para deslegitimar la protesta social

De esta forma se ha configurado un escenario de criminalidad organizada en el contexto de una protesta ciudadana legítima, que ha tenido expresiones multitudinarias y pacíficas en varias ciudades del país, logrando que este gobierno autista y prepotente reverse políticas tan regresivas como sus proyectos de reformas tributaria y a la salud. Una criminalidad organizada marginal, que algunos denominan lumpen proletariado, confrontada militarmente por una alianza tanática del paramilitarismo elitista con la complicidad de miembros de la Fuerza Pública, expresión de un elitismo lumpen y mafioso, que arroja como resultado una violencia híbrida de carácter social, política y delincuencial. Un escenario verdaderamente tenebroso, que se está convirtiendo en una lucha de clases degradada, donde ya parece imposible discernir los límites entre la criminalidad del narcotráfico, la violencia depredadora de bandas organizadas, la insurgente infiltrada y la civil con motivaciones políticas, que son combatidas irregularmente por esa alianza fatídica entre paramilitarismo elitista y Fuerza Pública, con el respaldo tácito o explícito de cientos de miles de “buenos ciudadanos”, temerosos y pusilánimes. Ciudadanos en busca de un salvador providencial y de héroes de la patria que mueran en defensa de un Statu Quo desbordado por el hambre, la miseria y la pandemia, que precisa reformas sociales de fondo para superar estos estallidos sociales. Para ello, el presidente Duque decreta la Asistencia Militar y recurre “al máximo despliegue de la Fuerza Militar”, que extiende a ocho departamentos[4].Todo lo anterior, acompañado de una parafernalia de símbolos, vídeos y mensajes apocalípticos que están circulando por las redes sociales, exacerbando prejuicios raciales, clasistas y fanatismos políticos, que ya marcan e inscriben la campaña electoral del 2022 en un campo de batalla donde está en juego y en fuego el eclipse o la salvación, una vez más, de esta tanática y espuria “democracia”. De tal suerte, que hoy los ciudadanos nos encontramos frente a dos escenarios que son excluyentes. El primero, es la continuación de esta horrible noche autoritaria, profundizada con matanzas sistemáticas de civiles opositores, líderes políticos, sociales, jóvenes[5] y defensores de derechos humanos, todo en nombre de la “democracia” y la falacia de la derrota de una supuesta “revolución molecular” en las elecciones del próximo año. El segundo, es la continuidad de esta movilización social, donde emergen nuevas y jóvenes expresiones de una ciudadanía rebelde que ya no “come más cuento”, cuyo mayor desafío será traducir esta justa indignación en una victoria en las urnas del País Nacional sobre el País Político. Así se consolidaría la ruptura histórica de la política con las armas, consagrada en el Acuerdo de Paz de 2016, y podríamos continuar forjando una democracia de ciudadanos y ciudadanas, expulsando al ostracismo de la historia esta corrupta y tanática “democracia”. Pero por ahora lo más urgente es contener esta vorágine de violencia híbrida y degradada, que amenaza con deslegitimar la justa y pacífica protesta ciudadana, para lo cual se requiere la presencia ya de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y su respaldo a las negociaciones entre el gobierno nacional, el Comité Nacional del Paro y el desmonte progresivo de los bloqueos sin la amenaza letal  de la violencia elitista paramilitar y la de la “asistencia militar” arbitraria e ilegal que hasta la fecha arroja más de 60 víctimas mortales[6].

 

 

 

Más allá de la algarabía y del silencio

 

MÁS ALLÁ DE LA ALGARABIA Y DEL SILENCIO

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Hernando Llano Ángel.

Ni la algarabía incomprensible y mucho menos los silencios inefables nos sirven en estos momentos. Menos aún el estruendo de las balas, los obstáculos insalvables de las barricadas, los asfixiantes gases lacrimógenos, las heridas lacerantes del odio y las dolorosas e irreversibles vidas sacrificadas o desaparecidas, que no se pueden perpetuar más, ignorar y olvidar. Poco importa de qué lado se encontraban ellas en medio de las refriegas y los enfrentamientos. Lo que más necesitamos ahora es la palabra, pues ella es el principio de la vida política y social, no las armas y la violencia letal.

En el principio era el verbo

Comunicarnos, es el principio del reconocimiento de nuestra común humanidad, pluralidad y dignidad, que hoy están siendo puestas en vilo y arrasadas por el escalamiento de diversas violencias. Empezando por la violencia de los fanáticos. De aquellos que están absolutamente seguros de tener toda la razón y quieren imponerla a los demás, incluso eliminando a quienes los contradicen, pues los consideran una amenaza para sus vidas e identidades. Es la violencia de la superioridad moral, que se reviste de muchas formas. Una de las más letales, todos lo sabemos, es la violencia racial, en nombre de la cual se ha pretendido incluso negar la humanidad de quienes son considerados inferiores por su color de piel e identidad cultural, estigmatizándolos como la encarnación del mal, de la violencia y el crimen. Convirtiéndolos en los chivos expiatorios en muchas sociedades. Ayer fueron los judíos, hoy son los negros, los indios, los migrantes ilegales y, en últimas, los pobres, tanto en nuestro país como en la civilizada Europa, que les cierra sus fronteras y los ahoga en el mediterráneo. Y en nuestro continente la “democrática” Norteamérica que ahora levanta muros de legalidad y de control casi inexpugnables para millones de migrantes.

La aporofobia exacerbada

Es la aporofobia[1], el odio y el miedo hacia los pobres. Un odio que parece estar diseminado por todo el planeta y que coloniza las buenas conciencias a través de las redes sociales. La conciencia de quienes viven bien, más allá del azote del hambre, de la inseguridad y de las enfermedades mortales, en fin, que gozan de suficientes medios y comodidades para pensar bien y disfrutar la vida plenamente. Los “buenos ciudadanos”, aquellos que proclaman con orgullo que son más, que viven felices y satisfechos, complacidos con sus vidas. Unas vidas que se agotan en el horizonte de sus propias familias, en la prosperidad de sus empresas y en su más o menos extensa red social de exitosas e influyentes amistades en el mundo económico, político y cultural. Pero resulta que les ha llegado la pandemia del Covid-19 y les ha revelado la verdad de que también son mortales, tanto como los pobres que suelen despreciar, pero que mueren todos los días con mayor frecuencia y número que ellos, como lo demuestran las cifras del DANE[2]. Y, para colmo, también les llegó la endemia del paro nacional con las manifestaciones que atascan el tráfico, los indios que invaden sus barrios exclusivos, bloquean sus vías y los “secuestran” indefinidamente, impidiéndoles salir de sus cómodas casas. Quizá por ello solo ahora claman por la paz, la libertad, la seguridad, el pan y la vida. Aquellos derechos fundamentales sin los cuales no hay vida digna para nadie. Solo ahora empiezan a salir a las calles para proclamar, con justa razón y todo el derecho, que “Todos somos Cali”, “Todos somos Colombia”. De repente toman conciencia que la vida está más allá de su prosperidad, que no es posible vivir en un oasis de comodidad rodeados de un desierto de miseria, enfermedad y mortandad.  Solo ahora empiezan a tomar conciencia, cuando sienten sus vidas amenazadas y sus empresas gravemente afectadas de algo que siempre han ignorado, que no somos una Nación, una comunidad política, sino más bien una “federación de odios”. Que durante generaciones millones de familias en el campo han vivido bloqueadas por la guerra, sus cosechas han sido arruinadas, sus vidas devastadas por las guerrillas, los paramilitares y las acciones de la Fuerza Pública. En fin, que sus identidades y dignidades todavía continúan siendo desconocidas y pisoteadas. Hasta el punto que aproximadamente a 9 millones de víctimas le negaron su derecho a la representación política en el Congreso. Solo ahora, con el fallo de la Corte Constitucional[3], podrán ocupar las 16 curules de paz transitorias en el Senado consagradas en el Acuerdo de Paz y solo por dos períodos, desde el 2022 hasta el 2030. Cuando en verdad, las víctimas tienen el derecho a ser plenamente representadas sin límite de tiempo, como ciudadanas que son con iguales derechos políticos que el resto de colombianos y colombianas, más allá de dicha circunscripción transitoria de paz. Pero esto dependerá de su capacidad política para organizarse y expresarse como tal, sin dejarse esquilmar su representación política por oportunistas y mucho menos por sus victimarios, sean de extrema izquierda o derecha.

Las verdades del Paro Nacional

Es esta realidad de violencias, exclusión económica y social, con sus humillaciones centenarias a la mayoría de población, la que nos está revelando este paro prolongado, con toda la crudeza y violencia letal de la Fuerza Pública y de los bloqueos en carreteras y vías, atenuados por los corredores humanitarios. Por primera vez una protesta social está afectando la vida de todos, en las ciudades y en el campo, y nos está revelando las imposturas, hipocresías e incoherencias de unas instituciones políticas tanáticas y corruptas que se revisten con falsos oropeles democráticos. Esas instituciones están quedando desnudas ante el mundo. Están mostrando todas sus miserias y fealdades, las engendradas por la corrupción de un país político que se niega a ser superado por el país nacional, recurriendo para ello a las mentiras de la diplomacia en el exterior[4] y a la violencia policial y militar en el interior. Sin duda, estamos en la encrucijada histórica de empezar a desmantelar ese país político para que sea el país nacional el que confiera sentido y dote de legitimidad política y social a las instituciones estatales. Que las convierta en instituciones vitales, apoyadas ampliamente por la población, para despojarlas de ese contenido tanático que siempre han tenido y por el cual recurren a la fuerza y la violencia sistemática y periódica para sostenerse.