MÁS ALLÁ DE LA ALGARABIA Y
DEL SILENCIO
https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/mas-alla-la-algarabia-del-silencio
Hernando Llano Ángel.
Ni la algarabía incomprensible y mucho menos los silencios inefables nos
sirven en estos momentos. Menos aún el estruendo de las balas, los obstáculos
insalvables de las barricadas, los asfixiantes gases lacrimógenos, las heridas
lacerantes del odio y las dolorosas e irreversibles vidas sacrificadas o
desaparecidas, que no se pueden perpetuar más, ignorar y olvidar. Poco importa
de qué lado se encontraban ellas en medio de las refriegas y los
enfrentamientos. Lo que más necesitamos ahora es la palabra, pues ella es el
principio de la vida política y social, no las armas y la violencia letal.
En el principio era el verbo
Comunicarnos, es el principio del reconocimiento de nuestra común humanidad,
pluralidad y dignidad, que hoy están siendo puestas en vilo y arrasadas por el
escalamiento de diversas violencias. Empezando por la violencia de los
fanáticos. De aquellos que están absolutamente seguros de tener toda la razón y
quieren imponerla a los demás, incluso eliminando a quienes los contradicen,
pues los consideran una amenaza para sus vidas e identidades. Es la violencia
de la superioridad moral, que se reviste de muchas formas. Una de las más
letales, todos lo sabemos, es la violencia racial, en nombre de la cual se ha
pretendido incluso negar la humanidad de quienes son considerados inferiores
por su color de piel e identidad cultural, estigmatizándolos como la
encarnación del mal, de la violencia y el crimen. Convirtiéndolos en los chivos
expiatorios en muchas sociedades. Ayer fueron los judíos, hoy son los negros,
los indios, los migrantes ilegales y, en últimas, los pobres, tanto en nuestro
país como en la civilizada Europa, que les cierra sus fronteras y los ahoga en
el mediterráneo. Y en nuestro continente la “democrática” Norteamérica que
ahora levanta muros de legalidad y de control casi inexpugnables para millones
de migrantes.
La aporofobia exacerbada
Es la aporofobia[1],
el odio y el miedo hacia los pobres. Un odio que parece estar diseminado por
todo el planeta y que coloniza las buenas conciencias a través de las redes
sociales. La conciencia de quienes viven bien, más allá del azote del hambre,
de la inseguridad y de las enfermedades mortales, en fin, que gozan de
suficientes medios y comodidades para pensar bien y disfrutar la vida
plenamente. Los “buenos ciudadanos”, aquellos que proclaman con orgullo que son
más, que viven felices y satisfechos, complacidos con sus vidas. Unas vidas que
se agotan en el horizonte de sus propias familias, en la prosperidad de sus
empresas y en su más o menos extensa red social de exitosas e influyentes
amistades en el mundo económico, político y cultural. Pero resulta que les ha
llegado la pandemia del Covid-19 y les ha revelado la verdad de que también son
mortales, tanto como los pobres que suelen despreciar, pero que mueren todos
los días con mayor frecuencia y número que ellos, como lo demuestran las cifras
del DANE[2].
Y, para colmo, también les llegó la endemia del paro nacional con las
manifestaciones que atascan el tráfico, los indios que invaden sus barrios
exclusivos, bloquean sus vías y los “secuestran” indefinidamente, impidiéndoles
salir de sus cómodas casas. Quizá por ello solo ahora claman por la paz, la
libertad, la seguridad, el pan y la vida. Aquellos derechos fundamentales sin
los cuales no hay vida digna para nadie. Solo ahora empiezan a salir a las
calles para proclamar, con justa razón y todo el derecho, que “Todos somos
Cali”, “Todos somos Colombia”. De repente toman conciencia que la vida está más
allá de su prosperidad, que no es posible vivir en un oasis de comodidad
rodeados de un desierto de miseria, enfermedad y mortandad. Solo ahora empiezan a tomar conciencia, cuando
sienten sus vidas amenazadas y sus empresas gravemente afectadas de algo que
siempre han ignorado, que no somos una Nación, una comunidad política, sino más
bien una “federación de odios”. Que durante generaciones millones de familias
en el campo han vivido bloqueadas por la guerra, sus cosechas han sido
arruinadas, sus vidas devastadas por las guerrillas, los paramilitares y las
acciones de la Fuerza Pública. En fin, que sus identidades y dignidades todavía
continúan siendo desconocidas y pisoteadas. Hasta el punto que aproximadamente a
9 millones de víctimas le negaron su derecho a la representación política en el
Congreso. Solo ahora, con el fallo de la Corte Constitucional[3],
podrán ocupar las 16 curules de paz transitorias en el Senado consagradas en el
Acuerdo de Paz y solo por dos períodos, desde el 2022 hasta el 2030. Cuando en
verdad, las víctimas tienen el derecho a ser plenamente representadas sin
límite de tiempo, como ciudadanas que son con iguales derechos políticos que el
resto de colombianos y colombianas, más allá de dicha circunscripción
transitoria de paz. Pero esto dependerá de su capacidad política para organizarse
y expresarse como tal, sin dejarse esquilmar su representación política por
oportunistas y mucho menos por sus victimarios, sean de extrema izquierda o
derecha.
Las verdades del Paro
Nacional
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