lunes, enero 24, 2022

Responsabilidad ciudadana y corrupción de la política. Segunda parte.

 

RESPONSABILIDAD CIUDADANA Y CORRUPCIÓN DE LA POLÍTICA

(Segunda parte)

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/responsabilidad-ciudadana-corrupcion-la-politica-parte-ii

Hernando Llano Ángel

Enarbolar la bandera contra la corrupción es políticamente muy rentable. Ningún candidato puede renunciar a ella. Pero también es muy deplorable. Especialmente porque dicha bandera deslumbra a millones de ciudadanos que viven asqueados de la política y convoca una indignación tan intensa como racionalmente pueril y superficial. Tan superficial que la mayoría de ciudadanos ni siquiera confronta la identidad del político que se rasga públicamente sus vestiduras contra la corrupción y sus ejecutorias como servidor público en el desempeño de anteriores cargos. Mucho menos analiza o consulta a qué partido político pertenece dicho candidato y en qué medida dicha colectividad es o no responsable de la corrupción política. Sin verificar lo anterior, va ciegamente a las urnas y deposita su voto, para luego percatarse que ese candidato que agitó la bandera de la “lucha contra la corrupción y la politiquería” y gritó a pulmón herido “El que la hace, la paga”, cuando está gobernado se convierte en un cómplice o incluso en un protagonista más de la misma corrupción. Entonces, el cándido e iluso ciudadano concluye: “Todos los políticos son corruptos, igualmente pícaros”. Pero no es consciente y mucho menos se hace responsable de su elección. Olvida que votó por ese Mesías y Savonarola[1], que prometía demagógicamente acabar con la corrupción política. Si tuviera la lucidez e integridad moral de hacerlo, llegaría a la conclusión que la corrupción política empieza precisamente por su falta de juicio, por su incapacidad de pensar, investigar y constatar lo que ha realizado ese candidato en cargos anteriores, que prometió acabar con todos los corruptos y ofreció gobernar con los más honestos y capaces. Y todo parece indicar que el éxito de un candidato como Rodolfo Hernández se debe en gran parte a esa estulticia y emotividad pueril de muchos ciudadanos, incluso de un poeta extraviado en el laberinto de las adulaciones y el poder[2], que creen que la corrupción se combate efectivamente con insultos y cachetadas contra los adversarios y  apelando a un mítico pueblo ético y virtuoso. Basta escuchar a Hernández declarando que el pensador alemán que más admira es Hitler[3] para poner en duda su lucidez mental, aunque luego se retractó y presentó excusas diciendo que se refería era a Einstein. Semejante horror no solo refleja su precaria formación intelectual sino su ausencia de juicio moral y peligrosa afinidad política e ideológica con la violencia y el autoritarismo, refrendada por su comportamiento contra sus críticos. Así se observa en el siguiente vídeo[4], cuando pasa de los insultos a pegarle una cachetada al concejal John Claro para acallarlo por sus denuncias de supuestas irregularidades durante su gestión como alcalde de Bucaramanga. Denuncias que son investigadas disciplinaria y penalmente, como lo informa la revista Semana, a raíz del contrato celebrado con la empresa Vitalogic[5] como alcalde de Bucaramanga. Valdría la pena que los ciudadanos tuviéramos mayor información sobre el particular, para discernir sobre la ética pública del candidato Hernández y la legalidad de ese contrato, pues ya conocemos que su vocabulario y comportamiento personal dista mucho de ser decente y ecuánime, siendo ya sancionado por la Procuraduría General de la Nación con inhabilidad especial por cinco meses cuando se desempeñaba como alcalde de Bucaramanga. Sanción “que se convirtió en salarios de acuerdo a lo devengado por el exmandatario local para la época de los hechos, es decir, $77.564.400. Ante esta decisión el exalcalde presentó recurso de apelación y será resuelto por la Sala Disciplinaria de la Entidad”, según boletín de la Procuraduría del 8 de junio del año pasado. Sin duda, Aristóteles tenía toda la razón cuando afirmó que el primer deber moral es pensar con claridad, algo que deberíamos hacer todos antes de votar. Porque de lo contario podríamos incurrir en un fatal error, más aún cuando todos los candidatos hacen de la lucha contra la corrupción su principal divisa. Una divisa que la mayoría de las veces oculta la ausencia de propuestas, programas de gobierno y políticas públicas con fundamento en diagnósticos rigurosos, presupuestos públicos viables, medios técnicos idóneos y, sobre todo, prioridades de orden social que respondan a las necesidades de las mayorías y no solo al embellecimiento de entornos urbanos para el turismo, que mal ocultan la pobreza y marginalidad de millones de colombianos.  Sin duda, es muy fácil la oratoria contra la corrupción, es la perfecta coartada de los políticos incompetentes, pues están seguros que la emotividad y la indignación de los ciudadanos frente a los cleptocratas que gobiernan puede reportarles fácilmente votos. Y muchos ciudadanos todavía creen que basta la voluntad política para acabar con la corrupción e ignoran que ella es un entramado de prácticas, mentalidades y complicidades entre intereses particulares, muy bien emplazados y representados al interior del Estado y los funcionarios públicos con capacidad de decisión y gestión sobre los recursos públicos. Que esa corrupción de lo público tiene muchas formas de expresarse, como la puerta giratoria de empresarios que ingresan al servicio público y luego con información privilegiada acrecientan sus fortunas. Para no hablar de abogados y economistas, formados en las mejores universidades privadas y del exterior, que no pasan de ser mercenarios al servicio del mejor postor y cuando están en el Estado favorecen los intereses del sector y las empresas de donde proceden. Personajes tan competentes profesionalmente como decadentes y corruptos éticamente, que sin sonrojarse llegan con el AVAL del sector financiero a la Fiscalía (Néstor Humberto Martínez[6]) o incluso son promovidos supuestamente por organizaciones criminales (Mario Iguaran[7]), sin olvidar la profesional asesoría del exministro de Hacienda y Crédito Público, Alberto Carrasquilla y sus “Bonos de Agua”[8] a 108 municipios. En fin, que la corrupción de lo público es la subordinación de la política y de los intereses generales a las ganancias de empresas particulares y a los cálculos electorales de “impolutos” líderes políticos, todo ello oculto bajo pomposas denominaciones como “transparencia”, “gobierno corporativo”, “gobernanza”, “sociedad civil”, fundaciones y ONGS, que muchas veces son mamparas del clientelismo político, el asistencialismo y el familismo[9]. Ejemplos abundan: Hidroituango y el gobierno corporativo de la GEA con la EPM y son constelación las Fundaciones y ONGS de los partidos y de encumbradas familias políticas[10]. No por casualidad uno de los más vergonzosos autócratas y cleptocratas de la historia reciente, Augusto Pinochet[11], escribió: “La Patria no se destruye porque unos pocos la atacan, la Patria se destruye porque no la defienden quienes dicen amarla”. Probablemente por ello en estas campañas para el Congreso y la Presidencia todos los candidatos y candidatas dicen “amar” a Colombia y la defienden de la corrupción, como lo hizo “ejemplarmente” el dictador en Chile, enriqueciendo su familia[12].

 



lunes, enero 10, 2022

EL PRECIO DE LA VERDAD

 

El precio de la verdad

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/precio-la-verdad

Hernando Llano Ángel

Desde luego que la verdad, aquella que expresa el sentido de toda vida humana, es invaluable, no tiene precio. Solo quienes reducen el valor de la vida humana al dinero, incurren en la desfachatez de fijarle un precio monetario, como lamentablemente sucedió con la directiva 029[1] de 2005 del Ministerio de defensa que desembocó en los “falsos positivos[2]”. La verdad es un valor y no cotiza en la bolsa de los mercaderes y menos se subestima o menosprecia en políticas públicas, así sea bajo el sofisma letal de la “seguridad democrática”. Es cierto que no podemos vivir solo a punta de verdades, de cualquier orden que ellas sean: religiosas, ideológicas, políticas y hasta económicas. Pero también lo es que una sociedad sin verdades no puede vivir. Por eso quienes se empeñan en cuestionar y desacreditar el riguroso y honesto trabajo que ha venido desarrollando la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición[3], como lo hacen la revista Semana[4] y el expresidente Uribe Vélez, presentando su presupuesto de funcionamiento como un gasto escandaloso e innecesario, lo que están revelando es su desprecio por la verdad más vital y fundamental en todas las sociedades. A saber, que la vida humana, su dignidad y libertad son inalienables, invaluables, no tienen precio. Su valor es sagrado. No puede someterse al chantaje de los secuestros, como lo hizo masivamente las FARC[5], menos sacrificarse en nombre de la seguridad o la propiedad privada, como sucedió durante las dos administraciones de Uribe. De allí que el artículo 11 de nuestra Constitución Política establezca: “El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte”. Y es esa verdad la que trata de esclarecer y restablecer la Comisión de la Verdad, por eso su nombre. Porque sin el esclarecimiento de las circunstancias, los contextos, las motivaciones, los intereses y las responsabilidades de los principales actores --tanto insurgentes, narcoparamilitares, Jefes de Estado, agentes institucionales y civiles-- que cegaron la vida de cientos de miles de colombianos, que los desaparecieron, secuestraron, desarraigaron, torturaron y vejaron, difícilmente podremos convivir decentemente, mirándonos a los ojos como miembros de una Nación. Continuaremos siendo esa “federación de odios”, de la que hablaba el entonces presidente Belisario Betancur, que sin éxito intentó desarticular y que hoy muchos intentan prolongar indefinidamente a través de la guerra con lemas presidenciales tan letales como “Paz con legalidad”, incapaz de detener la vorágine de masacres[6], desapariciones[7], confinamientos rurales[8] y desplazamientos forzados[9].

Esclarecer para no repetir

Sin esclarecer las verdades que han dejado hasta la fecha más de 9 millones de víctimas[10], mucho menos podremos evitar que tanta ignominia y deshumanización se siga repitiendo, como hoy está sucediendo en Arauca y en Cali, con el reciente criminal, abominable y condenable atentado del ELN contra miembros del ESMAD. Por todo lo anterior es casi inverosímil que todavía se persista en la guerra como la vía para alcanzar la paz, todo ello sustentado en mentiras a la derecha y la izquierda, que condenan a la muerte, el desplazamiento, el desarraigo y la espiral infinita de venganzas y cuentas de cobro impagables e irreparables, como el reciente atentado del ELN o en el pasado los mal llamados “falsos positivos”, que deslegitiman y degradan tanto a guerrilleros, al Estado como a miembros de la Fuerza Pública. Y los principales responsables de semejante insensatez ética, error político y horror militar todavía proclaman que solo a través de la guerra se alcanzará una paz estable y duradera. Que solo a través de las acciones de los “héroes de la patria”, cientos de militares y policías convertidos en carne de cañón[11] por órdenes de mandatarios que nunca prestaron servicio militar y también de los catapultados como héroes de la revolución por sus acciones desalmadas contra civiles y miembros de la Fuerza Pública  --como los secuestros comandados entonces por el “Mono Jojoy” y hoy los atentados del ELN—  nos repiten en coro, en víspera de elecciones, que solo transitando por esa vía sangrienta algún día alcanzaremos la paz en forma estable y duradera. Una paz que no es otra que la de los cementerios con honores militares o la de las fosas comunes y desaparecidos en los lechos de los ríos. Es por todo lo anterior que “la verdad es la primera baja en toda guerra”, porque solo negando la humanidad y dignidad del contrario, convertido en un abominable y terrible enemigo que hay que eliminar   –“la culebra todavía está viva”, sigue repitiendo Uribe desde sus bucólicas haciendas o “un policía muerto, es un violador menos”, según consignas airadas pintadas en paredes durante el paro del 2021— de las que se hacen eco miles de sus seguidores, convencidos de una supuesta superioridad moral de “ciudadanos de bien” o de “rebeldes justicieros”, es que nos encontramos de nuevo extraviados en este laberinto de violencias políticas y sociales. Reconocer esa terrible verdad que nos continúa matando y al mismo tiempo repudiarla debería ser el acuerdo fundamental para que este 2022 fuera el año histórico del comienzo de la reconciliación política nacional. Y ello comienza por negarle legitimidad política en forma absoluta y multitudinaria a todo acto de violencia, sea en defensa del statu quo o en la búsqueda de su cambio radical y definitivo, y no dar apoyo en las urnas a los cruzados que nos llaman de nuevo a profundizar supuestas políticas de “seguridad ciudadana” o dar el salto al vacío a un ajuste de cuentas con el pasado y empezar casi de cero a construir una sociedad más justa y fraterna. Porque no es la hora del miedo al pueblo y tampoco de la revancha popular. Es la hora de los compromisos políticos y acuerdos ciudadanos que permitan avanzar hacia un horizonte político democrático con justicia social, que demanda para ello concertación y concesiones mutuas que se traduzcan en más derechos y menos privilegios. Porque nada puede tener consecuencias más fatales y criminales en nuestro futuro inmediato que hacernos eco de la campaña que ya empiezan en Chile los privilegiados de siempre para bloquear y sabotear todo intento de reformas sociales urgentes y justas, invocando para ello un supuesto fantasma socialistas y hasta comunista que daría al traste con el desarrollo económico hasta ahora alcanzado. Un desarrollo económico que fue tan injusto e inequitativo en Chile que culminó en el estallido social de 2019[12] y catalizó precisamente el cambio democrático que se vive actualmente en el seno de la Convención Constituyente y con el triunfo de Gabriel Boric Font como presidente. Según estudios de World Inequatility Report 2022[13], comentados por el profesor Javier Mejía Cubillos, “mientras en Colombia el 1% más rico de la población posee el 33,2% de la riqueza total del país, en Chile y Brasil esta cifra se acerca al 50%”, lo cual deja sin argumentos a quienes se oponen allá como en Colombia a la urgencia de reformas sociales que conduzcan a mayor crecimiento económico con justicia social, lo que no es comunismo, ni socialismo. Todo parece indicar que en Latinoamérica ha llegado la hora de avanzar hacia la reconciliación política teniendo como fundamentos la verdad y la equidad de la justicia social –principios democráticos-- que son por excelencia las formas de reparación y no repetición de los millones de víctimas que apenas subsisten en nuestras sociedades y cuyo verdadero nombre es Democracia con mercado social y no la cacocracia[14] capitalista que predomina entre nosotros y nuestros vecinos más próximos: Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú y Brasil.



 

!NO MIREMOS ARRIBA, NI A NUESTRO INTERIOR Y MENOS A LOS LADOS!

 

¡NO MIREMOS ARRIBA, NI A NUESTRO INTERIOR Y MENOS A LOS LADOS!

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Hernando Llano Ángel.

¡No miremos arriba, ni a nuestro interior y menos a los lados!, parecen ser las consignas para este 2022. Estoy parafraseando la última parodia de Netflix, “No miren arriba[1], una hilarante crítica contra la estupidez de exitosos gobernantes y sus leales seguidores. Así comenzamos este año en Polombia, –ese país imaginario y encantado donde reina un Duque-- sin mirar arriba, ni a nuestra conciencia y mucho menos a nuestros semejantes del lado. Lo digo, no tanto por nuestra realidad política, como por el contagio exponencial de la variante ómicron del COVID 19. No miramos lo que está sucediendo arriba. En la parte septentrional del planeta, Estados Unidos y Europa, donde ómicron[2] hace las veces del cometa Dibiasky que destruirá la Tierra ante la ambición de poder y el narcisismo de la presidenta de Estados Unidos, Janie Orlean, protagonizada por Meryl Streep.  Por eso ella niega la evidencia científica de la existencia del Cometa Dibiasky[3] –como Trump y Bolsonaro lo hicieron con el Covid19-- y promueve su reelección con la consigna No miren arriba[4]. Y casi lo logra, como también pretende el presidente Duque que lo hagamos con su sucesor del Centro Democrático, creyendo que la realidad es lo que él nos cuenta en su triunfal entrevista[5] de El Tiempo y que no veamos su incompetente y fatal legado de masacres[6], líderes sociales asesinados[7], Acuerdo de Paz[8] agónico y las exponenciales ganancias del sector financiero[9], que AVALó[10] generosamente su candidatura. Algo similar sucede en la película con el exitoso empresario de BASH, Peter Isherwell[11], y su última gama de celulares, empeñado en extraer del cometa Dibiansky sus valiosos minerales para aumentar su sideral fortuna, así se corra el riesgo de la destrucción de la tierra y el fin de la humanidad. Sin duda, una alegoría perfecta de la codicia y la prepotencia de los multimillonarios que devastan la tierra y controlan nuestras vidas, al igual que el general del Ejército norteamericano que cobra a los científicos los snacks gratuitos que brinda la Casa Blanca a sus invitados, al comienzo del film. Es decir, no solo vive de los impuestos de los ciudadanos, sino que además les roba por su ingenuidad. Todo lo anterior es posible porque la mayoría de los electores no miran lo que hacen los de arriba, no examinan su propia conciencia, no realizan ningún autoexamen de sus vidas y menos aun cuando van a votar y elegir a sus gobernantes. Lo único que les importa es seguir comprando con seguridad y consumiendo los últimos avances tecnológicos. Viven demasiado obsesionados con ser más bellos, exitosos, ricos e intocables. Basta con la productividad, las ganancias y la seguridad. Trabajan para comprar el último celular que ofrece BASH con una aplicación extraordinaria que los salvará de sus depresiones y demás desajustes emocionales, garantizándoles estabilidad y felicidad eterna, salvo por la inminente colisión mortal del cometa Dibiansky contra la tierra.  Y así van perdiendo el control sobre su mirada interior, cada día más dispersa y extraviada en el piélago de las redes sociales. Millones de usuarios de BASH quedan deslumbrados y ciegos, sin la menor capacidad para discernir entre la verdad y la mentira de los miles de mensajes que reciben durante el día.

La Realidad no existe

Lo que describo a continuación sucede en la realidad, no en la película. Los ojos de los usuarios de celulares se enturbian y desorbitan concentrados en sus pantallas y pierden la distinción entre la belleza y la fealdad, la humanidad y la bestialidad, atosigados por videos y fotos pornográficas donde ya es imposible separar el goce de la brutalidad. El placer voyerista se alcanza con la exposición degradante de hombres, mujeres, niños y niñas que deambulan con sus sentidos extraviados por redes sociales, sin más horizonte que la publicidad y la alienación del consumo. A estos usuarios no les queda tiempo para mirarse internamente, volcar su mente sobre ellos mismos, pierden su propia vida mirando, imitando y hasta envidiando la vida de los demás. Se pasan horas chateando, celebrando o difamando la vida de los otros, sus conquistas y éxitos que brillan cada minuto en las pantallas de los celulares y pierden toda capacidad de juicio y reflexión. Solo queda en sus mentes el reflejo de sonrisas blancas y deslumbrantes, de una felicidad tan instantánea y efímera que se esfuma con un like sobre cada imagen. Millones de personas se han convertido en la vida real en un apéndice de su celular, son solo un adminículo de la tecnología y la publicidad que los enajena en un mundo ilusorio, insaciable de consumo. Sin darse cuenta pierden contacto con la realidad y quedan atrapadas en la pantalla de su celular, como moscas, que son devoradas por densas telarañas de mentiras y fantasías que tejen los mensajes de las redes sociales. Quedan convertidas en entes tecnológicos, pierden su capacidad de ser y por tanto carecen de identidad propia. Sus identidades son manipuladas por algoritmos, la publicidad y los miles de agujeros negros del ciberespacio. Ya no miran a los lados. Los demás no existen, pues no reciben mensajes de ellos en sus celulares. Sus vidas ya no cuentan. Los demás son seres fantasmales, ya que sin celulares están desconectados de la realidad y no viven en este mundo. A tales extremos hemos llegado. Millones de cibernautas niegan la realidad, pues han dejado de vivir en ella. Es una pandemia más grave que la del Covid19. Apenas comparable con la de aquellos que viven conectados a redes de internautas que afirman que la tierra es plana, la pandemia es una conspiración y rechazan radicalmente las vacunas. Consideran que las vacunas nos convertirán en zombies absolutamente dóciles a los mandatos de los de arriba, que no queremos ver. Prefieren morir en libertad, afirman orgullosos en calles y plazas, antes que vivir sometidos como siervos. Por eso desprecian la vida de los ingenuos que nos hemos vacunado y nada les importa contagiar a los del lado. Para la mayoría de los activistas antivacuna todo es una conspiración de las empresas farmacéuticas y su ambición ilimitada, impulsadas por gobernantes corruptos y mentirosos, mercaderes de la muerte. Pareciera que los antivacuna no creen en nada, más allá de la eterna nada de la muerte. Están seguros que nos convertimos en conejillos de indias y en una década o menos estaremos lisiados de por vida o muertos. Por eso nos corresponde a los creyentes en la ciencia, a quienes “ingenuamente” nos hemos vacunado, mirar atentamente hacia arriba para fiscalizar bien a los responsables de las vacunas y garantizar su aplicación oportuna y masiva en todos los países, sin la letal discriminación entre naciones ricas y pobres, que todavía predomina ante la inoperancia e incapacidad de la OMS. Mientras millones tenemos tres dosis, cientos de millones apenas han recibido la primera[12]. Porque solo salvándonos como humanidad podremos vivir como individualidad. Por eso debemos mirar hacia nosotros mismos y ver nuestra personal e indelegable responsabilidad, para no convertirnos en vectores de la muerte y evitar que quienes estén a nuestro lado pierdan su humanidad. En fin, deberíamos primero mirar muy bien hacia nuestro interior o conciencia y así valorar la humanidad que nos circunda por todos los lados, arriba, abajo, a la derecha y la izquierda. Tal puede ser el principal propósito de este 2022 y una clave imprescindible para elegir buenos gobernantes y no a narcisistas engolosinados con el poder, la retórica y las apariencias como sucede en un reino “encantado llamado Polombia[13]. Un reino donde no predomina propiamente la Política, como afirma el presidente Duque, sino el plomo en muchas regiones, como en Arauca[14] y las principales capitales, Bogotá[15] y Cali[16], excepto Medellín[17], que tuvo la tasa más baja de homicidios en cuatro años y quizá por ello algunos sectores políticos tanáticos y fanáticos  promueven la revocatoria[18] de su alcalde, Daniel Quintero. Lo único que les falta a estos revocadores es el grito falangista de “Viva la muerte”[19], “Muera la inteligencia” del funeralmente célebre general Millán-Astray, a quien respondió Don Miguel de Unamuno, entonces rector de la universidad de Salamanca:  «Venceréis, pero no convenceréis». En este caso, nos quieren convencer a todos de que no hubo corrupción en la represa de Hidroituango, como lo hicieron con el Metro de Medellín, que terminamos pagando todos los colombianos. ¡Ya es hora de mirar arriba!  ¡Que así sea, con la GEA[20]! Parece que los Gilinski[21] ya lo están haciendo.