lunes, febrero 15, 2021

Vacunémonos de Verdad

 

Vacunémonos de verdad

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/vacunemonos-de-verdad

Hernando Llano Ángel

Este es el año de las vacunas, aunque para nosotros su aplicación comience con retraso y, por los previsibles problemas logísticos, su administración se prolongue por lo menos hasta el 2022. Solo entonces probablemente alcancemos la anhelada inmunidad de rebaño. Pero este año los colombianos recibiremos otra vacuna, más necesaria, poderosa y vital que las aplicadas contra el Sars-CoV2. La vacuna de la verdad. Desde hace dos años y dos meses la ha venido preparando la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición. La Comisión hace parte del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, junto a la JEP y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, conformadas para el cumplimiento del punto 5 del Acuerdo de Paz sobre víctimas en el conflicto armado. La Comisión fue creada mediante el Decreto 588 de 2017 “para conocer la verdad de lo ocurrido en el marco del conflicto armado y contribuir al esclarecimiento de las violaciones e infracciones cometidas durante el mismo y ofrecer una explicación amplia de su complejidad a toda la sociedad”, como puede leerse en su magnífico portal: www.comisióndelaverdad.co. Portal que deberíamos consultarlo frecuentemente todos los colombianos, pues en él podemos encontrar los testimonios, los eventos y los informes que son la materia prima de la vacuna de la verdad que necesitamos para convivir. La Comisión debe rendir su informe final en noviembre de este año. Es decir, dispone de menos tiempo que las vacunas contra la pandemia para brindarnos y aplicarnos la inyección más vital que requerimos los colombianos: el conocimiento de los factores, los actores y las circunstancias que nos han convertido en un pueblo letal, que lleva más de medio siglo aniquilándose de todas las formas posibles e inimaginables. Y continúa haciéndolo todos los días. Hasta el 6 de febrero ya se han cometido 12 masacres que dejan 37 víctimas, según Indepaz[1]. Pero quizá no haya que esperar hasta noviembre para conocer esa verdad, pues ya la Comisión nos ha entregado valiosos testimonios de las víctimas y reconocimientos auténticos de las atrocidades cometidas por sus victimarios. El testimonio de Ingrid Betancur[2] sobre su secuestro es una de las verdades más desgarradoras y reveladoras de la degradación alcanzada por la política cuando ésta se convierte en rehén de la violencia y se ensaña contra miles de colombianos. Así lo reconocieron sus victimarios, el Secretariado de las Farc-Ep: "El secuestro solo dejó una profunda herida en el alma de los afectados e hirió de muerte nuestra legitimidad y credibilidad…El secuestro fue una práctica de la que no podemos sino arrepentirnos, sabemos que no hay razón ni justificación para arrebatarle la libertad a ninguna persona”.[3]

Sin duda, uno de los componentes de la vacuna de la verdad contra el odio y su letal venganza, será nuestra capacidad para superar todos los maniqueísmos que están a nuestro alcance para justificar y legitimar la violencia. Desde la violencia insurgente con su invocación de la justicia social como justificación de sus acciones, pasando por la institucional con su cinismo de invocar la defensa a ultranza de una precaria y casi inexistente legitimidad, hasta la violencia interpersonal cuyo ejercicio se camufla bajo prejuicios y conductas arraigadas en millones de colombianos como la formación de autodefensas, la “justicia por propia mano”, el machismo y la xenofobia. Ya deberíamos tener absolutamente claro que la violencia no legítima ninguna causa, sino más bien todo lo contrario. Que la violencia deslegitima la autoridad, así ella invoque la defensa de valores superiores como la seguridad y el orden público, incluso hasta la democracia, en cuyo nombre comete crímenes tan atroces como los “falsos positivos”, las torturas, desapariciones y el asesinato de ciudadanos inermes[4]. Porque la única forma de recobrar la legitimidad una institución es procesando y penalizando ejemplarmente a los agentes responsables de las violaciones a los derechos humanos, jamás protegiéndolos, felicitándolos[5] o ascendiéndolos en sus carreras oficiales, mucho menos cobijándolos con impunidad bajo el fuero penal militar, como lamentablemente ha sucedido en muchos casos. Así como es inaceptable la negación del reclutamiento de menores de edad por parte de las Farc con el pretexto de que dicha práctica jamás figuró en su Reglamento Guerrillero, menos lo es toda legitimación institucional de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, más aún las amparadas en Directivas oficiales como la 029[6] de los “falsos positivos”. En ambos casos se trata de comportamientos y operaciones criminales, que deben ser plenamente reconocidas ante la Comisión de la Verdad y la JEP.  Ya los miembros del Secretariado de las Farc lo están haciendo, en el CASO 01[7] por toma de rehenes y graves privaciones de la libertad, así como cientos de miembros de la Fuerza Pública por los “falsos positivos”, que conoce la JEP como CASO 03[8]. Respecto de la Directiva 029 es urgente conocer la versión del exministro de defensa Camilo Ospina Bernal, que la promovió en cumplimiento de la “seguridad democrática”, y tener así una explicación de su fatal deriva en la comisión de 2.248 asesinatos, según el informe número 5 de la Fiscalía enviado a la JEP. 

Sin Verdad no hay Justicia ni futuro

Según lo establecido por el Decreto 588 de 2017[9], el fin primordial de la Comisión de la Verdad es cognitivo y no punitivo, por eso todas las versiones que reciba de las víctimas y de los victimarios no tendrán efectos judiciales. Su objetivo principal es aportar el esclarecimiento de la verdad, contribuir a la convivencia y evitar en lo posible la continuidad de las causas y factores de este prolongado y degradado conflicto que a todos nos avergüenza y cada día se repite. De allí el valor inestimable del conocimiento que han aportado miles de víctimas, con su sufrimiento inefable y dolor inolvidable, para develar la identidad y responsabilidad de sus victimarios, protagonistas y antagonistas en este conflicto. Por eso también la obligación indeclinable e indelegable de esos protagonistas para que den sus versiones sobre sus decisiones y actuaciones. Hasta ahora, han comparecido los antagonistas de la insurgencia y falta por recibir las versiones de los más importantes protagonistas del establecimiento, como los expresidentes y la actual Vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, ministra de defensa de Álvaro Uribe Vélez, cuando se desarrolló la operación Orión en Medellín[10]. Sin dichas versiones no se podrá develar esa verdad compleja y dolorosa del conflicto que, como un caleidoscopio, tiene miles de formas y rostros, que lo expresan y explican. Cada protagonista tiene su verdad subjetiva y narrativa justificadora de sus actuaciones, que debe ser confrontada con los hechos públicos, para completar así el rompecabezas de la realidad fragmentada y disputada del pasado y el presente. Por eso es imprescindible conocer las versiones de todos los expresidentes, quienes, por acción u omisión, tienen muchas piezas de esa verdad dolorosa, oscura y astillada de sangre como un espejo roto en miles de fragmentos. Hasta ahora solo ha comparecido en dos ocasiones el expresidente Samper[11] para dar su versión sobre la sombra inextinguible del proceso 8.000 que empaña la legitimidad de su mandato. Pero los expresidentes César Gaviria, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos tienen muchas valiosas piezas por aportar, sin las cuales no será posible conocer la verdad completa de lo acontecido y mucho menos honrar la memoria de miles de víctimas. Tampoco será posible identificar aquellos factores y actores que confrontaron en sus respetivos mandatos y todavía persisten en nuestros días, profundizando con su violencia y codicia el conflicto y el número creciente de víctimas. De no hacerlo, serían inferiores al compromiso con la verdad, la historia y el futuro que, como expresidentes, nos deben a todos, empezando por las víctimas irredentas de ayer y las evitables del mañana. Y, lo que es más grave, dejarían a la posteridad, como Belisario Betancur (Q.E.P.D), toda suerte de interpretaciones y conjeturas sobre sus indelegables responsabilidades, competencias y dignidades. De alguna forma su silencio los condenaría irremediablemente, bien como pusilánimes incompetentes, vanidosos insaciables, autócratas impunes o jugadores astutos del poder, pero en cualquier caso como inferiores a sus responsabilidades frente a la vida, la historia y el futuro de Colombia. Deberían sentir vergüenza por el espectáculo deplorable que nos dan con sus rencillas y odios personales, con sus cálculos mezquinos para las próximas elecciones. Si todavía tienen alguna noción de su responsabilidad histórica, honorabilidad personal y dignidad de lo público, deben ir a la Comisión de la Verdad y dar sus respectivas versiones para que las próximas generaciones comprendan mejor el pasado y eviten su repetición en el futuro. Quizás así aprendamos a convivir como ciudadanos, sin permitir que existan más víctimas y tolerar más victimarios o, lo que es peor, seguir siendo gobernados por vengadores impunes que deciden el futuro de todos en defensa de instituciones cacocráticas[12]. Instituciones sustentadas en prejuicios atávicos, corrupción pública-privada y odios viscerales contra enemigos imaginarios, sostenidas por la ignorancia y la indolencia de millones de ciudadanos amnésicos que precisan con más urgencia la vacuna de la verdad que alguna de las existentes contra la pandemia del Covid-19. Una vacuna que por fin los libere de la estupidez de rebaño e inocule para siempre en sus conciencias el repudio por la política asociada con el crimen, la violencia, la corrupción y la apropiación de lo público por cacocracias codiciosas, que gobiernan impunemente en nombre de una falaz e inexistente democracia.



Carlos Jiménez Gómez y la Procuraduría de Opinión

 

Carlos Jiménez Gómez y la Procuraduría de Opinión frente al narcotráfico, los extraditables y la entrevista en Panamá

In Memoriam III

Hernando Llano Ángel

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Si en alguna problemática nacional asumió Carlos Jiménez Gómez, en desarrollo de la Procuraduría de opinión, una postura audaz, visionaria y hasta temeraria, esa fue precisamente frente al narcotráfico. Una problemática explosiva ante la inminente aplicación del tratado de extradición y la definición de estrategias eficaces para neutralizar la actividad criminal y corruptora del narcotráfico. Actividad que bajo el mando de Pablo Escobar desplegaba entonces la mayor capacidad para infiltrar y desestabilizar el establecimiento político y la sociedad colombiana. Tanto más, cuanto Pablo Escobar ya tenía la doble condición de ser Representante suplente del liberal Jairo Ortega[1] en la Cámara y a su vez capo del cártel de Medellín. Se convirtió así en un actor político mutante, pues combinaba diestramente lo legal con lo ilegal, según sus propósitos. En ese entonces Belisario Betancur promovía  acercamientos con la guerrilla que culminaron en un cese al fuego o tregua, firmada el 28 de marzo de 1984 con las FARC y luego en agosto con las otras guerrillas:  ADO, M-19 Y EPL[2]. En ese contexto de la Apertura Democrática, política axial de Belisario, el Procurador Jiménez Gómez tuvo la osadía de explorar la posibilidad de una salida similar para el narcotráfico. Desde entonces el poder económico-criminal de mayor calado e influencia en la vida social y política de Colombia, que luego se expresaría en forma terrorista a través de los autodenominados Extraditables[3]. El Procurador abordó ese poder criminal de una manera pública, enviado desde su Despacho a la revista SEMANA, para su sección de Confidenciales, la siguiente información, publicada bajo el título “Otras gestiones de Paz” en la edición número 76 del 18 al 24 de octubre de 1983:

El Procurador General de la Nación, Carlos Jiménez Gómez, habría realizado recientemente gestiones calificadas como de paz, frente a los grandes del narcotráfico en el país. En las últimas semanas han circulado rumores sobre una posible declaratoria de guerra por parte de los narcotraficantes como reacción contra la extradición de colombianos. El Procurador, quien desde tiempo atrás se ha declarado en contra del Tratado por considerarlo inconstitucional y a la entrega de nacionales por juzgarlo inconveniente, habría sostenido varias entrevistas con las cabezas visibles de este gremio. El resultado de estas fue una especie de ¨paz pactada¨ en la cual se acordó el retiro total de los narcotraficantes de la actividad política, comenzando por el desmonte de los movimientos cívicos de Pablo Escobar y Carlos Ledher. (Semana, 1989, párr. 2)

En efecto, mediante concepto número 670, el Procurador en ejercicio de sus funciones constitucionales solicitó a la Corte Suprema de Justicia que declarará inconstitucional el ‘Tratado de extradición entre la República de Colombia y los Estados Unidos de América’, firmado en Washington el 14 de septiembre de 1979, “por ser violatorio de las disposiciones contenidas en los artículos 2, 10, 20,55, 85 y 105” de la Constitución Política de Colombia” de 1886, entonces vigente. En el tomo I de los “Documentos del Procurador”, publicado en diciembre de 1987, resume así las tesis sostenidas por la Procuraduría durante su desempeño entre 1982 y 1986:

Hay que repetir una vez más que dos fueron las principales posiciones que sostuvo la Procuraduría en materia de extradición de nacionales a los Estados Unidos de América: la de la inconstitucionalidad del Tratado que la pactó, aprobado mediante la ley 27 de 1980, y la de la abierta inconveniencia de su ejecución. Sobre lo primero arguyó, en esencia,  la inadmisibilidad de la entrega de la soberanía del Estado mediante la renuncia al juzgamiento directo de sus propios nacionales, o sea de la llamada “prórroga de jurisdicción”; sobre lo segundo, la gigantesca y arrasadora ola de violencia que el país sufre estoicamente como cualquier otra mala costumbre, hace décadas, no años, sugería al menos despabilado de los espectadores la oposición a una norma inconstitucional que priva al Ejecutivo de la plenitud de iniciativa en el manejo integral del orden público […]Todo esto tiene que ser pensado en el interés primordial de Colombia y con criterio colombiano. Deben ser nuestros problemas y no los de Estados Unidos la brújula de nuestra acción. Nuestro orden público demanda un manejo integrado y unitario. Y las presiones norteamericanas, visibles tras el velo tenue de las decisiones del Gobierno, al limitar nuestra autonomía para una política integral del orden público lo que están haciendo es golpear nuestra autodeterminación (Jiménez, 1987, p. 40).

Sin embargo, su concepto jurídico como Procurador y su audaz iniciativa para contener la incursión criminal del narcotráfico en la política no solo no tuvieron acogida, sino que fueron descalificadas de manera maniquea y torticera, relacionándolo como un mediador interesado en beneficiarse ilícitamente con ellas. Entre tanto, la atmósfera era cada día más polarizada y amenazante por el enfrentamiento entre el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla y el Representante suplente, Pablo Escobar, a raíz del debate promovido contra el ingreso de los llamados “dineros calientes”[4] procedentes del narcotráfico en las campañas políticas para el Congreso. Dicho debate tuvo un giro inesperado, como bien lo reseña el periodista Fabio Castillo en su libro ‘Los jinetes de la Cocaína’, pues “dos semanas después de posesionado en el Ministerio, Lara Bonilla fue citado a la plenaria de la Cámara de Representantes para hablar sobre la presencia de dinero de la mafia en la política. Desconocía entonces que el acusado sería él mismo. El debate era promovido por Jairo Ortega y Ernesto Lucena, dos congresistas de Alternativa Liberal y, pese a pertenecer al Senado, la citación también la firmaba el propio Santofimio Botero, bajo cuyas banderas había salido elegido representante a la Cámara Pablo Escobar. Los dos congresistas de ese grupo político, Lucena y Ortega --principal en la lista política de Escobar--, exhibieron en la plenaria del congreso un cheque por un millón de pesos que había girado a nombre de Rodrigo Lara el narcotraficante Evaristo Porras Ardila” (Castillo, 1987, p. 83). No hay que olvidar que tanto Ledher como Escobar fueron pioneros en la fusión del crimen con la política, abriendo así un camino que con el paso de los años se convirtió y trasmutó en una veloz autopista de la política con el crimen para bloquear desde el poder estatal la aplicación del Tratado de Extradición. Una vía que incluso catalizó la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente con el magnicidio de Luis Carlos Galán el 18 de agosto de 1989 y les permitió coronar en el artículo 35 de la Constitución su máxima aspiración: la prohibición de la extradición de colombianos por nacimiento.

Asesinato de Rodrigo Lara Bonilla

Como respuesta a dicha celada, Lara Bonilla trazó una estrategia de confrontación. A los pocos días, Lara Bonilla convocó una rueda de prensa durante la cual exhibió los prontuarios de Pablo Escobar y Carlos Ledher, reveló que había ordenado investigar al congresista Jairo Ortega por encubrir las actividades de narcotráfico de Evaristo Porras, y a éste mismo, con base en las propias afirmaciones públicas del congresista. El ministro reveló que Porras Ardila traficaba con cocaína a bordo de dos avionetas HK2525 y HK2519-P, las que acababa de ordenar paralizar en la sesión del Consejo Nacional de Estupefacientes. “Soy un ministro incómodo para quienes están por fuera de la ley", dijo Lara Bonilla (Castillo, 1987, p.84). En desarrollo de este pulso político y de la persecución judicial contra Pablo Escobar, el ministro Lara Bonilla logró que Escobar fuera despojado de su inmunidad parlamentaria, que lo protegía de una eventual investigación penal y le confería una auténtica impunidad judicial. Pero más contundente fue el golpe asestado al emporio del narcotráfico con la primera gran operación contra laboratorios para el procesamiento de cocaína, en los llanos del Yarí, mediante la destrucción del complejo cocainero llamado “Tranquilandia” con más de 12 toneladas de clorhidrato de cocaína en procesamiento. En represalia a estas acciones del ministro Lara Bonilla, que afectaron sustancialmente la identidad mutante de Pablo Escobar, pues lo despojó de su calidad de Congresista, dejándolo expuesto a las acciones judiciales, al tiempo que puso en jaque su estructura criminal con la destrucción de “Tranquilandia”, el capo ordena el asesinato del ministro Lara Bonilla, que es ejecutado el 30 de abril de 1984[5].

Entrevista en Panamá

Los extraditables huyen y se refugian en Panamá, donde a través de intricadas mediaciones que tuvieron origen en Santiago Uribe White, pasando por el mismo expresidente López y el ministro de mayor confianza de Belisario, su amigo personal Bernardo Ramírez, solicitan un encuentro en Panamá para enviarle un Memorándum al presidente Belisario donde propondrán su entrega a la justicia colombiana a cambio de no ser extraditados. El expresidente López sugiere para dicha entrevista “un funcionario de la más alta categoría y de una total independencia constitucional” (sic), como el Procurador General. El ministro Bernardo Ramírez le informa a Jiménez Gómez que el presidente Belisario lo considera el funcionario indicado, pero éste, según lo expresa en su libro de 2009: “Camino de la tragedia nacional”, revela: “Yo respondí inmediatamente a Ramírez que se trataba de algo muy delicado y riesgoso y que yo no estaba dispuesto a acceder a semejante petición… Después de un intenso intercambio de argumentos y contraargumentos, le respondí para terminar que yo solamente lo pensaría sobre una base indispensable: ¨Que el Presidente de la República me lo solicite personalmente¨. Ramírez me replicó que esa exigencia le parecía superflua e inaceptable. ¨Betancur no lo haría en ningún caso¨. Vista mi negativa, nos despedimos fríamente mientras él me decía: ¨De todos modos, yo hablo con el Presidente¨. A las tres de la tarde de ese mismo día, el Presidente me llamó por teléfono y con su conocido canturreo me dijo: ¨Procurador, muy interesante lo que habló Usted esta mañana con Bernardo Ramírez¨. Yo le pregunté de qué se trataba y él me respondió: ¨Pues el asunto de que Bernardo estuvo tratando en Miami con el Presidente López. Para concretarlo, cosa que evidentemente él no quería, le interrogué una vez más: ¨Se refiere usted a un posible viaje mío a Panamá¨. ¨Sí, me dijo. Es de eso de lo que le estoy hablando. ¨Usted quiere y me pide que yo viaje a Panamá a cumplir la misión que esta mañana me planteaba Bernardo?  ¨Claro, Procurador. A eso viene mi llamada¨. ¨Y cuáles son sus instrucciones?, le pregunté. ¨Las instrucciones se las da el Presidente López¨. Llamé telefónicamente al Expresidente, quien me reiteró lo dicho por Ramírez, agregándome para rematar: Una cosa quedé clara. Que el mensaje tiene que venir dirigido por un lado al Gobierno colombiano y por el otro, simultáneamente, al de los Estados Unidos por conducto de su Embajada. Estamos hablando de un gran problema internacional. Lo que en esta materia se haga o intente a espaldas del Gobierno Norteamericano es pura y simplemente pérdida de tiempo. Lo que hice a continuación fue ordenar la elaboración del proyecto de Decreto de comisión para la firma del Presidente y del Ministro de Justicia, Enrique Parejo (Jiménez, 2009, pp. 19-21).  El Procurador cumple la cita en Panamá y recibe: ‘El Memorándum del Narcotráfico para el Presidente de la República’[6], un texto de aproximadamente siete páginas que, en sus apartes más sustanciales, contiene los siguientes compromisos de parte de los narcotraficantes: “a) Desmonte de la infraestructura global con base en entrega de laboratorios en el país; entrega de pistas clandestinas en el país; enajenación de aeronaves vinculadas al transporte de las materias primas y el producto elaborado, previa autorización del Gobierno Colombiano, en concordancia con normas vigentes. b) Retiro definitivo del mercado en sus formas de: compradores de las materias primas, transformadores de las mismas, transportadores a los países consumidores y distribuidores internos de las mismas. c) Colaboración en la sustitución de zonas de cultivo de coca y de marihuana en Colombia, para dar así un paso firme en la erradicación del consumo interno de drogas en el país. d) Disposición inmediata para colaborar con el Gobierno colombiano, si se considera prudente y conveniente, en campañas para la erradicación del consumo interno de drogas y para la rehabilitación de los adictos. e) Retiro definitivo de la actividad política directa o aparente. f) En el convencimiento de que la paz es un bien inapreciable, a la cual tenemos derecho todos los colombianos, y a pesar de que reiteramos nuestra afirmación de no ser ni directa ni indirectamente  responsables de la perturbación del orden público que motivó la declaratoria del Estado de Sitio, ofrecemos irrestrictamente cualquier forma de colaboración que el Gobierno estime necesaria y conveniente de nuestra parte, para obtener las condiciones mínimas que permitan el regreso a la normalidad institucional” (Jiménez, 2009, pp. 224 - 225). Entre otras, en dicho documento no aparece la oferta del pago de la deuda externa de Colombia, producto de la fantasía mediática y popular, pero sí una cifra de los ingresos que obtienen: “que el negocio significa hoy, para quienes lo controlamos en Colombia, un ingreso anual cercano a los dos mil millones de dólares, de los cuales una proporción sustancial llega a nuestro país” (Jiménez, 2009, p. 223). Al hacerse público dicho Memorándum y el encuentro, el Procurador es sometido a una especie de linchamiento moral y destacados congresistas lo emplazaron a un debate en sesión plenaria del Senado de la República, el 2 de agosto de 1984. Al respecto, cabe destacar las siguientes respuestas a sus censores y críticos: Porque he abrigado y propalado abiertamente acerca del tratamiento al narcotráfico, una serie de ideas que no siempre han concordado, ni tienen necesariamente que concordar, con las que podríamos llamar ¨oficiales¨ sobre el problema. Las sintetizo diciendo que este asunto, por su magnitud y poderosa consolidación, ha excedido el tradicional marco meramente legal para convertirse en un gran foco de perturbación que tiene que seguir siendo tratado por los medio jurídicos, insustituibles en su órbita y alcance; pero no solamente dentro de ellos, sino, complementariamente, subrayo, por todos los demás, buscando así resultados más amplios de los que pueden aspirar a obtener con sus limitados recursos las autoridades judiciales y policivas. Razones de orden público policivo, económico y social, políticas y culturales, así lo demandan, a mi juicio […]  Porque consideraba y sigo considerando que el problema del narcotráfico puede encontrar en diálogos como el mío en Panamá a que alude la queja, fórmulas eficaces de contribuir a su solución, convergentemente con una acción judicial y policiva como la que el Gobierno viene sosteniendo y que, en esencia, sigue siendo indispensable. Por ello había aceptado la audiencia que hacia septiembre y octubre del año 1983 me solicitaron las mismas personas, de que da cuenta en su página 21 la revista SEMANA del día 18-24 de octubre de 1983. Pero esa noticia no la recogió el cronista de dicha publicación al azar, sino que se publicó a petición mía, hecha expresamente en forma personal al Director, ya que no quería que se me pudiera más tarde acusar de estar sosteniendo paliques clandestinos sobre algo que está dentro de la órbita de mis funciones (Jiménez, 1987, pp. 166-167). Considero inevitable las anteriores extensas citas, tomadas de “Los documentos del Procurador”, no solo para dar cuenta de la integridad de sus actuaciones, sino sobre todo para recalcar la absoluta vigencia de sus críticas y la omisión criminal del Estado colombiano y sus mandatarios que todavía persisten en la aplicación del prohibicionismo, la fumigación con glifosato, la extradición como delegación de soberanía estatal, el desangre de cientos de miles de campesinos y el asesinato de sus líderes por quienes se lucran de tan criminal política. Lucro que va desde la burocracia de agencias estatales como la DEA norteamericana y en nuestro terruño el entramado corrupto de miembros de la Fuerza Pública que permiten el ingreso de toneladas de precursores químicos para el procesamiento de cocaína. Pues como certeramente lo caracterizó Jiménez Gómez: “Ya el problema del narcotráfico no es un negocio de dos o tres capos, sino un ingrediente normal y masivo de la economía y la vida colombiana; ya no se trata de romper una moral o una ilegalidad sino algo más profundo: un estilo de vida, y un patrón cultural como el de la economía informal […] Sus negocios crecen, su base social se ensancha y multiplica, sus medios de acción se diversifican y desinhiben más todos los días (Jiménez, 1987, p. 43-45). Por eso, es imperioso concluir con esta última cita del Doctor Jiménez Gómez: “En materia de Justicia y de Gobierno hay que tomar en cuenta la realidad y saber que sin ella el Derecho no funciona, que, por eso al Derecho hay que darle bases reales y herramientas operativas, pues no se puede gobernar sobre supuestos inexistentes ni  con instrumentos inservibles […] Que el Estado no se puede apegar a una soberanía meramente teórica y nominal, sino que tiene que vivir siempre en  marcha hacia una institucionalidad operante”. Y esa institucionalidad operante demanda un cambio vital en la mal llamada guerra contra el narcotráfico que ya perdió el prohibicionismo en forma irreversible. Consejo que debería escuchar y aplicar el presidente Duque, pues en la realidad su “Paz con legalidad” se ha degradado en una “paz con letalidad”, mucho más si persiste en el uso del glifosato. Pero conociendo su falta de autonomía en esta materia y su admirable procrastinación, demostrada con las vacunas contra la pandemia, esperará las instrucciones de Biden, que ojalá por respeto al medio ambiente desista de esa política criminal y ecocida, pues al parecer la vida y dignidad de la población campesina, negra e indígena del sur vale menos que la del norte. Población a la que supuestamente protege el prohibicionismo de los violentos y corruptos narcotraficantes del sur, olvidando que en el fondo el problema es más de la extra-adicción de los virtuosos y emprendedores consumidores del norte que un asunto de extradición de los narcotraficantes del sur o de fumigación de campos de coca. A fin de cuentas, dicha “guerra contra el narcotráfico” se gana o pierde en la mente de millones de consumidores, no expoliando y fumigando una “mata que no mata”, sino que es prodigiosa como la Mama Coca. Así como la marihuana pasó de ser planta maldita a convertirse en planta medicinal bendita, hay que recorrer el mismo camino con la coca, cuyas propiedades son aún mayores[7].

 

 

lunes, febrero 01, 2021

Carlos Jiménez Gómez: Un Procurador Histórico. In Memoriam II

 

Carlos Jiménez Gómez: Un Procurador Histórico

In Memoriam II

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Hernando Llano Ángel

Del pasado al presente

La dimensión histórica de un funcionario público se mide por su capacidad para cuestionar, liderar y señalar horizontes a una sociedad, promoviendo el desarrollo de las potencialidades y la dignidad de todos sus congéneres, como ejemplarmente lo hizo Carlos Jiménez Gómez desde la Procuraduría General de la Nación. Lamentablemente todo lo contrario sucede en el presente. Hoy se consagra a quienes destacan por su habilidad para contemporizar con el Statu Quo en la defensa de las desigualdades sociales, la violencia y los privilegios de las elites. Defensa y afianzamiento que suele hacerse desde la cúpula del Ejecutivo con todo su gabinete, amplificada por el corifeo de alabanzas y consagraciones que despliegan los medios masivos de comunicación, especialmente en los momentos de crisis y en las encrucijadas históricas que definen el futuro de nuestra sociedad. Pero también en el doloroso y prolongado trance que vivimos, causado por esta pandemia cercana a las 55.000 víctimas mortales y que ya cobró incluso la vida del ministro de defensa Carlos Holmes Trujillo (Q.E.P.D). Su sensible y precipitado fallecimiento nos revela no solo la procrastinación mortal del presidente Duque con la gestión de las vacunas sino también su errática oratoria, incapaz de conjugar el verbo querer[1]. Vivimos, pues, un presente tan mediocre y gris como el pasado tenebroso y violento, que enfrentó con valor y premonición lúcida el Procurador Carlos Jiménez Gómez.

El Palacio de Justicia

Por eso, vale la pena recordar el coraje civil y la visión de jurista, pionero en la invocación del Derecho Internacional Humanitario, que esgrimió contra ese poderoso bloque institucional del Ejecutivo, en un acontecimiento tan delirante como la toma del Palacio de Justicia por un comando del M-19 y la reacción ignominiosa de la Fuerza Pública. Reacción que culminó con la incineración del Palacio de Justicia y la decapitación de la cúpula del poder judicial, nunca con la retoma de sus instalaciones, ya reducidas a cenizas y escombros. El Palacio de Justicia quedó convertido en un espectro y en él murieron cerca de cien rehenes. Es cinismo criminal hablar de retoma, cuando lo que hubo fue una hecatombe presidencial e institucional que no deparó en sacrificar desde el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alfonso Reyes Echandía[2], junto a 15 magistrados más, y un número de 11 desaparecidos, de los cuales todavía se ignora el paradero de cinco de ellos[3]. Por eso, hay que retomar las principales conclusiones de su informe. De entrada, el Procurador señaló lo que desde siempre ha sido una práctica consuetudinaria del Estado colombiano y sus gobernantes: “En el Palacio de Justicia hizo crisis en el más alto nivel el tratamiento que todos los Gobiernos han dado a la población civil en el desarrollo de los conflictos armados”. Un tratamiento no solo violatorio de la Constitución y las leyes, sino del mismo Derecho Internacional Humanitario, que invocó Jiménez Gómez en su denuncia contra el presidente Belisario Betancur y su ministro de defensa, el general Miguel Vega Uribe, ante la Cámara de Representantes. Lo hizo con fundamento en el artículo 121 de la Constitución de 1886, que establecía el llamado Derecho de Gentes, hoy más conocido como DIH, resaltando que: “La invocación del Derecho de Gentes y del Derecho Internacional Humanitario es un complemento indispensable de toda política de defensa de los Derechos Humanos”. El texto de la denuncia, con sus 33 páginas, está publicada en su libro “El Palacio de Justicia y el Derecho de Gentes”, editado por la Procuraduría General de la Nación en 1986, y es mucho más que una rigurosa investigación disciplinaria de lo acaecido, sustentada en pruebas y testimonios. Es un análisis profundo que integra lo político y lo jurídico: “El problema que aquí se plantea es político, en primer lugar, y solo en segundo lugar es de carácter jurídico; y puede resumirse en los conceptos y reflexiones que suscitan los siguientes interrogantes: ¿Puede el Estado envolver en una misma acción represiva a unos ciudadanos fuera de la Ley y a otros ciudadanos inocentes, antes de haber agotado todos los medios a su alcance para tratar de rescatarlos a estos sanos y salvos? ¿Es esa decisión de aplicarles de inmediato, por cualquier razón, un mismo tratamiento, legítima?” y, unos párrafos más adelante, concluye: “La Procuraduría no puede responder a dichos interrogantes sino negativamente”.

Denuncia ante la Cámara de Representantes

Por ello, traslada su denuncia a la Cámara de Representantes para que esta valore si en esa decisión del Ejecutivo de rescatar a sangre y fuego a los rehenes y el Palacio de Justicia, “fueron observadas y adoptadas todas las medidas de carácter positivo y negativo a que, según el Derecho de Gentes y los pactos de Derecho Internacional Humanitario aprobados por el País, el Gobierno Nacional estaba obligado para preservar la vida de las personas civiles referidas y para lograr su rescate sanas y salvas”. La denuncia fue analizada por la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, cuyos ponentes, los representantes liberales Horacio Serpa Uribe (Q.E.P.D), Carlos Mauro Hoyos (Q.E.P.D) y el conservador Darío Alberto Ordoñez, concluyeron que: “Esta Comisión no cuenta con elementos de juicio suficientes que le permitan impugnar desde el punto de vista legal, aquella decisión, libre y autónomamente tomada por el señor Presidente de la República, y respaldada, por lo demás, en la Constitución y Leyes de la República, por ser, repetimos, un típico acto de Gobierno, ejecutado por quien sólo podía hacerlo, es decir, el señor Presidente de la República y el señor Ministro de Defensa. […] Proponemos: Declárese que no hay lugar a intentar acusación ante el Senado de la República contra el Presidente Doctor Belisario Betancur Cuartas y su Ministro de Defensa, general Miguel Vega Uribe, por razón de los hechos ocurridos durante los días 6 y 7 de noviembre de 1985 en relación con la toma por parte del M-19 del Palacio de Justicia, y en consecuencia archívese el presente informativo”. Dicho concepto fue acogido por unanimidad en la plenaria de la Cámara de Representantes y en consecuencia archivada. Por su parte, el Consejo de Ministros descalificó en forma cínica la denuncia del Procurador, con el falso argumento de que “Tal forma de actuación no está prevista dentro de las normas constitucionales y legales que fijan las atribuciones del Procurador y del Ministerio Público y puede conducir al desconocimiento de uno de los principios tutelares del estado de derecho”. Cuando en realidad sucedió todo lo contrario, pues el Consejo de Ministros permitió que ese estado de derecho fuera derruido por completo, como el Palacio de Justicia, según lo reconoció el entonces ministro de justicia, Enrique Parejo González, al decir que “el Consejo de Ministros había sido puesto en ridículo” (El Tiempo, 14-VI-86), pues la Fuerza Pública continúo su operativo sin atender sus peticiones. En cuanto a la reacción de la gran prensa, la radio y televisión, Jiménez Gómez fue sometido a un linchamiento mediático, como si su denuncia hubiera sido un crimen de lesa majestad contra el presidente Belisario Betancur[4], quien por otra parte asumió toda la responsabilidad política por los hechos. Basta recordar el titular de EL TIEMPO: “Una acusación imposible”, de junio 19 de 1986; “LA REPÚBLICA”: “Betancur no debió ser demandado ante Cámara” y los diarios regionales EL PAÍS: “Desconcertante informe” y LA PATRIA: “No nos dejemos despistar”. Ni hablar de la inmensa mayoría de columnistas, que lo lapidaron y descalificaron con toda serie de epítetos, como los siguientes: “El Procurador, un desorbitado” de Rodrigo Ramírez en EL HERALDO; “En procura de notoriedad” de Silvio Trujillo Acevedo en EL COLOMBIANO, para solo mencionar algunos. Ante semejante avalancha contra su informe y denuncia, Jiménez Gómez profundizó en el análisis de las relaciones entre el poder civil y militar, ya que había tomado fuerza la hipótesis del golpe de estado contra Belisario, exculpándolo por completo de lo sucedido, no obstante haber asumido toda la responsabilidad pública como comandante de las Fuerzas Militares. Es entonces cuando presenta su esclarecedora hipótesis de las dos constituciones que, en mi opinión, resuelve esa falsa tensión entre los poderes civiles y militares, pues de lo que se trata es del predominio de la violencia ante el escaso respaldo de los ciudadanos a unas instituciones estatales que no representan sus intereses y menos promueven y protegen sus derechos: “No rigen en Colombia una sino dos constituciones, la primera para uso de la generalidad de los ciudadanos, y otra, venida sutilmente a pasos inaudibles y sigilosamente entronizada en el corazón de la sociedad y del Estado, no se sabe cuándo, ni cómo, ni por quién, de uso privativo de las Fuerzas Armadas. (Jiménez, 1986, p. XI) … Parece ser una de las columnas más hondas en que descansa secretamente la vida pública colombiana, que oculta en algún repliegue de su mente la idea de un cierto pacto tácito entre el poder civil y el militar, consagratorio de un régimen progresivo e indefinidamente acumulativo de pequeñas, medianas y grandes excepciones en favor de los castrenses. (Jiménez, 1986, p. XI)”. Y, sin duda, ese régimen ha venido consolidándose en contravía de la Constitución de 1991, pues la mayoría de los presidentes han optado por fórmulas autoritarias y el impulso de políticas de orden público con ofensivas militares que han trasladado al campo y a muchas ciudades el desprecio por la vida y los derechos humanos de la población civil. A vuelo de pájaro, basta citar la “GUERRA INTEGRAL[5] de Gaviria y Pardo, como primer ministro civil de defensa, contra la Coordinadora Guerrillera y la creación de las CONVIVIR[6]; luego el PLAN COLOMBIA de Andrés  Pastrana y la fumigación con el devastador glifosato contra miles de campesinos raspachines; la “seguridad democrática”, el PLAN PATRIOTA, los “falsos positivos” y la terrorífica “Operación Orión[7] en Medellín, ordenada por Uribe, supervisada por la ministra civil de defensa, Martha Lucía Ramírez, hoy Vicepresidenta y ejecutada por el general Mario Montoya, hasta llegar a nuestros días con la flamante política de “Paz con legalidad”, que ya deja más de 300 líderes sociales asesinados[8], 91 masacres[9] el año pasado y 251 reincorporados de la FARC[10] ultimados. Lo anterior, como certeramente lo consignó Jiménez Gómez, ha convertido en endémico “el tratamiento que todos los gobiernos han dado a la población civil en el desarrollo de los combates armados”, vale decir, un tratamiento igual al ejecutado en el Palacio de Justicia: criminal, terrorífico y políticamente impune, que incluso eleva a sus determinadores a la categoría de estadistas y a sus ejecutores a héroes de la Patria, mientras desconoce y condena al olvido a sus innumerables víctimas y a quienes defienden sus derechos y dignidad, como lo hizo el doctor Carlos Jiménez Gómez desde la Procuraduría General de la Nación. En la próxima entrega, referiré su postura como Procurador ante el Tratado de Extradición y la guerra contra el narcotráfico, donde fue no sólo incomprendido sino también tergiversado, abandonado por Belisario Betancur que lo comisionó a Panamá para atender una propuesta de entrega de los Extraditables e injustamente calumniado, precisamente por su independencia y a la vez lealtad personal con Belisario.