jueves, enero 24, 2008

CALICANTO
(Enero 24 de 2008)
Calicantopinion.blogspot.com

Hernando Llano Ángel.

La Hora de la Verdad

Todo parece indicar que nos estamos acercando, por demás en forma vertiginosa y sesgada, a la hora de la verdad. Aquella hora donde los hechos, con toda su dimensión de las realidades lacerantes y fatales, nos confrontan y desafían sin que podamos evadirlas. Las agónicas pruebas de los supervivientes en poder de las FARC han sido el detonante de un justo y multitudinario rechazo ciudadano a la humillación del secuestro y a las cadenas del oprobio y la vergüenza que a todos nos atan. Por ello, el próximo 4 de Febrero se trata no solo de exigir la liberación de todos los rehenes y secuestrados, sino especialmente de liberarnos nosotros mismos de las cadenas más crueles y mortales que existen.

Las cadenas de los prejuicios políticos y la manipulación maniqueísta del dolor y la sensibilidad humana. Son cadenas tan sutiles e invisibles que no las percibimos ni sentimos, porque nos atan el alma y no el cuerpo. El alma del entendimiento, la sensibilidad y la deliberación. Nos atrofian el juicio a tal punto, que empezamos a rechazar sólo cierto tipo de violencia y a indignarnos selectivamente frente a sus responsables. Entonces, sin darnos cuenta, vamos legitimando el terror y la violencia de unos y olvidando a sus víctimas, hasta incluso llegar al extremo de negar su existencia. Tal es el mayor error y horror de la movilización ciudadana convocada para el próximo 4 de Febrero contra las FARC y la liberación de sus víctimas, pues desconoce la ignominia y el terror sin límites de quienes, como los paramilitares y sus extensas redes de civiles criminales y cooperantes oficiales, se dedicaron a desplazar, masacrar y desaparecer a miles de compatriotas. De ellos no tenemos una sola prueba de supervivencia, sólo quedan innumerables fosas clandestinas donde todavía son rehenes de la muerte. Sus cuerpos han sido arrastrados y sepultados en ríos de indolencia e insensibilidad ciudadana. Mientras unos se dedicaban a la prosperidad de sus negocios y otros a la angustia de sobrevivir, miles de campesinos fueron arrasados por la maquinaria criminal de una guerra depravada entre paramilitares, narcotraficantes, guerrilleros y fuerza pública, como si se tratara de talar bosques tropicales para sembrar coca y cosechar muerte. A la depredación de nuestra riqueza natural se sumo la degradación de nuestra condición humana. Y no salimos a las calles.

Ahora sus memorias, gritos de dolor y agonía de cuando eran torturados, descuartizados y desaparecidos, corren el riesgo de ser silenciados por la algarabía de quienes sólo se solidarizan con un grupo de víctimas, con aquella clase de víctimas que sienten cercanas porque son sus semejantes, familiares, vecinos o copartidarios. Pero las otras víctimas no existen. Cuesta mucho trabajo reconocer la vida y dignidad de los otros, los diferentes, de aquellos pobres muertos de hambre y del campo que no sienten y piensan como nosotros, los seguros, civilizados y buenos ciudadanos.

Por todo ello la manifestación del 4 de Febrero no puede ser sólo contra las FARC y por la liberación de todos los secuestrados. Debería ser la manifestación contra la guerra, la violencia, el horror y la mentira, por la libertad, la vida, la paz y la verdad. Una movilización de vida, valor y dignidad por la memoria de todas las víctimas, sin exclusión alguna. No una manifestación donde se manipula la sensibilidad y la razón y predomina una confusa mezcla de odio, miedo y venganza.



Un confuso sentimiento estimulado por el bullicio de unos banales medios de comunicación y de muchas voces frívolas dedicadas a tergiversar y maquillar esta compleja y terrible realidad, al querer dividirnos entre el bando de supuestos buenos y ejemplares ciudadanos enfrentado a muerte contra desalmados terroristas. Porque no hay terror más devastador y repudiable que el de aquellos que se consideran justos y predestinados para salvarnos y ordenan disparar con absoluta buena conciencia o rescatar heroicamente a los rehenes. Todo ello en nuestro nombre y con nuestra complacencia, invocando trascendentales valores como la Patria, la libertad, la vida, la seguridad democrática y hasta la reconciliación nacional para derrotar el terrorismo. Parece que estamos llegando a la hora de la verdad, que no puede ser otra que la de la vida y la libertad, no la mentirosa de la guerra y la victoria total, que suele ser mortal.

miércoles, enero 16, 2008

DE-LIBERACIÓN
(Para www.actualidadcolombiana.org y calicantopinion.blogspot.com)
Enero 14 de 2008


¿Del acuerdo humanitario al conflicto internacional?

Hernando Llano Ángel.

Se atribuye a Confucio una sencilla y profunda definición del poder. “El poder es la capacidad para denotar la realidad”. Es decir, para darle un nombre, pues quien logre que todo el mundo la denomine de la misma manera, ya con ello le ha fijado una identidad que empieza a considerarse como definitiva e inmodificable. Así se llega a una de las falacias más nefastas para el entendimiento humano, cierto nominalismo fundamentalista que termina por confundir el nombre con la realidad. Entonces se cree, ingenua o maliciosamente, que basta con cambiar el nombre para transformar la realidad, en lugar de hacer lo contrario. Tal es el fondo de la interminable controversia acerca del carácter de actores políticos beligerantes o terroristas que tienen las FARC y el ELN, según la última propuesta del presidente Chávez.

De esta ilusión nominalista son especialmente cautivos los políticos y los juristas, cuando creen que cambiando Constituciones, aprobando leyes y profiriendo decretos ya han creado otra realidad. A tal punto que se vuelven trascendentales y se creen inmortales cuando proclaman cartas constitucionales que consagran rimbombantes instituciones como el Estado social de derecho, la República Bolivariana y la Democracia Participativa. Lo grave es que estos ilusionistas de nuevas realidades disponen del poder institucional para tratar a quienes pongan en duda esas nuevas verdades como traidores de la Patria y terroristas, descargando contra dichos disidentes todo el peso de la ley, las armas y la opinión mayoritaria. Entonces en nombre de sacrosantas, intangibles e imaginarias realidades como la Patria, la Soberanía Nacional, la Justicia, la Democracia, la Libertad, la Seguridad y un largo etcétera, se encarcela, tortura, secuestra, desaparece y asesina a personas de carne y hueso, muy tangibles e insustituibles, pero que carecen de la importancia trascendental de esos inamovibles e intocables valores e instituciones.

Tanto Chávez como Uribe son rehenes de ese nominalismo institucional que legitima sus respectivos proyectos políticos y afianza su protagonismo narcisista, considerándose cada uno predestinado para escribir la historia, como si ella fuera un simple resultado de sus geniales capacidades personales. Ambos padecen una curiosa y peligrosa megalomanía política. Chávez se cree predestinado para liderar la derrota del imperialismo norteamericano, encarnando el Bolívar del siglo XXI y realizando su sueño de una América Latina integrada y poderosa, pero ahora en clave socialista. Por su parte, Uribe se proyecta como una especie de gran patriarca y patriota, predestinado para derrotar el terrorismo, pero confunde a Colombia con el Ubérrimo y reduce la democracia al mercado y la seguridad para las inversiones privadas, siendo por ello su destino vital la derrota de las FARC. No deja de ser un revelador contraste que Uribe sea el anfitrión en el Ubérrimo del presidente de la multinacional norteamericana General Electric, mientras Chávez lo es en Miraflores de Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo, tras su liberación por las FARC.

De allí que para Chávez las FARC y el ELN sean ejércitos con un proyecto político antiimperialista y para Uribe grupos terroristas. Ambos se encuentran situados en las antípodas y la realidad los supera con creces, pues sus ideologizadas visiones y vanidosas personalidades no les permite reconocerla en toda su complejidad y riqueza de matices.

La afinidad política de Chávez con la guerrilla le impide apreciar la degradación criminal en que ella incurre al convertir el secuestro en su principal estrategia de negociación y supervivencia política, y al utilizar el narcotráfico como principal fuente de abastecimiento militar. De otra parte, el odio visceral de Uribe hacia la guerrilla y su afinidad personal con quien la combata, sin deparar mucho en los excesos criminales del paramilitarismo, para quien continúa reclamando un trato político y cuyos cabecillas protege todavía de la extradición, lo debilitan ética y políticamente en su lucha contra el terrorismo y su publicitada política de seguridad democrática. Así es percibido internacionalmente, aunque nacionalmente cuente con cerca del 75% de opinión favorable, para la cual parece haber un narcoterrorismo encomiable (AUC) y otro repudiable (FARC).

De lo anterior se puede concluir que tanto Chávez como Uribe carecen de convicción, coherencia, personalidad y compromiso real con la democracia y sus principios fundamentales: la vida, la libertad, la paz y la deliberación de sus ciudadanos, a quienes consideran una masa de maniobra política y militar de sus respectivos proyectos estratégicos, bajo espejismos como el socialismo del siglo XXI y la seguridad democrática. Lo más grave de lo anterior es que ambos continúan actuando como si fueran protagonistas de la historia, cuando el libreto está siendo definido en otras latitudes. Sus movimientos no son tan autónomos y sus decisiones tan soberanas como afirman. Más parecen alfiles en el ajedrez geoestratégico y militar de Washington contra las FARC, acostumbrado al sacrificio de piezas menores para alcanzar sus objetivos. Poco importa la vida de unos cuantos miles de “peones,” sean ellos rehenes, secuestrados, campesinos, terroristas, guerrilleros beligerantes, soldados colombianos o bolivarianos. El nombre es lo de menos, lo que cuenta es el poder de matar (la guerra) y no el de hacer vivir (la política). No se puede permitir que dicha semántica belicista transforme el imperativo ético y político de la vida y la libertad de todos los rehenes y secuestrados en la hecatombe impredecible de un conflicto internacional, para beneficio de la industria militar norteamericana, los mercaderes y mercenarios de la muerte, todos ellos interesados en la perpetuación de un par de megalómanos en el poder, en lugar de los estadistas y demócratas auténticos que se precisan para superar esta encrucijada histórica.

jueves, enero 10, 2008

CALICANTO
(Enero 5 de 2008)
Calicantopinion.blogspot.com


Hernando Llano Ángel.

La parábola de Emmanuel.


Con apenas tres años y medio de vida, Emmanuel encierra en su frágil y maltratado cuerpo los rasgos más dramáticos y degradados de nuestro conflicto, pero también los más vitales, esperanzadores y paradójicos. Rehén de las ansias de vida y libertad de su madre, Clara Rojas, es concebido en cautiverio y nace en primavera (Abril 16), encadenado a una historia de revanchas y odios entre antagonistas sin grandeza, que han reducido la política a una interminable serie de matanzas donde la vida, la libertad y la dignidad humana son una simple pieza de recambio en el juego mortal de la guerra. Una guerra que nos insensibiliza a tal punto que gran número de colombianos son incapaces de reconocer el dolor y la dignidad de las víctimas, al menospreciarlas e insultarlas, como sucede en los casos de Yolanda Pulecio y Clara de Rojas, por ser indeclinables en la liberación de sus seres queridos y permanecer junto a Chávez con quien las FARC tienen ahora una doble deuda de honor.

Un conflicto que tiende a transformar a los verdugos en inocentes y a las víctimas en culpables, como acontece cuando muchos señalan que Ingrid merece su condición por irse a meter en la boca del lobo. Una guerra que tiende a convertir a los criminales de lesa humanidad y narcotraficantes en actores políticos, con el auspicio del propio Presidente Uribe y su promovida ley de “Justicia y paz”, que en varias ocasiones ha defendido en contravía de los pronunciamientos de la Corte Constitucional y la Corte Suprema de Justicia. En fin, una guerra que nos degrada a todos cada día más, pues con nuestra indolencia y pasividad nos convertimos en cómplices, cuando no en instigadores irresponsables de la misma al recordar y odiar con intensidad los crímenes de las FARC y al olvidar y perdonar con facilidad los crímenes de las AUC. Una guerra que jamás podrá terminar hasta que tomemos conciencia y reconozcamos plenamente nuestra responsabilidad personal y social en su continuidad y progresiva depravación.

De alguna manera esa es la parábola de Emmanuel, pues en medio de las atrocidades de esta pervertida guerra y las presiones políticas nacionales e internacionales, donde hay que reconocer la función catalizadora de la mediación de la senadora Piedad Córdoba y del Presidente Hugo Chávez, las FARC no tuvieron otra opción que prometer la liberación de Clara Rojas, la ex Senadora Consuelo González de Perdomo y el pequeño Emmanuel. Pero Emmanuel, además de ser hijo de Clara Rojas es un sobreviviente de la guerra y, paradójicamente, sus crueles avatares lo pusieron a salvo, al ser dejado en custodia por las FARC en Guaviare al mecánico José Gómez y éste entregarlo al ICBF por su grave estado de desnutrición y precaria salud.

Su nombre ahora cobra un significado más terrenal que celestial: es la vida y la libertad entre nosotros, a la espera de su madre, Clara Rojas, quien debe ser prontamente liberada. Sin duda, el llanto y la alegría de Emmanuel reclaman con urgencia su presencia. Emmanuel es ahora el cordón umbilical que ata a la vida a su madre y la puede liberar del laberinto del secuestro. Con sus inocentes y frágiles años ha sobrevivido a la crueldad y las mentiras de las FARC tanto como a la desidia presidencial, que sólo tuvo conocimiento de su vida e identidad cuando ésta cobró valor político. Entonces dejó de ser el anónimo Juan David Gómez Tapiero para convertirse en el predestinado Emmanuel.

Pero sucede que en condiciones similares, según el ICBF, viven cerca de 15.853 niños en Colombia y con pocas posibilidades de tener la nueva vida que va a iniciar Emmanuel, rodeado del afecto y las seguridades que le brindarán su abuela materna y demás familiares, mientras se reencuentra con su insustituible madre. Según UNICEF, “entre 10.000 y 13.000 menores han sido reclutados por grupos armados ilegales. Hay cerca de 2.000.000 de niños desplazados por la violencia. Entre 1990 y 2007 fueron víctimas de minas antipersona 449 menores de edad y 149 murieron”. Una cantera inagotable para nuevas guerras y revanchas. El representante de UNICEF en Colombia, Paul Martin, denunció que “21.000 niños mueren al año en el país por causas prevenibles como la desnutrición y no tener acceso a sistemas de salud o agua potable.[1]” Pero además de dicha violencia estructural y mortal, está la violencia intrafamiliar, que aunque menos letal es mucho más indignante y humanamente superable. Elvira Forero, directora del ICBF, informa que los “casos de maltrato infantil han crecido en los últimos 4 años. En el 2004 se registraron 36.000 denuncias, en el 2005, 47.979; en el 2006, 54.310; entre enero y abril de 2007 ya iban 23.5000”. También una cantera apreciable para grupos armados ilegales y potenciales vengadores de una infancia ultrajada y secuestrada, precisamente por quienes deberían protegerla y estimular su sano crecimiento.

De manera, pues, que la inhumanidad, crueldad y mentiras no son exclusivas de los grupos armados ilegales, sino también de numerosas familias donde crecen miles de “Emmanueles” en oprobiosa libertad. Por todo ello, la parábola de Emmanuel no es personal sino social, como también sucede con las causas y el entorno de nuestro degradado conflicto armado, ya no sólo de carácter doméstico sino también internacional o “inteméstico”, tanto en su profunda degradación belicista como en su urgente humanización política, con la mediación del Comité Internacional de la Cruz Roja para evitar otro desenlace fatal como el de los once diputados de la Asamblea del Valle.

Tal es la histórica responsabilidad del presidente Uribe y de Marulanda, pues si continúan empecinados en la utilización y manipulación política y militar de los rehenes, serán inferiores al imperativo humanitario que les exige la comunidad internacional y la sensibilidad humana: su vida y libertad. De persistir cada uno en la obsesión belicista de vencer y humillar al contrario, no habrá operación humanitaria sino otro rescate funerario. Entonces ambos podrán reclamar ante toda la humanidad y la posteridad la victoria de la muerte sobre la vida y la libertad de los rehenes. Se cubrirán de vergüenza y soberbia, en lugar de gloria y humanidad, cada uno responsabilizando al otro de lo ocurrido. Su comportamiento será más propio de criminales que de combatientes y no podrán eludir su responsabilidad frente a la eventual acción de la justicia penal internacional y el perenne juicio de la humanidad.

[1] - El Tiempo, Jueves 3 de Enero 2008, página 1-4 Nación.