lunes, noviembre 29, 2021

Las ilusiones y mentiras del Centro Político Tanático

 

LAS ILUSIONES Y MENTIRAS DEL CENTRO POLÍTICO TANÁTICO

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/las-ilusiones-mentiras-del-centro-politico

Hernando Llano Ángel

Todo parece indicar que en estas elecciones nada es más disputado y pretendido que el centro político. Todos los candidatos huyen de la derecha y la izquierda. Se declaran de centro-derecha o centro-izquierda, para seducir y conquistar esa amante esquiva y elusiva de la voluntad popular. A tal punto que el mismo expresidente Uribe bautizó a su partido “Centro Democrático” y siempre ha sostenido que no cree en la política de derecha y mucho menos de izquierda. Así las cosas, toda la política es de centro y quienes no se sitúen en ese espacio omnipresente y omnicomprensivo, están fuera de lugar. Se encuentran, no solo en el lugar equivocado, sino que inmediatamente son calificados de “comunistas o mamertos” y quizá hasta “castrochavistas” y “terroristas”. A ese maniqueísmo simplista se ha llegado en la política nacional y hasta sus mismos protagonistas se lo creen. Incluso Petro se identifica como de centro izquierda. Es verdad que parece imposible renunciar a esa especie de geopolítica ideológica y doctrinaria, un dogma del sentido común, que ineludiblemente nos ubica a la derecha, centro o izquierda. Pero se trata de una ilusión espacial. En la realidad política no existen esos referentes espaciales fijos porque la política es mucho más que un campo de juego predefinido y estático. No es un campo de fútbol donde se pueden ubicar jugadores a la derecha, la izquierda y el centro. Es, en primer lugar, un campo de disputa permanente cuyos límites y puntos cardinales los fijan y cambian sus protagonistas de acuerdo con sus programas, discursos, propuestas y especialmente sus actuaciones en la vida pública. Por ello, no solo es una ilusión que los candidatos y sus partidos digan que son de extremo centro –como afirmó serlo el presidente Duque[1], seguramente por la ubicación de la Casa de Nariño en el extremo centro de la de derecha del capital financiero-- o de centro derecha o centro izquierda y hasta del centro radical, sino que además es una mentira ofensiva para la inteligencia de los colombianos. Todos sabemos muy bien que ese centro no existe más allá de la necesidad de los precandidatos de atraer el mayor número de electores ingenuos para derrotar a sus contrincantes, descalificándolos por ser de extrema izquierda o derecha, y quedarse así el ganador con el centro del botín estatal para repartirlo entre sus amigos del Centro plutocrático[2], como una empresa particular a la manera de Agro Ingreso Seguro[3] o en el presente con la cacocracia del Mintic de Centros Poblados[4]

Las mentiras del centro político

Entonces tendríamos que concluir que hoy todos los precandidatos están en el centro de una comedia y representan una parodia de la auténtica política. Que son unos comediantes profesionales, algunos convincentes y otros patéticos, situados en el centro de un escenario de mentiras. Lo grave es que esa comedia electoral que representan se convierte en una tragedia nacional cuando se despojan de su careta de actores, abandonan el escenario del centro y les toca gobernar, tomando medidas que no pueden ser centradas, porque la realidad es completamente diferente y sus decisiones van a favorecer y afectar a gente real. Así constataremos que ninguno era del centro que decía ser. Pues la política real en nuestro país tiende a beneficiar más a unos pocos, afines a la derecha, que suelen vivir en el norte de la mayoría de nuestras principales ciudades. Esa política y sus partidos los representan bien y agencia regularmente sus derechos y privilegios, muy distantes de los de las mayorías situadas en el extremo de la periferia de nuestras principales ciudades y de quienes sobreviven abandonados en un inhóspito campo. Esas mayorías citadinas malviven casi siempre hacinadas en el suroriente de nuestras principales ciudades, sin empleo estable, con carencias vitales y al borde de la inanición, descentradas y marginadas sistemáticamente por politiqueros y demagogos que con subsidios, clientelismo y compraventa de votos las llevan periódicamente a las urnas para reelegirse indefinidamente. Esas mayorías atiborran el centro de las ciudades ignoradas por los del centro político, como vendedores ambulantes y artistas del hambre, funámbulos a punto de caer en las profundidades de la delincuencia, la ilegalidad y cárceles de inhumanidad. Ese es el centro que conoce y se disputa cerca del 60% de la fuerza laboral en nuestras ciudades, el centro paupérrimo de la informalidad económica y el rebusque. Por último, queda la clase media en el limbo de la precariedad, con salarios y sueldos que no llegan a fin de mes. Esa clase media que ingenuamente tiende a creer que es el centro de la sociedad, su eje vertebrador, suele terminar votando por los candidatos de “centro-derecha” pues teme que los de “centro-izquierda” la pauperice más con sus políticas sociales y nuevos impuestos para subsidiar a “vagos” y pobres que supuestamente no quieren trabajar.

Un Centro Tanático

Así las cosas, es forzoso concluir que ese centro político tan preciado y disputado por todos los precandidatos en realidad se parece más al agujero negro de un centro tanático. Un agujero negro que amenaza arrastrarnos con su fuerza centrípeta a una dimensión desconocida donde confluyen las dinámicas extremas de la pobreza, la violencia, el desplazamiento forzado, la criminalidad, la ilegalidad y la pandemia. Dinámicas que parecen subestimar los numerosos precandidatos del centro. Ellos ignoran que están situados en el vórtice del agujero negro y deben estar preparados para ser los primeros en enfrentar y sufrir sus avatares y consecuencias. Porque lo que nadie puede negar y desconocer es que vivimos en el centro de una ingobernabilidad mortal de la cual es urgente salir. Sin embargo, hasta ahora todos los precandidatos del centro temen presentarnos sus propuestas para abandonar ese centro caótico y tanático por miedo a perder votos.  Así, el día de las elecciones, comprobaremos que el tal centro político no existe y que solo con nuestro voto definiremos si continuamos profundizando este agujero negro de ingobernabilidad, horadado con tanta destreza por la derecha del presidente Duque --quien se autodefine como un gobernante de centro extremo-- o, por el contrario, buscamos salir de tanta centralidad autoritaria y centralismo incompetente que nos tiene sumidos en este insondable y caótico centro tanático de corrupción, exclusión y violencias que arrasa todos los días con más vidas de líderes y lideresas sociales[5] y aumenta dramáticamente el número de desplazados forzados, según el último informe de la CIDH[6]. Y quizá la única forma de salir de ese centro es no botando nuestro votos por candidatos y partidos que no definen claramente sus propuestas y proyectos, profesionales de las ilusiones y las mentiras, incapaces de comprometerse a fondo con la paz política, la justicia tributaria y una democracia ciudadana, plebeya y telúrica, es decir, con el País Nacional[7], derrotando por fin al País Político que históricamente ha gobernado y pretende seguir haciéndolo en nombre de un supuesto e inexistente Centro Político, que en la realidad es tanático.

 

viernes, noviembre 19, 2021

2022 ENTRE ELECCIONES Y EXCLUSIONES

 

2022 ENTRE ELECCIONES Y EXCLUSIONES

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Hernando Llano Ángel

Desde luego que toda elección implica exclusiones. Esta es la mayor paradoja de la política y también de la vida personal. No podemos vivir sin elegir. La cuestión está en que nuestras elecciones sean vitales y que las exclusiones no impidan la convivencia social y promuevan la muerte, negando oportunidades y derechos para todos y afianzando privilegios y tratos preferenciales para pocos. Por eso, en política siempre es preferible optar por una urna en lugar de una tumba, por un voto libre a una bala intimidatoria y mortal, en fin, por la participación y la deliberación ciudadana y no la imposición autoritaria, sea esta civil o militar. Siempre será más justo e incluyente un impuesto para la salud y la educación, que una exención tributaria a favor de grandes empresas y el incremento de sus ganancias. Aunque todos sabemos que vamos a morir, por lo general siempre preferimos vivir, salvo cuando el sufrimiento o las enfermedades incurables no nos dejan otra elección que inclinarnos por nuestra propia y personal muerte. Pero en la política no tenemos la opción de la eutanasia, porque no podemos disponer de la vida social, aquella que es de todos y nos afecta a todos. Sin duda, el imperativo de la política en toda sociedad democrática es proteger y promover la vida en condiciones de mayor igualdad, sin exclusiones y discriminaciones arbitrarias que impidan el ejercicio de la libertad y dignidad de cada persona. En este punto, las elecciones que hagamos deberían ser lo más incluyentes posibles de la pluralidad de valores, intereses, formas y estilos de vivir, si en verdad queremos convivir pacífica y democráticamente, evitando al máximo aquellas exclusiones que generan el horror del hambre, la humillación y la guerra, como lo son el fanatismo ideológico y partidista, el nacionalismo expoliador, el clasismo y el racismo.

Contra la eutanasia social

Pero no falta quienes se sienten moral, económica, nacional y socialmente superiores, ya sea porque nacieron en cuna de plata, se consideran predestinados a gobernar eternamente o se creen los poseedores de la verdad, la justicia y el bien. Entonces estos “virtuosos iluminados” terminan decidiendo quiénes deben morir y vivir. Incluso, cómo debemos vivir y hasta morir. Para ello invocan, en forma muy persuasiva, valores como la libertad, la democracia, la patria, el mercado y la seguridad, tras los cuales siempre se parapetan y mandan al campo de batalla a los “héroes” que ofrendan sus vidas en defensa de sus decisiones y privilegios. De los privilegios de aquellos que social, económica y moralmente se proclaman “ciudadanos de bien”, gente virtuosa y trabajadora. Incluso, en nombre de esa superioridad, algunos de sus ingeniosos líderes recurren con frecuencia a la “limpieza social y racial” y cabalmente proclaman que “el Ejército es una fuerza letal que entra a matar”[1], auspician la legítima autodefensa civil, como las “Convivir”[2], y la necesidad de armar[3] a la gente de bien para defenderse del mal y de los criminales. Ignoran que el hambre, la pandemia y las guerras arrasan la vida y la libertad de millones de desarrapados, desplazados y migrantes, tanto en nuestras fronteras como por fuera de ellas. Basta mirar la próspera Europa entre Bielorrusia[4] y Polonia. Son esos los corceles apocalípticos que amenaza peligrosamente la vida, bienes y tranquilidad de todos en todo el planeta.  Así las cosas, está declarada la aporofobia[5], el odio y el miedo a los pobres, la “guerra justa e interminable” de los supuestos “buenos” contra los peligrosos “malos”. Al punto que hoy es sospechoso quien reivindica la justicia social y la redistribución de la riqueza. Y es bien visto quien pregona seguridad y estabilidad, “mano dura contra tanta criminalidad” y migrantes ilegales, ante todo “orden y seguridad”. Pero esos “ciudadanos de bien” se olvidan que es la exclusión social, económica, política y cultural la principal dinamizadora de tanta inseguridad, violencia y criminalidad en todo el mundo, no solo en nuestro país. Toda la razón tenía el papa Pio XII cuando afirmaba que “la seguridad de los ricos es la tranquilidad de los pobres”. Esa tranquilidad que proporciona un empleo digno y estable, no el rebusque desesperado de un mendrugo de pan al borde de los semáforos y la inanición. Esa es la principal exclusión que debemos superar en las elecciones para Congreso y Presidencia del 2022. Hay que votar por partidos y candidatos que, con su vida y ejecutorias, nos hayan demostrado que incluyen social, económica, política y culturalmente, en lugar de excluir a millones de colombianos. Que al aprobar reformas tributarias[6] no lo hagan decretando menos impuestos y mayores exenciones, vectores de inseguridad y, en últimas, criminalidad, que incluso desatan estallidos sociales como el del 28 de abril[7] con un saldo irreparable e imprecisable de vidas humanas sacrificadas y de bienes públicos destruidos y privados saqueados. Gobernantes y representantes que al haber tenido la oportunidad de tomar decisiones y administrar lo público lo hayan hecho en función del interés general y no de intereses corporativos, empresariales, familiares, “partidistas” y hasta criminales, que constituyen el meollo de la corrupción política y administrativa. Pero, sobre todo, que su pasado, entorno político y social no esté cubierto por una densa red de crímenes, cómplices y negociados, casi siempre bien ocultos o justificados en nombre de la “justicia social”, la “seguridad democrática”, “la confianza inversionista” y hasta la “cohesión social”. Porque dichos “partidos”, coaliciones o alianzas con sus respectivos líderes y candidatos nunca podrán responder y servir a los intereses generales de la mayoría de colombianos, sino a los de sus socios y cómplices. Porque en política nadie es independiente, mucho menos desinteresado, no existe neutralidad y aún menos un centro donde todo el mundo converge y está de acuerdo. En política siempre existirá la pluralidad y diversidad de intereses e identidades, junto a múltiples formas de ver y vivir la vida, que impiden la existencia de tal centro armonioso. Que no nos vengan con esos cuentos idílicos una vez más, como los del llamado “Centro Democrático”, con su secuela de autoritarismo, corrupción, crímenes de lesa humanidad e impunidad, todo ello enarbolando banderas como la lucha contra la “corrupción, la politiquería” y la “seguridad democrática”, con resultados tan exitosos como Agro Ingreso Seguro[8] y más de 6.000 ejecuciones extrajudiciales[9].

¡No más dulces envenenados!

Ya es hora de que todos los candidatos dejen de jugar al Halloween electoral y no sean tan generosos, regalándonos más dulces envenenados como: “¡No más impuestos!”, “¡Seguridad y Orden!”, “¡Contra la corrupción y la politiquería!”, ¡Ni una mata más de coca!”  “El que la hace la paga”, “Paz con legalidad” y una lista interminable de mentiras y sandeces. Es hora de exigirles coherencia y, sobre todo, que expongan claramente los medios y las políticas públicas concretas que adelantarían para alcanzar fines y metas con las cuales todos estamos de acuerdo, como: Paz política y Seguridad Ciudadana, Justicia Tributaria y Prosperidad Social, Reconciliación Política con Verdad, Justicia, Reparación y No repetición, en fin, programas de gobierno para una Colombia sin más víctimas irredentas y victimarios impunes. Una Colombia sin necesidad de más héroes y líderes mesiánicos, porque todos somos ciudadanos y no siervos, mucho menos borregos en espera de salvadores y demagogos con tendencias autoritarias que se esconden bajo banderas de centro derecha, humanismos etéreos y tecnocracias supuestamente apolíticas y sin partido. Precisamos más políticas públicas viables, menos promesas irrealizables y clientelismo corrupto. Pero, sobre todo, requerimos mucha más ciudadanía y responsabilidad social para dar sentido a las elecciones y no permitir que el 2022 sea la antesala de la hecatombe nacional y elegir otra vez a los profesionales de la exclusión social, económica y política.

La hora del País Nacional

Es la hora del País Nacional, aquel que proclamaba Gaitán[10] y se viene anunciando periódicamente desde la Constitución del 91, la Consulta Popular contra la Corrupción y en forma espasmódica y desesperada en el Paro Nacional del 28 de abril, para derrotar en las urnas a ese País Político de los privilegios y la exclusión social. Un País Político que persiste en seguir gobernando violentamente, en alianza con el crimen, la corrupción y la impunidad, manipulando las necesidades de las mayorías con subsidios y clientelismo. Canalizando en las urnas el miedo de la clase media y la defensa de minorías privilegiadas con sus prejuicios de clase y odios racistas, enarbolando banderas y consignas falaces como “¡Seguridad democrática!”, “¡Los buenos somos más!”, “Salvemos la democracia”, “¡Abajo el populismo!” “¡Viva Colombia, no al comunismo!”; “!¡No más indios, negros igualados y Mingas en nuestras ciudades!” “¡Que se vayan a sus resguardos y comunidades!”. Banderas y consignas que nos han impedido forjar una auténtica sociedad democrática y les ha permitido a “los mismos con las mismas” seguir gobernando en función de intereses oligárquicos y no mayoritarios. El 2022 es la hora del País Nacional, de la ciudadanía y la democracia, para derrotar en las urnas a ese País Político y su vergonzoso legado de negociados, magnicidios y genocidios que no cesan desde la proclamación de la República y poner así fin a su repetición periódica. Es la hora de incluir en la política la vida de todos con justicia social y de excluir de ella el asesinato y la muerte de tantos. Es la hora de la reconciliación política con justicia, libertad y prosperidad para las mayorías, no la del continuismo de la confrontación, el miedo, la desconfianza y el odio entre “buenos ciudadanos” y “malos colombianos”, entre la “gente de bien y la pérfida chusma”, aupada por elites y minorías que siempre sacan provecho en beneficio propio con el maniqueísmo político, electoral y social de “divide y vencerás”. 

 



miércoles, noviembre 17, 2021

Elecciones 2022: ¿Renovación y reconciliación política o continuismo y catástrofe nacional?

 

Elecciones 2022: ¿Renovación y reconciliación política o continuismo y catástrofe nacional?

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Hernando Llano Ángel

La pregunta puede parecer apocalíptica, pero es realista. Lo que está en juego en el 2022 no es quién llegará a la Presidencia, sino más bien cómo será nuestra supervivencia y convivencia nacional. Sin duda, las próximas elecciones para Congreso y Presidencia son trascendentales y vitales. De las decisiones que tomemos en las urnas dependerá, nada menos, que podamos reconocernos como una comunidad política civilizada o, por el contrario, profundizar esta “federación de odios” en que nos hemos convertido, según la acertada expresión del entonces presidente Belisario Betancur (Q.E.P.D). Estamos, pues, ante una disyuntiva vital: nos debatimos entre escoger las urnas o abrir y profundizar más tumbas. Aunque también podemos continuar viviendo y muriendo entre urnas y tumbas, trincheras y fosas comunes, como lo hemos hecho desde el nacimiento de la República, salvo contados lustros. Ayer nos aniquilamos en nombre de banderías, rojas y azules que, con su sectarismo, odio y violencia, no pudieron forjar democracia, pero sí plutocracias y cacocracias en beneficio propio con la coartada del “Frente Nacional”. O, en el presente, seguir siendo manipulados por el miedo, la desconfianza y los prejuicios ideológicos que nos dividen, fragmentan y polarizan entre derechas, centros e izquierdas, “buenos o malos ciudadanos”, que ciegamente confían en caudillos autócratas que se presentan como salvadores de Colombia. Y todo ello con el cinismo criminal de defender la “democracia más estable y profunda” de Latinoamérica, con precandidatos que nos anuncian su colapso si no se vota por ellos, como Federico Gutiérrez. Sin duda, no existe y menos es viable una “democracia” que cada día genera más exclusión social y económica. Que periódicamente abre fosas comunes, bombardea a niños “máquinas de guerra” y profundiza trincheras. Pero ya hemos recorrido suficiente trecho como para saber que nuestros hijos y nietos no están resignados a seguir padeciendo este mundo infrahumano, sustentado en mentiras y fantasmagorías genocidas que llaman democracia y Estado de Derecho. Un Estado colombiano que ha sido condenado en 22 casos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos[1] al no garantizar y proteger los derechos fundamentales de su población y menos sancionar a sus principales responsables. Nos lo demostraron miles de jóvenes, con desesperación, rabia y devastación durante el reciente Paro Nacional, que más pareció el aborto doloroso de un nuevo país y la agonía de este corrupto y decrépito establecimiento que, en forma desesperada y violenta, se resiste a cambiar. A esta altura, ni siquiera sabemos el saldo mortal[2], cercano a las 80 víctimas en esa jornada sangrienta, más propia de las autocracias vecinas que de la inverosímil democracia[3] que dice presidir el gobernante más desvergonzado, megalómano y mitómano que ha pasado en los últimos años por la Casa de Nariño, superando incluso  a su “Presidente eterno”.

Transición democrática o continuismo catastrófico

Por la forma como transcurre la vida política nacional y el debate electoral entre los numerosos precandidatos a la Presidencia, todo parece indicar que vamos vertiginosamente hacia la catástrofe en lugar de avanzar, en forma concertada y no violenta, responsable y realista, hacia la transición democrática con transformación, renovación, equidad social y reconciliación política nacional. Una transformación, renovación y reconciliación política que asegure la transición hacia una democracia de ciudadanos y deje atrás este régimen electofáctico y cacocrático al servicio de poderes de facto. Poderes que fusionan lo legal con lo ilegal en forma ya casi imposible de reconocer mediante un nudo gordiano que ata la política con el crimen, tejiendo así una red de complicidades e impunidades que nos tiene sumidos y extraviados en este laberinto de violencias y corrupción. Un laberinto en donde cada cuatro años se simulan elecciones democráticas que luego sabemos han estado plagadas de irregularidades con financiaciones mafiosas como la del Ñeñe Hernández[4] o empresariales  como la de Odebrecht[5], que ladina y extemporáneamente archiva el Consejo Nacional Electoral.

El nudo gordiano de la violencia y la corrupción

La primera trama de ese nudo gordiano de corrupción y violencia está relacionada con la forma como los poderes corporativos, empresariales y financieros logran exenciones tributarias e incentivos sectoriales para acrecentar sus ganancias. Aunada a esta trama, está la forma como las economías ilegales, desde el narcotráfico, pasando por la minería depredadora, tanto la criminal como la empresarial, devastan y arruinan nuestra portentosa biodiversidad, desplazando millones de campesinos y comunidades raizales, previo asesinato o desaparición de sus líderes y lideresas sociales, cuya cifra ya supera las 500 víctimas mortales[6] bajo este Ducado de barbarie. Y todo ello, llevado a cabo con el respaldo de organizaciones criminales y hasta de políticas estatales que pregonan “seguridad, cohesión social y confianza inversionista” (tres huevitos ensangrentados), revestidas de pomposos nombres como “seguridad democrática” y “paz con legalidad”. La segunda trama, quizá la más visible, sangrienta e inextricable, está constituida por las coaliciones y disputas entre organizaciones criminales de extrema derecha, como las llamadas “Autodefensas Gaitanistas” o “Clan del golfo” y similares, contra aquellas que se proclaman insurgentes, como las disidencias de las Farc, la “Nueva Marquetalia” y el “ELN”, todas atrapadas, enfrentadas y devoradas por el fangoso, sangriento y ubicuo negocio del narcotráfico, cuyas ganancias se disputan gracias a la absurda “guerra contra las drogas”. Una guerra que cada día les proporciona más dinero para sus “operaciones” y les permite comprar la complicidad de miembros de la Fuerza Pública y funcionarios regionales, pero también irrigar generosamente campañas electorales de alcaldes, gobernadores, Congresistas y hasta presidentes de la República. ¿Será necesario recordar el 8.000[7], la narcoparapolítica[8] y ahora la ñeñepolítica[9]?

Lo que está en juego

Precisamente en las elecciones del 2022 lo que está en juego es continuar consolidando ese entramado de violencia, corrupción y mentiras o, por el contrario, empezar a desatar ese nudo gordiano que nos está asfixiando y matando. Y quizá lo primero que debemos hacer para empezar a desatarlo es aceptar que estamos amarrados por sutiles e invisibles hilos que nos impiden reconocernos y despojarnos de la venda de nuestros propios intereses, prejuicios ideológicos, odios clasistas y racistas. Intereses, prejuicios ideológicos y odios que nos impiden ver la realidad de los otros, sus carencias, temores y anhelos, que fácilmente descalificamos con consignas impactantes como “resentidos”, “envidiosos” y “mamertos”.  O, consignas aún más vergonzosas, como: “jóvenes terroristas”, “vagos, estudien”, “indios narcotraficantes”, “negramenta igualada” a quienes se les pretende impedir su protesta pacífica en nuestras ciudades, simplemente por reclamar como ciudadanos sus derechos. Pero también, desde la otra orilla, cuando se deslegitima al contrario con epítetos como “burgueses indolentes”, “paracos”, “fascistas” y “hombres de blanco”. Con semejante tipo de posturas y actitudes llegamos a situaciones tan deplorables y tristes, como vetar a través de las redes sociales, con campañas difamatorias y sectarias, el evento académico de reflexión y balance sobre los 5 años del Acuerdo de Paz programado por la Pontificia Universidad Javeriana de Cali[10] a comienzos de este mes de noviembre. Semejante veto nos impide dar el primer paso hacia la reconciliación política y la convivencia creadora, que es reconocernos entre todos como auténticos ciudadanos con capacidad para mirarnos a los ojos y decirnos las verdades, por dolorosas que sean. Esta senda la ha venido recorriendo la Comisión de la Verdad, promoviendo encuentros entre víctimas y victimarios, como también entre expresidentes y comisionados, para que todos escuchemos sus versiones sobre la realidad que intentaron gobernar. Solo transitando todos por esos escarpados y difíciles trayectos, donde siempre estarán al acecho el dolor, la rabia y hasta la venganza, sin dejarnos arrastrar por ellos, podremos algún día desatar ese nudo gordiano de violencias, injusticias y sufrimientos. Por el contrario, si ambas partes o alguna de ellas persiste en reclamar una supuesta superioridad moral para condenar a la otra al cadalso y excluirla de la vida política y social, entonces no cabe duda que apretaremos más ese nudo y alcanzaremos niveles de degradación ética y humana inimaginables. Es eso lo que está en juego en las elecciones presidenciales del 2022, más allá de quien resulte ganador. A todos nos cabe la responsabilidad histórica y vital de elegir a quien tenga la capacidad política, ética y gubernamental de avanzar por la vía de la transición democrática con renovación, transformación política, justicia social y reconciliación nacional o, por el contrario, elegir a un candidato incapaz de comprender este desafío que nos sumiría en la confrontación y la catástrofe nacional, cuya cuota inicial ya estamos pagando en el final de este Ducado de narcisistas y mitómanos incompetentes, dedicados a viajar por el mundo presentando una falsa imagen de Colombia como paraíso ecológico y remanso de “paz con legalidad”.

 



Colombia y Venezuela ante la CPI

 

COLOMBIA Y VENEZUELA ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL

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Hernando Llano Ángel

De alguna forma Colombia y Venezuela son Estados sub júdice en el ámbito del derecho internacional de  los Derechos Humanos[1], pero especialmente del Estatuto de Roma y de la Corte Penal Internacional (CPI) por  la violación crónica y masiva de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional humanitario. Violación sistemática y continúa que sus gobernantes, desde la vigencia del Estatuto de Roma, no han tenido la capacidad para evitar, investigar, procesar y condenar a los presuntos responsables. Y esa es la única formar de detener la perpetuación de la impunidad y la repetición de frecuentes crisis humanitaria. Colombia ocupa el primer lugar en el mundo de desplazados forzados  internos[2], cerca de 8.3 millones a finales de 2020, y Venezuela el primer lugar en el continente de migrantes forzados, cerca de 9 millones[3]. Pero ambas naciones proclaman ser paradigmas de “democracia” y “Estados de derecho”.

Duque y Maduro tan cerca y tan lejos

En este aspecto Duque y Maduro están más cerca de lo imaginable, aunque ambos estén política e ideológicamente muy lejanos. Ambos presiden Estados que simulan ser de derecho, pero en los que predomina la violencia, la ilegalidad y el crimen contra gran parte de su población, especialmente aquella que se opone a sus proyectos y políticas gubernamentales. Y en esto están muy cerca. Basta recordar como cada uno de ellos reprime violentamente las protestas populares. También coinciden en que sus respectivos partidos y proyectos políticos rechazan y ven con profundo recelo el papel de la CPI y les tocó forzosamente, tanto a Duque como a Maduro, por imperativos de la diplomacia y la globalización de la justicia, aceptar los Acuerdos que firmaron recientemente con el Fiscal de la CPI, Karim A. A. Khan QC[4]. Es verdad que los Acuerdos difieren. El de Colombia es un Acuerdo de Cooperación que pone fin condicionado al examen preliminar que la CPI adelantaba desde 2004 sobre el Estado colombiano, porque ésta confía en la competencia e idoneidad de la JEP para continuar con las investigaciones y proferir sanciones contra los responsables, tanto de las FARC-EP como de agentes del Estado, con fundamento en el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y garantías de no Repetición (SIVJRNR), fruto del Acuerdo de Paz. Sistema que no existe en Venezuela y por ello el Acuerdo firmado obliga a Maduro a prestar toda su colaboración a las investigaciones que promueva la Fiscalía de la CPI sobre violaciones al Estatuto de Roma[5]. Pasa así de una “fase de investigación preliminar a investigación formal”. Pero, según el Acuerdo contraído por el Estado colombiano con la Fiscalía de la CPI[6], el presidente Duque y sus sucesores deben apoyar y dotar a la JEP de los recursos necesarios para el cumplimiento de sus labores. Pero resulta que el Centro Democrático, como el mismo presidente Duque, han hecho hasta lo imposible para torpedear a la JEP, orquestando campañas difamatorias como la de afirmar que es una jurisdicción de impunidad. Difamación que la JEP acaba de refutar con la imputación a los miembros del extinto secretariado de las Farc-Ep de haber incurrido en el delito de lesa humanidad de esclavitud[7], por el trato inhumano infligido a numerosos rehenes en su poder. Incluso el expresidente y exsenador sub júdice, Álvaro Uribe Vélez, trinó el 18 de febrero de 2019: “Bueno que objeten la JEP, mejor eliminarla” [8]. Ironía de la vida, solo explicable porque para Uribe como para la mayoría de sus adoratrices hay “delitos legítimos y hasta legales”, como los mal llamados “falsos positivos”, cometidos por  supuestos “héroes de la Patria” en cumplimiento de la Directiva 029 de 2005[9], quienes le mintieron a él y a sus inmediatos superiores. Delitos que están siendo investigados por la JEP[10] como crímenes de guerra y de lesa humanidad. Según ese maniqueísmo mortal de Uribe, hay crímenes y criminales buenos porque ejecutan a supuestos o auténticos “terroristas” que son “buenos muertos”. Como seguramente también habrá “buenos torturados” y “buenos desaparecidos”. Tampoco se puede olvidar que incluso Duque objetó la ley estatutaria de la JEP y se convirtió así en el primer presidente que la Corte Constitucional obligó a sancionar, es decir firmar y promulgar dicha ley, pues la Corte considero que no había lugar para dichas objeciones. Siete de los ocho magistrados de la Corte “consideraron que tanto en Cámara como en Senado se presentaron las mayorías necesarias para votar y hundir las objeciones que presentó Iván Duque a la Estatutaria de la JEP”.[11] ¡Tremenda paradoja! Ahora el presidente Duque firma ese Acuerdo de Cooperación con la CPI y se compromete con la JEP a que el Gobierno: “continuará: (i)salvaguardando su marco constitucional y legislativo establecido y su estructura; (ii)asignando el presupuesto necesario para su implementación; y (iii) previniendo cualquier interferencia con sus funciones. Asimismo, el Gobierno se compromete a:(iv) asegurar la seguridad y protección del personal judicial y de los fiscales, así como de los participantes que comparezcan ante los diferentes mecanismos de rendición de cuentas, y (v) promover la plena cooperación y coordinación entre las diferentes entidades del Estado asignadas con funciones relacionadas a la rendición de cuentas, en particular entre la Fiscalía General de la Nación y la Jurisdicción Especial para la Paz”. Por todo lo anterior, el presidente Duque y sus correligionarios en el Congreso deben retirar de inmediato su proyecto de reforma a la JEP. De lo contrario, Duque seguirá simulando ser un demócrata como también pregona ser su eterno “enemigo”, Nicolás Maduro. En verdad, ambos están muy cerca de la CPI y muy lejos del Estado de derecho y, por consiguiente, de la democracia que cada uno jura defender y gobernar. Cada uno, en su estilo, es un excelente simulador, pero hay que reconocer que Duque le lleva mucha ventaja a Maduro. Lo acaba de demostrar en su fulgurante gira internacional y su compromiso solemne en Glasgow con el medio ambiente y nuestros bosques tropicales que los quiere reverdecer y conservar rociándolos con glifosato. Igual a lo que ha realizado con el Acuerdo de Paz y su política de “Paz con legalidad”, más letal y peligrosa que el mismo glifosato para nuestros bosques tropicales y la salud de las comunidades indígenas, población campesina y negra, como sucede ahora en el municipio de Argelia Cauca, con más de 6.373 desplazados forzados y más de 2.000 familias afectadas.[12]