miércoles, noviembre 17, 2021

Elecciones 2022: ¿Renovación y reconciliación política o continuismo y catástrofe nacional?

 

Elecciones 2022: ¿Renovación y reconciliación política o continuismo y catástrofe nacional?

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Hernando Llano Ángel

La pregunta puede parecer apocalíptica, pero es realista. Lo que está en juego en el 2022 no es quién llegará a la Presidencia, sino más bien cómo será nuestra supervivencia y convivencia nacional. Sin duda, las próximas elecciones para Congreso y Presidencia son trascendentales y vitales. De las decisiones que tomemos en las urnas dependerá, nada menos, que podamos reconocernos como una comunidad política civilizada o, por el contrario, profundizar esta “federación de odios” en que nos hemos convertido, según la acertada expresión del entonces presidente Belisario Betancur (Q.E.P.D). Estamos, pues, ante una disyuntiva vital: nos debatimos entre escoger las urnas o abrir y profundizar más tumbas. Aunque también podemos continuar viviendo y muriendo entre urnas y tumbas, trincheras y fosas comunes, como lo hemos hecho desde el nacimiento de la República, salvo contados lustros. Ayer nos aniquilamos en nombre de banderías, rojas y azules que, con su sectarismo, odio y violencia, no pudieron forjar democracia, pero sí plutocracias y cacocracias en beneficio propio con la coartada del “Frente Nacional”. O, en el presente, seguir siendo manipulados por el miedo, la desconfianza y los prejuicios ideológicos que nos dividen, fragmentan y polarizan entre derechas, centros e izquierdas, “buenos o malos ciudadanos”, que ciegamente confían en caudillos autócratas que se presentan como salvadores de Colombia. Y todo ello con el cinismo criminal de defender la “democracia más estable y profunda” de Latinoamérica, con precandidatos que nos anuncian su colapso si no se vota por ellos, como Federico Gutiérrez. Sin duda, no existe y menos es viable una “democracia” que cada día genera más exclusión social y económica. Que periódicamente abre fosas comunes, bombardea a niños “máquinas de guerra” y profundiza trincheras. Pero ya hemos recorrido suficiente trecho como para saber que nuestros hijos y nietos no están resignados a seguir padeciendo este mundo infrahumano, sustentado en mentiras y fantasmagorías genocidas que llaman democracia y Estado de Derecho. Un Estado colombiano que ha sido condenado en 22 casos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos[1] al no garantizar y proteger los derechos fundamentales de su población y menos sancionar a sus principales responsables. Nos lo demostraron miles de jóvenes, con desesperación, rabia y devastación durante el reciente Paro Nacional, que más pareció el aborto doloroso de un nuevo país y la agonía de este corrupto y decrépito establecimiento que, en forma desesperada y violenta, se resiste a cambiar. A esta altura, ni siquiera sabemos el saldo mortal[2], cercano a las 80 víctimas en esa jornada sangrienta, más propia de las autocracias vecinas que de la inverosímil democracia[3] que dice presidir el gobernante más desvergonzado, megalómano y mitómano que ha pasado en los últimos años por la Casa de Nariño, superando incluso  a su “Presidente eterno”.

Transición democrática o continuismo catastrófico

Por la forma como transcurre la vida política nacional y el debate electoral entre los numerosos precandidatos a la Presidencia, todo parece indicar que vamos vertiginosamente hacia la catástrofe en lugar de avanzar, en forma concertada y no violenta, responsable y realista, hacia la transición democrática con transformación, renovación, equidad social y reconciliación política nacional. Una transformación, renovación y reconciliación política que asegure la transición hacia una democracia de ciudadanos y deje atrás este régimen electofáctico y cacocrático al servicio de poderes de facto. Poderes que fusionan lo legal con lo ilegal en forma ya casi imposible de reconocer mediante un nudo gordiano que ata la política con el crimen, tejiendo así una red de complicidades e impunidades que nos tiene sumidos y extraviados en este laberinto de violencias y corrupción. Un laberinto en donde cada cuatro años se simulan elecciones democráticas que luego sabemos han estado plagadas de irregularidades con financiaciones mafiosas como la del Ñeñe Hernández[4] o empresariales  como la de Odebrecht[5], que ladina y extemporáneamente archiva el Consejo Nacional Electoral.

El nudo gordiano de la violencia y la corrupción

La primera trama de ese nudo gordiano de corrupción y violencia está relacionada con la forma como los poderes corporativos, empresariales y financieros logran exenciones tributarias e incentivos sectoriales para acrecentar sus ganancias. Aunada a esta trama, está la forma como las economías ilegales, desde el narcotráfico, pasando por la minería depredadora, tanto la criminal como la empresarial, devastan y arruinan nuestra portentosa biodiversidad, desplazando millones de campesinos y comunidades raizales, previo asesinato o desaparición de sus líderes y lideresas sociales, cuya cifra ya supera las 500 víctimas mortales[6] bajo este Ducado de barbarie. Y todo ello, llevado a cabo con el respaldo de organizaciones criminales y hasta de políticas estatales que pregonan “seguridad, cohesión social y confianza inversionista” (tres huevitos ensangrentados), revestidas de pomposos nombres como “seguridad democrática” y “paz con legalidad”. La segunda trama, quizá la más visible, sangrienta e inextricable, está constituida por las coaliciones y disputas entre organizaciones criminales de extrema derecha, como las llamadas “Autodefensas Gaitanistas” o “Clan del golfo” y similares, contra aquellas que se proclaman insurgentes, como las disidencias de las Farc, la “Nueva Marquetalia” y el “ELN”, todas atrapadas, enfrentadas y devoradas por el fangoso, sangriento y ubicuo negocio del narcotráfico, cuyas ganancias se disputan gracias a la absurda “guerra contra las drogas”. Una guerra que cada día les proporciona más dinero para sus “operaciones” y les permite comprar la complicidad de miembros de la Fuerza Pública y funcionarios regionales, pero también irrigar generosamente campañas electorales de alcaldes, gobernadores, Congresistas y hasta presidentes de la República. ¿Será necesario recordar el 8.000[7], la narcoparapolítica[8] y ahora la ñeñepolítica[9]?

Lo que está en juego

Precisamente en las elecciones del 2022 lo que está en juego es continuar consolidando ese entramado de violencia, corrupción y mentiras o, por el contrario, empezar a desatar ese nudo gordiano que nos está asfixiando y matando. Y quizá lo primero que debemos hacer para empezar a desatarlo es aceptar que estamos amarrados por sutiles e invisibles hilos que nos impiden reconocernos y despojarnos de la venda de nuestros propios intereses, prejuicios ideológicos, odios clasistas y racistas. Intereses, prejuicios ideológicos y odios que nos impiden ver la realidad de los otros, sus carencias, temores y anhelos, que fácilmente descalificamos con consignas impactantes como “resentidos”, “envidiosos” y “mamertos”.  O, consignas aún más vergonzosas, como: “jóvenes terroristas”, “vagos, estudien”, “indios narcotraficantes”, “negramenta igualada” a quienes se les pretende impedir su protesta pacífica en nuestras ciudades, simplemente por reclamar como ciudadanos sus derechos. Pero también, desde la otra orilla, cuando se deslegitima al contrario con epítetos como “burgueses indolentes”, “paracos”, “fascistas” y “hombres de blanco”. Con semejante tipo de posturas y actitudes llegamos a situaciones tan deplorables y tristes, como vetar a través de las redes sociales, con campañas difamatorias y sectarias, el evento académico de reflexión y balance sobre los 5 años del Acuerdo de Paz programado por la Pontificia Universidad Javeriana de Cali[10] a comienzos de este mes de noviembre. Semejante veto nos impide dar el primer paso hacia la reconciliación política y la convivencia creadora, que es reconocernos entre todos como auténticos ciudadanos con capacidad para mirarnos a los ojos y decirnos las verdades, por dolorosas que sean. Esta senda la ha venido recorriendo la Comisión de la Verdad, promoviendo encuentros entre víctimas y victimarios, como también entre expresidentes y comisionados, para que todos escuchemos sus versiones sobre la realidad que intentaron gobernar. Solo transitando todos por esos escarpados y difíciles trayectos, donde siempre estarán al acecho el dolor, la rabia y hasta la venganza, sin dejarnos arrastrar por ellos, podremos algún día desatar ese nudo gordiano de violencias, injusticias y sufrimientos. Por el contrario, si ambas partes o alguna de ellas persiste en reclamar una supuesta superioridad moral para condenar a la otra al cadalso y excluirla de la vida política y social, entonces no cabe duda que apretaremos más ese nudo y alcanzaremos niveles de degradación ética y humana inimaginables. Es eso lo que está en juego en las elecciones presidenciales del 2022, más allá de quien resulte ganador. A todos nos cabe la responsabilidad histórica y vital de elegir a quien tenga la capacidad política, ética y gubernamental de avanzar por la vía de la transición democrática con renovación, transformación política, justicia social y reconciliación nacional o, por el contrario, elegir a un candidato incapaz de comprender este desafío que nos sumiría en la confrontación y la catástrofe nacional, cuya cuota inicial ya estamos pagando en el final de este Ducado de narcisistas y mitómanos incompetentes, dedicados a viajar por el mundo presentando una falsa imagen de Colombia como paraíso ecológico y remanso de “paz con legalidad”.

 



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