viernes, agosto 31, 2007

CALICANTO
(calicantopinion.blogspot.com)
Agosto 31 de 2007

REHENES DE LA VIOLENCIA Y EL NARCOTRÁFICO

Hernando Llano Ángel.

“Tendrán ambos que ceder. Liberar aquí y liberar allá; cosas de la realidad...vamos a hablar a ver qué pasa.” De estas enigmáticas palabras del Presidente Chávez, dirigidas al Presidente Uribe y a Marulanda, queda claro que los considera por igual rehenes de sus propias posiciones de poder y confía, sin muchas ilusiones, que mediante el diálogo con ambas partes algo pueda alcanzar. Irónicamente se le ha asignado al presidente Chávez su rol más deseado: no el de un simple mediador, sino el de un providencial libertador de quienes están secuestrados por sus propias convicciones y proyectos estratégicos. De una parte, el presidente Uribe rehén de su obsesión de una “Colombia sin guerrillas ni paramilitares”, para lo cual parece que no le va a alcanzar su segundo mandato. Y las FARC, obsesionadas con lograr el reconocimiento, por parte de Uribe, de ser actores políticos y no abominables terroristas, a quienes el presidente sólo espera derrotar militarmente, pues es sabido que con “terroristas no se negocia”. Exceptuando, claro está, a los paramilitares, a quienes considera y ha dado el trato de delincuentes políticos. Hasta el extremo de desafiar y acusar a la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia por su sentencia “ideológica”, al no reconocerles dicha condición política. Razón tiene Chávez al decir que hay que “liberar aquí y liberar allá.”

Liberar al Presidente

De lo primero que tendría que liberarse el presidente Uribe es de su concepción maniquea de que hay unos “terroristas buenos”, a quienes da un trato judicial privilegiado (Ley de justicia y paz), y unos “terroristas malos”, para quienes sólo cabe la confrontación militar. Sin duda, en este terreno el presidente se encuentra secuestrado por la idea de que existe una violencia, la ejercida por los grupos de Autodefensas o paramilitares, que es menos terrorista y criminal, que aquella desplegada por los grupos guerrilleros. Es tan evidente lo anterior, que asimila la primera al delito de sedición y la segunda al terrorismo, desconociendo no sólo la realidad de los hechos sino también la intencionalidad de sus responsables. Hechos tan irrefutables, como que la violencia de las Autodefensas y los paramilitares no ha tenido como objetivo combatir a la Fuerza Pública y mucho menos modificar o sustituir transitoriamente las funciones de las autoridades, sino más bien todo lo contrario, contribuir con ellas en la defensa de un establecimiento amenazado por la violencia y el terror rojo de la guerrilla.

Así las cosas, el presidente desconoce y olvida lo que planteó en su punto 33 del “Manifiesto Democrático”: “Cualquier acto de violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”. Desconocimiento tanto más grave, por cuanto esa defensa que se arrogaron los “paras” ha sido realizada gracias a la simbiosis criminal con el narcotráfico, motivo por el cual los principales comandantes de las AUC se encuentran en capilla de ser extraditados a Estados Unidos.

“Cosas de la realidad”, dice coloquialmente Chávez. Y la realidad está dejando en claro, frente a la inminente extradición de Macaco, que cada vez será más difícil para Uribe persistir en su obra política maestra: la metamorfosis, ni siquiera imaginada por Kafka, de convertir en delincuentes políticos a los mayores criminales de lesa humanidad y los más poderosos narcotraficantes del país, legitimando de paso el combate degradado del terror blanco de las AUC contra el terror rojo de las FARC. Terror agudizado por los ilimitados recursos que les proporciona el narcotráfico a los dos bandos. Sin duda, todos ellos son rehenes de la violencia y el narcotráfico, por eso su maniobrabilidad política es cada vez menor y persisten en ajustar sus cuentas en el terreno de la guerra y el delito, birlando al máximo la aplicación de la ley.

Bien lo expresa García Márquez: “En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma el leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo”. Todos ellos carecen del menor escrúpulo por la vida de los civiles, a quienes convierten en rehenes y masa de maniobra política y militar de sus objetivos, ambiciones y proyectos estratégicos, en los que ya parece imposible discernir la política del crimen. Hacen gala del más irresponsable desprecio por la legitimidad y la dignidad de las instituciones públicas, al convertirlas en escenarios de negociación y transacción con el crimen organizado.

miércoles, agosto 08, 2007

CALICANTO
(Agosto 8 de 2007)
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Uribe y Moncayo: más allá de las víctimas y los verdugos.

Hernando Llano Ángel.

Para representar el mayor drama y la más dolorosa tragedia que vivimos como sociedad, el escenario no podía ser más adecuado: las escalinatas del Capitolio y la plaza de Bolívar. Los protagonistas más indicados: el presidente Uribe y el profesor Moncayo. Ningún lugar más significativo y ninguna hora más apropiada: ambos protagonistas expuestos a la luz pública, justo al medio día, bajo una claridad meridiana, como para que nada quedara oculto. Detrás de ellos los símbolos de un poder pétreo e insensible, fatuo e impotente: el Congreso y la Casa de Nariño. Frente a ellos un poder civil disperso y exaltado, representado por una multitud polarizada, dividida entre las rechiflas y los aplausos, según el sentido y el tono de las intervenciones de Uribe y Moncayo. Y como telón de fondo, el Palacio de Justicia, un convidado de piedra, que apenas ahora empieza a afirmar su existencia, después de veinte y dos años de haber renacido de las cenizas. Pero no han transcurrido en vano estos veinte y dos años en que la alucinación guerrillera, sumada a la prepotencia presidencial y la revancha militar desaparecieron a la justicia. Parece que está llegando, muy lenta y extemporáneamente, la hora de la verdad y la justicia, al menos para las víctimas del Palacio que fueron torturadas y desaparecidas en nombre de la “democracia”, según la célebre expresión del Coronel Alfonso Plazas Vega.

Así como también ha llegado, desde el sur profundo, con su paso lento y firme, el profesor Moncayo, para contarnos a todos unas cuantas verdades de vida, dolor y dignidad. Palabras que lamentablemente su principal destinatario, el presidente Uribe, no escuchó y mucho menos comprendió, por ser rehén de un poder autista y narcisista, incapaz de reconocer voces diferentes a las del mando y la obediencia. Palabras que tampoco fueron atendidas por las FARC, extraviadas en la manigua de la violencia y sordas a cualquier eco de política, pues parecen haber quedado aturdidas por el fuego de sus armas. Pero las palabras del profesor Moncayo no han caído al vacío. Están resonando en las mentes y corazones de miles de colombianos, que nos rehusamos a ser víctimas y mucho menos a convertirnos en cómplices de verdugos, así sea en nombre de coartadas oficiales como la seguridad democrática o estratagemas guerrilleras como la paz. Coartadas y falacias que han terminado siendo objetivamente criminales, así pretendan legitimarse bajo un discurso político, totalmente degradado y negado por sus respectivas acciones de guerra, destrucción y muerte.

En cambio las palabras y acciones del profesor Moncayo son la mejor expresión de la política y la más rotunda negación de la guerra. De la política que sólo empieza con el reconocimiento del contrario, en lugar de la obsesión por su derrota, humillación o aniquilación, en la que están mutuamente empeñados el Presidente y las FARC, sin considerar el número de víctimas civiles que cause semejante obcecación belicista. Porque en medio de este pulso a muerte, los civiles somos carne de cañón y piezas de negociación. Por eso el profesor Moncayo tiene toda la razón cuando dice que “estamos en medio de ese juego politiquero entre el gobierno y las FARC” y nos han convertido en “la pelota de juego, donde han sacado mayor provecho posible”. Por eso ya va siendo hora de dejar de comportarnos como víctimas y empezar a actuar como ciudadanos. Es el momento de acompañar al profesor Moncayo y forzar al Gobierno y las FARC para que se reconozcan políticamente y no se degraden más militarmente. Para que actúen políticamente en forma responsable y dejen de ser militarmente incompetentes, al poner cada día en mayor riesgo de muerte a los civiles y los secuestrados. Porque si algo va quedando claro en esta guerra degradada es que más bajas de civiles causa el fuego amigo, que el combate entre enemigos.

También tiene toda la razón Moncayo cuando le dice al Presidente que “la presencia del Estado no necesariamente se debe a la fuerza pública. Un maestro es presencia del Estado aquí y en cualquier parte. Una enfermera es presencia del Estado”. Pero sobre todo tiene razón cuando señala que como “docente nosotros enseñamos los principios, los valores. Nosotros enseñamos a nuestros estudiantes el respeto. Pero tristemente en menos de un año le cambian esa mentalidad, los convierten en soldados profesionales, en policías…cuando les dicen: aquí tienen que aprender a disparar al blanco. Y el blanco es enseñarle a matar y eso es lo que no comparto.” Tiene toda la razón, porque las autoridades estatales están para proteger la vida y garantizar el ejercicio de los derechos que hacen posible la dignidad de todos, no para garantizar en primer lugar la seguridad de los inversionistas y la estabilidad de sus ganancias, como lo pregona el presidente con su política de orden público, en nombre de la cual termina fustigando a quien no la apoya y degenera en una incitación al odio público que divide a los colombianos entre “paraguerrilleros o paramilitares”. Por eso en la plaza de Bolívar el Presidente respondió: “Espero que cuando me dicen paramilitar a mí, no sea con el animo de que imperen las FARC en Colombia.” Justamente este falso dilema, que no nos deja otra opción que alinearnos en algún bando de los verdugos, es el que ha resuelto el profesor Moncayo al invitarnos a pensar, actuar y movilizarnos como ciudadanos, exigiendo al Gobierno y las FARC que realicen el acuerdo humanitario. La paz y la libertad sólo las alcanzaremos con valor ciudadano, no gracias a las concesiones de los verdugos y mucho menos con el sacrificio de más víctimas. Razón tenía Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar.” Es hora de acompañar al profesor Moncayo y no abandonarlo, sólo así no seremos víctimas o verdugos.

viernes, agosto 03, 2007

CALICANTO
(Agosto 1 de 2007)

Elecciones en el Valle y Cali: Entre tumbas inciertas, urnas vacías y ciudadanía incrédula. (II)

Hernando Llano Ángel.[1]

En el caso del Valle del Cauca y Cali, el panorama es bastante incierto y lleno de sombras, quizá por ello lo que predomina en la ciudadanía es la indecisión e incredulidad en la honestidad y competencia de los aspirantes. En efecto, según la encuesta de opinión realizada por Invamer entre el 9 y 12 de Julio, publicada por El Tiempo el domingo 15, en Cali el 27.6% de los entrevistados no han decidido por quien votar y el 8.7% manifiesta que lo hará en blanco. Para contrarrestar esta tendencia abstencionista y de incredulidad ciudadana en las elecciones, organizaciones cívicas como la Unidad de Acción Vallecaucana y empresariales como la Cámara de Comercio, además de firmas raizales como Carvajal y del sector azucarero, están promoviendo intensas y claras campañas de responsabilidad ciudadana frente a la elección de los próximos gobernantes regionales y locales. Al respecto, la abstención en Cali ha venido aumentado en forma progresiva desde el 54% en 1997, pasando por el 61% en el 2000 hasta llegar al 63% en las pasadas elecciones del 2003.

El próximo 28 de Octubre ese 36.3% de ciudadanos incrédulos será decisorio, pues el candidato hasta ahora con mayor opción, Kilo Lloreda, sólo tiene el 22.9% de intención de voto. Porcentaje incluso inferior a la suma del empate en intención de voto que tienen quienes le siguen: Bruno Díaz y Jorge Iván Ospina, cada uno con el 13%, siendo ambos representativos de sectores de izquierda que eventualmente se pueden sumar y expresan una posición política y social antielitista. Posición elitista muy bien encarnada por Kiko Lloreda, derrotado en las dos últimas elecciones en gran parte por su alcurnia familiar, convertida en estigma, frente a candidatos de raigambre popular como Jhon Maro Rodríguez y el destituido Apolinar Salcedo.

Pero si en Cali la situación es incierta, en el Departamento es aún mayor, al punto que todavía no se perfilan quienes serán los candidatos que llegarán hasta el 28 de Octubre. Ya está claro que Francisco Murgueitio es el candidato del Partido Conservador, pero no hay nada seguro frente a los aspirantes de las otras fuerzas políticas, fuera de su debilidad electoral frente a quien aparece como una amenaza y hasta un enigma político: el joven concejal Juan Carlos Abadía, que cuenta con enormes recursos económicos para el desarrollo de su campaña y con el estigma de ser hijo del ex senador liberal Carlos H Abadía, condenado en el famoso proceso 8.000. Además está apoyado por el senador Juan Carlos Martínez, de Convergencia Ciudadana y antes líder del Movimiento Popular Unido, fundado por el ex senador Abadía, del cual también hizo parte Miguel de la Espriella Burgos, hoy procesado por concierto para delinquir con grupos paramilitares.

Para oponerse al eventual triunfo de Juan Carlos Abadía, la senadora Dilian Francisca Toro del Partido de la “U” y el representante Roy Barreras, de Cambio Radical, están promoviendo la definición de un mecanismo que permita escoger un candidato único, bajo la bandera de una “Alianza Social por la Vallecaucanidad”. De esta forma se contrarrestaría la dispersión de votos entre los actuales precandidatos, Orlando Riascos, del PDA; Edinson Delgado del Partido de la “U”, María del Socorro Bustamente del Partido Liberal; Miguel Motoa Kuri, por Cambio Radical; Alejandro De Lima y Francisco Lamus como candidatos independientes y Francisco Murgueitio por el Partido Conservador. Más allá del resultado de dicha táctica electoral, lo que se evidencia es la profunda fragilidad del sistema de representación partidista en el Valle y la amenaza que para el liderazgo electoral de la senadora Toro representa Juan Carlos Abadía.

Pero también para el destino del Valle del Cauca la incertidumbre es mayor, pues no aparece en el horizonte ninguna organización política capaz de heredar la gestión de Angelino Garzón, toda vez que la opción de Orlando Riascos es electoralmente muy débil, aunque políticamente aparezca como el más indicado para garantizar y afianzar la continuidad de dichas políticas sociales.

Y si al anterior panorama se suma la enorme amenaza que representa la criminalidad organizada en el Departamento, con ejércitos privados como los “Machos” y los “Rastrojos”, de los temibles narcotraficantes Diego Montoya y Wilber Varela; la sensación de orfandad y vulnerabilidad a que están expuestos los políticos después de la matanza de los once ex diputados y la inestable situación de orden público en Buenaventura, tenemos uno de los escenarios político-electorales más difíciles e inciertos en una de las regiones de mayor importancia estratégica para la economía nacional. Por estas circunstancias, cada vez dependerá más de la tutela del Presidente y de la asistencia del Gobierno Central. Tutela que seguro será determinante en los resultados electorales del 28 de Octubre, tanto en la capital como en el Departamento, para así garantizar el Presidente ese firme margen de gobernabilidad que requiere su política de seguridad democrática, gravemente cuestionada y desafiada por las FARC en la región.



[1] Profesor Asociado del Departamento de Ciencia Jurídica y Política de la Pontificia Universidad Javeriana Cali.