martes, mayo 25, 2021

Desbloquear Vidas y Vías Ya!

 

¡DESBLOQUEAR VIDAS Y VÍAS YA!

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/desbloquear-vidas-vias-ya

Hernando Llano Ángel

“Hacer la apología a la violencia es criminal, pero condenar todas las violencias es hipocresía”. Jean- Marie Domenach.

Desde luego que es mucho más fácil y urgente desbloquear las vías, que empezar a desbloquear las vidas de quienes persisten y resisten obstinadamente en el bloqueo de ellas. Pero si éstos continúan en esa acción temeraria y desesperada, no solo van a profundizar la actual debacle económica y social, sino que pueden suicidarse políticamente. Y con ello, además de propiciar las arremetidas violentas y criminales de algunos miembros de la Fuerza Pública y los autodenominados “ciudadanos de bien”, como ha venido sucediendo en Cali y Pereira, van a terminar bloqueando en forma más aguda y profunda sus precarias condiciones de vida. Ello, como consecuencia de los daños a la infraestructura pública y el aparato productivo, que se descargará con más fuerza y contundencia sobre quienes menos posibilidades de empleo y recursos económicos tienen. Justamente la mayoría de quienes están en “primera línea”. Sin duda, si se persiste en la apología de los bloqueos indiscriminados y arbitrarios, se está haciendo una apología al crimen. Bien lo señalaba Jean-Marie Domenach[1]: “Hacer la apología a la violencia es criminal, pero condenar todas las violencias es hipocresía”. Y no son precisamente las fuerzas sociales progresistas y democráticas las que se fortalecen con la violencia, el crimen y la ilegalidad. También lo había advertido Bertolt Brecht “solo la violencia ayuda donde prevalece la violencia”, pues son las fuerzas más retardatarias, aquellas que reducen la política a la imposición de sus intereses y objetivos por la violencia las que salen ganando en estos pulsos mortales. Aquellas que están prestas a declarar el estado de conmoción interior y para ello invocan razones como la defensa de la vida, la libertad de locomoción, el derecho al trabajo, la seguridad y la propiedad para justificar la represión y descargar todo el peso de la fuerza policiva y militar, con el respaldo de mayorías hastiadas de los bloqueos y temerosas de que se profundice este caos. Un caos donde ya escasean los víveres, la gasolina y las medicinas, cuya falta ha cobrado varias víctimas mortales entre la población civil. Para que no aumenten las víctimas civiles, es urgente que los corredores humanitarios continúen dando vía libre a las medicinas, los víveres y la gasolina, sin los cuales no hay vida social posible. Porque la vida civil se está convirtiendo literalmente en un objetivo militar, tanto por la violenta represión de agentes de la Fuerza Pública, como por los bloqueos arbitrarios e indiscriminados que cierran carreteras estratégicas y calles vitales de nuestras principales ciudades. Y la manera de desbloquear esta situación es emulando el Acuerdo alcanzado entre los indígenas de Antioquia y la gobernación de ese Departamento[2], comprometida en promover: “salud, educación, vivienda, medio ambiente, derechos humanos, vida digna, entre otros”, como los temas que desarrollarán conjuntamente. Exactamente todo lo contrario de lo sucedido en Cali, en donde algunos “ciudadanos de bien” salieron con armas a “cazar indios”, según los mensajes en sus redes sociales, invitando a sus vecinos a salir para demostrar supuestamente que “los buenos somos más”. Tan buenos que dejaron heridos a más de 10 indígenas y muchos de esos “buenos ciudadanos” todavía se sienten orgullosos de semejante proeza, más propia de criminales y narcotraficantes.

Vías y vida para todos y todas

De continuar este escenario de bloqueos, su desenlace no solo será mortal para quienes están en primera línea, sino para toda la sociedad. Porque los bloqueos ahora profundizan la brecha entre los colombianos que han tenido durante toda su vida bloqueadas las vías para el ejercicio de sus derechos fundamentales y aquellos colombianos cuyas vidas siempre han transitado holgadamente por las vías del pleno ejercicio de derechos, como si fueran autopistas privadas, bloqueando con sus privilegios, indolencia y codicia las vidas de quienes hoy bloquean con rabia y radicalidad las vías de todos. Por eso urge desbloquear las vías para que por ellas transiten los derechos económicos, sociales y culturales que hacen posible las vidas de todos y todas. Y, hay que reconocerlo, la violencia de los bloqueos, pero sobre todo el poder de las mayorías que se han movilizado pacíficamente, ya han empezado a despejar vías para el ejercicio de derechos tan fundamentales como el de la educación superior gratuita y la búsqueda de una renta básica de emergencia, para evitar que la endemia del hambre sea más mortal que la pandemia del coronavirus. Ya se logró el retiro de una reforma tributaria injusta y se ganó el reconocimiento del principio consubstancial a la justicia tributaria: que quienes más ganan y tienen más patrimonio deben tributar más, para así cumplir como ciudadanos con el numeral 9 del artículo 95 de la Constitución: “Contribuir al financiamiento de los gastos e inversiones del Estado dentro de conceptos de justicia y equidad”. Ya se retiró una reforma a la salud que continuaba contemporizando y protegiendo a las IPS y EPS, en desmedro de la salud de todos los colombianos. Por eso hay que continuar fortaleciendo la actual vía política de concertación y negociación entre el gobierno nacional y el Comité de Paro Nacional, en la perspectiva de ir avanzando poco a poco por el difícil y retrechero camino de las reformas económicas y sociales, en lugar de profundizar el abismo maximalista de exigencias imposibles de cumplir que solo profundizarían la polarización, la violencia autoritaria y fascista y, con ello, el suicidio político de la cuestión social. Tal desenlace sería el más catastrófico, pues solo beneficiaría a quienes hacen la apología de la violencia, tanto desde la extrema izquierda como desde la extrema derecha. Ya va siendo hora de reconocer que la violencia de los bloqueos se agotó, pues cumplió su cometido: La violencia es el único camino para lograr una audiencia a la moderación”, según William O´Brien, un líder agrario irlandés, citado por Hannah Arendt en su célebre ensayo “Sobre la violencia”. Ensayo donde la pensadora alemana concluye que “la violencia renta”, pero lo malo es que renta indiscriminadamente”. Es hora de reconocer que hasta el momento la violencia de los bloqueos y el poder de la ciudadanía, pacíficamente movilizada, ha rentado a favor de la cuestión social, pero si continúan los bloqueos indiscriminados y arbitrarios rentará negativamente para todos y a favor de unos pocos. Para aquellos pocos, “los mismos con las mismas”, que siempre han bloqueado las vidas de las mayorías con un costo de sangre y sufrimiento inadmisible, que puede terminar consolidándolos una vez más en el ejercicio violento y criminal de su poder político corrupto y deslegitimado. Un poder que hoy se encuentra en jaque, pero que para conservarlo en el 2022 apelarán de nuevo al miedo, la ignorancia y hasta a la violencia selectiva de los magnicidios, si la consideran necesaria y rentable para su ignominiosa causa. La causa de quienes se autodenominan «buenos ciudadanos» pero son incapaces de reconocer sus responsabilidades como los mayores bloqueadores de la justicia social y la democracia en Colombia.

Cali ¿De sucursal del cielo a sede del infierno?

 

Cali ¿De sucursal del silencio a sede del infierno?

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/cali-sucursal-del-cielo-sede-del-infierno

Hernando Llano Ángel

Tal podría ser la imagen simplista y efectista para resumir la crisis actual de la “Sultana del Valle”, que supuestamente pasó de la noche a la mañana de ser la “sucursal del cielo” a convertirse en la sede del infierno. Pero ya desde el 21 de noviembre de 2019 (21N)[1] se estaba anunciando lo que nos está sucediendo. En dicha fecha irrumpió en las calles de Cali y en otras importantes ciudades del país una nueva ciudadanía. Una ciudadanía plural, crítica, lúdica y diversa, que articuló un cúmulo de reivindicaciones que conforman una especie de arco iris social y político con colores y matices muy diversos. Colores que van desde la frustración y la rabia de una juventud inconforme, cada vez más preparada y crítica, pero sin alternativas de vida, pasando por una población pauperizada que exige en la realidad los derechos sociales consignadas en la Constitución, hasta el repudio generalizado a la violencia brutal y homicida de miembros de la fuerza pública. Una ciudadanía que expresó pacíficamente desde banderas ecologistas, animalistas, hasta reivindicaciones de derechos que en toda auténtica democracia se respetan, como la protesta pacífica, la vida de los líderes sociales, de los defensores de derechos humanos, de los opositores, de la diversidad sexual y la pluralidad de las identidades étnicas. Una ciudadanía que también exigió el cumplimiento del Acuerdo de Paz para tramitar los conflictos y las aspiraciones ciudadanas sin el uso sistemático de la violencia oficial o el recurso ilegal y homicida de armas accionadas desde la insurgencia, el paramilitarismo, el narcotráfico, la delincuencia organizada y hasta de civiles atemorizados. En ese 21N, después del despertar de esa nueva ciudadanía y su expresión multitudinaria y pacífica en las calles, siguió un atardecer lúgubre con desordenes violentos, saqueos a supermercados y graves destrozos a bienes públicos, que culminó con una noche de miedo, aupada en redes sociales por un supuesto asalto a conjuntos residenciales y barrios pudientes, donde los “ciudadanos de bien” se armaron y formaron brigadas de autodefensas con familiares y vecinos. Durante el día y en pocas horas, se pasó del despertar civil y democrático de esa ciudadanía altiva a una noche tenebrosa con una ciudadanía atemorizada y belicosa, dispuesta a defenderse con sus armas de un supuesto ataque de vándalos y terroristas. Ataque masivo que nunca sucedió, como se anunciaba en las redes sociales, salvo en algunos pocos y aislados lugares. Pero el miedo quedó sembrado en la mente de millones de “ciudadanos de bien”, un miedo que nunca es inocente, pues crea imágenes de enemigos de los que hay que autodefenderse y atacar primero, los “malos ciudadanos”, haciéndolo con la mejor buena conciencia y en legítima defensa. Para conjurar ese escenario, el presidente Duque se inventó una supuesta “Conversación Nacional”[2], que derivo en procrastinación oficial y terminó diluida en babosada retórica con la llegada de la pandemia en el 2020, hasta derivar en el actual pandemónium que vivimos.

De la pandemia al pandemónium

Las cifras del DANE expresan ese pandemónium social, pues la pandemia del coronavirus “llevó a un aumento de 6,8 puntos porcentuales de pobreza monetaria, que ascendió a 42,5% en 2020. Eso significa que 21 millones de personas están en esa condición. Por su parte, el indicador de la pobreza extrema ascendió a 15,1%, lo que quiere decir que hubo un incremento de 5,5 puntos. La línea de pobreza extrema está en $145.004 pesos mensuales, y la monetaria en $331.688, que también cambia según las zonas geográficas y su nivel de ingresos”[3]. Y en la Sultana del Valle esa situación social se refleja endémicamente en una violencia estructural que, como en otras ciudades, ha sido detonante de la violencia directa expresada en saqueos y un vandalismo incontrolable, pues la pobreza monetaria pasó de 21,9 % al 36,6 % entre 2019 y 2020. La capital del Valle del Cauca fue la segunda ciudad en la que más personas entraron en condición de pobreza monetaria en 2020: 376.000 más que en 2019, sumando en total 934.000 para 2020[4]. La pandemia del coronavirus agudizó las carencias sociales y las catapultó a un nivel de violencia famélica tal, que miles de personas han aprovechado la oportunidad para saciar su hambre mediante el saqueo de supermercados, la vandalización de los establecimientos financieros y del comercio formal. A la pandemia del coronavirus se sumó entonces la endemia del hambre, la exclusión social y la ira popular contra un gobierno autista y procrastinador, que en lugar de reconocer a tiempo los justos reclamos de diversos sectores sociales, presentó un proyecto de reforma tributaria tan lesivo contra la clase media y los sectores populares que incluso fijó impuestos hasta a la muerte, gravando los servicios funerarios con un IVA del 19%[5]. Un autismo y una procrastinación gubernamental con consecuencias letales, que desde este 28 de abril deja ya más de 40 víctimas mortales y un número indeterminado de desaparecidos que oscila entre 133 y 379, según las diferentes fuentes oficiales o independientes[6]. Estos son los resultados reales de los semánticos de la muerte, pues la “paz con legalidad” se transformó en “paz con letalidad”, siguiendo el ejemplo de “la seguridad democrática” que ejecutó más de 6.000 asesinatos o “falsos positivos”.

La guerra del campo a la ciudad

Así las cosas, las ciudades, sus calles y las carreteras colombianas se convirtieron en un campo de batalla, sembrado de obstáculos y trincheras de despojos, más propio de las operaciones de tierra arrasada en una guerra civil que de una sociedad democrática y un Estado de derecho. De allí que el presidente Duque haya recurrido a la penumbrosa figura de decretar la “asistencia militar” en las principales ciudades, para eludir ante la comunidad internacional el desprestigio de declarar la conmoción interior. Pero ha sido especialmente en Cali donde este escenario de “guerra civil” se ha configurado de manera más dramática, porque justo en ella han confluido las contradicciones y los conflictos sociales de orden histórico y estructural más agudos. Para empezar el conflicto lacerante y sangrante de una Cali de patricios que, salvo valiosas y contadas excepciones, no reconoce todavía a la Cali plebeya, marginal, mestiza y negra. Una Cali mayoritaria cuyas carencias vitales se han profundizado hasta el extremo de la violenta explosión del actual volcán social formado con aluviones de miles de desplazados, expulsados de sus campos y ríos, por el conflicto armado interno, provenientes del pacífico y del sur profundo, que malviven confinados en una especie de guetos raciales y sociales en Aguablanca y en las laderas de Siloé y Terrón Colorado.  Este magma social, económico y cultural, se fue sedimentando en capas superpuestas y casi inseparables, configuradas por la economía informal del rebusque y la ilegal del narcotráfico, el microtráfico, los prestamistas gota a gota y la extorsión de bandas a pequeños y medianos negocios barriales, que en la coyuntura actual parecen haber dejado atrás sus disputas violentas y “fronteras invisibles”, para confrontar a la Fuerza Pública junto a sectores juveniles políticamente radicalizados e inconformes. Estos últimos le confieren a dicho magma social marginado un sentido político y una disciplina de resistencia que adquiere ribetes de combate con secciones como los de “primera línea”, respaldados por una red de logística, de primeros auxilios y defensa judicial, que conforman las segunda, tercera y cuarta línea respectivamente. “La primera línea” defiende los bloqueos de calles y carreteras como barricadas civiles de combate cuando la Fuerza Pública arremete. Pero también se encarga de regular y controlar el tránsito de bienes y tráfico de los ciudadanos en las carreteras, los barrios y las periferias de las ciudades.

Sultanes de Cali contra indios invasores

Esta especie de orden plebeyo y caótico ha alterado y exacerbado por completo la normalidad cotidiana y es imposible recuperarla solo con la acción represiva de la Fuerza Pública. Su costo sería una serie de masacres citadinas similares a las ejecutadas en el campo. Algo inimaginable e inadmisible para los urbanitas, pero “tolerable” y hasta comprensible en el campo, escenario “natural” de la guerra. Esta crispación de la vida cotidiana condujo en Cali a quienes siempre la han recorrido libre y gozosamente en sus blancas camionetas de alta gama a reaccionar violentamente contra los “indios invasores” y los “vándalos terroristas”, según la semántica del exsenador subjudice. Entonces conformaron brigadas de “ciudadanos de bien”, “redes virtuales de seguridad” en sus comunas y con sus armas y escoltas, salieron a recuperar su libertad “secuestrada” y el orden público en la ciudad. Coreando consignas “cívicas” como “Cali se respeta” y “los buenos somos más”, salieron a disparar con la absoluta convicción que les confiere su supuesta superioridad moral e impunidad judicial, derivadas de su superestrato social, poder económico y relaciones políticas. Eso fue lo que sucedió el domingo 9 de mayo en la Comuna 22 de Cali cuando bloquearon el ingreso de una chiva de la Minga a la altura del club Comfandi y la iglesia “La María”. Como suele pasar en todos los acontecimientos donde predomina la violencia, el odio, la ira y el miedo, el choque fue muy confuso y hay tantas y contradictorias versiones como los intereses de sus protagonistas y víctimas. Pero de lo que no cabe duda es que para el presidente Duque y estos ciudadanos de bien su derecho a transitar por las vías, el derecho de locomoción, prevalece sobre el derecho a la vida e integridad personal de unos “indios invasores”, a los que Duque conminó a regresar a sus resguardos, sin haber condenado antes el uso criminal de armas por particulares contra su humanidad, con el auxilio de algunos policías. En esa refriega fueron heridos 10 mingueros [7], como se puede apreciar en muchos vídeos[8]. Pero también se cuenta con esta documentada denuncia-vídeo de Cesar Pachón[9], Representante a la Cámara, que permitirá a cada lector formarse su propia conclusión sobre lo sucedido y los principales responsables de tan violento desenlace. De continuar tolerando el gobierno nacional este tipo de alianzas criminales de los “ciudadanos de bien” contra los “malos ciudadanos”, no solo Cali corre el riesgo de convertirse en sede del infierno, sino toda Colombia. El infierno del autoritarismo y el fascismo contra los movimientos sociales, la protesta pacífica de la ciudadanía y todo aquel que sea considerado “vándalo terrorista”, simplemente por oponerse al Sultanato Duque-Uribista, que está convirtiendo a Colombia en la Venezuela que tanto temían, con desabastecimiento, sin gasolina y el asesinato de líderes sociales y jóvenes que protestan, como en la dictadura de Maduro, pero con la coartada de una “democracia tanática”.     



domingo, mayo 16, 2021

Carta de un indigena del Cauca a un caleño de camisa blanca

 

CARTA DE UN INDÍGENA DEL CAUCA A UN CALEÑO DE CAMISA BLANCA

Mayo 11 de 2021

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/carta-indigena-del-cauca-caleno-camisa-blanca

Hernando Llano Ángel.

Coincidencialmente encontré en la Avenida Cañasgordas de Cali, entre trapos ensangrentados, esta carta anónima que a continuación divulgo, porque considero que puede ser útil para comprender lo que nos está sucediendo, no solo en la sucursal del cielo, sino en todo el país:

“Le escribo a usted, hombre de camisa blanca, con rabia y lágrimas en mis ojos. También con odio en mi corazón. Usted y sus vecinos dispararon a matarnos. Hirieron a 10[1] de mis compañeros y la Policía, a su lado, no hizo nada para protegernos. ¿Por qué cree usted y sus acompañantes de camisa blanca que pueden disparar y nada les va a pasar? Acaso cree que nosotros no tenemos derecho a la vida, igual que usted y sus familias, simplemente porque somos indios del Cauca. Eso era en el pasado, cuando nuestros mayores a sangre y fuego fueron despojados de sus tierras, humillados y obligados a refugiarse en el monte, sin que nada les sucediera a los responsables de esos crímenes. Y ahora quieren hacer lo mismo con nosotros, echarnos a punta de bala y sangre de Cali, como si esta ciudad fuera una hacienda de su propiedad, para disfrutar solo con su familia y sus amigos. Por eso atravesaron sus camionetas y sacaron sus armas, para que no pasáramos en nuestras chivas. Y nos gritaron con furia: “¡Cali se respeta! Y nos insultaron: ¡Fuera de aquí indios malparidos!” ¡Vuelvan a su tierra!” Y empezaron a dispararnos, porque ustedes se creen con derecho a matar, porque se consideran superiores y viven totalmente convencidos y seguros de ser mejores y buenos. Así lo gritaban: “Los buenos somos más”. Y se visten de blanco, pero tienen mucho odio en sus corazones y sangre en sus manos. Por eso huyeron en sus carros a sus casas, para ponerse a salvo con sus guardias y escoltas. Y hasta allí llegamos algunos, con rabia y con fuerza rompimos puertas, causamos daño a sus carros y nos defendimos con nuestras manos, bastones y piedras, pero no disparamos. Sí, quemamos carros, pero no herimos de muerte a nadie. Nosotros estamos en Cali porque queremos vivir y hacer respetar nuestros derechos. Porque tenemos iguales derechos que ustedes a la vida, sin que nos maten por reclamarla. Porque no aceptamos que a nuestros hermanos menores que viven en ciudades los persigan y maten por reclamar sus derechos y dignidad. Porque todos, que somos mayoría, nos cansamos de vivir humillados, hambreados e ignorados. Ya le perdimos el miedo hasta al COVID y a la muerte. Y nos levantamos como ciudadanos, negros, indios y campesinos, con iguales derechos a ustedes. Ya no somos menos, no somos peones, ni sirvientes, somos ciudadanos, no somos esos “indios cochinos” o esos “negros brutos”, sin derecho a la ciudad, a sus centros comerciales, a sus parques, a sus colegios y universidades, hospitales, calles y plazas. Porque nos han negado durante toda la vida esos derechos fundamentales, como si no tuviéramos derecho a nuestras vidas y dignidad, igual que ustedes. Por eso nos hemos tomado las vías. Por eso están bloqueadas, porque solo así Duque y ustedes, entenderán que nuestras vidas son más importantes que las vías y carreteras. Por todo eso, hombres y mujeres de camisa blanca, estamos en Cali y no nos vamos a ir hasta que nos reconozcan nuestros derechos a una vida tan digna como la de ustedes, con garantías plenas a los derechos fundamentales que ustedes siempre han gozado como privilegios: la vida, la salud, el trabajo, la educación y la protesta. Y estamos en eso con millones de colombianos en las carreteras y en otras ciudades. Cuando Duque nos trate igual a ustedes y no como a peligrosos criminales y vándalos, contra los cuales arremeten furiosos policías y militares, tengan la seguridad que transitarán libremente por carreteras y calles. Porque primero el gobierno y ustedes tienen que desbloquear nuestras vidas para nosotros desbloquearles las vías. Porque queremos que la vida de todos y no la de unos pocos transite libre, segura y digna por todas las vías de Colombia”.

Hasta aquí la imaginaría carta que encontré en la Avenida Cañasgordas, pero que todos podemos ver y leer en los noticieros, si nos despojáramos de nuestros prejuicios clasistas, racistas y del ejercicio de nuestros derechos como privilegios exclusivos. Si nos comprometiéramos a forjar de verdad una democracia de ciudadanos y ciudadanas, en lugar de seguir siendo complacientes y hasta cómplices de un régimen político corrupto y electotanático, en beneficio de privilegiados indolentes e insolidarios. Esos noticieros todos los días nos informan de más víctimas mortales y menos vías vitales. Vías que han ido permitiendo el tránsito de alimentos, medicinas y gasolina, para la vida de todos. De alguna forma, los bloqueos y el vandalismo desbocado, también nos revelan vergonzosamente que cada día perdemos más nuestra sensibilidad y empatía como seres humanos y colombianos. Al punto que ya se anuncia por redes sociales una “MANCHA BLANCA”, donde sus promotores proclaman que: “Los buenos somos más” y puede convertirse mañana, sin ellos proponérselo, en una “MANCHA SANGRIENTA”, de la que nadie está a salvo de ser parte, como está sucediendo en desarrollo del paro nacional, donde el número de víctimas mortales oscila entre 40 según la ONG “TEMBLORES” y 33 el Ministerio de Defensa[2] y un número incierto de desaparecidos entre 379 y 133[3].

¿Colombia (des) Bloqueada?

 

¿Colombia (des) Bloqueada?

Mayo 9 de 2021

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/colombia-des-bloqueada

Hernando Llano Ángel.

Gracias a los corredores humanitarios ya empieza a circular de nuevo la vida por nuestras carreteras. Lo que no logró la guerrilla con toda la violencia de sus armas, toma y destrucción de municipios en 50 años, lo han logrado miles de personas con su poder de organización y desesperación, sitiando a las principales ciudades del país. Colombia está bloqueada. Estamos asistiendo a una especie de insurrección popular espontánea y sin control, desde abajo y las regiones, contra la cúpula centralista del poder político y económico. Una expresión más de ese “País Nacional”, mestizo, indígena y negro, que ha vivido confinado y ultrajado en los campos, discriminado y despreciado en las periferias de las capitales, que hoy se levanta anomica y anónimamente, sin más dirección que la de sus líderes raizales y la furia del hambre contra el citadino e indolente “País Político” y su decadente Statu Quo. Un “País Político” y unos ciudadanos que nunca organizamos corredores humanitarios para llevarles medicinas, víveres y auxilio durante días y noches interminables, en que fueron asediados, ultrajados y asesinados por grupos paramilitares y guerrillas, que aún continúan disputándose sus vidas y recursos. En lugar de corredores humanitarios, desde nuestras ciudades y cuarteles les enviamos contingentes de tropas, aviones, bombardeos y glifosato.

Desbloqueo Humanitario

Ahora las imágenes de los noticieros nos revelan algo inaudito e inimaginable. Caravanas de camiones escoltados por la Cruz Roja y ambulancias de la Misión Médica entrando a nuestras ciudades que son recibidos con alegría y jolgorio, porque nos traen la vida del campo, el oxígeno y la gasolina. Durante dos o tres semanas llevamos los citadinos sintiendo la carestía y la zozobra de la violencia. Aquellas que han padecido durante todas sus vidas y por varias generaciones los campesinos. Y para algunos citadinos, que no ciudadanos, han bastado estas semanas para sentirse secuestrados, exhibir sus armas y proclamar que tienen miles, disponibles para sus vecinos. Para estos “ciudadanos de bien”, como se autodenominan, ha llegado la hora de aniquilar vidas para despejar vidas, porque “los buenos somos más”. Hacen así eco del trino homicida del exsenador Uribe, pues consideran “legítimo” disparar contra “vándalos terroristas”. Ya se difunde en un comunicado repugnante y criminal, que circula por las redes sociales, donde se acusa a Lucas Villa, que hoy se debate entre la vida y la muerte, por haber supuestamente “disparado primero cuando no dejaste pasar un enfermo en una ambulancia”, intentado así legitimar un crimen execrable. Lucas Villa y quienes lo acompañaban estaban, según las imágenes, haciendo un plantón en Pereira al comienzo del viaducto César Gaviria, no impidiendo el paso de ninguna ambulancia. Con la mentira y el odio se argumenta el crimen y, como lo advertía Albert Camus, en la introducción de su ensayo “El hombre rebelde”: “a partir del momento en que por falta de carácter corre uno a darse una doctrina, desde el instante en que se razona el crimen, éste prolifera como la misma razón, toma todas las figuras del silogismo. Era solitario como el grito; helo ahí universal como la ciencia. Ayer juzgado, hoy legisla”. Y, en nuestro país, hay que decir que hoy gobierna bajo el lema de “paz con legalidad”, así como ayer lo hizo con el de la “seguridad democrática” y su estela de más de 6.000 jóvenes asesinados. Por eso, valdría la pena que nos preguntáramos, como citadinos que somos, ¿cuál sería nuestra suerte hoy si esa población rural, siguiendo la argumentación insurgente de las Farc-Ep, se hubiera convertido realmente en el “Ejército del Pueblo” que proclamaba propagandística e intimidatoriamente ser las Farc-Ep? ¿Qué estuviera pasando hoy en nuestras ciudades si esos más de 10.000 reincorporados de las Farc-Ep, de los cuales han asesinado más de 600 como miembros del partido Los Comunes, estuvieran todavía en armas? Una buena pregunta para quienes en forma maliciosa y estúpida atribuyen al Acuerdo de Paz lo que está sucediendo. Más bien sucede todo lo contario. No estamos frente a una insurrección armada sino frente a la insurrección del hambre y la desesperación, agudizadas por una pandemia tan tanática como la paz con letalidad de este gobierno. Lo que está sucediendo hoy es que esa Colombia mayoritaria, profunda, rural, periférica de las ciudades, plebeya, indígena y negra, junto a una juventud impaciente y rebelde, se ha desbloqueado y ha empezado a movilizarse por sus derechos a una vida digna. Y todo parece indicar que no tolerará seguir siendo bloqueada, negada y asesinada por estas instituciones y sus gobernantes electotanáticos. Ahora se puede parafrasear a Antonio Gramsci, cuando en los tiempos aciagos del Duce, el fascismo y el nazismo, escribió que se vivía una coyuntura “donde el viejo orden no acababa de perecer y el nuevo de nacer” y, concluía, que en ese claroscuro de la historia surgían los monstruos. Pues nosotros llevamos más de medio siglo enfrentando esos monstruos y su inverosímil capacidad de camuflarse bajo fórmulas tanáticas, que no democráticas, como el “Frente Nacional”, “Constituyentes con bienvenidas al futuro”, “Seguridad democrática” y “Paz con legalidad”, que han dejado a su paso millones de víctimas mortales. Pero nos está llegando la hora de hacer y vivir auténticos acuerdos de paz y de realizar miles de paces regionales y locales con quienes han sido y continúan siendo aplastados por el monstruo de la guerra y ya le perdieron el miedo a la misma muerte y el Covid-19. Ya dejaron de creer en esas “instituciones democráticas” que se han empecinado en generar más hambre y muertes impunemente, desconociéndoles sus derechos fundamentales.

Duque, procrastinador y presentador de hecatombes.

Ahora depende de Duque y de su responsabilidad como Presidente que, ese “monstruo grande que pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”, no continúe haciéndolo. Porque ya no se lo vamos a permitir más, como ha quedado demostrado durante estas jornadas y tampoco la comunidad internacional va a tolerarlo impunemente. Ya es hora de que el presidente Duque abandoné su set televisivo de animador de desastres. Que aprenda, de una vez, que gobernar no se agota en aparecer todos los días en las pantallas de televisión. Mucho menos en ordenar y esperar obediencia sumisa y ciega. Es hora, Presidente, de abandonar su castillo encantado donde juega con soldaditos de plomo y recibe vítores estentóreos y ridículos como los del comandante Zapateiro del Ejército. Pero, sobre todo, que entienda por fin que gobernar no se limita a escuchar y procrastinar en “conversaciones nacionales” que no pasan de ser monólogos y autoelogios narcisistas, sin tomar decisiones vitales y reales, que contengan esta crisis humanitaria que ha desatado en su rol de incompetente aprendiz de brujo. En fin, que aprenda el ABC de gobernar, que empieza por debatir, deliberar y concertar con los otros y no con los mismos y las mismas de siempre. Para comenzar, debe bajarse de ese pedestal de falsa superioridad moral de demócrata integral, pues los resultados de su gestión están demostrándole a todo el mundo que se encuentra más cerca de Maduro y su dictadura, que de la fantasiosa democracia y Estado de derecho que dice regentar y promociona mentirosamente en todos los foros internacionales. Pero, a su vez, a quienes siempre hemos vivido en las entrañas del País Nacional enfrentando civilizadamente a ese monstruo multiforme y corrupto del País Político, ya sea desde las ciudades o el campo, los sindicatos o las empresas, los colegios o las universidades, las artesanías y las artes, los hogares y las calles, como rebuscadores o marginados, nos ha llegado la hora de la verdad.

La hora del País Nacional

Es la hora de demostrarle a ese País Político que el pueblo no es solo superior a sus dirigentes, sino que puede prescindir de ellos y despedirlos por siempre, para asumir desde sus regiones con sus líderes auténticos y su gente el destino del País Nacional. Sólo así podremos continuar desbloqueando a Colombia. Y la primera clave para hacerlo es consolidando nuestro poder civil y ciudadano, solidario y transformador, sin asomo de violencia y menos de venganza, como se ha expresado pacífica y lúdicamente en calles, plazas y carreteras durante estos días. Para comenzar, ya es hora de desbloquear físicamente las vías, pues sin ellas la vida de todos corre peligro inminente. Lo hemos visto en el monstruo desbocado de particulares que disparan contra los manifestantes; en el uso desmedido y mortal de la violencia por algunos miembros de la Fuerza Pública y en la ira revanchista y saqueadora de quienes no soportan más el hambre y el desprecio, radicalizados por mercaderes de la muerte y la codicia. Y, una vez realizado ese urgente desbloqueo físico de las carreteras, poder seguir avanzando en los desbloqueos políticos, culturales y económicos, mediante el ejercicio de una democracia plebeya, ciudadana y raizal, que no se separe, desprecie y abstenga de la democracia representativa. Solo así, traduciendo en las urnas el poder y la justa indignación que hoy está en las calles, podremos por fin desalojar y expulsar en las próximas elecciones del Congreso y la Presidencia a esa red de cleptocratas, plutócratas indolentes y cacos especializados en el saqueo de los bienes públicos y la violencia, que para cada elección se disfrazan de políticos y prometen más empleo, menos impuestos y “cero corrupción”. Y, para lograrlo, es preciso contar con la ayuda de todos y todas aquellas fuerzas sociales y líderes populares que, desde su enriquecedora pluralidad y diversidad de intereses, estén de acuerdo en que no es la hora de reavivar los monstruos del liderazgo autoritario y demagógico, menos del odio, la revancha social y la guerra. Es la hora de la democracia siempre negada, de la civilidad y la convivencia política, para no seguir profundizando esta falsa y mortal confrontación de “buenos ciudadanos” contra “malos ciudadanos”, de ciudadanos indolentes frente a la vida marginal y paupérrima en el campo.  Mucho menos es la hora de consignas tan pueriles y peligrosas como “los buenos somos más”, cuando todavía no hemos sido capaces de actuar juntos como ciudadanos para ser más humanos y justos, como es lo propio en toda sociedad y Estado democráticos.

 

 

Duque, un presidente funámbulo y sonámbulo.

 

Duque un presidente funámbulo y sonámbulo

Mayo 6 de 2021

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/ivan-duque-presidente-funambulo-sonambulo

Hernando Llano Ángel.

Desde luego que Duque no se va a caer de la tensa e inestable cuerda de ingobernabilidad y violencia por donde transita, tambaleándose como un niño travieso sobre el vacío del caos y la muerte en que nos debatimos. Duque es un funámbulo hábil, que aprendió a manejar el balancín del poder moviéndolo a la derecha, agitando el fantasma de la venezonalización del país y anunciando la llegada de la carestía y la barbarie, que él evitaría siendo presidente. Y la verdad, cumplió la promesa que le endilgaba a Petro, su adversario. Ya estamos como en Venezuela, con una violencia institucional propia de una dictadura y un desabastecimiento casi total de los supermercados y las estaciones de gasolina. Todo ello, porque además de funámbulo presidencial es un sonámbulo que gobierna en un reino imaginario. En el reino imaginario de la democracia “más antigua y estable de América Latina” que muchos ingenuos creen se convirtió de la noche a la mañana en esta pesadilla infernal. Pero en realidad nunca ha existido tal democracia, más allá de las Cartas Constitucionales y las buenas intenciones de ciudadanos cándidos, a los que periódicamente nos roban y defraudan nuestras esperanzas, salvo contadas excepciones de gobernantes y representantes auténticos que promueven el interés público y el bienestar general. Lo que ha prevalecido entre nosotros, la mayor parte de nuestras vidas, así cueste reconocerlo, es un Estado de excepción permanente. El Estado de cosas inconstitucionales del que habla la Corte Constitucional, donde la población malvive, colgada de las laderas de Cali, como en Siloé, o anegada en tugurios pantanosos, como en la bella Cartagena y cientos de municipios. Ese Estado de cosas inconstitucionales prevalece en el campo colombiano donde los campesinos, indígenas y negros han sido secularmente explotados y marginados, sin derechos de propiedad y seguridad jurídica a su terruño. Una propiedad siempre al vilo de la violencia, la codicia de los terratenientes, los narcotraficantes, paramilitares y la guerrilla. Pronto esos campesinos serán de nuevo fumigados y desplazados a punta de glifosato, según lo dicta la “paz con legalidad”, o seguirán siendo masacrados por narcoterroristas y guerrillas desalmadas, contra las cuales es inocua e incompetente la “paz con legalidad”, la acción de la Fuerza Pública y las garantías del Estado de derecho.

Un régimen electotanático

Pero el funámbulo y sonámbulo Duque, encerrado en su tanático y fantasmagórico reino, seguro que persistirá en rociar con glifosato nuestros campos y bosques tropicales. Así como persistió en forma tozuda y soberbia en una reforma tributaria que en plena pandemia de coronavirus gravaba con impuestos hasta a la muerte. Y, lo más grave e inadmisible, solo cuando esa muerte ya había arrebatado la vida a más de una veintena de colombianos, la mayoría jóvenes y víctimas durante su corta existencia de ese estado de cosas inconstitucionales, decidió retirarla del Congreso. A renglón seguido, como un niño que juega en su reino con soldaditos de plomo, militariza las ciudades, atendiendo el eco del trino del expresidente Uribe: “Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico”. Y, ahora, con su lema de “paz con legalidad”, reviste semejante decisión autocrática e inconstitucional, propia de un Estado de Excepción, con la coartada leguleya de la “asistencia militar”. Desplaza así a los alcaldes de las capitales y las principales ciudades del país de su poder civil y democrático e instaura un nuevo régimen que podríamos denominar “electotanático”, tan cacofónico como son de atroces sus resultados, pues ya la Defensoría del Pueblo informa sobre la existencia de más de 80 personas supuestamente desaparecidas. ¿Cómo se puede gobernar a punta de fúsiles, violencia, muerte y miedo, disparando contra civiles, desconociendo todo principio de uso limitado y proporcionar de la fuerza letal? ¿Cómo se puede afirmar que se está respetando el Estado de derecho y la democracia, cuando se recurre a la “asistencia militar” y solo se empieza a reconocer la voz de millones de colombianos y de los líderes del Paro Nacional, después de jornadas de destrucción, vandalismo y represión? Quizá una respuesta a estas dos preguntas sea que para miles de colombianos solo son legítimos sus derechos, sus propiedades, sus ganancias y sus privilegios, los que nunca permitirán que sean limitados por reformas tributarias equitativas. Que sus vidas de “ciudadanos de bien” valen más y son superiores a esa mayoría de colombianos que ya no aguantan más. A esos “malos ciudadanos” que el hambre, el desempleo, la desesperación y la humillación los llevó a desafiar la pandemia del coronavirus, pues más del 60% de nuestra población malvive del rebusque y no conoce el “teletrabajo”. Esos millones de supuestos “malos ciudadanos” han tomado conciencia de que no vale la pena seguir viviendo en este Estado de cosas inconstitucionales. Estalló la ira y el saqueo se convirtió para algunos en su revancha, estimulada en muchos lugares por redes criminales, que pescan en río revuelto.  Por eso es tan patética y lamentable esa consigna que corean muchos ciudadanos: “¡los buenos somos más!”, en medio de mayorías desempleadas y excluidas a quienes consideran inferiores y menos ciudadanos que ellos, los menosprecian y, cuando reclaman sus derechos los llaman “igualados”, “mamertos”, “izquierdistas” y hasta “terroristas”. La única forma de salir de esta espiral de violencia, alimentada por prejuicios tan maniqueos y letales como la de dividirnos y matarnos entre “buenos” y “malos” colombianos, es tomando conciencia de nuestra igual dignidad y oportunidad de derechos.  Algo que incluso un expresidente conservador como Belisario Betancur, tan creyente en la virgen y amigo de la legalidad como el presidente Duque, ya había reconocido cuando en su discurso de posesión presidencial expresó: “Lo que ansían nuestros compatriotas es un cambio a fondo  para sentirse distintos; un propósito colectivo de solidaridad; una transformación educativa y cultural; escapar a la noria de la mediocridad, a la frustración circular de la desesperanza y advertía: “He andado una y otra vez por los caminos de mi patria y he visto ímpetus heroicos, pero también gentes mustias porque no hay en su horizonte solidaridad ni esperanza. Ya que para una parte de colombianos la turbamulta les es ajena pues procede de grupos que les son ajenos; la otra Colombia le es remota u hostil. ¿Cómo afirmar sin sarcasmo la pertenencia a algo de que están excluidos, en donde su voz resuena con intrusa cadencia? Y para los más poderosos o los más dichosos ¿a qué reivindicar algo tan entrañablemente unificador como es la patria, a partir de la discriminación y el desdén?”. Y por eso concluye: “Hay una relación perversa en la que los dos países se envenenan mutuamente, y esa dialéctica ahoga toda existencia nacional. Es esa dialéctica de los “buenos” contra los “malos” la que tenemos que superar. Y solo se puede superar con gobernantes que promuevan la inclusión de derechos para todos sobre la exclusión de los privilegios para el goce de pocos; el diálogo para concertar sobre la violencia para matar; la justicia social sobre la inequidad de la marginalidad. Pero, especialmente, que prevalezca la política sobre la guerra y el poder civil sobre el militar. Ya va siendo hora de que Duque despierte de su sonambulismo y nos libere de su pesadilla terrorífica de la “paz con legalidad”, antes de que pierda del todo el balancín de la gobernabilidad civil y dependa cada vez más de la “asistencia militar” de los fusiles para culminar este año y medio que le queda de su deplorable gestión.

 

Violencia+Vandalismo=Autoritarismo+Fascismo.

 

VIOLENCIA + VANDALISMO=AUTORITARISMO+FASCISMO

Abril 30 de 2021

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/violenciavandalismoautoritarismofascismo

Hernando Llano Ángel

Violencia más vandalismo es igual a autoritarismo más fascismo. Esta parece ser una de las pocas ecuaciones que se verifica con frecuencia en la historia y la dinámica de los conflictos sociales y políticos. Cuando estalla la violencia en desarrollo de las protestas ciudadanas y degenera en vandalismo indiscriminado, se deslegitima la justa causa que las ha originado y convocado, como sucede en este caso con el rechazo a una reforma tributaria profundamente inequitativa. Y se produce un efecto todavía más perverso e indeseable, pues se fortalece el autoritarismo estatal y su deriva hacia el fascismo social. Así se constata en el llamado viral, desesperado y vertiginoso que recorre las redes sociales en Cali, clamando por mano dura y un ejercicio contundente de la autoridad. Un S.O.S angustioso pidiendo la rápida y urgente militarización de la ciudad. En las redes proliferan las fotos y los vídeos de civiles armados disparando en forma indiscriminada para contener el ataque de saqueadores a sus propiedades y garantizar la seguridad de sus vidas. Están, pues, servidos todos los ingredientes para la apología de la autodefensa civil y el armamentismo “legítimo” de los particulares y los “ciudadanos de bien” contra la canalla o la “garbimba”, para el estímulo de Frentes de Seguridad como los “CIUDADANOS EN RED” de la Comuna 22 y Zona sur de Cali. La Policía ha sido desbordada y el miedo recorre las calles e invade la mente de los ciudadanos. Entonces llegan a la Sultana del Valle los ministros de Defensa y del Interior y anuncian refuerzos del Ejército. De continuar esta tendencia, en lugar de avanzar por la senda de las reformas sociales urgentes y la búsqueda de un orden económico y un sistema tributario justo --que se requieren con más urgencia que las vacunas contra el Covid-- vamos a terminar en el peor de los escenarios. Un escenario de revanchismo social incontenible de miles de personas desbocadas por el desempleo y el hambre, aupadas por agitadores de la violencia a la izquierda y la derecha, que pescan ganancias políticas y económicas en el río revuelto de esta pandemia. Una pandemia que hace rato dejo de ser una hecatombe de salud pública para convertirse en un pandemónium económico y social. Según el DANE[1] hay 3.6 millones más de colombianos en la pobreza para quienes los subsidios no alcanzarán  y se suman a un mundo de carencias y hostilidades en que apenas sobreviven más de 21 millones, víctimas de una violencia estructural que no se superará con medidas asistencialistas, coyunturales y paliativas. De allí la urgencia de una propuesta más sólida y permanente como la Renta Básica Ya[2].

Un escenario apocalíptico

Llegamos así a un escenario apocalíptico, hoy cabalgamos sobre la peste, el hambre, la guerra y la muerte, presente en muchas regiones y ciudades del país, agudizado por un proyecto de reforma tributaria que logró exactamente lo contrario de lo que se proponía. En lugar de una “transformación social sostenible” ha generado un caos social insostenible en ciudades como Bogotá, Medellín y especialmente Cali. La letra del proyecto gubernamental de reforma tributaria que anunciaba más subsidios y dineros para paliar el hambre y el desempleo, terminó acelerando la peste del Covid, los saqueos, el vandalismo y la muerte. Definitivamente la letra de impuestos regresivos e injustos, sumados a la pandemia, resultó ser una fórmula de ingobernabilidad perfecta, tanto o más letal que la llamada “paz con legalidad”. Así las cosas, el presidente Duque, no tiene otra opción que retirar de plano en su totalidad tan nefasto proyecto, reconociendo su error y abrir el escenario para que, con amplios sectores sociales y populares, junto a los políticos en el Congreso, se elabore un nuevo proyecto para recomponer este agrietado, convulso y violento panorama económico y social, como lo sugiere la Conferencia Episcopal de Colombia[3]. Aunque también puede acoger el reciente trino del expresidente Uribe: “Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico”, que podría llevar al actual gobierno y el mismo Estado colombiano a una deriva terrorista, según lo define el punto 33[4] del Manifiesto Democrático uribista cuando afirma que: “También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”. Sin duda, esto es así, porque cuando un orden estatal descansa más sobre las armas y la violencia de sus agentes y desconoce la opinión y las protestas ciudadanas, ya no estamos en una democracia sino en una autocracia violenta y arbitraria que apela a “razones políticas o ideológicas” para gobernar. Y así nos acercamos rápidamente a un régimen neofascista que aguza el miedo y la desesperación de muchos ciudadanos para que estos respalden el uso de las armas oficiales en defensa de sus bienes y vidas, sin importar el costo en vidas humanas y la hecatombe social y política que ello conlleve. Igual que en el pasado, siendo gobernador de Antioquia, Uribe promovió en forma entusiasta las cooperativas de seguridad Convivir, muchas de ellas embriones del paramilitarismo y perpetradoras de numerosas masacres[5]. Sin duda, la letra con sangre mata, más cuando quien escribe estos llamados al uso de las armas oficiales se proclama defensor de la democracia y todavía no reconoce y menos responde por los resultados criminales de sus “exitosas” políticas de seguridad como los “falsos positivos”[6], con más de 6.000 civiles asesinados en cumplimiento de la Directiva 029[7] de la “seguridad democrática”.