¿Colombia (des) Bloqueada?
Mayo 9 de 2021
https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/colombia-des-bloqueada
Hernando Llano Ángel.
Gracias a los corredores humanitarios ya empieza a circular de nuevo la
vida por nuestras carreteras. Lo que no logró la guerrilla con toda la
violencia de sus armas, toma y destrucción de municipios en 50 años, lo han
logrado miles de personas con su poder de organización y desesperación,
sitiando a las principales ciudades del país. Colombia está bloqueada. Estamos
asistiendo a una especie de insurrección popular espontánea y sin control,
desde abajo y las regiones, contra la cúpula centralista del poder político y
económico. Una expresión más de ese “País Nacional”, mestizo, indígena y negro,
que ha vivido confinado y ultrajado en los campos, discriminado y despreciado
en las periferias de las capitales, que hoy se levanta anomica y anónimamente,
sin más dirección que la de sus líderes raizales y la furia del hambre contra
el citadino e indolente “País Político” y su decadente Statu Quo. Un “País
Político” y unos ciudadanos que nunca organizamos corredores humanitarios para
llevarles medicinas, víveres y auxilio durante días y noches interminables, en
que fueron asediados, ultrajados y asesinados por grupos paramilitares y
guerrillas, que aún continúan disputándose sus vidas y recursos. En lugar de
corredores humanitarios, desde nuestras ciudades y cuarteles les enviamos
contingentes de tropas, aviones, bombardeos y glifosato.
Desbloqueo Humanitario
Ahora las imágenes de los noticieros nos revelan algo inaudito e
inimaginable. Caravanas de camiones escoltados por la Cruz Roja y ambulancias
de la Misión Médica entrando a nuestras ciudades que son recibidos con alegría
y jolgorio, porque nos traen la vida del campo, el oxígeno y la gasolina.
Durante dos o tres semanas llevamos los citadinos sintiendo la carestía y la
zozobra de la violencia. Aquellas que han padecido durante todas sus vidas y
por varias generaciones los campesinos. Y para algunos citadinos, que no
ciudadanos, han bastado estas semanas para sentirse secuestrados, exhibir sus
armas y proclamar que tienen miles, disponibles para sus vecinos. Para estos
“ciudadanos de bien”, como se autodenominan, ha llegado la hora de aniquilar
vidas para despejar vidas, porque “los buenos somos más”. Hacen así eco del
trino homicida del exsenador Uribe, pues consideran “legítimo” disparar contra
“vándalos terroristas”. Ya se difunde en un comunicado repugnante y criminal,
que circula por las redes sociales, donde se acusa a Lucas Villa, que hoy se
debate entre la vida y la muerte, por haber supuestamente “disparado primero
cuando no dejaste pasar un enfermo en una ambulancia”, intentado así legitimar
un crimen execrable. Lucas Villa y quienes lo acompañaban estaban, según las
imágenes, haciendo un plantón en Pereira al comienzo del viaducto César
Gaviria, no impidiendo el paso de ninguna ambulancia. Con la mentira y el odio
se argumenta el crimen y, como lo advertía Albert Camus, en la introducción de
su ensayo “El hombre rebelde”: “a partir del momento en que por falta de
carácter corre uno a darse una doctrina, desde el instante en que se razona el
crimen, éste prolifera como la misma razón, toma todas las figuras del
silogismo. Era solitario como el grito; helo ahí universal como la ciencia.
Ayer juzgado, hoy legisla”. Y, en nuestro país, hay que decir que hoy gobierna
bajo el lema de “paz con legalidad”, así como ayer lo hizo con el de la
“seguridad democrática” y su estela de más de 6.000 jóvenes asesinados. Por
eso, valdría la pena que nos preguntáramos, como citadinos que somos, ¿cuál
sería nuestra suerte hoy si esa población rural, siguiendo la argumentación
insurgente de las Farc-Ep, se hubiera convertido realmente en el “Ejército del
Pueblo” que proclamaba propagandística e intimidatoriamente ser las Farc-Ep?
¿Qué estuviera pasando hoy en nuestras ciudades si esos más de 10.000
reincorporados de las Farc-Ep, de los cuales han asesinado más de 600 como
miembros del partido Los Comunes, estuvieran todavía en armas? Una buena
pregunta para quienes en forma maliciosa y estúpida atribuyen al Acuerdo de Paz
lo que está sucediendo. Más bien sucede todo lo contario. No estamos frente a
una insurrección armada sino frente a la insurrección del hambre y la
desesperación, agudizadas por una pandemia tan tanática como la paz con
letalidad de este gobierno. Lo que está sucediendo hoy es que esa Colombia
mayoritaria, profunda, rural, periférica de las ciudades, plebeya, indígena y
negra, junto a una juventud impaciente y rebelde, se ha desbloqueado y ha
empezado a movilizarse por sus derechos a una vida digna. Y todo parece indicar
que no tolerará seguir siendo bloqueada, negada y asesinada por estas
instituciones y sus gobernantes electotanáticos. Ahora se puede parafrasear a
Antonio Gramsci, cuando en los tiempos aciagos del Duce, el fascismo y el nazismo,
escribió que se vivía una coyuntura “donde el viejo orden no acababa de perecer
y el nuevo de nacer” y, concluía, que en ese claroscuro de la historia surgían
los monstruos. Pues nosotros llevamos más de medio siglo enfrentando esos
monstruos y su inverosímil capacidad de camuflarse bajo fórmulas tanáticas, que
no democráticas, como el “Frente Nacional”, “Constituyentes con bienvenidas al
futuro”, “Seguridad democrática” y “Paz con legalidad”, que han dejado a su
paso millones de víctimas mortales. Pero nos está llegando la hora de hacer y
vivir auténticos acuerdos de paz y de realizar miles de paces regionales y
locales con quienes han sido y continúan siendo aplastados por el monstruo de
la guerra y ya le perdieron el miedo a la misma muerte y el Covid-19. Ya
dejaron de creer en esas “instituciones democráticas” que se han empecinado en
generar más hambre y muertes impunemente, desconociéndoles sus derechos
fundamentales.
Duque, procrastinador y
presentador de hecatombes.
Ahora depende de Duque y de su responsabilidad como Presidente que, ese
“monstruo grande que pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”, no
continúe haciéndolo. Porque ya no se lo vamos a permitir más, como ha quedado
demostrado durante estas jornadas y tampoco la comunidad internacional va a
tolerarlo impunemente. Ya es hora de que el presidente Duque abandoné su set
televisivo de animador de desastres. Que aprenda, de una vez, que gobernar no
se agota en aparecer todos los días en las pantallas de televisión. Mucho menos
en ordenar y esperar obediencia sumisa y ciega. Es hora, Presidente, de
abandonar su castillo encantado donde juega con soldaditos de plomo y recibe
vítores estentóreos y ridículos como los del comandante Zapateiro del Ejército.
Pero, sobre todo, que entienda por fin que gobernar no se limita a escuchar y
procrastinar en “conversaciones nacionales” que no pasan de ser monólogos y
autoelogios narcisistas, sin tomar decisiones vitales y reales, que contengan
esta crisis humanitaria que ha desatado en su rol de incompetente aprendiz de
brujo. En fin, que aprenda el ABC de gobernar, que empieza por debatir,
deliberar y concertar con los otros y no con los mismos y las mismas de
siempre. Para comenzar, debe bajarse de ese pedestal de falsa superioridad
moral de demócrata integral, pues los resultados de su gestión están
demostrándole a todo el mundo que se encuentra más cerca de Maduro y su
dictadura, que de la fantasiosa democracia y Estado de derecho que dice
regentar y promociona mentirosamente en todos los foros internacionales. Pero, a
su vez, a quienes siempre hemos vivido en las entrañas del País Nacional
enfrentando civilizadamente a ese monstruo multiforme y corrupto del País
Político, ya sea desde las ciudades o el campo, los sindicatos o las empresas,
los colegios o las universidades, las artesanías y las artes, los hogares y las
calles, como rebuscadores o marginados, nos ha llegado la hora de la verdad.
La hora del País Nacional
Es la hora de demostrarle a ese País Político que el pueblo no es solo
superior a sus dirigentes, sino que puede prescindir de ellos y despedirlos por
siempre, para asumir desde sus regiones con sus líderes auténticos y su gente
el destino del País Nacional. Sólo así podremos continuar desbloqueando a
Colombia. Y la primera clave para hacerlo es consolidando nuestro poder civil y
ciudadano, solidario y transformador, sin asomo de violencia y menos de
venganza, como se ha expresado pacífica y lúdicamente en calles, plazas y
carreteras durante estos días. Para comenzar, ya es hora de desbloquear
físicamente las vías, pues sin ellas la vida de todos corre peligro inminente.
Lo hemos visto en el monstruo desbocado de particulares que disparan contra los
manifestantes; en el uso desmedido y mortal de la violencia por algunos
miembros de la Fuerza Pública y en la ira revanchista y saqueadora de quienes
no soportan más el hambre y el desprecio, radicalizados por mercaderes de la
muerte y la codicia. Y, una vez realizado ese urgente desbloqueo físico de las
carreteras, poder seguir avanzando en los desbloqueos políticos, culturales y
económicos, mediante el ejercicio de una democracia plebeya, ciudadana y
raizal, que no se separe, desprecie y abstenga de la democracia representativa.
Solo así, traduciendo en las urnas el poder y la justa indignación que hoy está
en las calles, podremos por fin desalojar y expulsar en las próximas elecciones
del Congreso y la Presidencia a esa red de cleptocratas, plutócratas indolentes
y cacos especializados en el saqueo de los bienes públicos y la violencia, que
para cada elección se disfrazan de políticos y prometen más empleo, menos
impuestos y “cero corrupción”. Y, para lograrlo, es preciso contar con la ayuda
de todos y todas aquellas fuerzas sociales y líderes populares que, desde su
enriquecedora pluralidad y diversidad de intereses, estén de acuerdo en que no
es la hora de reavivar los monstruos del liderazgo autoritario y demagógico,
menos del odio, la revancha social y la guerra. Es la hora de la democracia
siempre negada, de la civilidad y la convivencia política, para no seguir
profundizando esta falsa y mortal confrontación de “buenos ciudadanos” contra
“malos ciudadanos”, de ciudadanos indolentes frente a la vida marginal y
paupérrima en el campo. Mucho menos es
la hora de consignas tan pueriles y peligrosas como “los buenos somos más”,
cuando todavía no hemos sido capaces de actuar juntos como ciudadanos para ser
más humanos y justos, como es lo propio en toda sociedad y Estado democráticos.
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