domingo, mayo 16, 2021

Duque, un presidente funámbulo y sonámbulo.

 

Duque un presidente funámbulo y sonámbulo

Mayo 6 de 2021

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/ivan-duque-presidente-funambulo-sonambulo

Hernando Llano Ángel.

Desde luego que Duque no se va a caer de la tensa e inestable cuerda de ingobernabilidad y violencia por donde transita, tambaleándose como un niño travieso sobre el vacío del caos y la muerte en que nos debatimos. Duque es un funámbulo hábil, que aprendió a manejar el balancín del poder moviéndolo a la derecha, agitando el fantasma de la venezonalización del país y anunciando la llegada de la carestía y la barbarie, que él evitaría siendo presidente. Y la verdad, cumplió la promesa que le endilgaba a Petro, su adversario. Ya estamos como en Venezuela, con una violencia institucional propia de una dictadura y un desabastecimiento casi total de los supermercados y las estaciones de gasolina. Todo ello, porque además de funámbulo presidencial es un sonámbulo que gobierna en un reino imaginario. En el reino imaginario de la democracia “más antigua y estable de América Latina” que muchos ingenuos creen se convirtió de la noche a la mañana en esta pesadilla infernal. Pero en realidad nunca ha existido tal democracia, más allá de las Cartas Constitucionales y las buenas intenciones de ciudadanos cándidos, a los que periódicamente nos roban y defraudan nuestras esperanzas, salvo contadas excepciones de gobernantes y representantes auténticos que promueven el interés público y el bienestar general. Lo que ha prevalecido entre nosotros, la mayor parte de nuestras vidas, así cueste reconocerlo, es un Estado de excepción permanente. El Estado de cosas inconstitucionales del que habla la Corte Constitucional, donde la población malvive, colgada de las laderas de Cali, como en Siloé, o anegada en tugurios pantanosos, como en la bella Cartagena y cientos de municipios. Ese Estado de cosas inconstitucionales prevalece en el campo colombiano donde los campesinos, indígenas y negros han sido secularmente explotados y marginados, sin derechos de propiedad y seguridad jurídica a su terruño. Una propiedad siempre al vilo de la violencia, la codicia de los terratenientes, los narcotraficantes, paramilitares y la guerrilla. Pronto esos campesinos serán de nuevo fumigados y desplazados a punta de glifosato, según lo dicta la “paz con legalidad”, o seguirán siendo masacrados por narcoterroristas y guerrillas desalmadas, contra las cuales es inocua e incompetente la “paz con legalidad”, la acción de la Fuerza Pública y las garantías del Estado de derecho.

Un régimen electotanático

Pero el funámbulo y sonámbulo Duque, encerrado en su tanático y fantasmagórico reino, seguro que persistirá en rociar con glifosato nuestros campos y bosques tropicales. Así como persistió en forma tozuda y soberbia en una reforma tributaria que en plena pandemia de coronavirus gravaba con impuestos hasta a la muerte. Y, lo más grave e inadmisible, solo cuando esa muerte ya había arrebatado la vida a más de una veintena de colombianos, la mayoría jóvenes y víctimas durante su corta existencia de ese estado de cosas inconstitucionales, decidió retirarla del Congreso. A renglón seguido, como un niño que juega en su reino con soldaditos de plomo, militariza las ciudades, atendiendo el eco del trino del expresidente Uribe: “Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico”. Y, ahora, con su lema de “paz con legalidad”, reviste semejante decisión autocrática e inconstitucional, propia de un Estado de Excepción, con la coartada leguleya de la “asistencia militar”. Desplaza así a los alcaldes de las capitales y las principales ciudades del país de su poder civil y democrático e instaura un nuevo régimen que podríamos denominar “electotanático”, tan cacofónico como son de atroces sus resultados, pues ya la Defensoría del Pueblo informa sobre la existencia de más de 80 personas supuestamente desaparecidas. ¿Cómo se puede gobernar a punta de fúsiles, violencia, muerte y miedo, disparando contra civiles, desconociendo todo principio de uso limitado y proporcionar de la fuerza letal? ¿Cómo se puede afirmar que se está respetando el Estado de derecho y la democracia, cuando se recurre a la “asistencia militar” y solo se empieza a reconocer la voz de millones de colombianos y de los líderes del Paro Nacional, después de jornadas de destrucción, vandalismo y represión? Quizá una respuesta a estas dos preguntas sea que para miles de colombianos solo son legítimos sus derechos, sus propiedades, sus ganancias y sus privilegios, los que nunca permitirán que sean limitados por reformas tributarias equitativas. Que sus vidas de “ciudadanos de bien” valen más y son superiores a esa mayoría de colombianos que ya no aguantan más. A esos “malos ciudadanos” que el hambre, el desempleo, la desesperación y la humillación los llevó a desafiar la pandemia del coronavirus, pues más del 60% de nuestra población malvive del rebusque y no conoce el “teletrabajo”. Esos millones de supuestos “malos ciudadanos” han tomado conciencia de que no vale la pena seguir viviendo en este Estado de cosas inconstitucionales. Estalló la ira y el saqueo se convirtió para algunos en su revancha, estimulada en muchos lugares por redes criminales, que pescan en río revuelto.  Por eso es tan patética y lamentable esa consigna que corean muchos ciudadanos: “¡los buenos somos más!”, en medio de mayorías desempleadas y excluidas a quienes consideran inferiores y menos ciudadanos que ellos, los menosprecian y, cuando reclaman sus derechos los llaman “igualados”, “mamertos”, “izquierdistas” y hasta “terroristas”. La única forma de salir de esta espiral de violencia, alimentada por prejuicios tan maniqueos y letales como la de dividirnos y matarnos entre “buenos” y “malos” colombianos, es tomando conciencia de nuestra igual dignidad y oportunidad de derechos.  Algo que incluso un expresidente conservador como Belisario Betancur, tan creyente en la virgen y amigo de la legalidad como el presidente Duque, ya había reconocido cuando en su discurso de posesión presidencial expresó: “Lo que ansían nuestros compatriotas es un cambio a fondo  para sentirse distintos; un propósito colectivo de solidaridad; una transformación educativa y cultural; escapar a la noria de la mediocridad, a la frustración circular de la desesperanza y advertía: “He andado una y otra vez por los caminos de mi patria y he visto ímpetus heroicos, pero también gentes mustias porque no hay en su horizonte solidaridad ni esperanza. Ya que para una parte de colombianos la turbamulta les es ajena pues procede de grupos que les son ajenos; la otra Colombia le es remota u hostil. ¿Cómo afirmar sin sarcasmo la pertenencia a algo de que están excluidos, en donde su voz resuena con intrusa cadencia? Y para los más poderosos o los más dichosos ¿a qué reivindicar algo tan entrañablemente unificador como es la patria, a partir de la discriminación y el desdén?”. Y por eso concluye: “Hay una relación perversa en la que los dos países se envenenan mutuamente, y esa dialéctica ahoga toda existencia nacional. Es esa dialéctica de los “buenos” contra los “malos” la que tenemos que superar. Y solo se puede superar con gobernantes que promuevan la inclusión de derechos para todos sobre la exclusión de los privilegios para el goce de pocos; el diálogo para concertar sobre la violencia para matar; la justicia social sobre la inequidad de la marginalidad. Pero, especialmente, que prevalezca la política sobre la guerra y el poder civil sobre el militar. Ya va siendo hora de que Duque despierte de su sonambulismo y nos libere de su pesadilla terrorífica de la “paz con legalidad”, antes de que pierda del todo el balancín de la gobernabilidad civil y dependa cada vez más de la “asistencia militar” de los fusiles para culminar este año y medio que le queda de su deplorable gestión.

 

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