Duque un presidente
funámbulo y sonámbulo
Mayo 6 de 2021
https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/ivan-duque-presidente-funambulo-sonambulo
Hernando Llano Ángel.
Desde luego que Duque no se va a caer de la tensa e inestable cuerda de
ingobernabilidad y violencia por donde transita, tambaleándose como un niño
travieso sobre el vacío del caos y la muerte en que nos debatimos. Duque es un
funámbulo hábil, que aprendió a manejar el balancín del poder moviéndolo a la
derecha, agitando el fantasma de la venezonalización del país y anunciando la
llegada de la carestía y la barbarie, que él evitaría siendo presidente. Y la verdad,
cumplió la promesa que le endilgaba a Petro, su adversario. Ya estamos como en
Venezuela, con una violencia institucional propia de una dictadura y un
desabastecimiento casi total de los supermercados y las estaciones de gasolina.
Todo ello, porque además de funámbulo presidencial es un sonámbulo que gobierna
en un reino imaginario. En el reino imaginario de la democracia “más antigua y
estable de América Latina” que muchos ingenuos creen se convirtió de la noche a
la mañana en esta pesadilla infernal. Pero en realidad nunca ha existido tal
democracia, más allá de las Cartas Constitucionales y las buenas intenciones de
ciudadanos cándidos, a los que periódicamente nos roban y defraudan nuestras
esperanzas, salvo contadas excepciones de gobernantes y representantes
auténticos que promueven el interés público y el bienestar general. Lo que ha
prevalecido entre nosotros, la mayor parte de nuestras vidas, así cueste
reconocerlo, es un Estado de excepción permanente. El Estado de cosas
inconstitucionales del que habla la Corte Constitucional, donde la población
malvive, colgada de las laderas de Cali, como en Siloé, o anegada en tugurios
pantanosos, como en la bella Cartagena y cientos de municipios. Ese Estado de
cosas inconstitucionales prevalece en el campo colombiano donde los campesinos,
indígenas y negros han sido secularmente explotados y marginados, sin derechos
de propiedad y seguridad jurídica a su terruño. Una propiedad siempre al vilo
de la violencia, la codicia de los terratenientes, los narcotraficantes,
paramilitares y la guerrilla. Pronto esos campesinos serán de nuevo fumigados y
desplazados a punta de glifosato, según lo dicta la “paz con legalidad”, o
seguirán siendo masacrados por narcoterroristas y guerrillas desalmadas, contra
las cuales es inocua e incompetente la “paz con legalidad”, la acción de la
Fuerza Pública y las garantías del Estado de derecho.
Un régimen electotanático
Pero el funámbulo y sonámbulo Duque, encerrado en su tanático y
fantasmagórico reino, seguro que persistirá en rociar con glifosato nuestros
campos y bosques tropicales. Así como persistió en forma tozuda y soberbia en
una reforma tributaria que en plena pandemia de coronavirus gravaba con
impuestos hasta a la muerte. Y, lo más grave e inadmisible, solo cuando esa
muerte ya había arrebatado la vida a más de una veintena de colombianos, la mayoría
jóvenes y víctimas durante su corta existencia de ese estado de cosas
inconstitucionales, decidió retirarla del Congreso. A renglón seguido, como un
niño que juega en su reino con soldaditos de plomo, militariza las ciudades,
atendiendo el eco del trino del expresidente Uribe: “Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para
defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción
criminal del terrorismo vandálico”. Y, ahora, con su lema de “paz con
legalidad”, reviste semejante decisión autocrática e inconstitucional, propia
de un Estado de Excepción, con la coartada leguleya de la “asistencia militar”.
Desplaza así a los alcaldes de las capitales y las principales ciudades del
país de su poder civil y democrático e instaura un nuevo régimen que podríamos
denominar “electotanático”, tan cacofónico como son de atroces sus resultados,
pues ya la Defensoría del Pueblo informa sobre la existencia de más de 80
personas supuestamente desaparecidas. ¿Cómo se puede gobernar a punta de
fúsiles, violencia, muerte y miedo, disparando contra civiles, desconociendo
todo principio de uso limitado y proporcionar de la fuerza letal? ¿Cómo se
puede afirmar que se está respetando el Estado de derecho y la democracia,
cuando se recurre a la “asistencia militar” y solo se empieza a reconocer la
voz de millones de colombianos y de los líderes del Paro Nacional, después de
jornadas de destrucción, vandalismo y represión? Quizá una respuesta a estas
dos preguntas sea que para miles de colombianos solo son legítimos sus
derechos, sus propiedades, sus ganancias y sus privilegios, los que nunca
permitirán que sean limitados por reformas tributarias equitativas. Que sus
vidas de “ciudadanos de bien” valen más y son superiores a esa mayoría de
colombianos que ya no aguantan más. A esos “malos ciudadanos” que el hambre, el
desempleo, la desesperación y la humillación los llevó a desafiar la pandemia
del coronavirus, pues más del 60% de nuestra población malvive del rebusque y
no conoce el “teletrabajo”. Esos millones de supuestos “malos ciudadanos” han
tomado conciencia de que no vale la pena seguir viviendo en este Estado de
cosas inconstitucionales. Estalló la ira y el saqueo se convirtió para algunos
en su revancha, estimulada en muchos lugares por redes criminales, que pescan
en río revuelto. Por eso es tan patética
y lamentable esa consigna que corean muchos ciudadanos: “¡los buenos somos
más!”, en medio de mayorías desempleadas y excluidas a quienes consideran
inferiores y menos ciudadanos que ellos, los menosprecian y, cuando reclaman
sus derechos los llaman “igualados”, “mamertos”, “izquierdistas” y hasta
“terroristas”. La única forma de salir de esta espiral de violencia, alimentada
por prejuicios tan maniqueos y letales como la de dividirnos y matarnos entre
“buenos” y “malos” colombianos, es tomando conciencia de nuestra igual dignidad
y oportunidad de derechos. Algo que
incluso un expresidente conservador como Belisario Betancur, tan creyente en la
virgen y amigo de la legalidad como el presidente Duque, ya había reconocido
cuando en su discurso de posesión presidencial expresó: “Lo que ansían nuestros compatriotas es un cambio a fondo para sentirse distintos; un propósito colectivo de solidaridad; una transformación educativa y cultural;
escapar a la noria de la mediocridad, a la
frustración circular de la desesperanza” y advertía: “He andado una y otra vez por los caminos de
mi patria y he visto ímpetus heroicos, pero también gentes mustias porque no hay en su horizonte solidaridad ni
esperanza. Ya que para una parte de colombianos la turbamulta les es ajena pues procede de grupos que les son ajenos;
la otra Colombia le es remota u hostil. ¿Cómo afirmar sin sarcasmo la
pertenencia a algo de que están excluidos, en donde su voz resuena con intrusa
cadencia? Y para los más poderosos o los
más dichosos ¿a qué reivindicar algo tan entrañablemente unificador como es la patria, a partir de la discriminación
y el desdén?”. Y por eso concluye: “Hay
una relación perversa en la que los dos
países se envenenan mutuamente, y esa dialéctica ahoga toda existencia nacional”. Es esa
dialéctica de los “buenos” contra los “malos” la que tenemos que superar. Y
solo se puede superar con gobernantes que promuevan la inclusión de derechos
para todos sobre la exclusión de los privilegios para el goce de pocos; el
diálogo para concertar sobre la violencia para matar; la justicia social sobre
la inequidad de la marginalidad. Pero, especialmente, que prevalezca la
política sobre la guerra y el poder civil sobre el militar. Ya va siendo hora
de que Duque despierte de su sonambulismo y nos libere de su pesadilla
terrorífica de la “paz con legalidad”, antes de que pierda del todo el balancín
de la gobernabilidad civil y dependa cada vez más de la “asistencia militar” de
los fusiles para culminar este año y medio que le queda de su deplorable
gestión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario