domingo, noviembre 22, 2020

Temporada de huracanes y catástrofes

Temporada de huracanes y catástrofes

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Hernando Llano Ángel.

Los huracanes nos azotan sin contemplación. Los naturales, como IOTA y ETA, asolaron furiosamente nuestra Colombia insular más septentrional, lejana y soñada. San Andrés, Providencia y Santa Catalina son la evocación más cercana de la felicidad y la belleza que tenemos muchos colombianos.  Ahora, con sus imágenes de ruina y devastación, la memoria y los recuerdos colectivos de miles de colombianos también han sido arrasados.  Algunos, en su infancia, tuvieron la fortuna de conocer el mar como un juego interminable de olas evasivas y traviesas que derruían sus castillos de arena y sueños de arquitectos. Luego, en la adolescencia, durante la excursión de bachilleres, San Andrés se convertirá en un mar ebrio de ensueños y fantasías eróticas. Fantasías fugaces como las olas y lacerantes como el sol. Años después, será el recuerdo de un mar tornasol y de una luna de miel con atardeceres rojizos y noches de embrujo. Con la llegada de los hijos, volverá a girar en nuestra memoria, como una rueda de recuerdos, la nostalgia de lo vivido. Desde entonces, San Andrés será en nuestras vidas ese carrusel generacional de alegrías compartidas. Pero hoy ese carrusel ha desaparecido, arrastrado sin contemplación por IOTA. De él solo quedan escombros, dolor, desolación, desesperación y muerte.  El archipiélago de la barracuda y su mar de arco iris, que había escapado al huracán absurdo y todavía incontenible de la violencia política continental, ahora fue víctima indefensa de la violencia natural tropical. Una violencia natural, por cierto, impredecible en sus alcances, a pesar de los pronósticos del Ideam y su parafernalia de satélites, que emiten señales de alerta tan parecidas a las de la Defensoría del Pueblo. Ambas alertas funcionan perfectamente para anunciar catástrofes y masacres, pero nunca para evitarlas o, al menos, contenerlas. Quizá, por lo anterior, casi todos los medios de comunicación incurren en el error de referirse a dichas violencias, la natural y la política, como tragedias, pero en la realidad son catástrofes. Incluso el entonces presidente Belisario Betancur (Q.E.P.D), con su bagaje poético de helenista, llamó tragedia al holocausto del Palacio de Justicia. Una “tragedia” que, con solo impartir una orden de cese al fuego, como comandante constitucional de las Fuerzas Militares, no hubiera ocurrido. Se hubiera evitado entonces la dolorosa catástrofe política, militar y judicial de la que siempre se lamentó y pidió perdón a toda la nación. Pero, una semana después, ante la sepultada Armero con sus más de veinte mil víctimas mortales, Belisario volvió a repetir que la tragedia estaba ensañada contra la querida Colombia. Una “tragedia” que había sido advertida con mucha antelación y también se hubiera podido evitar[1], como bien nos lo recuerda la excelente película “Armero” de Christian Mantilla[2]. Pero no es que nuestra querida Colombia sea trágica, sino más bien que es víctima de catástrofes provocadas por la negligencia y la incompetencia de unos pocos, consentidas y olvidadas por mayorías indiferentes. Al menos desde abril del 2012, mediante la ley 1523, se estableció una política nacional de gestión del riesgo de desastres con su correspondiente sistema de prevención, pero parece que se quedó escrita en el papel, como es lo usual por nuestro divorcio entre lo legal y lo real.

No son tragedias, son catástrofes

Las tragedias, lo sabemos desde los griegos, se nos imponen inexorablemente a los humanos y no podemos escapar a ellas. Son destinos ineluctables, imposibles de eludir, así tengamos conocimiento de ellos, como nos sucede a todos con la muerte. Aunque en ocasiones la muerte se nos presente como una bendición y no algo doloroso y trágico, especialmente cuando se trata de enfermedades incurables y terminales. En cambio, las catástrofes las podemos evitar o, al menos contener y regular, tanto las naturales como las políticas. Podríamos evitar que miles de personas murieran ahogadas en temporadas de lluvias, si contáramos con una política de planeación urbana y de conservación de la naturaleza que impidiera invadir y construir viviendas a orillas de los afluentes y de las bahías, así como frenar la deforestación y depredación de los bosques tropicales y la amazonia. Incluso, la probabilidad de huracanes y ciclones disminuiría. Si se aplicarán dichas políticas, no tendríamos tan numerosas víctimas y mucho menos tragedias, pues el conocimiento y la previsión humana las evitarían. Pero como no tenemos ni las unas ni las otras, cada vez que las fuerzas de la naturaleza se salen de cauce, la destrucción y las víctimas mortales aumentan. Es lo que ha sucedido en San Andrés, Providencia y Santa Catalina, pero sobre todo en el municipio de Acacias y los departamentos de Chocó, Meta, Santander del Norte, Huila y Cundinamarca, que dejan ya miles de familias damnificadas. Algo que incluso puede suceder en la capital si se desborda el río Bogotá, afectando obviamente a los sectores más pobres, eufemísticamente llamados vulnerables. No han sido tragedias, sino catástrofes, producto de la ausencia de políticas de desarrollo y mitigación de riesgos, que no se pueden suplantar solo con buena voluntad, órdenes presidenciales, gerencias improvisadas, plazos incumplibles y solidaridad ciudadana. Pueda ser que, a la catástrofe por imprevisión de los huracanes, no siga ahora otra por incompetencia e irresponsabilidad, como ya lo sienten sus desesperados habitantes. Algo parecido está sucediendo con el coronavirus en casi todo el planeta, ante la incapacidad de asumir la libertad como responsabilidad con nuestra propia vida y la de los demás.

Sin Importar la Vida propia y Ajena

Sin dejar de reconocer que somos líderes mundiales en el campo de la irresponsabilidad, tanto la gubernamental, gremial como la personal, pues hoy 21 de noviembre miles de consumidores están de nuevo atiborrando los centros comerciales. Centros comerciales que auguran futuros funerales sin descuento del IVA, acrónimo que bien podría significar sin Importar la Vida Ajena y la propia, con tal de comprar hoy electrodomésticos y mercancías a menor costo. El tanatos del consumo y los mercados se ha impuesto sobre el eros de la vida y el sentido de humanidad. En lugar de natividad, habrá más mortandad y la nochebuena será tenebrosa y luctuosa, nada venturosa. Sin duda, muchos concluirán que todas estas “tragedias” obedecen a que este año fue bisiesto y somos víctimas totalmente inocentes del destino. Ya se cantará y hasta bailará, a propósito del Covid-19: “Yo no olvido el año viejo que me ha dejado cosas muy buenas…”



[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Tragedia_de_Armero


lunes, noviembre 16, 2020

Un Grafiti de Verdad

 

UN GRAFITI DE VERDAD

Hernando Llano Ángel

En Cali, en la calle 8 con carrera 5, justo al frente del Banco de la República, se encuentra un magnífico grafiti dedicado a la VERDAD. Es un homenaje de la fundación La Paz Querida[1] y la Comisión de la Verdad[2] a todas las víctimas del conflicto armado interno. Es mucho más que una imaginativa y policroma obra de arte. Es una obra de verdad. Una obra concebida y ejecutada por el colectivo urbano de artistas MALA JUNTA KLAN[3], cuyo talento, destreza y sensibilidad grafitera nos invita a reflexionar sobre el sentido de la VERDAD en el trajín de la vida cotidiana, en medio de los afanes y atascos de la vía pública. Para ello resignifican el inmenso muro del parqueadero situado en la esquina de la calle 8 con carrera 5 con la palabra VERDAD, colmando de sentido y belleza cada una de sus letras, como un tributo a todas las víctimas de nuestro atroz conflicto armado, pero también como una interpelación a la sensibilidad de caleñas, caleños y visitantes que transiten por el centro de la ciudad. Más allá del goce estético que nos deleita apreciar la riqueza de imágenes, colores y significados que cada palabra encierra, su mayor impacto es que seguramente ninguna persona que cruce frente al mismo quedará a salvo de su potente y vital mensaje.

Tampoco podrán apartar la vista de la VERDAD los conductores y pasajeros que estén atrapados en sus carros por el semáforo en rojo. Porque cada una de las seis letras de la VERDAD contiene en su interior imágenes y símbolos que insinúan valiosas claves para la paz y la convivencia social. Claves que nos permitirán, como ciudadanía, no solo reivindicar la dignidad de todas las víctimas, sino también avanzar en forjar una sociedad donde nunca más toleremos la existencia de víctimas y victimarios, de inocentes mancillados y verdugos exaltados. Una sociedad donde la violencia, el combate y la muerte del adversario no sean distintivos de heroísmo sino de vergüenza. Donde la búsqueda de la justicia social no sea una coartada para la rebelión y mucho menos la democracia un comodín para la exclusión, la dominación política de minorías y la violencia social. Por eso, al interior de la V, primera palabra de la verdad, aparece la V de vida, que renace y florece sobre dos cuencas vacías, como en el poema “Para la libertad” de Miguel Hernández. Porque una verdad que no rinda tributo a la vida, objetivamente está al servicio de la muerte. Hoy lo sabemos dolorosamente con el coronavirus bajo gobernantes que desprecian la ciencia y la verdad, como Trump y Bolsonaro. Pero también deberíamos saber que la mentira en la vida política y social, como es lo propio de la demagogia populista, el fascismo y la negación autocrática de la realidad, solo conduce a catástrofes. Allí están Trump, Bolsonaro y Maduro para demostrarlo. Y, entre nosotros, los furibundos partidarios, a la derecha y la izquierda, del odio, la mentira y la guerra. No es, pues, coincidencia, que la primera palabra de la verdad sea la V de Vida. La E, segunda palabra, contiene en su interior varios perfiles policromos que se encuentran y yuxtaponen sobre el paisaje y alude a la Empatía, esa sensibilidad para solidarizarnos con el dolor y rechazar la injusticia. Actitud y sensibilidad necesarias para tejer una trama social que impida la generación de más víctimas, como consecuencia de la indolencia de mayorías frente al sufrimiento de minorías injustamente escarmentadas, perseguidas, desplazadas, secuestradas, desaparecidas, asesinadas y despojadas de sus derechos vitales y civiles. La R, tercera palabra, nos recuerda, mediante figuras representativas de nuestra multiculturalidad y ruralidad que, sin el pleno Reconocimiento de los derechos y la dignidad de campesinos, indígenas y comunidades negras, dedicadas al cuidado y cultivo de la madre tierra, no es posible la verdad de la justicia y mucho menos lo será la Reconciliación con nuestro entorno y vida natural. La D, situada a continuación, nos afirma que, sin los Derechos, con frecuencia negados a las mujeres y sistemáticamente desconocidos a la naturaleza, como fuentes primigenias de vida y belleza, no podrá sobrevivir la verdad en ninguna sociedad y menos perpetuarnos como especie. De allí la altivez de la mujer, reclamando sus derechos, con micrófono en mano, y la majestuosidad del río corriendo a su lado, como caudal de vida. La A, penúltima frase, ilustrada con dos rostros enfrentados que no se reconocen, uno abajo y otro arriba, nos interpela sobre la necesidad del sentimiento de Amistad. Ese sentimiento imprescindible para que como colombianos nos reconozcamos en la búsqueda de aquellas verdades, por dolorosas y terribles que sean, que nos permitan vivir más allá de esa enemistad insuperable, cargada de odio y maniqueísmo, que se perpetua hasta nuestros días, de generación en generación, supuestamente en nombre de una justicia draconiana, más cercana a la venganza que a la reconciliación. Y la D, como cierre de la Verdad, está mirándonos con Dignidad, con sus dos ojos lúcidos bien abiertos, sin asomo de miedo, desconfianza o rencor. Nos invita a compartir un horizonte de esperanza que precisa del compromiso de todas y todos para rendir un tributo a cientos de miles de víctimas del conflicto. Para consolidar una sociedad donde la paz y la convivencia social impidan para siempre el surgimiento y sufrimiento de más víctimas en nombre de mortales mentiras políticas e históricas, propaladas soberbiamente por victimarios legendarios, en nombre de ortodoxias de derecha o izquierda. Gracias a las verdades bellamente contenidas en el grafiti y a la maestría de sus creadoras, podremos algún día vivir --de todos depende que sea más próximo que lejano-- en una sociedad de verdad pluralista, justa y democrática, con igualdad de posibilidades y derechos, en función de una paz con dignidad para todas y todos.

 



[3]https://www.facebook.com/fundacionculata/photos/pcb.2284872368474458/2284870628474632/ Integrado por:  Nandy Mondragón, Diana Segovia, Constanza Ofelia Rodríguez y Antonia Otoya.

 


sábado, noviembre 14, 2020

Trump y el gansterismo político

 

Trump y el gansterismo político

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Hernando Llano Ángel

Donald Trump representa, junto a Vladimir Putin, el ascenso de los gánsteres al mando de dos potencias imperiales en decadencia. En nuestros lares, tenemos al menos dos ejemplares de la misma familia política: Nicolás Maduro y Jair Mesías Bolsonaro. De allí la estrecha amistad de ese cuarteto de gánsteres y su fuerte afinidad con el ejercicio del poder político como el arte del chantaje, la mentira, la trampa y la violencia. Escenifican un juego de dobles en la cancha de la política internacional. Todo ello oculto bajo el manto impune del nacionalismo y el estímulo de los negocios, en beneficio de sus corruptas plutocracias. Trump y Putin gobiernan obsesionados con revivir el pasado glorioso e infamante de sus sangrientos y depredadores imperios. Trump lo proclamó sin ambages: America First y Make America Great Again. Consignas que traducidas al lenguaje de la política son la quintaesencia de la mafia en la cúspide del Estado. En efecto, nada está primero en la vida de un mafioso que el cuidado y la seguridad de su familia, sin importarle la suerte de las demás familias, incluso de su propia vida personal, como le sucedió a Pablo Escobar[1]. Guardadas las proporciones, Trump es un ejemplar sucesor de Escobar, pero al mando de Estados Unidos, la primera potencia mundial. Nada le importó la suerte de la familia humana y su hogar planetario con tal de garantizar la prosperidad de su propia familia nacional: America First. Declaró la guerra contra el comercio internacional y defendió como señor feudal su castillo familiar. Por eso bloqueó la Organización Mundial del Comercio[2] y retiró a Estados Unidos del Acuerdo de Paris[3]. Contra toda evidencia científica y las catástrofes naturales que nos amenazan y diezman, continúa negando el calentamiento global y la gravedad de la crisis climática. Ahora, su desdén por la naturaleza y la ciencia, se ensaña contra su querida familia, cobrándole el coronavirus cerca de 245.000 víctimas mortales y un crecimiento exponencial de la pandemia, que se aproxima a los 10 millones de contagiados. Sus dos consignas terminaron siendo todo lo contario. Hoy Estados Unidos es cada vez menos en el mundo. Terminó siendo la primera en número de víctimas mortales y la más grande en propagar la pandemia. Objetivamente Trump es un fracaso inimaginable e indiscutible. Ha sido el mandatario que, durante cuatro años y sin comprometer a fondo el poder militar norteamericano en conflictos internacionales, ha propiciado el mayor número de muertos en la familia americana. Muchas más que las bajas militares durante la segunda guerra mundial y la guerra de Vietnam.

71 millones de esquizofrénicos tanáticos

Quizá sea la consecuencia de poner al frente de un Estado imperial a un empresario tan codicioso como un mafioso, para quien primero está el mercado, la economía y las ganancias, después la vida y la salud de sus propios compatriotas.  La verdadera divisa y consigna de Trump es Market First, poco importa que la consecuencia sea la muerte de cientos de miles. Un patriotismo de mercado, mezquino e indolente[4]. Por eso también obtuvo cerca de 71 millones de votos, superando a todos los anteriores candidatos republicanos a la Casa Blanca. 71 millones entre los cuales se encuentran ejemplares padres y madres de familia, para quienes no importa que los hijos de inmigrantes permanezcan separados de sus padres, como solían hacerlo los estados totalitarios y socialistas a los que temen y odian furibundamente como Trump. Tanto es el odio y el miedo que creen en la absurda mentira y alucinada versión de Biden como un “socialista radical”, que convertirá a Estados Unidos en la Venezuela del norte. Tampoco les importa mucho la salud, el sufrimiento y el maltrato emocional de esos niños, pues son hijos de supuestos peligrosos criminales latinos, que los explotan y maltratan. Por eso votaron por Trump, porque creen con una ingenuidad cercana a la estupidez, que es un católico piadoso, que exhibe la biblia contra “agitadores socialistas” y defiende la sacralidad de la vida contra el aborto. A sus electores los tiene sin cuidado que Trump haya sido un mercader de la belleza femenina y la exhiba hoy como un objeto de lujo, consumo y placer. A sus ojos, Trump es un ejemplar padre de familia y un macho exitoso, calumniado por mujeres resentidas, ambiciosas y oportunistas. Pero, sobre todo, votaron por Trump porque representa lo que millones de sus electores no han podido ser y obtener: riqueza, poder, lujuria, reconocimiento y éxito. Trump les permite sentirse superiores a millones de “pobres fracasados, negros e inmigrantes ilegales” que, en el colmo del atrevimiento, proclaman que la vida de todos importa y tiene igual valor, sin considerar el color de piel (Black Lives Matter) o la procedencia nacional. Esos millones de fracasados que pretenden tener iguales oportunidades y derechos que ellos, los auténticos y superiores norteamericanos blancos y migrantes legales, no pueden aspirar al sueño americano. Para esos indios, negros e inmigrantes ilegales solo existe la pesadilla americana. Esos 70 millones de esquizofrénicos electores, tanáticos del consumo[5] y fanáticos del mercado, admiran tanto a Trump que incluso desprecian la muerte de más de 230.000 de sus compatriotas y hasta toleran que los robe, evadiendo su pago de impuestos. No es, pues, casualidad, que lo votos por Trump procedan de los Estados con mayor número de víctima causadas por el Covid-19. La muerte, como la negación de la realidad, son atributos de Trump y muchos de sus seguidores. Por eso, ahora lo respaldan incondicionalmente en su intento de desconocer el triunfo de Biden, así arrase con la legalidad y validez de los votos por correo, desmantelando los vestigios de democracia que deja su mandato. Para Trump la verdad no cuenta si no coincide con sus intereses, entonces proyecta lo que denomina hechos alternativos para sustituir la misma realidad, porque él personalmente se arroga el poder y la gloria. Se autoproclama el líder de los moral y racialmente superiores, los llamados a salvar a Estados Unidos de socialistas, ateos, homosexuales, pedófilos, cobardes y degenerados, con la inspiración de QAnon[6] y el respaldo de la National Rifle Asociation.

El Show ha terminado: ¡You are fired!

Por todo lo anterior, es comprensible que la consigna final de la campaña de Biden haya sido “La batalla por el alma de la Nación”. Sin duda, el único mérito de Trump es haber despertado y movilizado a más de 74 millones de norteamericanos para que votaran por Biden. De esta forma, reafirmaron que sus vidas son más valiosas que el mercado y que sus convicciones rechazan radicalmente la discriminación racial, el odio, las mentiras y la violencia policial como fundamentos de la vida política norteamericana y optaron por la decencia y la convivencia. Trump, el aprendiz de la política, se resiste a dejar la Casa Blanca. No alcanza todavía a comprender que su mediocre Show de America First ha terminado en un multitudinario y mortal fracaso. Que, como lo hacía con arrogancia en su programa televisivo, “El aprendiz”, millones de norteamericanos le están gritando: ¡You are fired! ¡Estás despedido! Pero como toda su vida ha sido un litigio permanente entre sus ambiciones personales y su narcisismo inconmensurable contra sus competidores y adversarios, interpondrá cuanto recurso legal le aconseje su equipo de abogados para intentar ganar en el foro judicial lo que ya perdió en la arena política. Y, cuando sea vencido en ambos escenarios, es probable que pretenda convertirse en el jefe de la oposición, si acaso se lo permiten el Partido Republicano y las reservas de la cultura, la inteligencia y la decencia de la sociedad norteamericana, ya escarmentada y avergonzada de tan fatal y cínico aprendiz político. Un aprendiz que bien le convendría volver a sus negocios personales y cancelar sus multimillonarias deudas[7], las únicas que quizá podrá pagar algún día, porque su deuda con la humanidad es incalculable, insondable e impagable.


jueves, noviembre 05, 2020

Trampa viene de Trump

 

TRAMPA VIENE DE TRUMP Y VICEVERSA

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Hernando Llano Ángel

Todo parece indicar que Trump no solo se ufana de burlar los impuestos al pueblo norteamericano. Ahora se mofa de sus muertos y seres queridos. Proclama haber vencido al Covid-19 y menosprecia las más de 215.000[1] víctimas que fueron expulsadas del show de la vida y no tuvieron, supuestamente, su fortaleza para vencerlo. Pero no les revela que el costo de su tratamiento médico superó los cien mil dólares[2]. Es la demostración perfecta y transparente de un hombre que ha puesto el poder político a su servicio y aprovecha sus ilimitados recursos para salvar su propia vida, evadiendo cínicamente su responsabilidad por la muerte de más de 200.000 de sus compatriotas. Por eso pasará a la historia como el presidente con la proeza más vergonzosa entre todos los mandatarios del planeta. La de estar al frente de la potencia que se precia de ser la mayor economía del mundo y disponer del arsenal más mortífero, pero es incapaz de garantizar la salud y vida de sus conciudadanos. Norteamérica es hoy, como consecuencia de su irresponsabilidad narcisista e incompetencia presidencial, la mayor morgue del planeta. Trump, como un insensible y cínico director de espectáculo, pasó de expulsar concursantes en su show televisivo, “The Apprentice”[3], a expulsar norteamericanos corrientes de esta vida. Y quiere prolongar su show mortífero, pues pretende seguir otra temporada de cuatro años presidiendo la tumba blanca del sueño americano. Por eso, ahora irrumpe posando como un superhéroe victorioso desde uno de los balcones de la Casablanca. Un típico superhéroe más de celuloide de los que abundan y dan sentido a la vida de millones de sus compatriotas.

Un presidente representativo

Quizá por eso es tan representativo y genera esa idolatría narcisista entre sus seguidores y votantes. Ellos ven en Trump lo que siempre han deseado alcanzar y no tienen: riqueza, lujuria, prepotencia y éxito. A su vez, Trump encarna lo que ellos tienen de sobra: machismo, misoginia, racismo, vulgaridad y violencia. Todos los ingredientes del sueño y la pesadilla norteamericana juntos. Y esa multitud de adoratrices incondicionales no se quieren enterar, como millones de sus seguidores en todo el mundo, que ese sueño de éxito mundano se está convirtiendo en una pesadilla mortal y planetaria. No solo para las más de doscientas mil víctimas que yacen en suelo norteamericano, sino para todos. En eso ha convertido Trump esta campaña presidencial, la vida de los norteamericanos, la economía y la política mundial. En una de las peores y más mortíferas tragicomedias de la historia de su nación, escrita con el falso libreto del patriotismo, acompañado con música fúnebre de opereta y telón de fondo apocalíptico, adornado con barras y estrellas.

Un actor estelar del ocaso imperial

Sin duda, Trump representa ese director y actor que Hollywood buscaba para escenificar el ocaso imperial, su caída libre e irreversible. Un director y actor insuperable de una tragicomedia que cada día se parece más a una esperpéntica película de terror. Superó con creces la imaginación de todos los directores de Hollywood. Convirtió a su elogiada Patria en un escenario dantesco de violencia racial[4], con el mayor desempleo de las últimas décadas y la cifra más alta de víctimas mortales en menos de un año de su historia. Incluso superior a la suma de las bajas sufridas en la segunda guerra mundial (174.00)[5] y en la de Vietnam (58.159)[6]. Y al paso que van los contagios, es probable que supere también las bajas de la primera guerra mundial (116.708). En estos tiempos que no podemos ir a cine, todos estamos viendo en directo como esta especie de taumaturgo de la trampa y la mentira nos está revelando, paradójicamente, la más oculta y dolorosa verdad de la vida norteamericana.

Estados Des-Unidos de Norteamérica

Que Estados Unidos de Norteamérica nunca ha sido la Unión que se precia de ser, pues no ha podido superar el lastre vergonzoso y criminal de la segregación racial que arrastra desde la guerra de secesión. Un lastre que estalla periódicamente con violencia inusitada cuando los supremacistas blancos, como Jared Taylor[7], se sienten amenazados y ven en Donald Trump a su salvador. Poco les importa que se burle frente a ellos de evadir los impuestos, que pueden significarles una red de seguridad y salud pública que salve sus vidas. Tampoco parece importarles que les mienta sobre su tratamiento médico[8] y fantasiosa salud de superhéroe de celuloide, pues creen con la fe propia de los siervos, los mediocres y los ingenuos, que sus vidas estarán a salvo y sus precarios empleos seguros, si votan ciegamente por Trump. Que ese comediante, muñeco rubicundo y gigantón, los redimirá y protegerá de la llegada a la Casablanca de un supuesto “radical socialista”, como Biden, frágil y delgado, acompañado de una hermosa y altiva india-negra, Kamala Harris. Una pareja sospechosa y muy peligrosa porque defiende el derecho de la población a la salud pública, se cubre el rostro con tapabocas, consulta, escucha y acata a los científicos y se compromete, para colmo, con la justicia tributaria, racial y el cuidado del medio ambiente. Por todo ello, no es improbable que todavía nos falte presenciar la escena más dantesca de todas. La caída del telón de esta tragicomedia: un patético Trump reacio a salir de la Casablanca con el pretexto de haber sido víctima de fraude electoral por correo. Una escena digna de Trump, pues toda su vida ha sido un exitoso farsante, un tramposo impune, tan parecido a los que abundan en todas partes y hacen de la ley una coartada, pues cuentan con los mejores leguleyos para burlar la justicia. Porque la trampa viene de Trump y de todos aquellos que admiran su destreza para engañar impunemente. Y viceversa, Trump viene de la trampa, porque eso es su vida, una impostura exitosa[9]. Quizá por eso aspire a seguir gobernando un Estado que ha fingido por mucho tiempo ser la tierra prometida[10] de la libertad y la igualdad, en la que todavía creen Obama y sus seguidores, con cierta ingenuidad racial y democrática. Ojalá todo esto fuera mentira, un desvarío dictado por la pandemia. Pero, como canta Serrat, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.



Pepe Mujica: Lecciones vitales de un demócrata integral

 

PEPE MUJICA: LECCIONES VITALES DE UN DEMÓCRATA INTEGRAL

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Hernando Llano Ángel.

El “discurso» de despedida de Pepe Mujica a su cargo de senador en el Parlamento uruguayo, vale la pena citarlo, escucharlo y verlo como una lección magistral, pues comparte verdades vitales con la modestia de un demócrata integral. Lecciones que todos deberíamos esforzarnos por escuchar con atención, comprender, aprender y practicar[1]. Es un valioso legado que recibimos de un hombre sabio que, a sus 85 años, nos transmite con tono de abuelo bonachón, sencillez y profundidad, lecciones de toda una vida comprometida con la lucha por la democracia. En un estilo totalmente ajeno a la prosopopeya estentórea y vacua que predomina entre la mayoría de nuestros políticos. Una lección vital para este momento incierto de la democracia, cuyo movimiento pendular oscila entre el eclipse en el norte y su renacimiento en el sur de nuestro continente y nuestro país.

«El sur también existe»[2]

En efecto, en Norteamérica, el próximo 3 de noviembre sabremos si sus ciudadanos le dan una segunda oportunidad a la democracia o, por el contrario, la dejan en manos de un prestidigitador fatídico, como Trump, que aceleradamente cava su tumba, a la que ya ha llevado más de 220.000 de sus compatriotas por su incompetencia e irresponsabilidad presidencial frente a la pandemia. Por el contrario, en el sur de nuestro continente soplan de nuevo tenues vientos democráticos. El triunfo de Luis Arce en Bolivia, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), con cerca del 55% de los votos, reestableció institucionalmente la democracia, precipitada al vacío por la pretensión caudillista de Evo Morales de perpetuarse en la Presidencia, y la revancha de una minoría blanca y evangélica por recobrar su hegemonía cultural y política a través de un palaciego golpe de estado. Y, este domingo, los chilenos tienen la oportunidad no solo de borrar totalmente la Constitución impuesta por Pinochet, sino de decidir la convocatoria de una Constituyente [3] donde todos sus integrantes sean elegidos directamente por sus ciudadanos o, una Asamblea mixta, integrada paritariamente por políticos en ejercicio y ciudadanos electos, para expedir una nueva Constitución, con plena legitimidad democrática. Y, desde el sur de nuestro país, acabamos de vivir la epopeya democrática de la Minga, impartiendo ejemplos de civilidad, organización y poder popular que, en forma soberbia y propia de un monarca autista, despreció el presidente Duque, inaccesible a la plebe en su pedestal de conductor televisivo.

Las lecciones de Mujica y Uruguay

Por todo lo anterior, cabe destacar las palabras de Pepe Mujica, quien empieza por reconocer las valiosas lecciones de democracia que recibió de un adversario liberal que ocupó en el pasado su escaño, Alejandro Atchugarry: “un hombre de categoría superior”. Al respecto, recordó: “supimos ser adversarios sin una ofensa” y le agradeció sus consejos en un boliche, cuando Mujica se desempeñó como ministro y le advirtió sobre los peligros que entrañaba su gestión. La mayor virtud de Atchugarry fue su bonhomía que le enseñó a “huir de las grietas” que abre la disputa política y “lograr una media de cosa común que se mantenga en el tiempo a lo largo de los años”. Esa media común que es la paz política y la democracia republicana, que no hemos podido forjar entre nosotros, por estar sometidos a la hegemonía liberal de la mercadocracia y el usufructo gubernamental de la cacocracia y la tecnocracia del capital financiero. Si nuestros líderes políticos aprendieran esta lección, la política nacional saldría del lodazal de mezquindades narcisistas y de odios personales infranqueables en que se encuentra sumergida desde hace más de medio siglo. Por eso Mujica insiste de manera poética: “En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio…el odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad frente a las cosas. El odio es ciego como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye…una cosa es la pasión y otra cosa el cultivo del odio». Palabras que parecen destinadas no solo a los más encumbrados líderes políticos de nuestro país, sino a cientos de colombianos que circulan mensajes falsos contra la Minga y los pueblos originarios, convirtiendo las redes sociales en cloacas virtuales de odio, prejuicios y mentiras [4]. Redes sociales y plataformas, sobre las cuales Mujica alerta en forma crítica y sabia: “estamos entrando en la época digital, ni mejor, ni peor, distinta”, pero que tiene la capacidad de: “predecir cómo es el carácter y cómo es esencialmente las líneas motrices de la conducta humana, a veces sin hablar con nosotros, por el mundo digital”, por eso manipulan con cierta eficacia la libertad y el juicio de sus usuarios. Las pruebas sobran: el triunfo de Trump en el 2016, el Brexit en Gran Bretaña y el plebiscito sobre el Acuerdo de Paz, que llevó a mucha gente a votar “verraca” por el NO. De allí, que Mujica reivindique el sentido de la política, más allá de estratagemas, trucos y trampas para ganar elecciones, diciendo: «la política es la lucha por la felicidad humana, así suene a quimera. En política no hay sucesión, hay causas… lo único permanente es el cambio». A nosotros nos bastaría con que aprendiéramos que la política es la convivencia humana que reconoce el conflicto en pluralidad y lo transforma civilizadamente, sin eliminar al opositor, en libertad, con justicia y dignidad.  Y, para terminar, Mujica se despide con una lección vital: «Triunfar en la vida no es ganar, es caer y volver a levantarse cada vez que uno cae”. Gratitud imperecedera a Pepe Mujica y el Frente Amplio, su partido, porque son ejemplo de una auténtica izquierda democrática, justa, radicalmente humanista y libertaria. Una izquierda que valdría la pena emular entre nosotros, para conjurar la ignorancia y disipar el odio de quienes perversamente con fines electorales y patrimoniales, como Trump y Uribe, llaman “castro chavista” y radical socialista a todo aquel que cree en la política y la democracia como un ejercicio de deliberación y participación ciudadana en un horizonte de libertad, pluralismo y justicia social. De quienes reivindicamos la política como el arte de la convivencia social en libertad, no de la confrontación, la manipulación, el miedo y el odio, para perpetuar con violencia e impunidad el statu quo.


Chile, un laboratorio de democracia.

 

CHILE, UN LABORATORIO DE DEMOCRACIA

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Hernando Llano Ángel.

De nuevo Chile se encuentra a la vanguardia política de nuestro continente y quizá también del renacimiento de una democracia agónica, amenazada en todo el mundo por exclusiones, discriminaciones y privilegios heredados del neoliberalismo. En el extremo sur ha comenzado un novedoso experimento en el laboratorio de la democracia. Ese laboratorio donde la voluntad ciudadana y sus anhelos de libertad y justicia no pueden predecirse. Una exigua mayoría del 50.79% de participación del total de ciudadanos chilenos habilitados para votar desafió el coronavirus, el pasado domingo 25 de octubre[1], y liquidó el autocrático legado de la Constitución impuesta por la dictadura de Pinochet en 1980. Una Constitución sin título de legitimidad democrática, con fuertes enclaves autoritarios, bajo la cual Chile vivió la ficción de ser una democracia, siendo en realidad una mercadocracia electoral, cuyo embrujo desapareció en octubre de 2019, cuando el aumento de 30 pesos en el tiquete del metro desató la ira popular contra 30 años de aguante y sacrificio de las mayorías. Entonces el oasis de “democracia” y “prosperidad” de Latinoamérica que, orgullosamente promovía Piñera, se convirtió en un campo de batalla, cuya ciudadanía fue calificada por su presidente como un peligroso e implacable enemigo a quien declaró la guerra[2]. Fue así como el “milagro chileno” reveló su verdadero rostro y nombre: el enorme déficit social del neoliberalismo con una ciudadanía cada vez más consciente y exigente de sus derechos. Quedó al descubierto una mercadocracia que privatizó los servicios públicos y expropió la democracia a la ciudadanía, para entregarla al dominio de los intereses empresariales, corporativos y financieros. Por eso, de ese 50.79% que participó, el 78% optó por embarcarse en la aventura de una nueva Constitución y solo el 21.3% respaldó la Constitución actual. Lo cual revela la precaria legitimidad democrática de las actuales instituciones chilenas, la bancarrota de su sistema de partidos y el colapso casi total de la representatividad política. Según sondeos de opinión del Centro de Estudios Políticos, antes del plebiscito, Piñera gobernaba con la aprobación del 5% de los ciudadanos, el Congreso con el 3% y los partidos políticos apenas con el 2%. Por todo ello, es comprensible que el 79% de los votantes haya decidido que sea una Convención Constitucional la que redacte la nueva Constitución, sin la presencia de políticos profesionales. Dicha Convención estará integrada totalmente por ciudadanos electos en forma paritaria, 50% mujeres y 50% hombres, con representantes de los pueblos originarios. Todos los anteriores delegados serán elegidos el 11 de abril de 2021. Esto significa, ni más ni menos, una posibilidad inédita de renovación y recomposición del sistema de representación partidista, realizado directamente por los chilenos en clave social y ciudadana. Es decir, la decapitación de la actual desprestigiada partidocracia que gobierna con apenas el 2% de respaldo de los ciudadanos. Sin duda, una refundación ciudadana y democrática del Estado chileno, totalmente negada por la actual Constitución pinochetista. En otras palabras, se ha iniciado la aventura incierta de forjar una democracia de ciudadanos, no solo de partidos, pues dichos delegados elegidos directamente por los ciudadanos deberán realizar en la Convención Ciudadana la tarea de mayor importancia y trascendencia histórica en cualquier sociedad: la redacción de una nueva Constitución. Una Constitución que diseñará la matriz de un Estado capaz de garantizar los derechos sociales a millones de chilenos, así como las reglas de juego para una competencia política que traduzca en las instancias representativas y en las decisiones gubernamentales los intereses generales de la población y no solo los de minorías empresariales y financieras. Por eso, dicha Carta la deberán aprobar o rechazar los ciudadanos en un nuevo plebiscito, probablemente a comienzos del 2022, después de los 9 o máximo 12 meses que tendrán los ciudadanos delegados para redactarla, aprobarla y presentarla al escrutinio de toda la ciudadanía chilena. Entonces el voto será obligatorio y no voluntario como en el reciente Plebiscito Nacional. Sin duda, todo un laboratorio democrático, que demandará a los ciudadanos chilenos y especialmente a sus delegados en la Convención Constitucional dosis de audacia y prudencia, para impedir que en medio de las deliberaciones y apuestas estratégicas de la nueva Constitución dicho laboratorio explote, bien por aspiraciones maximalistas o concepciones hegemónicas que terminen haciendo imposible el consenso político y social que demanda y exige toda constitución democrática. Un consenso que permita la dinámica transformadora de la sociedad chilena por las principales fuerzas políticas, siendo leales a la Constitución, pero al mismo tiempo respondiendo a las demandas inaplazables de las mayorías para que los derechos sociales allí proclamados no se queden escritos en la Constitución y progresivamente se conviertan en realidad. Pues para la legitimidad democrática de una Constitución no basta su origen ciudadano, sino fundamentalmente su cumplimiento en la realidad política, económica, social y cultural. Y lo anterior depende más de los actores políticos y las fuerzas sociales, no tanto de la Constitución que, en últimas, es una promesa solemne que se hacen los ciudadanos sobre la sociedad que quieren ser y la forma como desean convivir, resolviendo civilizadamente sus conflictos en torno a valores e intereses que siempre serán plurales y diversos. No vaya a suceder que los chilenos aprueben una Constitución nominal y fetichista, como la nuestra, sin contar con la renovación de los liderazgos políticos y el surgimiento de nuevos actores políticos, con la suficiente voluntad y capacidad política para convertir en realidad los derechos en ella consignados. Sin dicha renovación y el afianzamiento de una ciudadanía participativa y organizada, más allá de la parafernalia partidista y la inercia de la burocracia estatal, la nueva Constitución corre el riesgo de convertirse en un “paquete chileno”.