JUSTICIA Y PAZ: MÁS RESPONSABILIDAD Y MENOS CULPABILIDAD
Hernando Llano Ángel.
Una adusta e
inquietante Señora, ataviada de negro, blandiendo amenazante en su mano derecha
una herrumbrosa espada y portando en la izquierda una bamboleante e inexacta
balanza, recorre el mundo de la política. Su deambular es ambiguo e incierto,
zigzagueante, va de tumbo en tumbo, de la derecha a la izquierda, sin rumbo
claro, con los ojos vendados. Por eso no genera confianza e infunde terror a
todos. En la mayoría de las ocasiones no la guía la lucidez, ni el derecho, sino
la revancha y la venganza, difuminadas entre normas e incisos, que sirven
también para ocultar la verdad y garantizar impunidad. Casi siempre desenvaina
su espada para defender privilegios y excepcionalmente para “deshacer
entuertos”. En su balanza el fiel está desajustado y oscila arbitrario entre la
derecha o la izquierda, según la simpatía de sus operadores y las
circunstancias.
Últimamente se
le ha visto en malos pasos. Deambula extraviada, entre sonámbula y funámbula,
por los laberintos penumbrosos de la política. Allí suele perder el equilibrio
y es asaltada, manoseada y vejada por una pandilla de oportunistas y
ambiciosos, ataviados con elegantes trajes y finas maneras, que ocultan bien
sus identidades e intereses de mercaderes y depredadores, tras una cuidadosa y
engañosa fachada de políticos y servidores públicos.
Pero en
ocasiones la Señora Justicia escapa de sus captores, se libera, recobra su
independencia y dignidad. Se levanta y empieza a caminar sin dar tumbos, sin
complacer a sus aduladores, tratando de resarcir a las víctimas de la soberbia
de los privilegiados y la venganza de los humillados, sin más horizonte que la
búsqueda de verdades y sentencias que hagan posible la vida y el reconocimiento
de la dignidad de todos. Comenzando por las víctimas y contando para ello con
el compromiso y también la verdad de los victimarios, ya que sin ella jamás
habrá justicia y menos posibilidad de reconciliación política. Así, va dejando
atrás su obsesión tanática en los castigos y las penas, pues en el fondo sabe
que su labor está más cerca de la vida que de la muerte, de las sentencias que
reparan víctimas y regeneran victimarios, que de aquellas que aplacan odios y destruyen
vidas.
Va comprendiendo, no sin dificultades y contra la oposición radical de
justicieros situados a la derecha y la izquierda, que el sentido profundo y
auténtico de su actividad no es punitivo sino regenerativo. Para ello tendrá
que abandonar su gris y fúnebre indumentaria; quitarse la venda y abrir
lucidamente sus ojos; liberarse de espadas violentas y balanzas adulteradas. En
fin, reconocer su condición humana y terrenal, renunciando a su falsa
superioridad e ínfulas de Señora trascendental, situada en un pedestal
inaccesible, obsesionada en castigar y atemorizar en lugar de reparar y
reconciliar.
Por nuestra
parte, tendremos que aceptar que la convivencia y la paz no dependen exclusiva
y esencialmente de lo que haga o deje de hacer la Señora Justicia. Pues nunca
forjaremos la paz, ni alcanzaremos la regeneración, reparación y reconciliación
en sociedades maniqueas como la nuestra, donde un bando de “virtuosos y justos
impolutos” se arroga el derecho de juzgar y condenar al otro bando de “malos y
perversos absolutos”. Pues en este tipo de sociedades se ha sustituido el foro
de los derechos y la justicia por un escenario dantesco y violento donde se
enfrentan a muerte los “buenos” contra los “malos”; los “patriotas” contra los
“traidores”; los “demócratas” contra los “terroristas”; los “cristianos” contra los “paganos” ; los
“ciudadanos de bien” contra los del “mal”.
Hasta llegar a extremos tan absurdos
de ya no poderse reconocer y ni siquiera hablar en las familias y los lugares
de trabajo, los colegios y las universidades, los unos con los otros, los de la
derecha con los de la izquierda, los creyentes con los agnósticos, los del
gobierno con la oposición. Este es el deplorable escenario que tenemos que
empezar a dejar atrás, si queremos vivir como humanos, y olvidarnos de que
somos “santos” o “demonios”, situados a la “diestra” o la “siniestra”, y reconocer
simplemente que estamos más allá de esa falsa dicotomía. Que todos somos
responsables, obviamente en la medida de nuestros cargos y roles, de la
justicia o la injusticia, de la paz o la guerra, del odio o la reconciliación,
de la vida o la muerte. Del abuso del victimario y del sufrimiento de la
víctima. En fin, que no somos ni inocentes, ni culpables, pero que siempre
seremos responsables de lo que decimos y hacemos, de lo que callamos y
consentimos. Quizás así dejaremos atrás esta vergonzosa sociedad donde pululan
las víctimas, los victimarios, los vengadores y los justicieros, y empecemos a
vivir simplemente como ciudadanos. Con más responsabilidad y menos
culpabilidad, con más política y menos punibilidad, donde la ciudadanía
prevalezca sobre la exclusión y la marginalidad, siendo por ello menos
necesarias la penas y las cárceles, pues habrá un mundo de derechos y de
libertades al alcance y ejercicio de todos. De eso se trata fundamentalmente la
paz.
Marzo 12 de
2016.
ellano@javerianacali.edu.co