lunes, mayo 02, 2016

JUSTICIA Y PAZ: MÁS RESPONSABILIDAD Y MENOS CULPABILIDAD

JUSTICIA Y PAZ: MÁS RESPONSABILIDAD Y MENOS CULPABILIDAD


Hernando Llano Ángel.

Una adusta e inquietante Señora, ataviada de negro, blandiendo amenazante en su mano derecha una herrumbrosa espada y portando en la izquierda una bamboleante e inexacta balanza, recorre el mundo de la política. Su deambular es ambiguo e incierto, zigzagueante, va de tumbo en tumbo, de la derecha a la izquierda, sin rumbo claro, con los ojos vendados. Por eso no genera confianza e infunde terror a todos. En la mayoría de las ocasiones no la guía la lucidez, ni el derecho, sino la revancha y la venganza, difuminadas entre normas e incisos, que sirven también para ocultar la verdad y garantizar impunidad. Casi siempre desenvaina su espada para defender privilegios y excepcionalmente para “deshacer entuertos”. En su balanza el fiel está desajustado y oscila arbitrario entre la derecha o la izquierda, según la simpatía de sus operadores y las circunstancias.

Últimamente se le ha visto en malos pasos. Deambula extraviada, entre sonámbula y funámbula, por los laberintos penumbrosos de la política. Allí suele perder el equilibrio y es asaltada, manoseada y vejada por una pandilla de oportunistas y ambiciosos, ataviados con elegantes trajes y finas maneras, que ocultan bien sus identidades e intereses de mercaderes y depredadores, tras una cuidadosa y engañosa fachada de políticos y servidores públicos.

Pero en ocasiones la Señora Justicia escapa de sus captores, se libera, recobra su independencia y dignidad. Se levanta y empieza a caminar sin dar tumbos, sin complacer a sus aduladores, tratando de resarcir a las víctimas de la soberbia de los privilegiados y la venganza de los humillados, sin más horizonte que la búsqueda de verdades y sentencias que hagan posible la vida y el reconocimiento de la dignidad de todos. Comenzando por las víctimas y contando para ello con el compromiso y también la verdad de los victimarios, ya que sin ella jamás habrá justicia y menos posibilidad de reconciliación política. Así, va dejando atrás su obsesión tanática en los castigos y las penas, pues en el fondo sabe que su labor está más cerca de la vida que de la muerte, de las sentencias que reparan víctimas y regeneran victimarios, que de aquellas que aplacan odios y destruyen vidas.

Va comprendiendo, no sin dificultades y contra la oposición radical de justicieros situados a la derecha y la izquierda, que el sentido profundo y auténtico de su actividad no es punitivo sino regenerativo. Para ello tendrá que abandonar su gris y fúnebre indumentaria; quitarse la venda y abrir lucidamente sus ojos; liberarse de espadas violentas y balanzas adulteradas. En fin, reconocer su condición humana y terrenal, renunciando a su falsa superioridad e ínfulas de Señora trascendental, situada en un pedestal inaccesible, obsesionada en castigar y atemorizar en lugar de reparar y reconciliar.

Por nuestra parte, tendremos que aceptar que la convivencia y la paz no dependen exclusiva y esencialmente de lo que haga o deje de hacer la Señora Justicia. Pues nunca forjaremos la paz, ni alcanzaremos la regeneración, reparación y reconciliación en sociedades maniqueas como la nuestra, donde un bando de “virtuosos y justos impolutos” se arroga el derecho de juzgar y condenar al otro bando de “malos y perversos absolutos”. Pues en este tipo de sociedades se ha sustituido el foro de los derechos y la justicia por un escenario dantesco y violento donde se enfrentan a muerte los “buenos” contra los “malos”; los “patriotas” contra los “traidores”; los “demócratas” contra los “terroristas”;  los “cristianos” contra los “paganos” ; los “ciudadanos de bien” contra los del “mal”. 

Hasta llegar a extremos tan absurdos de ya no poderse reconocer y ni siquiera hablar en las familias y los lugares de trabajo, los colegios y las universidades, los unos con los otros, los de la derecha con los de la izquierda, los creyentes con los agnósticos, los del gobierno con la oposición. Este es el deplorable escenario que tenemos que empezar a dejar atrás, si queremos vivir como humanos, y olvidarnos de que somos “santos” o “demonios”, situados a la “diestra” o la “siniestra”, y reconocer simplemente que estamos más allá de esa falsa dicotomía. Que todos somos responsables, obviamente en la medida de nuestros cargos y roles, de la justicia o la injusticia, de la paz o la guerra, del odio o la reconciliación, de la vida o la muerte. Del abuso del victimario y del sufrimiento de la víctima. En fin, que no somos ni inocentes, ni culpables, pero que siempre seremos responsables de lo que decimos y hacemos, de lo que callamos y consentimos. Quizás así dejaremos atrás esta vergonzosa sociedad donde pululan las víctimas, los victimarios, los vengadores y los justicieros, y empecemos a vivir simplemente como ciudadanos. Con más responsabilidad y menos culpabilidad, con más política y menos punibilidad, donde la ciudadanía prevalezca sobre la exclusión y la marginalidad, siendo por ello menos necesarias la penas y las cárceles, pues habrá un mundo de derechos y de libertades al alcance y ejercicio de todos. De eso se trata fundamentalmente la paz.

Marzo 12 de 2016.

ellano@javerianacali.edu.co


La paz es un juego de suma positiva

     
(Tiempo estimado: 4 - 8 minutos)

Delegación de Paz del Gobierno Nacional.

Hernando LlanoSometer  los acuerdos de paz a un plebiscito implicaría un bando ganador y otro bando perdedor. Pero con la paz podemos ganar todos, y esto tiene consecuencias importantes: urge pasar de la polarización a la construcción de confianza.

Hernando Llano Ángel*

Jugando en serio

La teoría de los juegos es una ciencia respetable y compleja, que ha merecido varios premios Nobel, que explica situaciones o procesos muy diversos, que tiene aplicaciones prácticas de altísimo valor, y que a los estudiantes suele causarles dolores de cabeza.
Pero aquí nos bastará con recordar apenas la distinción elemental que está en la base de todo ese andamiaje.  Los juegos – que pueden ser alegres o pueden ser tan trágicos como un conflicto armado- se dividen en tres categorías:
  • Los juegos más conocidos – y menos interesantes- son los juegos “suma cero”, o donde lo que gana un jugador equivale a lo que pierde el contrincante (por ejemplo: apostemos mil pesos al cara o sello); pero también hay
  • Juegos  de “suma positiva”- donde las ganancias totales exceden a las  pérdidas totales- y hay
  • Juegos de “suma negativa”, donde las pérdidas de todos son más que las ganancias de todos.    

Ganemos la paz

Delegación de paz de las FARC.
Delegación de paz de las FARC.
Foto: Facebook FARC-EP
La paz no es como el fútbol, un juego suma cero o donde el triunfo de un equipo significa la derrota del contrario, pagando incluso el precio de su eliminación del campeonato en disputa. Es decir -en el caso del fútbol profesional de Colombia- su exclusión del campo de juego más apreciado por todos los equipos nacionales: las copas o torneos internacionales.
Por eso no deja de encerrar cierta ironía que la selección colombiana de fútbol le haya ganado a Bolivia en  La Paz,  justo un día después que el gobierno y las FARC anunciaran el aplazamiento de la firma del  acuerdo de paz.  La paz es un juego de “suma positiva” es decir, un juego donde ganan todos los participantes – y en este caso los propios guerrilleros y otros actores obtendrían la ganancia más valiosa, la conservación de sus vidas para seguir actuando en el campo de juego mayor de la política-. Por el contrario en la guerra todos pierden. Es un juego de suma negativa, ya que incluso  el vencedor sufre pérdidas, que en este caso son muy considerables.
De lo anterior se siguen varias consecuencias, y entre ellas una de suma importancia política: no tiene mucho sentido someter el eventual acuerdo de La Habana a la aprobación de la ciudadanía mediante un mecanismo como el plebiscito, pues inevitablemente habrá un bando que gana y otro que pierde.
Parafraseando a don Miguel de Unamuno, en la paz se trata de convencer mientras que en la guerra lo que importa es vencer, pese a los costos tan altos.

68 años después

Por eso ya va siendo hora de reconocer que, como hace ya tiempo argumentó el director de  esta revista, “el conflicto armado de Colombia es una guerra de perdedores”. El Estado,   las comunidades, las víctimas, la sociedad en su conjunto y hasta los propios combatientes- -soldados, policías y guerrilleros- hemos pagado precios demasiado altos. Tanto así que las 225 mil muertes  de esta lucha entre el Estado y la insurgencia  superan con creces el número de víctimas de la Violencia entre facciones fratricidas conservadoras y liberales.
Han transcurrido más de 68 años desde el reclamo justo y airado de Jorge Eliécer Gaitán al  presidente Ospina Pérez en su célebre “Oración por la paz”: “pedimos pequeña cosa y gran cosa: que las luchas políticas se desarrollen por la vía de la constitucionalidad”, y todavía no hemos sido capaces de oírlo, aunque así figure solemnemente en el artículo 22 de la Constitución: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.
Desde esta perspectiva, el gobierno y las FARC se han convertido en prisioneros de la refrendación y corren el riesgo de no permitir que todos los colombianos exploremos  el camino de la paz de una manera imaginativa y creadora. En vez de eso – y tanto el uno como la otra- están  contribuyendo a agudizar la polarización y el veto a la búsqueda de salidas políticas, como de modo claro y radical lo expresaron hace apenas unos días las movilizaciones del Centro Democrático en varias ciudades.
A lo cual viene a sumarse la incongruencia criminal e irresponsable del ELN de pretender avanzar en negociaciones con el gobierno sin renunciar al secuestro y los atentados contra bienes civiles, reforzando el discurso belicista del expresidente Uribe y la desconfianza creciente de la ciudadanía en la paz. Una vez más el ELN demuestra que la violencia hace mucho dejo de ser una bandera de liberación nacional para convertirse en la mejor aliada de las fuerzas más reaccionarias, como también el terrorismo yihadista en Europa está aupando a la extrema derecha.  
Y para completar el panorama nacional de extravío, confusión y sabotaje deliberado a la difícil y difusa senda política de la paz, el narcoparamilitarismo cínicamente se camufla bajo la sigla de “Autodefensas  Gaitanistas de Colombia”, al tiempo que el propio ministro del interior, Juan Fernando Cristo, reconoce que semanalmente es asesinado un líder popular.

En conclusión

Jorge Eliécer Gaitán en el Teatro Municipal, en 1947.
Jorge Eliécer Gaitán en el Teatro Municipal, en 1947.
Foto: Biblioteca Luis Ángel Arango
La estrategia del gobierno nacional para hacer la paz (el “peacemaking” que analizan los especialistas) es decir, para alcanzar formal y solemnemente la firma del cese bilateral y definitivo del fuego, como el primer paso en firme para construir la paz (el “peacebuilding”)  se encuentra bloqueada y extraviada en una especie de limbo político, geográfico y social.  
Un limbo que políticamente limita con la desconfianza mutua, exacerbada por el auge del narcoparamilitarismo, mientras que geográfica y socialmente está aquejada por la búsqueda estatal de lanzar al ostracismo y aislar totalmente de la población campesina respecto de las FARC, confinándola a una especie de gueto o campamento militar.
Vista con objetividad, la pretensión del gobierno va en contravía de lo acordado en el punto dos sobre Participación Política en clave de “apertura democrática y construcción de paz”:
  • ¿Cómo civilizar y politizar a las FARC si obstinadamente se pretende aislar a sus miembros del entorno social y campesino del cual son parte?
  • ¿Cómo romper su relación con las armas si al mismo tiempo se los separa –como un agente infeccioso y peligroso—de la población civil?  
La respuesta a estos interrogantes depende de la construcción de confianza entre las partes y especialmente del acompañamiento de la misión de las Naciones Unidas --a la manera de árbitro imparcial-- para que todos podamos proseguir el “juego suma positiva” de la política sin armas.
Todo lo cual es un asunto mucho más vital y más urgente que el nebuloso y contraproducente plebiscito, completamente inadecuado para abordar la construcción de paz por sus efectos de polarización social, bloqueo y suma cero en el campo del juego político.

* Politólogo de la Universidad Javeriana de Bogotá, profesor Asociado en la Javeriana de Cali, socio de la Fundación Foro por Colombia, Capítulo Valle del Cauca. Publica en el blog: calicantopinion.blogspot.com. 
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