lunes, marzo 15, 2021

Rodrigo Londoño y Salvatore Mancuso ante la Comisión de la Verdad

 

RODRIGO LONDOÑO Y SALVATORE MANCUSO ANTE LA VERDAD

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/rodrigo-londono-salvatore-mancuso-ante-la-comision-la-verdad

Hernando Llano Ángel.

Este jueves 18 de marzo a las tres de la tarde estarán frente a frente Rodrigo Londoño y Salvatore Mancuso ante la Comisión de la Verdad. Lo harán en el marco de la presentación pública de la “Ruta de Contribución de la verdad y reconocimiento de responsabilidades” y será posible verlos y escucharlos, conectándose a través del canal de YouTube de la Comisión de la Verdad: Facebook.com/comisionverdad o simplemente comisiondelaverdad.co. Sin duda, será una comparecencia histórica cuyo alcance el padre Francisco De Roux S,J, como presidente de la Comisión, en entrevista con la edición de “2020 Colombia en Transición[1], precisó: “No será un espacio de glorificación de los victimarios”, pues su propósito central es “contribuir a la verdad y reconocer responsabilidad  para comprender el conflicto armado interno, primero en la afectación a las víctimas y luego en las afectaciones a la sociedad, a las instituciones y a la democracia; y va a contribuir a que otros responsables vengan a la Comisión a participar en la búsqueda de la verdad y a dignificar a las víctimas, así como a la formulación de propuestas para detener una tragedia que ha afectado directamente a más de 9 millones de personas”. Hay que decir que esta comparecencia se debe a la alquimia del Acuerdo de Paz que hoy les posibilita, a quienes ayer eran enemigos mortales, reconocerse como civiles, hablar entre sí y no disparar contra el otro, para responder ante millones de víctimas frente al país y el mundo por el sentido, el alcance y los intereses detrás de sus atroces crímenes.

Puesta en escena de verdades y responsabilidades

Porque la primera verdad ante la que se enfrentan y deben tratar de explicarnos, cada uno desde el bando y trinchera que ocuparon, es cómo pudieron ordenar, estimular y ejecutar tanta degradación y sufrimiento contra civiles inermes durante décadas. Así como también muchos colombianos deberían preguntarse por qué todavía padecen una especie de amnesia colectiva y les cuesta tanto reconocer las víctimas mortales de las Autodefensas y, en cambio, tienen una memoria rigurosa y selectiva de las víctimas de secuestro y de otros crímenes ejecutados por las Farc-Ep. En efecto, el Centro Nacional de Memoria Histórica en su informe: “¡Basta ya! Colombia: Memorias de guerra y dignidad”, presenta las siguiente estadísticas del horror y la ignominia del conflicto armado interno: los grupos paramilitares fueron responsables del 38% de los asesinatos selectivos y del 58.6% de las masacres cometidas[2], ver página 31 del Informe Ejecutivo. El total de masacres cometidas por todos los actores armados, incluyendo a miembros de la Fuerza Pública implicados en ellas, fue de 1.982 con 11.751 víctimas[3]. De estas, los Grupos Paramilitares asesinaron 1.166, que corresponde al 58.6%; las Guerrillas 343, el 17.6%; la Fuerza Pública 158, el 8%; Grupos armados no identificados, 295, el 14.9% y Grupos Paramilitares con miembros de la Fuerza Pública, 20 asesinatos, para el 1% restante. En cuanto a los presuntos responsables de asesinatos selectivos, los grupos paramilitares cometieron el 35.4%, dejando 8.903 víctimas; las guerrillas asesinaron 3.899, el 16%; la Fuerza Pública 2.399, el 10.1% y Otros, sin identificar, 6.406, el 27.7%[4]. Pero quizá en la memoria de la mayoría de los colombianos solo figuran las Farc-Ep como las principales responsables de tanta barbarie, pues estas cometieron 24.482 secuestros, el 90.6% del total, mientras que los Grupos Paramilitares realizaron 2.541 secuestros, el 9.4% del total. Pero no hay que olvidar esta respuesta de Salvatore Mancuso en una entrevista concedida a la investigadora Natalia Springer: “No teníamos secuestrados; los retenidos fueron dados de baja en su mayoría”[5], después de señalar que no se verificó la situación de más de 550 individuos registrados como secuestrados por las AUC, pues: “nunca acudimos al secuestro”. Sin embargo, en 10 años “las AUC se llevaron más de 1000 personas y varias están desaparecidas”, como se puede leer en la siguiente investigación de EL TIEMPO, publicada el 27 de febrero de 2008[6].

Una inadmisible moral victoriosa y victimaria

Quizá la explicación más plausible sea también la moralmente más inadmisible. Y es que clasificamos y medimos a las víctimas en múltiples grados, según sean rurales o citadinas, su clase y posición social, su liderazgo político, su cargo público, su fe religiosa y hasta su orientación sexual. De esta forma, casi inconscientemente, llegamos a “de-gradarlas” y negarlas en un ejercicio moralmente inadmisible, escandaloso y vergonzoso, pues somos incapaces de reconocer la igual dignidad y derechos que nos asiste a todos y todas en tanto seres humanos. Pero todavía más grave es que tengamos una especie de baremo ético y político para clasificar, medir y exculpar a los victimarios, según sea nuestras simpatías personales, afinidades ideológicas o partidistas, posición social e intereses económicos. Según “La gran encuesta de la Parapolítica”[7], realizada por la revista SEMANA en mayo de 2007, “el 25% es tolerante con los paramilitares, pero la mayoría es implacable con los parapolíticos”. Quizá por ello los “falsos positivos” de jóvenes pobres y anónimos son subestimados y hasta ignorados, mientras que el secuestro de nuestros amigos y allegados son crímenes de lesa humanidad inolvidables e imperdonables. Poco importa que los primeros estén muertos, incluso sepultados e ignorados en fosas comunes, mientras los segundos estén vivos y en libertad, aunque arrastren un fardo insoportable de traumas y pesadillas como consecuencia de la crueldad de sus secuestradores. Y esta discriminación ética sobre la gravedad de los crímenes de ciertos victimarios quedó plenamente reflejada en la eufemística ley 975 de 2005 llamada de “Justicia y Paz”, que el entonces presidente Álvaro Uribe promovió y defendió con argumentos como los siguientes, en un discurso pronunciado en Caucasia: “Hay que decir la verdad, es lo que manda la ley, serena, tranquilamente, y predisponer la mente de todos los colombianos a la reconciliación.” Y a las preguntas de cuál verdad y para qué, respondió: “La verdad, pero la verdad con objetividad, ayuda a lo siguiente: a producir un efecto jurídico y a producir un efecto sociológico. La verdad ayuda a producir el efecto jurídico de que la persona que dice la verdad, tenga una sentencia reducida. Y ayuda a producir el efecto sociológico de que los colombianos avancemos mental y espiritualmente en el camino de la reconciliación”, para concluir: “Estamos en un momento muy importante de la Ley de Justicia y Paz. Esa ley, a diferencia de procesos anteriores, esa ley es una ley de paz, pero sin impunidad. A los responsables de delitos atroces no les da amnistía ni les da indulto, bajo ciertas condiciones les ofrece una sentencia reducida”[8]. Curioso, por decir lo menos, que el expresidente Uribe haya olvidado hoy la importancia de la verdad, de la paz y la reconciliación y considere que la JEP es una jurisdicción de impunidad. Valdría la pena que el expresidente Uribe también fuera a la Comisión de la Verdad y allí nos explicara a todos los colombianos porqué unos crímenes atroces son menos graves que otros, pues hoy sabemos que su ley de “Justicia y Paz” no fue ni de justicia y mucho menos de paz. También que nos cuente por qué se apresuró a extraditar a Mancuso[9] y demás comandantes paramilitares cuando estos empezaron a contar las verdades sobre la parapolítica.

De victimarios “buenos” y “malos”

 Y, en cuanto a los victimarios paramilitares, para numerosos colombianos ellos son héroes y salvadores de la patria, cuyo patriotismo es intachable, pues se consagraron a salvaguardar nuestras vidas, bienes y libertad, contra la amenaza de una narcoguerrilla apátrida. Mientras para otros, los guerrilleros son revolucionarios ejemplares, dignos de imitar, pues sacrificaron sus vidas en la lucha por la justicia social, sin claudicar en sus ideales, siempre leales a los valores superiores de ese “hombre nuevo” por forjar y esa patria “libre y justa” por conquistar. Pero a todos los victimarios, tanto los ilegales como los institucionales, les está llegando la hora de empezar a recorrer “la ruta de contribución a la verdad y reconocimiento de responsabilidad” y debemos escucharlos con atención. No para creerles totalmente sus versiones, pues habrá que confrontarlas con las verdades y sufrimientos de sus víctimas que, en tanto hechos irrefutables y dolorosos, nunca podrán ser negados y olvidados, aunque quizá sí perdonados por ellas como como una prerrogativa que les pertenece en forma exclusiva. Pues, como bien lo expresa Javier Sádaba, el perdón es “la soberanía del yo”[10], mientras que la reconciliación política es la soberanía del nosotros. Por eso nos corresponde a todos forjar esa soberanía que se expresa en la convivencia social de la paz política y en la negativa radical a justificar o legitimar más victimarios. Así estos invoquen incluso el derecho y la justicia para continuar ejerciendo la violencia con la mejor buena conciencia, que es lo propio de los “justos” y los autodenominados “ciudadanos de bien”, contra aquellos que consideran son la encarnación del mal y como tal deben ser eliminados de la faz de la tierra. Con mayor razón si son menores de edad y peligrosas “máquinas de guerra”, según el ministro de defensa, Diego Molano[11]. Vivimos un momento histórico, el de la refrendación, una vez más, del aforismo conservador de Hobbes sobre el fundamento del poder: “Auctoritas facit legem non veritas” (La autoridad hace la ley, no la verdad), o la instauración del aforismo ciudadano y democrático: “Veritas facit legem non Auctoritas” (La verdad hace la ley, no la autoridad). Una verdad que le debemos a todas las víctimas, reconociéndoles su igual dignidad, y repudiando los subterfugios de todos los victimarios, especialmente de aquellos que ni siquiera tienen el valor moral y la humanidad de ser responsables por sus actos criminales y los revisten de “patriotismo y honorabilidad” o, peor aún, de “justicia y lucha contra la impunidad” y ahora de “paz con legalidad”.



domingo, marzo 07, 2021

Samper Pizano y Uribe Vélez: Entre verdades políticas y mentiras judiciales

SAMPER PIZANO Y URIBE VÉLEZ:  ENTRE VERDADES POLÍTICAS Y MENTIRAS JUDICIALES

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Hernando Llano Ángel.

La solicitud de preclusión presentada por el fiscal delegado Gabriel Jaimes en el proceso que se adelanta contra el exsenador Álvaro Uribe Vélez ha desatado una intensa y agría polémica judicial, que amenaza con ocultar lo esencial. Y lo esencial es que estamos frente a un proceso sustancialmente político y accidentalmente judicial. Algo muy parecido al proceso 8.000 contra Samper, donde todos los colombianos hoy sabemos y reconocemos que ingresó dinero del narcotráfico a su campaña presidencial, aunque la Cámara de Representantes de entonces haya precluido su investigación, señalando que “no era ni culpable, ni inocente”. Hoy, incluso el mismo expresidente Samper  reconoció ese ingreso ante la Comisión de la Verdad[1].  Ahora,  casi se repite  esa historia, pero en una versión más grave y sangrienta, pues siendo Uribe gobernador de Antioquia entre 1995 y 1997, auspició con entusiasmo las Convivir y hubo un crecimiento desmesurado de los grupos paramilitares[2], que dejaron una estela horripilante de asesinatos durante su gestión. En su primer año como gobernador, 1995, las víctimas mortales fueron 143; en 1996, la cifra se elevó a 357 y culminó su gobernación con 439, para un total de 939 ejecuciones extrajudiciales[3]. Por si lo anterior fuera poco, entonces condecoró y llamó “Pacificador de Urabá”[4] al general (r) Rito Alejo del Río, no obstante el número de masacres cometidas siendo éste comandante de la décimo séptima brigada del Ejército Nacional en Carepa y de su connivencia con las Convivir y los grupos paramilitares, como puede leerse en el siguiente reporte[5] de la revista SEMANA. Ahora que Rito Alejo del Río está en la JEP, probablemente conoceremos esa verdad integral, pues es un requisito esencial para la aplicación de las penas propias que impone esa jurisdicción. Y todo parece indicar que así sucederá, pues ya ha manifestado su decepción frente a los políticos que “hacen la ley, nos dan órdenes para que las cumplamos, nos dan plazo para cumplirlas, y después que las cumplimos nos dicen que somos delincuentes”, como aparece en este informe presentado el 18 de febrero de 2019 en la sección Código de Caracol[6].

De Samper a Uribe

Guardando las distancias y las diferencias de carácter procesal, esta investigación que se adelanta contra el exsenador Uribe es muy similar, pero también muy diferente. La primera diferencia sustancial es que Samper estuvo amparado por su fuero presidencial en la investigación que precluyó la Cámara de Representantes, mientras que Uribe renunció a su fuero de Senador para eludir astutamente la investigación de la Corte Suprema de Justicia y quedar bajo la competencia de la Fiscalía, que hoy coincidencialmente pide también su preclusión ante la juez 28 de conocimiento, Carmen Helena Ortiz. La segunda y más grave diferencia, es que el proceso 8.000 nos reveló la influencia decisoria del narcodinero en la política, mientras que la actual investigación contra el exsenador Uribe nos está revelando la influencia criminal y letal de los grupos narcoparamilitares en su exitosa carrera política nacional. En efecto, el Bloque paramilitar Metro, cuyo surgimiento es el trasfondo de esta investigación, según el testigo clave, Juan Guillermo Monsalve, tuvo lugar en la hacienda Guacharacas, entonces propiedad de la familia Uribe, como se puede leer en esta detallada investigación realizada por el portal Verdad Abierta[7].

Verdades de hecho contra verdades judiciales

Muchas de esas dolorosas verdades de hecho sobre la gesta criminal del Bloque Metro están probadas, incluso judicialmente, además de los cientos de numerosas víctimas irrefutablemente asesinadas y desaparecidas, empezando por su entonces comandante, el teniente retirado del ejército Carlos Mario García, más conocido con el alias de Rodrigo doble cero. Asesinato ordenado por Don Berna, pues doble cero se oponía a la alianza simbiótica de las AUC con el narcotráfico. Y a lo que estamos asistiendo es que a dicha realidad política y criminal, en donde objetiva y claramente Uribe aparece como responsable en tanto exgobernador, bien sea por omisión o extralimitación[8] en el cumplimiento de sus funciones, ahora se yuxtapone la realidad penal y judicial, de carácter plenamente subjetiva y personal, que exige una demostración incontrovertible de su culpabilidad, “pues los hechos precisan de un testimonio para ser recordados y testigos fiables que los prueben para encontrar un lugar seguro en el terreno de los asuntos humanos”[9]. De allí, la insistencia del Fiscal delegado, Gabriel Jaimes, para contrainterrogar a Juan Guillermo Monsalve, el testigo clave en el proceso y en la aparición de “nuevas pruebas”, como su celular, computador y siete tarjetas sim, para cuestionar y eventualmente desvirtuar su testimonio, por considerarlo un testigo poco fiable. Pero igual de poco confiables lo son aquellos testigos a favor de Uribe, como el Tuso Sierra, narcoparamilitar[10] extraditado a Estados Unidos. De allí que solo la sana crítica de las pruebas judiciales, confrontada rigurosamente con hechos probados e irrefutables, podrá discernir la verdad de la mentira, que es lo que corresponderá a la Juez 28 de conocimiento, Carmen Helena Ortiz, para ordenar la preclusión o iniciación del juicio penal contra el exsenador Uribe. Decisión que incluso podrá apelar la defensa del senador Iván Cepeda ante el Tribunal Penal Superior de Bogotá, como instancia de cierre judicial.

Uribe perdido en su laberinto Ubérrimo

Es precisamente por lo anterior que el expresidente Uribe deambula extraviado en su ubérrimo laberinto judicial, desgastándose emocional y políticamente, enfrentando cada día un horizonte más incierto para su legitimidad y favorabilidad popular. Según las últimas encuestas y sondeos de opinión, su capital político viene descendiendo en forma sostenida. La encuesta de Pulso País, realizada por Datexco para W Radio, en enero del año en curso, arrojó una imagen desfavorable del 66% para Uribe frente al 52% de Petro, mientras que solo un 27% de los encuestados lo calificó positivamente frente a un 42% de favorabilidad que obtuvo el líder de Colombia Humana[11]. Y si a esto se suma el reciente informe de la JEP sobre cerca de 6.420 “Falsos Positivos” entre 2002 y 2008, en desarrollo de su política de “Seguridad democrática” y en cumplimiento de la Directiva 029[12] de su ministro de defensa, Camilo Ospina, todo parece indicar que así salga airoso en el terreno penal y sea imposible demostrar su culpabilidad en delitos menores como fraude procesal y soborno a testigo, sucede todo lo contrario en el terreno de la responsabilidad política, donde cada día pierde más reconocimiento, respetabilidad y legitimidad. Tendencia que cobra inmensa importancia por la proximidad de las elecciones del 2022, donde todos los ciudadanos vamos a emitir en las urnas nuestro juicio político que, a diferencia del judicial, es definitivo y no apelable. Entonces comprobaremos si Sartre tenía razón con su irónica advertencia según la cual “no hay nada más respetable que una impunidad largamente tolerada” o, por el contrario, los ciudadanos cobrarán a los candidatos promovidos por Uribe en la arena electoral lo que su jefe gana, al parecer impunemente, en el foro judicial.

Una coyuntura de verdades

Sin duda, estamos viviendo una de las coyunturas más cruciales de la vida política nacional, pues las actuaciones de la JEP y el informe final de la Comisión de la Verdad, que será entregado a finales de este año, nos están revelando realidades y verdades políticas mucho más trascendentales y creíbles que las judiciales. Y de todos nosotros depende, no solo reconocer esas desgarradoras verdades, sino algo mucho más importante y vital: que aprendamos de ellas para que nuestras vidas y las de nuestras futuras generaciones no continúen perpetuando víctimas irredentas y victimarios impunes, como sigue sucediendo hasta hoy. Ese es precisamente el mayor legado de la JEP y la Comisión de la Verdad a nuestra vida política y el mejor tributo que podemos rendir a todas las víctimas de este prolongado y degradado conflicto armado: reconocer plenamente la verdad, más allá de nuestras creencias ideológicas, simpatías partidistas o intereses económicos, para terminar con esta espiral de odios y venganzas que algunos quieren prolongar indefinidamente en nombre de una justicia parcializada y mentirosa. Una justicia encubridora de una compleja realidad, donde víctimas y victimarios se entremezclan, confunden y perpetúan generacionalmente, sin que ninguno pueda reclamar superioridad moral sobre su adversario, pues todos han violentado y mancillado con sus acciones criminales la dignidad de más de 9 millones de colombianas y colombianos que reclaman verdad y sobre todo una justicia reparadora, ya que ningún castigo podrá devolverles a sus seres queridos, sanar sus heridas y menos rehacer sus vidas. Tal es la histórica misión de la JEP que muchos lamentablemente todavía no comprenden o, lo que es peor, desprecian, tergiversan y sabotean porque le temen a la verdad y son incapaces de asumir éticamente sus responsabilidades en la profunda y violenta descomposición de nuestra sociedad.



[9] Arendt, Hannah (1973). La Crisis de la República, Madrid, Edit. Taurus, p. 14.

 

  

VÍCTIMAS PROPICIATORIAS Y VICTIMARIOS INDOLENTES FRENTE AL "FALSO POSITIVO" DEL PROHIBICIONISMO.

 

 VÍCTIMAS PROPICIATORIAS Y VICTIMARIOS INDOLENTES FRENTE AL                                                         “FALSO POSITIVO” DEL PROHIBICIONISMO

(Segunda parte)

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Hernando Llano Ángel

Es sabido que el punto más difícil de concertar en el Acuerdo de Paz fue el quinto, que trata sobre las víctimas en desarrollo del conflicto armado.  Para ello, después de arduas disputas, se estableció en dicho punto el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición[1] (SIVJRNR), cuyo fin primordial es honrar la memoria y dignidad de todas las víctimas en este conflicto armado que, por su duración e intensidad, nos degrada a todos por igual. Un conflicto que no cesa de mutar y producir víctimas cada día en mayor número, como sucede ahora en Buenaventura, Tumaco, Bajo Cauca antioqueño y el Catatumbo, para solo mencionar las regiones más devastadas por grupos criminales en disputa de economías ilegales, como bien lo explica Ariel Ávila[2]. En esos lugares la verdad que se impone es la de la muerte y la desolación ante nuestra indolencia nacional, como sucedió con los más de 6.420 “falsos positivos” mientras viajábamos seguros por nuestras carreteras. Con razón el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión para la búsqueda de la Verdad, la no Repetición y la Convivencia[3], en entrevista con la periodista María Jimena Duzán, exclamó: “lloré de tristeza frente a Buenaventura, me avergüenzo de ser colombiano”, como puede verse en este enlace[4]. Y ese sentimiento de vergüenza debería interpelarnos a todos como personas y Nación, para recobrar de nuevo el orgullo de ser humanos y colombianos. Sólo así podremos convivir social y políticamente y llegar a ser, por fin, una comunidad de ciudadanos que ha superado los lastres del racismo, el clasismo y la indolencia personal que nos llevan a ignorar o negar realidades y verdades tan lacerantes e indignantes como las de Buenaventura y muchas otras regiones del país.

En busca de verdades

Y el padre De Roux, en cumplimiento de la Comisión que preside, nos está mostrando la primera y más más dolorosa verdad. La verdad de las víctimas como consecuencia de las ganancias siderales que obtienen grupos criminales en virtud de la incapacidad del Estado colombiano y sus gobernantes de contener el auge de las economías ilegales. Una contención que es presupuesto imprescindible para el establecimiento institucional y social del Estado de derecho en dichas regiones. No del Estado militar y de las garantías transitorias de su presencia en ciudades como Buenaventura. Mucho menos de su numerosa y permanente presencia militar, como en el Cauca, que la mayoría de las veces profundiza la violencia, la corrupción y la desconfianza de la población civil frente a la Fuerza Pública. Porque es de sentido común hacerse este tipo de preguntas: ¿Cómo ingresan las toneladas de precursores químicos a los cristalizadores de coca que abundan en el Pacífico, en el Cauca y Nariño? ¿Cómo llegan las monumentales retroexcavadoras a lo más profundo de la selva en busca de oro? ¿Cómo pasan los retenes policiales y militares sin ser incautados? Todavía estamos a la espera de que la genialidad investigadora del Fiscal General, Francisco Barbosa, junto a la perspicaz inteligencia y locuacidad del presidente Iván Duque y el grito de combate del comandante del ejército, general Eduardo E. Zapateiro, nos respondan estas tres elementales preguntas. Pero lamentablemente sus respuestas son cada vez más erráticas y confusas. Como la campaña de publicidad televisiva que el gobierno nacional está ambientando para justificar de nuevo la aspersión con glifosato de los cultivos de coca. Para ello, empieza con un recuento minucioso de los precursores necesarios para producir cocaína: éter etílico, ácido sulfúrico, ácido clorhídrico, acetona y sus efectos devastadores sobre nuestros bosques y concluye brillantemente: “esto es lo que hace la mata de coca”.  De nuevo, el mentiroso estribillo de “la mata que mata”, que niega la inocuidad de esta planta portentosa y maravillosa, según la universidad de Harvard[5]. Errática campaña publicitaria que oportunamente fue cuestionada y refutada en 2010 por la comunidad Nasa, productora de la bebida aromática de Coca[6]. Con razón, el inolvidable Alfredo Molano (Q.E.P.D) escribió en 2009 en una de sus columnas en este diario: "No hay ninguna mata a la que se le pueda echar la culpa de la guerra. Sólo en las mentes del presidente y de algunos militares cabe la tesis de que hay 'matas de cocaína', que es como decir que hay árboles de aspirina". En realidad, lo que mata es la codicia y la ambición sin límites de los narcotraficantes y toda la parafernalia del mercado y la banca que se beneficia de su lavado de dólares, así como su influencia deletérea, corruptora y fantasmal que desde siempre ha rodeado la política nacional y la Fuerza Pública, sumada a la injerencia de Estados Unidos a través del Tratado de Extradición y de políticas ecocidas y cuasi genocidas como el llamado “Plan Colombia”. Lo que mata es, en realidad, el prohibicionismo, puesto que esa nefasta política eleva constantemente el precio de la cocaína y el número de víctimas en medio de la disputa de los narcotraficantes por los territorios y su población. Una vez más, cito a Milton Friedman, premio nobel de economía en 1976: “Si analizamos la guerra contra las drogas desde un punto de vista estrictamente económico, el papel del gobierno es proteger el cartel de las drogas. Esto es literalmente cierto”.

El prohibicionismo, una política criminal

 Y, en nuestro caso, se podría agregar que desde el punto de vista estrictamente político la guerra contra las drogas, además de ecocida, es criminal al catalizar y perpetuar la victimización de la población campesina, indígena y negra, condenada a ser carne de cañón en medio del fuego cruzado de las disputas entre organizaciones ilegales y la Fuerza Pública, cuando no es sometida a la esclavitud de raspachines por la falta de voluntad política de los gobiernos para promover el desarrollo integral del campo. Desarrollo integral que figura en el primer punto del Acuerdo de Paz, “Reforma Rural Integral” y en el cuarto, “Solución al Problema de las Drogas ilícitas, mediante programas de sustitución de cultivos de uso ilícitos, planes integrales de desarrollo con participación de las comunidades—hombres y mujeres— en el diseño, ejecución y evaluación de los programas de sustitución y recuperación ambiental de las áreas afectadas por dichos cultivos”. Pero en lugar de avanzar en el cumplimiento de estos vitales puntos del Acuerdo de Paz, este gobierno anuncia de nuevo el regreso del glifosato, cuando ya las Naciones Unidas alertó sobre los peligrosos efectos de su uso para la salud humana: “Es oportuno recordar que el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales había señalado previamente con preocupación las consecuencias negativas de las medidas antinarcóticas, como el efecto de las fumigaciones aéreas en la seguridad alimentaria, los impactos adversos en la salud y la privación de medios de subsistencia”[7].  Sin duda, de llevarse a cabo la fumigación con glifosato no solo aumentará el número de víctimas, su desplazamiento forzado y las áreas de deforestación, sino también el llamado efecto globo en los cultivos de coca, pues estos aumentarán en otras regiones[8], como ha venido sucediendo en los últimos años. De allí la urgencia y pertinencia de una respuesta ciudadana y de la comunidad académica para contener esa nueva ola de victimización de la población campesina y la devastación creciente de nuestros bosques tropicales. De no hacerlo, ¿Cómo no sentir vergüenza por nuestra indolencia e irresponsabilidad ante tanta brutalidad e inhumanidad gubernamental? ¿Por qué no interpelar a quien se proclama como el nuevo cruzado por la salvación del planeta, el presidente Biden, para que abandone la fracasada “guerra contra las drogas” y la presión para el uso ecocida del glifosato en nuestros campos? ¿Continuaremos siendo victimarios indolentes frente a los millares de víctimas propiciatorias causadas por el prohibicionismo? Entre otras cosas, porque Biden ya reconoció dicho fracaso en su país y en una propuesta presentada en julio del año pasado ante el Comité Nacional Demócrata, en un documento de 110 páginas, titulado "Recomendaciones del equipo Biden-Sanders", sostiene: "Ya es hora de poner fin a la fallida guerra contra las drogas que ha encarcelado a millones de estadounidenses, desproporcionadamente personas de color, y no ha sido eficaz para reducir el consumo de drogas. Los Demócratas apoyan políticas que reorientarán nuestro enfoque de seguridad pública hacia la prevención", según lo analiza la periodista mexicana Anabel Hernández en su columna de la DW[9]. Ya va siendo hora de abandonar nuestra indolencia frente al “falso positivo” del prohibicionismo, en cuyo nombre cada día aumentan las víctimas en nuestro país y nos convierte, de alguna manera, en cómplices inconscientes de lo que acontece. La “guerra contra las drogas” nunca se va a ganar devastando nuestros campos, envenenando nuestros ríos y aumentado el número de víctimas, sean ellos “héroes de la Fuerza Pública”, mutilados por minas antipersonal; pobres y desarraigados campesinos huyendo del glifosato o dando de baja a temibles narcotraficantes como Rodríguez Gacha, Pablo Escobar, Otoniel y mañana otro, quizá más codicioso y brutal. Esa “guerra” se gana o se pierde en la mente de los millones de consumidores de cocaína y en la nuestra, que cómodamente no rechaza el prohibicionismo, el más mortal de los “falsos positivos”, pues nos convierte en víctimas y victimarios simultáneamente.

Los "falsos positivos" y el horrror de la impunidad política. (Primera parte)

 

LOS “FALSOS POSITIVOS” Y EL HORROR DE LA IMPUNIDAD POLÍTICA (I)

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Hernando Llano Ángel

La cifra de 6.420 ejecuciones extrajudiciales revelada por la JEP en el caso 03[1], calificado por la Fiscalía General de la Nación como “Muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado”, es mucho más que un asunto judicial. Es ante todo un asunto político. Por lo tanto, no se trata solo de encontrar inocentes o culpables de semejantes atrocidades, sino más bien de identificar los responsables de una política homicida, ejecutada por agentes del Estado. El problema de fondo no es la culpabilidad penal sino la responsabilidad política. Y en la medida que los líderes políticos y altos funcionarios del Estado persistan en eludir sus responsabilidades, mayor será la gravedad de lo acontecido, pues no solo se profundizará la ilegitimidad de las instituciones, sino la complicidad de miles de ciudadanos con esa oprobiosa criminalidad oficial. Dichos líderes y jefes de Estado podrán, con sus hábiles abogados y su propia argucia política, explicar que nunca dieron una orden en tal sentido y que sus propósitos genuinos eran defender la democracia de un ataque terrorista, pero jamás ordenar ejecuciones extrajudiciales, como lo expresa el expresidente Álvaro Uribe Vélez[2]. Y, con este sofisma leguleyo, convencer a millones de ciudadanos de que ellos son víctimas perseguidas por una JEP politizada que protege a los terroristas. Pero esta maniobra de difuminar su responsabilidad política hasta desparecerla en la culpabilidad penal, casi imposible de demostrar, está llegando a su fin, con la diligente y exhaustiva labor de la JEP.

Verdad histórica y responsabilidad política

Porque de lo que aquí se trata es de la Verdad política e histórica de miles de crímenes cometidos por miembros de la Fuerza Pública, no de la culpabilidad penal de un jefe de Estado o sus ministros de defensa. Entre otras cosas, porque salvo Hitler y su “Solución Final”[3], ningún funcionario o líder político suele dejar ordenes escritas o memorandos para la ejecución masiva de crímenes contra civiles inermes.  Pero, además, porque en nuestro país las ejecuciones extrajudiciales se cometen desde muchos años atrás con total impunidad política[4] y, lo más aterrador, siguen ejecutándose con frecuencia. El caso 03 de la JEP comprende las ejecuciones cometidas desde 1985 hasta 2016, como puede leerse en su documentado informe disponible en el portal de la JEP[5]. Habría que recordar las ejecuciones cometidas en el mismo epicentro de la vida política nacional, en el Palacio de Justicia, el 6 y 7 de noviembre de 1985. Como la del magistrado auxiliar del Consejo de Estado, Carlos Horacio Urán Rojas[6], investigada y relatada en forma rigurosa y dolorosa por su hija, Helena Urán Bidegain, en su reciente libro “Mi vida y el Palacio: 6 y 7 de noviembre de 1985”[7]. Y no hay que olvidar que Belisario Betancur y Miguel Vega Uribe, los máximos responsables políticos de esa hecatombe de la justicia  --que podían haber evitado como lo hizo el expresidente Turbay Ayala durante la toma de la Embajada de la República Dominicana por el mismo M-19--  fueron absueltos por la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes con el peregrino argumento de haberse tratado de un “acto de gobierno[8]. Ese juicio que fue incapaz de adelantar el Congreso de la República en 1986, cuya denuncia por violación de la Constitución y el Derecho de Gentes (artículo 121 de la Constitución de 1886) instauró el entonces Procurador General, Carlos Jiménez Gómez, consagró institucionalmente la impunidad política y su perpetuación hasta nuestros días. Una impunidad de un alcance y una gravedad mucho mayor que la penal, pues en cierta forma convierte en cómplice de crímenes de lesa humanidad a toda una sociedad. Crímenes cometidos por agentes del Estado en su nombre, pues muchos gobernantes apelan a la defensa de valores democráticos amenazados por el terrorismo, para adelantar con el respaldo de millones de electores una política de tierra arrasada contra los enemigos de la patria. Tal es el caso de la supuesta política de “Seguridad democrática” adelantada por el expresidente Álvaro Uribe Vélez durante sus dos períodos, ejecutada diligentemente por dos ministros de defensa, Martha Lucía Ramírez, actual vicepresidenta y Camilo Ospina Bernal, posteriormente nombrado embajador ante la OEA y quien deberá explicar ante la JEP cómo la Directiva 029 terminó amparando miles de ejecuciones extrajudiciales. Del paso de tan encumbrada pareja por la Defensa quedaron precedentes nefastos: la operación Orión[9] en Medellín y la fatal Directiva 029, firmada por el mismo Ospina[10]. El siguiente ministro de defensa, Juan Manuel santos, gracias al trabajo diligente y riguroso de su viceministro, Sergio Jaramillo Caro, comenzó precisamente la depuración de altos mandos militares, solicitándole al presidente Uribe que fueran llamados a calificar servicio[11] 19 oficiales y 6 suboficiales.

La Matriz de los Falsos Positivos

Para encontrar la matriz de los falsos positivos basta leer el conocido MANIFIESTO DEMOCRÁTICO[12], plataforma programática del primer período presidencial de Álvaro Uribe Vélez. Allí se lee en el punto 33: “A diferencia de mis años de estudiante, hoy violencia política y terrorismo son idénticos. Cualquier acto de violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”. De semejante concepción maniquea de la violencia política no se podía esperar un resultado más nefasto, a tal punto que su mismo mandato terminó incurriendo en terrorismo estatal, como bien lo demuestra el caso 03 de la JEP sobre los falsos positivos: “Según el informe de la Fiscalía, el fenómeno allí descrito aumentó de manera sustancial a partir del año 2002, tuvo su etapa más crítica entre 2006 y 2008 e involucró, presuntamente, a integrantes de las fuerzas militares con posiciones de mando y altos rangos que pudieron haber tenido un rol determinante en los hechos”[13]. Pero para precisar la responsabilidad política del expresidente Álvaro Uribe Vélez y muchos más altos funcionarios públicos e integrantes de la Fuerza Pública, se requieren al menos dos entregas más, ya que esta historia es demasiado dolorosa y compleja, tanto o más que el caso 01 contra el Secretariado de las FARC-EP, cuyos integrantes al menos han tenido la responsabilidad de reconocer sus crímenes[14]. Porque de lo que se trata en el caso de funcionarios públicos es de la responsabilidad política, según lo preceptuado por el artículo 6 de nuestra Constitución: “Los particulares sólo son responsables ante las autoridades por infringir la Constitución y las leyes. Los servidores públicos lo son por la misma causa y por omisión o extralimitación en el ejercicio de sus funciones”.  Y, sin duda, los falsos positivos son un ejemplo vergonzoso y criminal de extralimitación de funciones con la Directiva 029 y de omisión de control por parte de los superiores, siendo el Presidente de la República el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, según el numeral 3 del artículo 189. Un presidente que, como bien lo demostró Uribe durante sus ocho años, fue en extremo activo y diligente en la ejecución de su política estrella de “seguridad democrática”, aunque ella haya producido un eclipse total del Estado de derecho y un sufrimiento insuperable e irreparable en miles de familias, siendo las Madres de Soacha uno de los colectivos más significativos, pues el presidente Álvaro Uribe Vélez insinuó ladinamente que sus hijos ejecutados no estarían precisamente recogiendo café[15].