lunes, junio 25, 2018

Pobre Iván


Pobre Iván
(Junio 19  de 2018)
Hernando Llano Ángel.

A Iván Duque no hay que felicitarlo, sino compadecerlo. Su consigna central de campaña y de gobierno: “Un futuro de todos y para todos”, difícilmente podrá ser realidad si gobierna con quienes han expropiado a la mayoría de colombianos el presente en que vivimos. Expropiado en beneficio de sus intereses personales, los de sus familiares, sus socios, los de su entorno partidista, empresarial, de clase social y hasta criminal. El mejor ejemplo de ello, es Álvaro Uribe Vélez que, como presidente, confundió la patria con la fratría, es decir, con la prosperidad de sus emprendedores hijos, favorecidos con la famosa Zona Franca de Mosquera[1]. Continuando con esa difusa y vasta red de empresarios agrícolas, beneficiados por “Agro Ingreso Seguro”, sin dejar de mencionar la red más tenebrosa, tejida por las antiguas Convivir, cuando era gobernador en Antioquia, y su posterior metamorfosis en Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Tanto las legales Convivir como las ilegales AUC, anegaron en sangre la tierra despojada a campesinos, comunidades negras y pueblos indígenas. Según las investigaciones realizadas sobre el despojo y el desplazamiento forzado, se calcula que el número de hectáreas arrebatas por grupos paramilitares y guerrilla, oscila entre 6.5 y 10 millones, justamente durante los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe[2]. 

Un futuro incierto

Si en verdad Duque va ofrecer un futuro a los despojados, tiene que empezar por restituirles las hectáreas que les fueron arrebatas a sangre y fuego, afectando así a gran parte del entorno social y económico que respalda furibundamente a Uribe y votó masivamente por el “duquismo”. Su visión de la justicia, entonces, se debatirá dramáticamente entre brindar seguridad jurídica a los despojadores y compradores oportunistas –que presentarán títulos de propiedad y alegarán su buena fe--   y los reclamos angustiosos de los campesinos y comunidades despojadas, sin más títulos que los de su sudor, trabajo y sufrimiento familiar. Por las reservas y críticas que el Centro Democrático ha formulado contra el primer punto del Acuerdo de Paz: Reforma Rural Integral y el avalúo catastral multipropósito, es muy probable que la visión “duquista” de la justicia sea la de la iniquidad, muy próxima a la seguridad jurídica, y no la de la equidad, consubstancial a la verdad.  Entonces el futuro para las víctimas será demasiado incierto y el de los victimarios muy promisorio. Pronto lo sabremos, con sus nombramientos en el Ministerio de Agricultura y la suerte de las Agencias estatales encargadas de la restitución de tierras, así como con su impulso en el Congreso de las normas, aún no expedidas, para hacer realidad la Reforma Rural Integral. Por lo pronto, en el proceso de empalme presidencial, convendría conocer el estado actual de la implementación de la RRI, para saber exactamente cuánto de lo pactado se ha cumplido y qué tipo de futuro pueden esperar las víctimas del despojo.

¿De la justicia transicional a la proporcional?

En el campo en donde sí se empieza a vislumbrar algo de futuro es en el de la justicia transicional. Pero todo parece indicar que es el de la procrastinación penumbrosa, para que su reglamentación la definan las nuevas mayorías gobiernistas en el Congreso, atendiendo la petición del presidente electo. Mayorías que promoverán ajustes al Acuerdo de Paz en el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición (SIVJRNR)[3], para intentar a toda costa que haya menos verdad, afectando con ello la justicia, la reparación de las víctimas e incluso poniendo en riesgo la repetición de nuevos ciclos de victimización. Ello se deduce del sabotaje del Centro Democrático y las nuevas mayorías en el Senado a los mensajes de urgencia e insistencia del presidente Santos para que en esta legislatura se apruebe la ley procedimental de la JEP. Y el adjetivo proporcional es el que califica las reformas que el presidente electo, Iván Duque, y su bancada mayoritaria en el Congreso harán al SIVJRNR.

Proporcionalidad de la justicia según las violencias

 No se precisa demasiada suspicacia para comprender que el alcance de la justicia proporcional estará determinada por la identidad de los presuntos responsables de los crímenes internacionales,[4] que son competencia de la JEP.  El presupuesto ideológico y valorativo del Centro Democrático y del programa de Duque descansa sobre el principio inamovible de que tales crímenes no revisten la misma gravedad si fueron cometidos por miembros de la Fuerza Pública u otros agentes estatales, quienes jamás podrán ser igualados con los “narcoterroristas” de las FARC. De allí, la necesidad de una justicia proporcional, para tales agentes estatales. El trasfondo de esta proporcionalidad no es otro que la aceptación explícita o tácita de la incuestionable legitimidad de la violencia estatal y su presunta superioridad moral, que sería en este caso la buena y justa, para combatir sin límite alguno a la violencia mala e ilegítima de los “narcoterroristas”. De esta forma se estarían justificando crímenes de Estado como los ilegítimos e ilegales “falsos positivos”, las desapariciones forzadas y operaciones militares, como la de “Orión”, en la comuna 13 de Medellín, donde se cometieron graves violaciones a los derechos humanos y el derecho internacional humanitario[5]. Operación Orión realizada por orden del presidente Álvaro Uribe Vélez y su entonces ministra de defensa, Martha Lucia Ramírez, quienes más temprano que tarde tendrán que comparecer ante el SIVJRNR, para presentar sus versiones sobre lo acontecido. En el caso del “presidente eterno”, especialmente por lo sucedido durante sus años al frente de la gobernación de Antioquia (1995-1997). Con mayor razón, cuando nuestra Constitución en su artículo 6 señala: “Los particulares sólo son responsables ante las autoridades por infringir la Constitución y las leyes. Los servidores públicos lo son por la misma causa y por omisión o extralimitación en el ejercicio de sus funciones”. Y, como si lo anterior fuera poco, en el Manifiesto Democrático, en el punto 33 del programa de gobierno del entonces candidato presidencial Álvaro Uribe, se afirma: “A diferencia de mis años de estudiante, hoy violencia política y terrorismo son idénticos. Cualquier acto de violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”.  Así las cosas, Iván Duque se encuentra frente algo más que una “encrucijada en el alma”, junto a su vicepresidenta, Martha Lucía Ramírez y el “presidente eterno”, Álvaro Uribe Vélez. Sin duda, es la encrucijada de toda una nación frente a su pasado, presente y futuro de violencia política, que debe afrontar con la crudeza de la verdad o el eufemismo y la mentira de una “justicia proporcional”. Parece que lo que está en juego no es sólo si habrá un futuro de todos y para todos --más allá de su proporcionalidad— sino también si podremos conocer el pasado de todos los participantes en el conflicto armado interno y su responsabilidad -esa sí proporcional a sus roles y cargos—que tienen en el presente que vivimos. Pobre Iván, con semejante responsabilidad presidencial frente al pasado, el presente y el futuro, que son parte de la vida de todos, sin excepción alguna.



Segunda Vuelta Presidencial: Entre tribulaciones, perplejidades e incertidumbres.


SEGUNDA VUELTA PRESIDENCIAL: ENTRE TRIBULACIONES, PERPLEJIDADES E INCERTIDUMBRES
Hernando Llano Ángel

Tales son los estados de ánimo y las inquietudes que predominan ante la proximidad de la segunda vuelta presidencial. Aparecen en las conversaciones, las columnas de opinión, las redes sociales, los programas de radio y televisión. Es un clima de preocupación y exasperación apenas comparable con el miedo y la incertidumbre que provoca Hidroituango. Queda la sensación de que nuestras vidas están expuestas a resultados impredecibles y que apenas somos espectadores pasivos, sin que podamos hacer nada para definir nuestro futuro. De hecho, esa sensación apocalíptica está presente en las consignas de ambos candidatos. Duque promete “Un futuro para todos” y Petro “Una Colombia Humana”. Pareciera que sin ellos estuviéramos condenados a no tener futuro o ser menos que humanos. Eso nos causa enormes tribulaciones, perplejidades e incertidumbres, pues ambos juegan un rol equívoco y peligroso en la política. El rol de mesías y salvadores, a quienes hay seguir ciegamente. Duque promete llevarnos, cual Moisés, a la “tierra prometida” y Petro hará que seamos humanos. Esa es la falsa disyuntiva que plantean consignas tan generales y emotivas.

EL FUTURO Y LA HUMANIDAD SON NUESTRAS, NO DE DUQUE NI DE PETRO

Pero ni el futuro ni nuestra humanidad dependen exclusivamente de que votemos por Duque o por Petro. Nuestro futuro y nuestra humanidad dependen, en primer lugar, de nosotros mismos y de nuestras decisiones, de nuestra responsabilidad común por forjar una Colombia donde todos nos reconozcamos con las mismas posibilidades y derechos para poder vivir dignamente. Es decir, de recuperar y defender lo público, que empieza por conservar la portentosa biodiversidad que tenemos y continúa por afirmarnos en nuestra maravillosa pluralidad étnica y sociocultural, que nos enriquece como Nación. Y para que lo público nos convoque y reconcilie, necesitamos reconocernos como ciudadanos iguales, sin exclusiones ni jerarquías políticas, religiosas, raciales, de clase o sexuales. Sólo así resolveremos nuestros conflictos y diferencias políticamente, sin violencia, en forma legal y constitucional. Precisamos comprender, vivir y ejercer la política como una controversia civilizadora y no como una confrontación mortal entre “ciudadanos de bien” que excluyen, eliminan, encarcelan y extraditan a los “ciudadanos del mal”. Como si la política fuera un juego de suma cero, que se agota en el triunfo de la derecha sobre la izquierda o viceversa, de los “buenos” sobre los “malos”, en lugar de ser un juego de suma positiva donde todos tenemos derecho a la vida, la igualdad de oportunidades y la pluralidad de valores, creencias e identidades. Ya es hora de abandonar para siempre la política como guerra; la política como la expropiación de lo público en beneficio de lo particular y de la propia familia; la política como relación clientelista entre un “Doctor” y un elector cautivo; la política como el gobierno de los de “clase” sobre los “mestizos, negros e indios”, en fin, del país político sobre el país nacional, como lo denunciaba Gaitán.

VOTAR SIN MIEDO Y SIN ODIO

Es la hora de pensar y actuar como ciudadanos libres y soberanos, que votan sin miedo y sin odio, que se comprometen con la defensa de lo público y la legalidad, pues sin ello jamás podremos forjar una paz estable y duradera. Dejemos atrás los roles de victimarios y víctimas, que empieza por el reconocimiento de la verdad y las responsabilidades de todas las partes que cometieron crímenes de lesa humanidad, unos en nombre de la “justicia social” y otros en nombre de la “seguridad democrática” y la propiedad, sin miedo a perder el futuro.  Es la hora de empezar a reconocer nuestra común humanidad y colombianidad. Por eso mi voto el 17 de junio será por una Colombia más humana, una Colombia que es responsabilidad de todas y todos, no sólo de patricios ubérrimos, duques o plebeyos. Una Colombia sin exclusiones sociales ni revanchas carcelarias, con verdad, justicia transicional, reparación y no repetición. No más víctimas irredentas, sin verdad, y mucho menos victimarios intocables e impunes, sin ninguna responsabilidad. No más cinismo criminal.
(Junio 9 de 2018)

sábado, junio 02, 2018

Un lento despertar a la política.


Un lento despertar a la política
(junio 1 de 2018)
Hernando Llano Ángel.
Más urnas, menos tumbas

El 27 de mayo de 2018 pasará a la historia como la fecha en que Colombia empezó lentamente a despertar a la política. No sólo porque se rompió la tendencia abstencionista, aumentando tímidamente la participación electoral en un 53%, sino sobre todo porque fueron los comicios menos violentos en más de medio siglo. Los comicios en donde las urnas y los votos, símbolos de la democracia, predominaron sobre las tumbas y las balas, emblemas mortales de la violencia política. Las elecciones donde Timochenko, por primera vez, se expresó como el ciudadano Rodrigo Londoño Echeverri, líder de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) y no como el temible comandante de las FARC-EP, asumiendo así el desafío histórico de romper el fatal vínculo de la política con la guerra, junto a más de 10.000 exguerrilleros. Sin duda, el mayor avance político en nuestra historia contemporánea, pues empezamos a comprender vitalmente que la democracia comienza cuando podemos contar cabezas en lugar de cortarlas, parafraseando a James Bryce.  No deberíamos olvidar --en medio del pueril jolgorio electoral de los ganadores--   que entre 1958 y 2012 se cortaron por los menos 220.000 cabezas de compatriotas, de las cuales el 81.5% fueron civiles y el 18.5% restante combatientes, como se puede verificar en el Informe del Centro Nacional de Memoria Histórica: “¡Basta Ya! Colombia: Memorias de guerra y dignidad”[1]. Es decir, aproximadamente de cada 10 víctimas mortales, 8 fueron civiles. Poner fin a esta barbarie, de alguna manera se reflejó en las urnas, pues la suma de los votos por todos los candidatos comprometidos  con el cumplimiento del Acuerdo de Paz fue de 11.245.369[2], frente a los 7.567.439 votos por Iván Duque, quien se opone a la savia vital del acuerdo: la participación política directa de la FARC en el Congreso y su amenaza de extraditarlos, pues los califica de narcoterroristas[3].

Más ciudadanía, menos clientelismo

También fue la elección en donde las maquinarias de decrépitos y corruptos partidos se quedaron empantanadas, por más que candidatos, como Vargas Lleras, intentara disfrazarse de independiente, respaldando con millones de firmas ciudadanas su aspiración presidencial, renegando así de Cambio Radical que lo dejó a la vera del camino con sus miles de vivienda y su portentosa capacidad ejecutiva. Las firmas válidas que lo respaldaron fueron 2.752.287 (la Registraduría le anuló el 48%, pues había presentado 5.522.088)[4], y la votación que obtuvo fue de apenas 1.407.495. Una contundente demostración del desgaste y los límites del clientelismo, frente al surgimiento de una significativa votación de ciudadanos, mucho más que de simple electores, a favor de candidatos como Petro, Fajardo y de De la Calle, cercana a los 10 millones. 

El PAÍS POLÍTICO Y EL PAÍS NACIONAL

Por la forma como se están alinderando los respaldos a los candidatos, parece estar reeditándose la famosa expresión gaitanista. De un lado, todo el país político, desde el ejecutivo Vargas Lleras y sus huestes de jóvenes, por lo demás modestos y radicales “demócratas”, como Rodrigo Lara, David Luna y Carlos Fernando Galán. Continuando con el inefable César Gaviria y su numeroso séquito de liberales travestidos en “centrodemócratas” y tránsfugas de segunda vuelta electoral. Sin olvidar el respaldo monolítico del partido Conservador, legado por Andrés Pastrana a Álvaro Uribe Vélez, cuando lo asociaba con el para militarismo como digno para regentar el “corrupto partido conservador” –según expresiones del propio Pastrana-- que ahora parece haber olvidado: https://www.youtube.com/watch?v=JCxY2gkDFtM.

Y con esa generación de virtuosos políticos aspira llegar a la Presidencia de la República el joven Iván Duque, ajeno por completo a esas prácticas clientelistas y corruptas, líder totalmente impoluto, para acabar con la “mermelada” y librar, como lo hizo su padre político adoptivo, Álvaro Uribe Vélez, durante ocho años, una lucha implacable y denodada contra “el clientelismo y la corrupción”.El mismo “presidente eterno”, que le pidió “a todos los congresistas que nos han apoyado que mientras no estén en la cárcel a votar las transferencias, a votar la capitalización de Ecopetrol, a votar la reforma tributaria”, como puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=B0qW21fXioo.  Si Duque llega a la Presidencia y cumple su promesa de “cárcel para todos los corruptos”, se arriesga a perder las mayorías políticas en el Congreso. Incluso puede llegar a ser una grave amenaza para el “presidente eterno”.  Así las cosas, se comprende plenamente lo que significa su consigna de campaña: “Duque es el que es”. En efecto, es el candidato del Establishment, del País Político que ha gobernado impune e irresponsablemente desde siempre contra el país nacional, que definía así Gaitán:

“En Colombia hay dos países: el país político, que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene rutas distintas a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!”

Drama que hoy adquiere una dimensión más compleja, pues ese país nacional se encuentra fragmentado, dividido y estigmatizado por el país político, gracias a la unidad de sus astutos y hábiles dirigentes, que proclaman a Duque como el salvador de Colombia, guiado por la inteligencia superior del “Presidente Eterno”, Álvaro Uribe Vélez. Un pueblo fragmentado en los liderazgos representados por Petro, Fajardo y De la Calle. Dividido, porque se debate entre el miedo, la esperanza, los prejuicios y los odios. Un pueblo que no puede dejar de votar el próximo 17 de junio o girar un voto en blanco contra su propio destino y ser estigmatizado como el principal responsable de la futura crisis y hecatombe nacional, pues si no vota por Duque, entonces Colombia se convertirá en un infierno peor que Venezuela y Nicaragua juntas, víctima del populismo de izquierda que estimula la lucha de clases, el odio y la miseria entre hermanos. La única forma de evitar semejante escenario dantesco es despertando todos al mundo de la política, reconociendo que no existen salvadores y Mesías, sean de derecha o izquierda, que vendrán a redimirnos. Votando masivamente en las urnas, para disuadir a quienes prefieren las tumbas. Por eso debemos reconocernos como una ciudadanía que se libera de héroes y revolucionarios, del “patricio” Duque contra el “plebeyo” Petro y se resiste a la mentirosa división de “ciudadanos de bien” que combaten a los del mal, hasta erradicarlos, encarcelarlos o extraditarlos del territorio nacional. Más nos vale que recordemos las palabras de Belisario Betancur, en su discurso de posesión presidencial:

“Dejemos de ser federación de rencores y archipiélago de egoísmos para ser hermandad de iguales, a fin de que no llegue a decirse de nosotros la terrible expresión del historiador, de haber llevado a nuestra gente a que prefiera la violencia a la injusticia”.

Ya hemos empezado a poner fin a la violencia política, pero estamos muy lejos de superar tanta injusticia, y para ello definitivamente necesitamos ser “hermandad de iguales” y no perpetuar más la división entre un País Político, conformado por imaginarios Patricios destinados a gobernar por siempre el País Nacional, integrado desde la colonia por supuestos ignorantes y bárbaros plebeyos, indios y negros que les debemos obediencia y gratitud eterna. No más votos atados al clientelismo, el miedo y el odio, seamos por fin ciudadanos libres, responsables y fraternos, que deciden soberanamente en las urnas. La segunda vuelta puede ser nuestra segunda oportunidad sobre esta tierra, convirtamos en realidad el sueño de García Márquez.








[2] - Gustavo Petro: 4.850.475; Sergio Fajardo: 4.588.299; Germán Vargas Lleras: 1.407.495 y Humberto de la Calle: 399.100. Incluso, descontando los votos por Vargas Lleras, la suma sería de 9.837.874 frente a 7.567.439 de Duque.
[3] - De ser así, habría que reconocer que son los narcoterroristas más ingenuos del mundo, pues renunciaron a su fortuna para hacer política. Pero quizá algo de razón tenga Duque, ya que en nuestro país la política resulta ser más rentable y segura que el narcoterrorismo, como bien lo sabe Popeye, que respalda entusiastamente a Duque, el Centro Democrático y el “presidente eterno”, Álvaro Uribe Vélez, que parece será desplazado transitoriamente de tal dignidad por Duque.