jueves, mayo 29, 2008

DE-LIBERACIÓN

(www.actualidadcolombiana.org) (http://calicantopinion.blogspot.com)
Mayo 28 de 2008


“Tirofijo no ha muerto”

Hernando Llano Ángel.

Tirofijo no ha muerto porque su figura ya alcanzó la dimensión del mito. Un mito que sobrevive incluso a sus mortales portadores: Pedro Antonio Marín y Manuel Marulanda Vélez. Un mito hoy encarnado en esa organización espectral y ultramontana que son las FARC, extraviada en la manigua de la guerra desde el momento en que creyó que “el poder nace de la punta del fusil” y no de la deliberación y la participación ciudadana. Porque en el mundo de la política y la guerra, esas fronteras cada día más difusas en las que quedó inscrito “Tirofijo,” no importa tanto la muerte física de un protagonista o un antagonista, como la superación de las condiciones que hacen posible su nacimiento y reencarnación.

Las muertes de Tirofijo

No gratuitamente “Tirofijo” sobrevivió tantas veces a la muerte oficial decretada o anunciada por todos los gobiernos desde Guillermo León Valencia. Y ahora que las propias FARC anuncian su muerte natural, en brazos de su compañera, es el propio gobierno quien parece dudar de su desaparición. A tal punto que ofrece una millonaria recompensa a quien proporcione las coordenadas donde se encuentra su cuerpo. Semejante oferta oficial demuestra que Tirofijo, aún después de muerto, continúa dando guerra y que puede llegar a convertirse en un espectro invencible para las Fuerzas Militares. Pero sobre todo revela ante el mundo, de manera patética y hasta ridícula, que no vivimos en el realismo mágico de Macondo sino en el universo absurdo de una guerra degradada y vergonzosa que se ha prolongado por más de medio siglo alentada por las mentiras del odio, la soberbia y la codicia. Mentiras que hoy adquieren tal dimensión en ambas partes, Gobierno y Farc, que si continuamos creyéndoles pueden prolongar por un par de generaciones más esta pesadilla sanguinolenta y mortecina de la cual no despertamos. Una pesadilla que, como en las películas de terror, sus protagonistas no mueren sino que se mutan y reencarnan indefinidamente. Lo grave es que en nuestra película nacional somos los espectadores quienes colocamos los muertos, mientras los protagonistas y antagonistas continúan viviendo gracias a nuestro sacrificio.

Pesadilla sin fin

Por ello, bien vale la pena intentar conocer la trama de esta pesadilla sin fin, cuyo origen está marcado por otro mito que se resiste a morir: Jorge Eliecer Gaitán, cuyo periplo vital se agotó sin poder reconciliar el país nacional con el país político. Reconciliación que demandaba el pleno reconocimiento de la dignidad del país nacional, entonces conformado por unas mayorías rurales sin derecho a una vida decente y una tierra propia, por parte de unas minorías mezquinas y soberbias que desde entonces se han apropiado del país político en nombre de la más fantástica mentira oficial: la democracia del Frente Nacional.
Durante estos 60 años transcurridos esa película de terror sólo ha profundizado el divorcio entre el país político y el país nacional. A tal extremo que hoy el campo dejó de ser una despensa de vida y se convirtió en un teatro de muerte, sembrado de minas antipersona, laboratorios de cocaína, miles de fosas comunes y cambuches de ignominia donde agoniza la vida, la libertad y la dignidad de millones de compatriotas. No sólo la de quienes están secuestrados por las Farc, sino también la de millones de campesinos que son rehenes de una injusticia estructural que condena a más del 65% a la pobreza, aproximadamente 8 millones y por lo menos a 3 millones a la indigencia. En semejantes condiciones, los campesinos para sobrevivir no tienen otras opciones que ser raspachines, desplazados o convertirse en “carne de cementerio” en las filas de ejércitos ilegales, poco importa las siglas, los nombres de los mismos y la identidad de sus comandantes. Ayer eran Guadalupe Salcedo, Efraín González, Jacobo Arenas, Manuel Marulanda y, en el bando contrario, el cóndor León María Lozano, Rodríguez Gacha, Pablo Escobar, la saga de los Castaño, Don Berna, Mancuso y una lista interminable de sucesores, que esperan con cierta ansiedad ocupar las páginas de la infamia.

No más héroes y villanos

Por todo lo anterior, esta pesadilla no parece tener un final cercano. Menos aún cuando del lado oficial los protagonistas desempeñan papeles más propios de héroes de celuloide que de protagonistas de la historia y proclaman ante cámaras y revistas sus supuestas virtudes de estadistas. Actores oficiales que pregonan ante un público atemorizado y vengativo una inminente victoria sobre una “culebra herida” y evaden así sus responsabilidades políticas en el engendro de un monstruo indescifrable e incontrolable, especie de Basilisco posmoderno, con mentalidad de hacendado y avaricia de banquero, vientre insaciable de narcotraficante y botas ensangrentadas de sicarios y de oficiales mercenarios que mancillaron los uniformes que portaban. Basilisco que devoró la vida de más de 173.000 colombianos en la gloriosa hecatombe del paramilitarismo. Todo ello, no hay que olvidarlo, en nombre de la “democracia más profunda y estable de América Latina”, en su lucha legítima contra la amenaza del terrorismo, según reza en la divisa de la “seguridad democrática”.

En tanto sigamos creyendo en esa versión de nuestra realidad, donde supuestamente hay un bando de héroes virtuosos e incorruptos, casi santos, que ofrendan sus vidas por nuestra seguridad y prosperidad en una lucha desigual y sangrienta contra un bando de villanos narcoterroristas que encarnan el mal absoluto, no hay duda que la pesadilla jamás tendrá fin. Más nos valdría abrir los ojos y reconocer que nuestra realidad es mucho más compleja que esa mediocre película de terror. Que sólo cuando seamos capaces de reconciliar el país nacional con el país político, la película podrá tener un desenlace no violento. Pero para ello precisamos en el escenario de la vida nacional otros protagonistas con roles distintos a los de héroes y villanos. De nosotros depende, como ciudadanos y ciudadanas, poner fin a esta pesadilla, rechazando radicalmente ser cómplices de verdugos o sobrevivientes vengadores de nuestras víctimas. Sólo entonces morirán mitos como los de “Tirofijo”.

martes, mayo 27, 2008

CALICANTO
(Mayo 26 de 2008)
http://calicantopinion.blogspot.com


Realidad virtual contra Memoria inmortal


Hernando Llano Ángel.

Estamos tan encandilados por los destellos fulgurantes del último escándalo político, que ya casi no podemos ver. Hemos sido cegados por las luces de las cámaras y anonadados por los noticieros. No han terminado de enfocar los camarógrafos y fotógrafos el nuevo congresista trasladado a la Picota, cuando ya aparece una nueva cara. Crece la galería de procesados en la Picota y disminuye el quórum en el Capitolio. Al paso que vamos, la legislatura del próximo 20 de Julio quizá la instale el Presidente en otro escenario. Ya no se escuchará un grito de independencia, sino muchos clamores de libertad. Tan vertiginosa es la sucesión de escándalos, que nuestro juicio no alcanza a valorarlos. Perdimos la noción de la gravedad de los hechos y flotamos en el universo de la relatividad y la banalidad. Nuestra competencia para juzgarlos ha sido extraditada. Por eso ahora se nos quiere hacer creer que la memoria es un adminículo del crimen y que cuando se extravían los computadores, sus discos duros y las tarjetas de los celulares de los “paras” extraditados, entonces olvidamos sus fechorías. Que inmediatamente quedamos sin rastro de sus conspicuos aliados, entre quienes están los que ayer aprobaron la reelección presidencial inmediata en el Capitolio y hoy honran su lealtad al Príncipe desde la Picota, además de los numerosos “ciudadanos de bien” y los amedrentados empresarios que financiaron sin escrúpulo alguno a los mercaderes de la muerte, esos cancerberos rabiosos de sus inversiones y ganancias.

Afortunadamente la memoria colectiva no es un asunto técnico. Ella es el baluarte de nuestra propia identidad y nadie podrá apropiársela y mucho menos manipularla impunemente. Poco importa que los discos duros y USB de los ex comandantes extraditados de las AUC se hayan extraviado, si protegemos y conservamos la memoria imborrable de sus víctimas y el testimonio insobornable e irreparable de sus sobrevivientes.

Podrán ser extraditados todos los protagonistas directos de la ignominia para así evitar que sus testimonios revelen los nombres de los honorables promotores y patrocinadores de sus crímenes, pero jamás podrán extraditar y mucho menos extraviar las evidencias de su complicidad. Ellas son públicas y revelan el sentido de nuestra historia. Están escritas con sangre y fuego en las páginas de los diarios, registradas en entrevistas y hasta proclamadas solemnemente en leyes y decretos. Tenemos la ley 975 del 2005, más conocida como de “justicia y paz” y el Decreto1364 expedido apenas hace un mes, del cual hoy se sirve ladinamente el Presidente para extraditar e impedir que conozcamos la verdad de la hecatombe humanitaria, en gran parte producto de las Convivir y las AUC, antes de ser sustituidas por la “seguridad democrática”. De una hecatombe que cobró al menos 123.787 víctimas, según lo denunciado por los familiares sobrevivientes y entre cuyas causas figuran las famosas cooperativas de seguridad “Convivir”, que en forma tan entusiasta promovió el entonces gobernador de Antioquia Álvaro Uribe Vélez.



Fueron tan eficaces y civilistas dichas “Convivir”, verdaderas crisálidas de las AUC, que durante su gobernación (1995-1997) se cometieron 939 asesinatos en el Urabá antioqueño, bajo el ejemplar mando militar del General (r) Rito Alejo del Río, a quien después rindió homenaje de desagravio con Fernando Londoño Hoyos en el Hotel Tequendama. Son hechos públicos de su grave corresponsabilidad en una vorágine sangrienta que no puede quedar relegada al olvido y la impunidad. Y no quedará porque con el paso de los días y los años brotarán de la tierra y de las fosas comunes evidencias insoslayables. Restos desmembrados de desaparecidos que se levantarán como acusadores implacables e inquisidores eternos en demanda de verdad, justicia y reparación. Así sucederá con las 11.000 víctimas atribuidas al bloque Catatumbo bajo el mando de Mancuso, de las cuales sólo alcanzó a reconocer 889. Para no continuar con la macabra lista de crímenes atribuidos a las estructuras de “Don Berna”, Jorge 40, Cuco Vanoy y un sangriento etcétera. En todos estos casos nada podrá la inverosímil defensa de una democracia espectral que proyectan sus testimonios y justificaciones frente a la inocultable e irrefutable evidencia de sus víctimas y la memoria inmortal de sus sobrevivientes.

Sin duda que algo semejante pasará con la muerte real y el mito penumbroso de Manuel Marulanda, pues él también será impotente para rendir cuentas ante la historia y el reclamo justificado e imprescriptible de todas sus víctimas. Especialmente de quienes hoy continúan sin libertad, padeciendo el oprobio del secuestro y la humillación. Ojalá Alfonso Cano recordara que lo propio de los rebeldes y los revolucionarios es luchar contra la injusticia, la ejecución sumaria y la ausencia de libertad, banderas que hoy sin rubor agitan en nombre de la seguridad y la prosperidad quienes son los principales, aunque no únicos, responsables de esta terrible e inverosímil “democracia,” donde quienes hacen la guerra mueren en brazos de su amada y quienes luchan políticamente por una paz con dignidad, justicia y verdad son estigmatizados, perseguidos, desaparecidos y asesinados.

jueves, mayo 15, 2008

CALICANTO
(Exclusivo para la revista universitaria “El Clavo”)
Marzo 25 de 2008

JUANES CIUDADANÍA Y BACANERÍA
Hernando Llano Ángel

Nuestra realidad también pertenece al orden inverosímil de la música y la alegría. Así quedó confirmado con el concierto “Paz sin fronteras”, interpretado por las voces solidarias de un conjunto integrado por “Siete cancilleres” procedentes de ese imaginario país de la Paz, presidido eternamente por Lennon, cuyos límites inviolables son el respeto a la vida, la creatividad y la fraternidad. Fue un concierto inverosímil, no sólo por haber convocado en apenas una semana a los mejores cancilleres de la paz y la alegría iberoamericana, sino sobre todo porque ellos impartieron una lección histórica de política y responsabilidad, en su condición de ciudadanos y artistas, a tres desafinados y cacofónicos Presidentes Andinos.
Tres mandatarios que parecen no estar a la altura de las necesidades y sueños de sus mandantes, una ciudadanía que exige por igual y simultáneamente paz, pan y libertad. Tres gobernantes que demostraron no estar preparados para interpretar y mucho menos dirigir el coro polifónico de la paz. Esa obra que integra las voces más disímiles sin la vana pretensión de alcanzar la armonía, justamente porque reconoce y respeta todas las gamas de tonos y timbres existentes. Esa obra que se escribe e interpreta sin voces dominantes y estridentes, pues busca identificar y sumar el mayor número de tonalidades posibles con su riqueza de matices y sensibilidades. Porque la paz es una obra que se entona y escucha cuando no se acallan las voces disidentes y mucho menos se las elimina violentamente, como suelen hacerlo aquellos directores de coro que padecen graves enfermedades de oído (laberintitis), carecen de equilibrio, sensatez y talento para reconocer la algarabía de la vida que es la paz.
Esa prodigiosa algarabía que entonaron los siete cancilleres de la paz, cada uno con su voz y personal talento. Desde el bullanguero y alegre de Vives con sus acordes de provincia, pasando por las románticas baladas de nuestros vecinos, Juan Fernando Velasco y Ricardo Montaner, heridos de amor y pasiones no correspondidas, para continuar con la lluvia de café y los ritmos caribeños de Juan Luís Guerra, un auténtico oasis de paz y culminar con ese éxtasis de sentido que fueron los ritmos sincréticos y las letras siempre inspiradas, oportunas y sugestivas de Alejandro Sanz, Miguel Bosé y Juanes.

Así como quedó grabada en la memoria universal un 9-11 con sus imágenes de destrucción y muerte, producto de un imperio que engendra un odio sin fronteras, el pasado 16 de Marzo nos ha dejado en el corazón la certeza de que es posible una paz sin fronteras, siempre y cuando se reconozca a los pueblos su derecho a la vida y la alegría, como generosamente la brindaron los siete cancilleres de la paz durante toda esa luminosa y estival tarde del 3-16.
Frente a un norte azotado por la prepotencia y el odio, ellos nos demostraron que el Sur también existe, como bien lo escribió Mario Benedetti, en medio de la alegría de las canciones, la solidaridad y la fraternidad de sueños y frustraciones compartidas. Los siete cancilleres de la paz con sus canciones nos recordaron, como lo manifestó Juanes, que “la paz no tiene dueño, la paz sólo puede construirse entre todos y por eso estamos aquí.” Pero especialmente que la paz es un asunto de ejercicio de la ciudadanía, como recalcó Juanes, antes que de mandatarios más o menos pasajeros, que buscan vanamente perpetuarse en el poder. La paz no está atada a destinos personales de mandatarios soberbios y prepotentes que desconocen fronteras en nombre de la “seguridad democrática” o de megalómanos deschavetados que pretenden borrarlas invocando en forma demagógica la memoria del Libertador. El concierto nos demostró que la paz está inscrita en las fronteras vitales, alegres, fraternales e inviolables de esa ciudadanía atenta y entusiasta que coreó y acompañó a Juanes y Bosé cuando cantaron “Nada particular” y entonaron: no queremos “una patria fugaz”, sino “dignamente un abrazo, en fin…nada particular.” Pero para ello es necesario: “Que mi historia no traiga dolor, que mis manos trabajen la paz, que si muero me mates de amor, nada particular.” En fin, Juanes ciudadanía y bacanería.
DE-LIBERACION
(http://www.actualidadcolombiana.org) (www.calicantopinion.blogspot.com)

Parainstitucionalidad Electofáctica
(Segunda Parte)

Hernando Llano Ángel.


En la consolidación y legitimación de la parainstitucionalidad electofáctica,[1]que constituye el rasgo esencial y definitorio de nuestro régimen político, se encuentra el uso discrecional y arbitrario que han hecho de la Constitución, la ley y las instituciones todos nuestros últimos Presidentes para alcanzar sus objetivos y afianzarse en el poder. En nuestra historia reciente abundan los ejemplos, entre los cuales sobresale el manejo de la extradición, convertida así en una especie de talismán del poder presidencial que, en los momentos de crisis, cada Ejecutivo de turno ha utilizado para salir de la encrucijada en que se encuentra.

La historia es conocida, pero no está demás recordarla brevemente. Todo empezó un primero de Mayo de 1984, cuando Belisario Betancur la esgrimió como arma intimidatoria y persecutoria contra el naciente narcoterrorismo que ejecutó su primer magnicidio en el malogrado Rodrigo Lara Bonilla, entonces ministro de justicia. Continuó con Virgilio Barco y su guerra fracasada contra los “extraditables” al mando de Pablo escobar, que luego Cesar Gaviria y la Constituyente convierten en esa efímera tregua que proporcionó al país su prohibición constitucional, hasta llegar de nuevo a su renacimiento de la mano de Samper, convertido en rehén de las exigencias y presiones norteamericanas. En todos estos casos, la extradición en lugar de ser ese poderoso talismán que soluciona crisis de gobernabilidad, se ha convertido en el laberinto donde cada uno de los presidentes ha perdido todo asomo de autonomía y la nación un horizonte de paz, seguridad y justicia. Por ejemplo, hoy la extradición de los 14 comandantes paramilitares significa sustracción de verdad, justicia y dignidad nacional, a cambio de mejorar las relaciones políticas y comerciales con Estados Unidos.

Ahora es el presidente Uribe, con su talante de prestidigitador del poder, quien recurre a la extradición para sortear más que una transitoria crisis de gobernabilidad, una profunda crisis de legitimidad institucional, que requiere supuestas decisiones soberanas y audaces como la que ha tomado. Espera así acallar a sus críticos domésticos e internacionales que le recuerdan su estrecha alianza política con estos grupos de criminales de lesa humanidad y narcotraficantes de alta sociedad. Alianza que viene desde su época de Gobernador de Antioquia, cuando promovió en forma entusiasta las Convivir, donde inició su curso de comandante Salvatore Mancuso, para luego dar el salto con los Castaño a la fundación de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá. Vanamente espera que se olvide su prontuario de “pacificador”, adelantado con la complicidad de oficiales como Rito Alejo del Río, cuando entre 1995 y 1997 se cometieron en Urabá 939 asesinatos, la mayoría de los cuales continúan impunes. A tal extremo llegó la violencia durante los primeros seis meses de la gobernación de Álvaro Uribe, que el entonces senador conservador Fabio Valencia Cossio denunció en la edición de “EL TIEMPO” del 30 de Agosto de 1995, página 6A, “el incremento de los homicidios en un 387% en el Urabá, y estar auspiciando el paramilitarismo con las cooperativas de seguridad Convivir.”[2] Seguramente que esa no es “la verdad simple y oportuna” a la que se refiere el Señor Presidente en su alocución, justificando la extradición de los 14 paramilitares. Por eso ahora el Príncipe del Ubérrimo blande la extradición como el comodín del poder que le permitirá ganarle la partida a los tahúres del crimen y la política, que tan útiles le fueron en el pasado, pero ahora se tornan indeseables, peligrosos y hasta amenazantes. Es urgente y conveniente sacarlos del casino nacional, antes de que revelen todas las trampas y las cartas marcadas de sangre y ambición, con las cuales fácilmente ganaron elecciones y acrecentaron sus inversiones y latifundios. Así lo estaba revelando Mancuso, Jorge 40 y demás correligionarios ante los medios de comunicación, la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia, arrastrando con ellos a la cárcel lo más cercano, entrañable y familiar al Señor Presidente. No era posible que semejante espectáculo continuara, pues si algo teme el poder es la desnudez de la verdad. Es inadmisible que los ciudadanos veamos, de un momento a otro, las impudicias e inmundicias de ese cuerpo putrefacto que llaman “Democracia”. No se puede permitir que el Príncipe quede desnudo y expuesto ante la mirada morbosa y estupefacta de aquellos a quien gobierna con tanta destreza y encanto, gracias al alienante y ensordecedor corifeo de los grandes medios de comunicación.

Por ello, nada mejor que la extradición, pues tanta verdad es insoportable y torna imposible la abnegada tarea de gobernar. Es la hora de liberarse de ese lastre de sangre e ignominia, para que el carruaje del Príncipe y la seguridad democrática alcancen más rápidamente la meta del TLC y llegue a raudales la inversión extranjera. Es la hora de alejar de la Corte tanto rostro indeseable. No se puede gobernar con tanto criminal al lado. Para esa cirugía profunda del régimen, nadie más competente que un psiquiatra y un filósofo de la ternura y la paz, injustamente caricaturizado como parapsicólogo, cuando en verdad merece el título de Alto Cosmetólogo. Gracias a Luís Carlos Restrepo, hoy figuras físicamente grotescas y moralmente deformes han viajado al imperio de las mentiras. Las restantes están en la Picota, pues pese a sus numerosas cirugías y tratamientos de belleza no pudieron acreditar su identidad política y ocultar sus rasgos y mañas criminales. Por eso, recientemente, el Alto Cosmetólogo sugirió un tratamiento intensivo de embellecimiento para los cortesanos que han acompañado de manera leal al Príncipe y les propuso que cambiaran de identidad. Que disolvieran esos cascarones y sucios carruajes (Partido de la “U”; Cambio Radical; Colombia Democrática; Alas Equipo Colombia; Convergencia; Partido Social Conservador etc) con los que han canalizado y manipulado tan hábilmente los votos de ciudadanos incautos, pues el Príncipe ya nos los necesita. Además, se le están convirtiendo en un lastre muy incomodo y pesado para gobernar. El Príncipe está empeñado en una remodelación estructural de la Corte, tan profunda y novedosa, que no va ser posible reconocerla. Va a ser de tal magnitud, que inaugurará el comienzo de una nueva era, donde la paz, la justicia y la verdad brillaran en todo el reino. No quedará un rincón del reino para los narcotraficantes, terroristas y paramilitares, pues todos desaparecerán gracias al conjuro de la extradición o serán eliminados por el triunfo implacable de la seguridad democrática. Entonces todos viviremos seguros, felices e indignos en el reino de “Uribelandia”, bajo una profunda y sólida “democracia parlamentaria”, con un primer ministro inamovible y portentoso que gobernará desde el Ubérrimo.

[1] - Brevemente definida en el artículo anterior como aquella institucionalidad paralela que es producto de poderes de facto, los cuales tienen la capacidad de definir, a través de elecciones supuestamente libres y competitivas, no sólo a los ganadores de las mismas, sino el contenido fundamental de sus políticas gubernamentales, tal como ha venido sucediendo con el fenómeno de la “parapolítica” y los éxitos de la “seguridad democrática”.

[2] - Citado por Mauricio Romero en “Paramilitares y Autodefensas. 1982-2003”, página 195. Editorial IEPRI, Grandes Temas de hoy. Segunda edición: febrero 2005. Bogotá, D.C.