lunes, septiembre 29, 2014

Cepeda Versus Samudio: el innombrable, lo inefable y lo inadmisible.

Cepeda versus Uribe: el innombrable, lo inefable y lo inadmisible

(Tiempo estimado: 5 - 9 minutos)
El Senador Cepeda

Hernando LlanoUn debate inverosímil, donde no se podrá interpelar al acusado ni se podrá preguntar sobre el acusado. Pero un debate donde están en juego los mínimos valores de un Estado de Derecho y la responsabilidad de quienes hacen nuestra historia.

Decisión “salomónica”
No cabe duda de que el senador Iván Cepeda tiene un pleito casado con su actual colega el ex presidente Álvaro Uribe Vélez. Pero tampoco hay duda de que la relación eventual entre paramilitarismo y alta política en Colombia es un asunto del mayor interés y prioridad, que por lo mismo debe ser ventilado en el Congreso, como primer foro de nuestra democracia.
También es indudable que la tarea de “control político” por parte del Congreso según quedó prevista en la Constitución se refiere al gobierno y no a los congresistas. Tanto así que el senador Cepeda citó a los ministros del Interior y de Justicia del gobierno Santos, lo cual hicieron notar – ruidosamente- los senadores del Centro Democrático para impedir el debate contra Uribe: “la Ley Quinta, el reglamento del Congreso, no establece que pueda hacerse un debate contra un congresista, y muchísimo menos que puedan llamar a los ministros de un gobierno para enjuiciar a un líder de oposición”.
El mismo Uribe sin embargo, curiosamente se apartó de su bancada para sumarse a los otros 31 senadores que votaron a favor del debate y había dicho en varias ocasiones que pondría la cara. Más adelante insinuó que no estaría presente y aprovechó 18 minutos de la sesión plenaria para negar sus vínculos con los paramilitares, sin que el debate de “control” hubiese tan siquiera comenzado.
Mientras tanto sus compañeros de bancada recusaron al senador Cepeda ante la Comisión de Ética por el hecho de que este congresista había denunciado penalmente a Uribe y era su enemigo (¡como si fueran los amigos quienes deben montarle a uno los debates!). Y entonces vino la decisión salomónica: la Comisión de Ética concluyó que el debate contra Uribe se puede adelantar….sin referirse a Uribe, porque resulta que “el artículo 245 de la Ley Quinta exige que las observaciones o las preguntas sean de contenido general” es decir, según estos juristas, impersonal o abstracto o sin identificar los responsables de las acciones que se están controlando. Y la plenaria del Senado ratificó este fallo salomónico.
Bajo estas condiciones el debate que promueve Cepeda sobre la relación entre la política y el paramilitarismo, esa funesta simbiosis entre el crimen y la política que gravita en forma condicionante y determinante sobre el Estado y la sociedad colombiana durante por lo menos los últimos 30 años, parece que hay protagonistas innombrables, como sucede con el exgobernador, expresidente y hoy senador Álvaro Uribe.

El Senador por el Centro Democrático, Álvaro Uribe
Vélez.
​Foto: Wikimedia Commons
Lo innombrable y lo inefable
Desde luego, lo esencial en el debate no es un nombre, sino la responsabilidad política de un hombre, Álvaro Uribe, quien siendo gobernador de Antioquia, entre 1995 y 1997, al menos por omisión en el cumplimiento de sus funciones, permitió que grupos paramilitares cometieran 939 asesinatos de civiles, según lo reporta el Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Política del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP)[1].
Lo inefable es que esa macabra cifra fuera en ascenso durante su administración, pues en 1995 comenzó con 143 ejecuciones extrajudiciales, en 1996 aumentó a 357 y en su último año concluyó con 439 víctimas mortales. En total, como dije, 939 víctimas mortales.
Pero más inverosímil aún es que el gobernador Uribe, en reconocimiento a la labor del entonces Comandante de la 17 brigada militar de Apartadó, General Rito Alejo del Río, lo haya condecorado y además llamado el “Pacificador de Urabá”.
Sin duda, para el innombrable no existe lo inefable, pues en el homenaje que junto a Fernando Londoño Hoyos promovió en el Hotel Tequendama el 29 de abril de 1999, en rechazo a la destitución del general, expresó que "Fue un general extraordinario y lo han tratado de la manera más atroz en que se puede tratar a un héroe nacional”; y agregó que “El General y sus soldados trabajaron para contener a los violentos con una intensidad sin antecedentes. Nadie mejor que el General del Río comprendió que a Urabá había llegado la hora de la paz, el Estado, la ciudadanía, y a fe que avanzó notablemente. En todas partes estaba presente el acompañamiento discreto y eficaz del general Del Río”.
Lo inadmisible
Precisamente por ese “acompañamiento discreto y eficaz”, el general (r) Rito Alejo del Rio fue condenado a 25 años de cárcel como responsable de la Operación Génesis realizada en febrero de 1997, donde fue asesinado el campesino Mariano López Mena.  Hoy el general (r)  Del Río está pagando su condena en las instalaciones de la Policía Militar 13 en Bogotá, donde prácticamente sigue siendo el rey, como se deduce de estos audios divulgados por semana.com. Sin embargo, este tipo de recuentos y discursos del innombrable, como el pronunciado en el hotel Tequendama, no podrán ser citados por el Senador Cepeda en su debate.
Por eso estamos más allá de lo políticamente inefable. Estamos en el ámbito de lo política y éticamente inadmisible, pues de realizarse el debate en esas circunstancias, se estaría corroborando la célebre sentencia de Sartre, según la cual “Nada hay tan respetable como una impunidad largamente tolerada”.
Impunidad que cubre todo el proceso de la ley 975 de 2005 y la desmovilización de los paramilitares, como lo acaba de reconocer Ernesto Báez en  declaraciones para El Espectador al afirmar que “Nosotros seguimos aspirando a decir cosas que no se han dicho. Pero tenemos la sombra del verdugo con la espada permanente sobre el cuello. Por ejemplo, mientras el Inpec esté en manos de la Policía, no podemos denunciar lo que pasó con la Fuerza Pública”. Y agregó: “El coronel Leonardo Ortiz, siendo subdirector del Inpec, se sentó aquí el 1° de diciembre de 2007 y nos dijo: ‘Ustedes están haciendo el papel de traidores. No hay derecho a que le estén haciendo esto al Ejército colombiano, que tuvo tanta cercanía con ustedes. Eso es una traición’. Y entonces cómo contamos la verdad así. Es que nosotros no nos sentamos con un enemigo a negociar. Se negocia entre enemigos. Fue una negociación entre amigos desleales”. Concluyendo que: “A nosotros se nos quiso como a las barraganas, como a las mozas, en la oscuridad de la noche. El Estado participó del conflicto defendiendo intereses de privilegiados. El paramilitarismo salió ileso tras la desmovilización de las autodefensas”.
Y lo más inadmisible, es que sea precisamente dicho innombrable quien exija una paz sin impunidad, con condenas ejemplares y políticamente inhabilitantes para todos los comandantes de las FARC. Comandantes que han empezado a reconocer sus responsabilidades políticas en las atrocidades cometidas en esta guerra degradada y quienes, dicho sea de paso, son identificados con nombres propios todos los días y por todos los medios.
Pero mientras en nuestra sociedad los responsables de tanta ignominia sigan eludiendo la cuota que en ella les corresponda –como en el caso del innombrable- por acción u omisión, nunca será posible la reconciliación nacional. Y mucho menos cuando millones de ciudadanos los respaldan, porque consideran que hay una “violencia legítima”, aquella que defiende sin límites sus derechos y privilegios, con brutal desprecio por la dignidad de todos, independientemente de su condición social, identidad étnica, proyecto político u opción sexual. A propósito del lema de la reciente semana por la paz, el senador Uribe debería ser capaz de aceptar ser llamado por su nombre en el debate que se avecina. De lo contrario le convendría abandonar el Senado, pues allí nadie responde al nombre de Álvaro Uribe Vélez.

* Politólogo de la Universidad Javeriana de Bogotá, profesor Asociado en la Javeriana de Cali, socio de la Fundación Foro por Colombia, Capítulo Valle del Cauca. Publica en el blog: calicantopinion.blogspot.com. 

sábado, junio 28, 2014

UNA SELECCIÓN COLOMBIA EJEMPLAR: POÉTICA Y ÉPICA.

Una Selección Colombia ejemplar: poética y épica (http://calicantopinion.blogspot.com)
Hernando Llano Ángel.
Mientras en Brasil continúan esperando el “jogo bonito” de su Selección, en Colombia estamos deslumbrados con el juego poético y épico de la nuestra. Poético y épico, porque en ningún otro mundial una Selección nos ha regalado tanta felicidad y orgullo nacional como ésta, demostrándonos de lo que somos capaces cuando se juega en equipo. Porque más allá de los tres triunfos inobjetables en línea contra Grecia, Costa de Marfil y Japón, con 9 goles a favor y sólo 2 en contra, lo que cuenta es la certeza de un triunfo colectivo. Al contrario de lo que sucede con Brasil y Argentina, que ganan gracias a sus salvadores: Neymar y Messi, en Colombia gana un equipo, no obstante el goleador sea James Rodríguez. Un equipo victorioso que, además, no cuenta con su máxima estrella internacional: Falcao, porque gracias a Pékerman ha aprendido que el fútbol –como también la política democrática- es un deporte colectivo e integral, no de individualidades geniales y narcisistas. A tal punto que la selección Colombia no juega para James –como si sucede con Argentina y Brasil, que giran en torno a Messi y Neymar— sino más bien lo contrario: James juega para Colombia. Ello quedo demostrado en el segundo tiempo contra Japón, cuando el talentoso e individualista Quintero fue remplazado por James y entonces llegaron los goles colectivos, pues no hay que olvidar que el de Cuadrado en el primer tiempo fue de penalti. De allí la dimensión épica de los triunfos de la Selección, sin importar mucho quién anota los goles, ya que son una obra colectiva, como también se observa en la carnavalesca y alegre celebración de todos sus jugadores. Para no hablar de la hinchada colombiana presente en todos los estadios, que no gratuitamente marcó la tónica de los himnos nacionales cantados y gritados a viva voz, más allá de la breve y protocolaria banda sonora de la FIFA. Por todo lo anterior, es que tenemos una Selección ejemplar, poética y épica, que cuenta con el más singular de los argentinos, un director técnico modesto como Pékerman que no grita, apenas susurra en tono paternal, para afirmar que los triunfos se deben al “trabajo silencioso y colectivo de todos los muchachos”, que se comportan en el campo de juego y por fuera de él como una gran familia. Así lo demostraron en el triunfo sobre Japón, cuando en la cancha lo compartieron y gozaron el portero y jugador más longevo de todos los mundiales, Faryd Mondragón, abrazado con el goleador más joven de este mundial, James Rodríguez. Seguramente porque el triunfo de una Selección como el de una Nación sólo es posible gracias al trabajo en equipo de todas sus generaciones y regiones, desde la más joven y vital hasta la más experimentada y madura, sin violencia y exclusión alguna. Esta es una lección magistral que deberíamos aprender todos los colombianos, celebrando con alegría y en paz los triunfos de nuestro seleccionado para rendirle el homenaje que se merece. Es de esperar que mañana sábado triunfe el futbol épico y poético de nuestra selección sobre la famosa garra charrúa, que no contará con las dentelladas y los goles de su “pistolero” Luis Suárez, una vergüenza para el juego limpio y la democrática y progresista Uruguay. (Junio 27 de 2014).

viernes, junio 13, 2014

Paz o guerra: el falso dilema de estas elecciones.

PAZ O GUERRA: EL FALSO DILEMA EN ESTAS ELECCIONES
La paz es mucho más que un acuerdo entre el gobierno y un grupo guerrillero. Es una forma distinta de convivir y de hacer la política, y por eso ni Santos ni Zuluaga están haciendo la paz verdadera: están polarizándonos alrededor de un falso dilema. 
Hernando Llano Ángel*
Zuluaga y Santos perdieron en primera vuelta
Todo parece indicar que el próximo domingo los colombianos estaremos abocados a un dilema de vida o muerte, a escoger entre la paz y la guerra. Pero si fuera así de simple, nadie en sano juicio dudaría en votar por la paz.
Entonces tenemos que concluir que el asunto es mucho más complejo, ya que el pasado 25 de mayo los dos candidatos punteros, Zuluaga y Santos, apenas alcanzaron a convocar a 7.061.786 votantes, que escasamente representan el 21,41 por ciento del total de colombianos y colombianas habilitados para votar, pues el censo electoral es de 32.975.158 cédulas vigentes.
En términos futbolísticos, tendríamos que reconocer que el 25 de mayo los colombianos   perdimos el juego más trascendental en toda sociedad: el juego del poder, por un marcador escandaloso y preocupante de 6 goles contra 4, pues la abstención fue del 60 por ciento y la participación apenas del 40 por ciento. En un juego del cual depende no sólo cómo vivimos, sino incluso cómo morimos.
Y si miramos al desempeño individual de cada “jugador”, tenemos que Zuluaga apenas representa el 11,40 por ciento  de la ciudadanía y Santos el 10,01 por ciento. Incluso, siguiendo con las cuentas, pues al fin al cabo lo que ellas reflejan es la voluntad de los ciudadanos, llegamos a la paradójica conclusión de que Zuluaga y Santos fueron derrotados, cada uno por separado, si sumamos los votos obtenidos por los otros tres jugadores, en su orden: Martha Lucía Ramírez (1.995.698 votos: 15,52 por ciento); Clara López (1.958.414 votos: 15,23 por ciento) y Enrique Peñalosa (1.065.142 votos: 8,28 por ciento), con un total de 5.019.254 votos que representan el 39,03 por ciento de los votos válidos.
Por si lo anterior fuera poco, 770.610 (5,99 por ciento) colombianos al votar en blanco expresaron su rechazo a todos los anteriores “jugadores”;  52.994 electores (0,40 por ciento) no marcaron el tarjetón y 311.758 (2,35 por ciento) votos fueron anulados al no expresar dichos electores claramente su voluntad en los tarjetones.
Conclusión: Ni Zuluaga, ni Santos representan la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, sino solamente a una minoría de 7.061.786 colombianos, que escasamente es el 21,41 por ciento de los habilitados para votar. En otras palabras, cerca del 80 por ciento de los colombianos y colombianas no creen en Zuluaga ni Santos, pero será entre ellos dos que tendremos que elegir al presidente de la República. Semejante apatía, escepticismo, rechazo o repudio de semejantes “ganadores”, significa que la inmensa mayoría de los colombianos no creen en sus propuestas políticas y tampoco en que sean la solución para definir el falso dilema de la guerra o la paz que nos plantean para el próximo domingo.
Equipos mediocres y jugadores tramposos
Zuluaga y Santos han clasificado a la final por descarte o repechaje, pero no lo merecen, pues la jugaron en medio de escándalos y en un estadio semivacío, ya que sólo asistió el 40 por ciento de los espectadores.
Ahora el 39,03 por ciento de los “hinchas” que respaldaron y creyeron en los otros equipos y sus candidatos, más el 6 por ciento que votaron en blanco, tendrán que decantarse en la final por alguno de los dos candidatos  mediocres y escandalosos, como lo demostraron con sus maniobras oscuras  durante la primera vuelta.
Y para buscar que haya más afluencia de público al partido final, lo están promoviendo como si se tratara de un combate entre la paz y la guerra, la vida o la muerte. Cada candidato está intentado demostrar al público elector este dilema falso y dantesco, como si los ciudadanos fuéramos hinchas de barras bravas que pueden ser manipulados con tanta facilidad.
El falso dilema
El dilema es falso porque lo que está en juego en La Habana no es la paz, sino el fin del conflicto armado, y en tanto no se firme entre el Estado colombiano y las guerrillas de las FARC y posteriormente el ELN, dicha confrontación seguirá aniquilándonos y degradándonos como seres humanos, ciudadanos y colombianos. 
En efecto: la paz es mucho más que el fin del conflicto armado,  es una responsabilidad de todas y todos los ciudadanos y sólo empezará desde el instante en que dejemos de pensar y delegar nuestra voluntad de vida, justicia y reconciliación en manos de supuestos líderes o salvadores, que prometen y hablan de paz pero se preparan para ganar la guerra. Que al mismo tiempo que exhiben acuerdos se regodean por dar muerte a sus adversarios.
Con semejante doble juego y falsos protagonistas, jamás podremos vivir en paz, simplemente porque la paz política sólo puede nacer desde la ciudadanía y no desde los batallones, las trincheras y los campos minados. Sólo podemos forjar paz si pensamos y actuamos como ciudadanos, es decir como soberanos generadores de poder político en función de objetivos comunes y en beneficio colectivo,  en lugar de seguir delegando y enajenando nuestra voluntad en falsos políticos que acaban siendo déspotas soberanos, situados incluso por encima de la Constitución y la ley, hasta el extremo de poder decidir sobre la intimidad, la libertad, la dignidad, la vida o la muerte de todos nosotros, en nombre de la paz.  
Mucho menos podremos construir paz si en lugar de la reconciliación nos empeñamos en la confrontación y la eliminación del contrario, deslegitimándolo bajo la etiqueta de narcoterrorista o paramilitarista. Sólo podremos vivir en paz cuando tengamos el valor, la lucidez y la magnanimidad de la reconciliación, que nos permitirá reconocernos como seres humanos  --más allá de las atrocidades causadas por el odio y la venganza— con igual derecho a vivir con dignidad.
Pero si en vez de eso persistimos en dividirnos entre buenos y malos y en hacer de la política una cruzada donde unos pocos --que se consideran y autoproclaman lideres honorables y virtuosos-   predestinados por Dios y la Patria para salvarnos de otros pocos malos y terroristas, contra los cuales obviamente vale todo - la mentira, la tortura, el desarraigo y el asesinato- no podremos avanzar por la senda difícil que conduce a la democracia y seguiremos inmersos en el laberinto de las emboscadas y las trincheras, las tumbas o las fosas comunes donde  llevamos más de cincuenta años extraviados.
Entre 1958 y 2012, 220.000 colombianos perdieron la vida en ese laberinto. Peor aún, apenas el|18,5 por ciento de los muertos eran combatientes y el 81,5 por ciento restante eran civiles.  Fueron desplazados de sus tierras cerca de seis millones de colombianos y entre 15 mil y 30 mil han sido desaparecidos, según las diversas fuentes  oficiales o particulares consultadas por el Grupo de Memoria Histórica.
Primero la vida y la reconciliación
Por todo lo anterior, lo que está en juego el próximo domingo son las posibilidades de reconciliarnos y empezar a  con-vivir como colombianos, supuestos imprescindibles para construir una paz democrática, donde no haya lugar para más víctimas y mucho menos victimarios, y sí  para la vida y para los derechos de todos los ciudadanos.
Vale la pena recordar la conclusión de Robert Dahl: “La democracia comienza cuando – después de mucho luchar— los adversarios se convencen de que el intento de eliminar al otro es mucho más oneroso que convivir con él”, y ya llevamos más de 50 años de ignominia en tal intento y se han dilapidado cerca de  260 billones de pesos en plomo desde 1985, según sostiene Alfredo Molano en El Espectador.
Por eso quien se abstenga de asistir a las urnas este 15 de junio estará contribuyendo a que las minorías violentas sigan cavando tumbas. Lo que está en juego es mucho más que un presidente, es la forma como vivirán o morirán las próximas generaciones. Por eso primero la vida y la reconciliación, para conjurar la guerra y comprometernos con la paz, exigiendo al actual y el próximo gobierno su respeto irrestricto del artículo 22 de la Constitución: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento” y a las Farc su compromiso impostergable con acciones de confianza, como el desminado de campos, el fin del reclutamiento de menores y el cumplimiento cabal del Derecho Internacional Humanitario, los pasos imprescindibles  hacia el cese del fuego bilateral con verificación internacional. De no hacerlo, seguiremos eligiendo y muriendo en nombre de la paz.


lunes, mayo 19, 2014

HAY QUE CONTAR CABEZAS EN LUGAR DE CORTARLAS

DE-LIBERACIÓN

HAY QUE CONTAR CABEZAS EN LUGAR DE CORTARLAS
(Mayo 18 de 2014)

Hernando Llano Ángel
¿Tiene sentido votar?
En víspera de la próxima elección presidencial, bien vale la pena reflexionar sobre el sentido de votar. Y la primera reflexión es al mismo tiempo una grave tribulación ¿Tiene algún sentido votar el próximo domingo 25 de mayo? Pregunta que puede parecer absurda para quien ya ha tomado la decisión irrevocable de votar por un candidato o una candidata específica, porque considera que es la mejor opción para Colombia. Pero aún en este caso, valdría la pena preguntarse si dicho ciudadano o ciudadana tomó la decisión considerando sólo  sus propios intereses y valores, o también la repercusión de su voto en el conjunto de la sociedad. Porque votar, si bien es un acto esencialmente personal, su repercusión es fundamentalmente social, colectiva y pública. Sin duda, es la decisión personal con mayor repercusión colectiva que podamos tomar el próximo 25 de mayo. Con ella decidiremos, no sólo cómo queremos vivir nuestra propia vida, sino también cómo será la de todos los demás. De allí el principio del sufragio universal, igual y secreto, pues todos tenemos el mismo poder de decidir, no sólo quién gobernará y tomará las decisiones en nuestro nombre, sino sobre todo qué tipo de decisiones y qué políticas públicas serán las que afectarán nuestras vidas y las futuras generaciones. ¿Serán políticas a favor de la convivencia o la confrontación? ¿De la profundización de esta degradada guerra o del comienzo de su fin? ¿De la igualdad social o de los privilegios y beneficios para unos pocos? Por eso quien no vota, renuncia al ejercicio de su libertad y responsabilidad, pues deja en manos de otros su destino. Tenía toda la razón el político y diplomático irlandés, Edmund Burke, cuando sentenció: “Los gobernantes corruptos son elegidos por ciudadanos honestos que no votan”, pues con su abstención permiten que continúen gobernando los mismos de siempre en beneficio de minorías indolentes.

Nadie es apolítico

Y esto sucede así, porque nadie en este mundo puede escapar a las consecuencias de la política. Nadie puede vivir sin respirar aire puro y beber agua potable, asuntos vitales que cada día dependen más de las políticas públicas ambientales que decidan los gobernantes que elegimos. Políticas que pueden estar al servicio de la ambición de las grandes empresas mineras, o de los derechos que todos tenemos a nuestra tierra y agua.  Así mismo, nadie puede vivir sin tener un lugar seguro y amable donde trabajar, descansar, amar y soñar. Pero resulta que en nuestra patria cerca de 6 millones de colombianos, la mayoría mujeres viudas, niños y niñas huérfanos, han sido despojados cruelmente de su terruño y deambulan como fantasmas por nuestras ciudades y campos. Y todo ello sucede porque estamos en una guerra despiadada, ensañada contra los más débiles e indefensos, desde hace más de 50 años. Porque políticamente no hemos sido capaces de reconocernos todos y todas, sin excepción alguna, como personas dignas con iguales derechos y aspiraciones a la vida, la libertad, la seguridad y la convivencia.

Es decir, como una ciudadanía capaz de convivir y construir una sociedad y un Estado que nos dignifique a todos y todas por igual, sin distinción alguna de clase, género, etnia, credo religioso o ideología política.

Por todo lo anterior, más allá de por cuál candidato decida usted votar, todo ciudadano y ciudadana debe reflexionar si con su decisión contribuirá o no a que nos reconozcamos como lo que somos en las urnas, ciudadanos con igual poder decisorio en la vida pública, empeñados en construir una Colombia que supere la división y confrontación sangrienta entre víctimas y victimarios, o, por el contrario, continuemos empeñados en seguir matándonos con la  absurda pretensión de demostrar que unos son mejores que otros, profundizando trincheras y sembrando  la  tierra de minas y tumbas.

Tal es el sentido esencial del voto del próximo domingo 25 de mayo. Quizá entonces cobre entre nosotros vida y sentido la sencilla y profunda definición de la democracia de otro político irlandés, James Bryce, cuando dijo: “Es aquella forma de gobierno que permite contar cabezas en lugar de cortarlas”. Pero lamentablemente en Colombia llevamos más de 50 años cortando cabezas sin poder contarlas. Ya va siendo hora de que empecemos a contarnos y convivir entre todos y todas, si al menos queremos vivir como humanos y cristianos.



jueves, mayo 15, 2014

Consejo Nacional de paz y Realismo Mágico

 El Consejo Nacional de Paz: ¿una ilusión de “realismo mágico”?

Hace más de quince años se ordenó crear el Consejo Nacional de Paz, pero esta institución ha parecido más una fantasía salida de la literatura de ficción que una realidad.
Hernando Llano Ángel*

Frases de Gabo para entender el país
Para superar el lugar común de las apologías sobre Gabriel García Márquez como el gran fabulador y creador del “realismo mágico”, este artículo sobre el Consejo Nacional de Paz va acompañado por tres frases breves y dicientes de su proclama “Por un país al alcance de los niños”, donde el nobel se revela como el más lúcido, crítico y conciso desmitificador de nuestra realidad nacional.

1. “Pues somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad”
Sin duda, eso es y ha sido hasta la fecha el Consejo Nacional de Paz, creado por la Ley 434 de 1998, y que en su primer artículo afirmaba: “La política de paz es una política de Estado, permanente y participativa. En su estructuración deben colaborar en forma coordinada y armónica todos los órganos del Estado, y las formas de organización, acción y expresión de la sociedad civil, de tal manera que trascienda los períodos gubernamentales y que exprese la complejidad nacional”.

Además, entre sus más importantes principios rectores figuraban, textualmente, los siguientes:   

-          “Integridad. Para la consecución y mantenimiento de la verdadera paz no es suficiente la sola eliminación de la guerra; se requiere simultáneamente de un conjunto de medidas integrales de carácter socioeconómico, cultural y político que combatan eficazmente las causas de la violencia;
-          Participación. Alcanzar y mantener la paz exige la participación democrática de los ciudadanos, el compromiso solidario de la sociedad y la concertación de las políticas y estrategias para su consecución y
-          Negociación. La consecución de la paz implica la utilización prioritaria del recurso del diálogo y la negociación como procedimientos expeditos para la desmilitarización de los conflictos sociales y políticos nacionales y territoriales”.
No obstante la claridad de la ley, hasta la fecha ningún presidente la ha cumplido, pues las administraciones de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe utilizaron la paz como estrategia política para alcanzar la Presidencia y luego dedicarse desde ella a hacer la guerra.

  • El primero, apoderándose del legítimo derecho y la ingenua esperanza de más de diez millones de colombianos que exigimos, mediante el Mandato Ciudadano por la Paz, la Vida y la Libertad, de octubre de 1997, el cese de la guerra y el respeto de la población civil por parte de todos los actores armados.
  • Y el segundo, capitalizando la repulsa y el miedo producido por las acciones terroristas de las FARC en contra de la población civil, para prometer una pax romana por la vía de las armas que nunca estuvo cerca de alcanzar, pese al anuncio de que estábamos “en el fin del fin”, como otro coronel Aureliano Buendía en una de sus muchas guerras demenciales.

Obviamente, en tal contexto dejó de existir la política de paz como una “política de Estado permanente y participativa”, para cambiarse primero por el Plan Colombia y, después, mediante la negación del conflicto armado interno, por una guerra contra la “amenaza terrorista”. Esta guerra desembocó en miles de “falsos positivos”, vistiendo de terroristas a jóvenes civiles, pobres e indefensos, para aumentar así criminal y mentirosamente el número de bajas de las FARC.

Por arte de la política y no de la literatura, el “realismo mágico” fue sustituido por el “terror oficial”, según la clarividente definición del punto 33 del “Manifiesto Democrático” de Álvaro Uribe: “Cualquier acto de violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”.

2. “Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan”

Pero ahora parece que por fin el gobierno y las FARC han tomado consciencia sobre las causas de nuestros males, reconocen el “Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera”, e incluso han identificado las dos causas principales: la disputa violenta por la tierra y los odios generados por la exclusión política y las revanchas interminables entre adversarios, convertidos así en enemigos irreconciliables.

De allí que de nuevo aparezca en el horizonte la urgencia del Consejo Nacional de Paz, ahora sí para cumplir la ley y darle vida política, social y territorial, pues nada se ganaría con una firma en La Habana si la construcción de la paz no avanza en las regiones y en la sociedad colombiana.

Precisamente por lo anterior, Luis Eduardo Garzón, encargado por el presidente Santos de organizar el Consejo Nacional de Paz, ha declarado: "Reactivaremos este ente para que tenga validación. Construirlo será complejo, pero lo vamos a trabajar".

Para esto, el Consejo "debe tener línea directa con los diálogos de paz", "esta es la oportunidad para no tener escenarios de confrontación total, porque es bien difícil el escenario de guerra que vive Colombia".

3. “Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad”

De esta forma el Consejo Nacional de Paz se convierte en pieza clave para armar el rompecabezas de la paz, pues debe tener la suficiente representatividad y a la vez efectividad para asumir los retos que implica reconocer las verdades de todas las víctimas del conflicto, como un paso imprescindible para llegar al horizonte de reconciliación nacional.

Pero el Consejo también debe ser una caja de resonancia que recoja y exprese la pluralidad de voces e intereses de nuestra conflictiva y disputada sociedad civil, para que la difícil travesía de una eventual firma de la paz en La Habana a los hechos de paz en el territorio nacional no naufrague en un mar de escepticismo e incredulidad.

Para eso los representantes de la sociedad deben actuar con radical autonomía frente al gobierno de turno y frente a las FARC, pues de otro modo el Consejo correrá el riesgo de convertirse en una arena de disputa política y electoral, en lugar de ser la afirmación de los derechos a la verdad, la reparación y la dignidad de todas las víctimas del conflicto.

jueves, enero 23, 2014

Colombia 2014: ¿La copa de la Paz?

DE-LIBERACIÓN

Colombia 2014: ¿La copa de la paz?
Colombia enfrenta un Mundial de Fútbol y la posible resolución de un conflicto de más de medio siglo. ¿Seremos capaces de vencer a nuestros rivales futbolísticos y a aquellos que quieren dejar a la paz fuera de lugar? 
Hernando Llano Ángel*
Un gran equipo
Tanto política como futbolísticamente, 2014 es para Colombia la hora de la verdad. Sin duda, la paz y la Copa Mundo son los máximos anhelos de todos los colombianos.
Para muchos, la selección de fútbol es la encarnación de la identidad nacional. Su camiseta es una divisa tan preciada que todos desean portarla, desde el presidente Santos hasta los delegados de las FARC en La Habana, como símbolo indiscutible de victoria y afirmación colectiva.
El uniforme de la Selección es hoy más representativo que todos los símbolos patrios, y sus jugadores más reconocidos y respetados que cualquier político. Ellos ya clasificaron en la memoria y el corazón de los colombianos y ahora ocupan un destacado cuarto lugar en la historia estadística de la FIFA.
No gratuitamente muchos aficionados postularon a Pékerman para la Presidencia, pues había alcanzado la proeza que toda sociedad demanda de un auténtico líder: cumplir su más preciada meta gracias al esfuerzo de sus jugadores. Seguramente por eso el mismo presidente Santos se apresuró a ofrecerle la nacionalidad colombiana, para aumentar su popularidad y contar con su ayuda.

La copa de la paz
Siguiendo con la alegoría, nada desearía más Santos que emular a Pékerman y firmar la paz con las FARC antes de las elecciones presidenciales. Pero esta es una meta inalcanzable, porque la “copa de la paz” es mucho más difícil que la Copa en Brasil, donde jugará la Selección más preparada, responsable y exitosa que hayamos tenido, sin más aspiración que un triunfo deportivo.
En cambio en la disputa de la paz sucede lo contrario, pues tras ella se oculta el juego mayor en toda sociedad, que no es otro que el poder: su ejercicio, control y conquista desde el Estado, para definir quiénes se quedan con qué y cómo se vive y juega en el vasto campo de la vida social, económica y cultural.
Por lo tanto, en este juego mayor del poder todos participamos, pues resultamos afectados, aunque en la mayoría de las ocasiones muy pocos toman las decisiones y casi siempre ganan los mismos.
De allí que en víspera de elecciones para el Congreso, el próximo 9 de marzo y Presidencia de la República, el 25 de mayo, todo esté en juego. Incluso el debut de la Selección Colombia contra Grecia será el sábado 14 de junio, justo un día antes de la segunda vuelta presidencial.
Sin duda, en ambas fechas los colombianos nos jugamos mucho más que la euforia de un triunfo o la tristeza de una derrota. La diferencia consiste en que durante el Mundial ninguno de los jugadores corre el riesgo de morir violentamente, pues las reglas son aceptadas por todos, además de contar con un árbitro imparcial, con una organización internacional que promueve el juego limpio, y con millones de espectadores que jamás tolerarían la violencia y la trampa como tácticas.
Los 22 jugadores estarán bajo la miradas de miles de millones de aficionados, sus aciertos y errores serán públicos. Así las cosas el resultado será inobjetable, incluso cuando el triunfo se obtiene con la “mano de Dios”, desluce por lo injusto, como sucedió con Argentina frente a Inglaterra.
En cambio en nuestro juego por el poder político sucede lo contario. En lugar de la competencia limpia de la democracia, en nuestra cancha tienden a predominar la violencia, la trampa y la codicia.
Incluso cuando convienen reunirse en La Habana el Gobierno y las FARC para definir esas reglas del juego político que todas las partes acatarán y respetarán, lo hacen en el contexto de juego sucio de la guerra y la eliminación del contario.
Por fuera del campo de juego nacional -en La Habana- se reconocen como interlocutores y adversarios, pero dentro del país, en la cancha nacional –donde se define realmente el juego vital- son acérrimos enemigos, bandos enfrentados a muerte: “demócratas” contra “terroristas” o “revolucionarios” contra “vende patrias”, según las proclamas y coartadas que cada equipo logra promover entre sus hinchas.

Dos goles en favor de la paz
No obstante lo anterior, en La Habana se lograron acuerdos sobre dos puntos cruciales para el juego limpio del poder nacional.
El primero, la propiedad y uso de la tierra, vale decir, el tamaño de la cancha y su uso justo, para garantizar que todos los jugadores honestos la puedan cultivar. Para evitar su concentración e impedir su apropiación y depredación por codiciosos jugadores de grandes equipos extranjeros.
El Gobierno promueve la Ley 1448 de 2011 –Ley de víctimas- para restituir millones de hectáreas a campesinos desplazados por la ambición desmedida de narcos, parapolíticos y agroempresarios nacionales e internacionales.
Pero según el grupo de Monitoreo de la Unidad de Restitución de Tierras, se han resuelto 911 casos, que corresponden a 19.255 hectáreas y cerca de 790 predios. Y en medio de ese proceso han sido asesinados más de 66 líderes populares, hechos por los que hasta agosto de 2013 habían sido capturadas 3 personas. En otras palabras, la ley apenas se aplica, pero se excluye a los jugadores que aspiran a cultivarla y cuidarla.
Por su parte, la Defensoría del Pueblo ha informado sobre al menos 71 asesinatos de líderes de procesos de restitución ocurridos en 14 departamentos entre 2006 y 2011. Pero el informe más completo al respecto fue elaborado por Human Rights Watch, que habló de más de 80 casos de amenazas contra reclamantes de tierras y más de 30 nuevos casos de desplazamiento en los que reclamantes abandonaron su hogar una vez más luego de amenazas vinculadas con sus intentos de restitución o activismo, según denuncia Tatiana Acevedo en su columna de El Espectador.
El segundo acuerdo entre el Gobierno y las FARC concierne a la participación en política, nada más y nada menos, que a las reglas sobre “quién se queda con qué, cómo y cuándo del poder estatal”.
Hay que reconocer el espíritu de juego limpio que los animó en el segundo punto a “establecer medidas para garantizar y promover una cultura de reconciliación, convivencia, tolerancias y no estigmatización lo que implica un lenguaje y comportamiento de respeto por la ideas, tanto de los opositores políticos como de las organizaciones sociales y de derechos humanos”.
Por eso son alentadoras sus ideas innovadoras de “Circunscripciones Territoriales Especiales de Paz”, “para promover la integración territorial y la inclusión política de zonas especialmente afectadas por el conflicto y el abandono, de manera que durante un periodo de transición estas poblaciones tengan una representación especial de sus intereses en la Cámara de Representantes”.

Pocos hinchas en las graderías
Pero dicho espíritu incluyente parece tener poco eco en las tribunas de ciudadanos consultados por el Barómetro de las Américas en su sondeo sobre ¿Qué piensan los colombianos del proceso de paz?, que arrojó resultados como los siguientes:
-          En las zonas de conflicto el 61,2 por ciento no está de acuerdo con la transformación de las FARC en un partido político y en el país como un todo la cifra asciende a 68,4 por ciento.

-          En las zonas de conflicto el 68,4 por ciento no apoyaría desmovilizados de las FARC a las Alcaldías y Concejos Municipales, y el 73,1 por ciento no lo harían en el orden nacional.

-          Para eventuales candidatos al Congreso, el rechazo es respectivamente del 72,5 y 76,6 por ciento.

-          Y, por último, si eventualmente un desmovilizado ganara una Alcaldía en zona de conflicto, el 45,5 por ciento no aceptaría el triunfo frente a un 38,5 por ciento que lo haría y nacionalmente la proporción sería de 53,7 frente a 35,1 por ciento. 


¿Podremos ganar la copa de la paz?
Si a lo anterior sumamos la existencia de árbitros sesgados por una concepción punitiva de orden doctrinario de la contienda política, ajena al pluralismo ideológico, el secularismo y a la legalidad, como es el caso del procurador Ordoñez, obcecado en expulsar de la cancha política a jugadores que le son incómodos, es claro que en el 2014 no ganaremos la copa de la paz.
Con mayor razón cuando tenemos partidos tan singulares –como Uribismo Centro Democrático- que no logran definir una divisa y un uniforme distintos de la figura y el nombre de su goleador, experto en gambetear la ley y en dejar a su suerte o en la cárcel a muchos de sus anteriores copartidarios.
Todo parece indicar que tendremos que esforzarnos unos cuantos años más para ganar la copa de la paz, pues todavía nos falta forjar un Estado democrático con funcionarios que garanticen el juego limpio, unos equipos con jugadores legales y competentes, además de demócratas exigentes que no toleren la violencia, ni las trampas, ni el miedo o el fanatismo como tácticas de juego y mucho menos de triunfo.
Afortunadamente sí tenemos una selección de fútbol en este Mundial del 2014 que cuenta con todo lo anterior y debemos emular para ganar la paz, que es la copa que merecemos y solo podemos forjar entre todos y todas, con la generosidad de varias generaciones y no solo de unos pocos líderes o supuestos héroes en representación de nosotros.
Politólogo de la Universidad Javeriana de Bogotá, profesor Asociado en la Javeriana de Cali, socio de la Fundación Foro por Colombia, Capítulo Valle del Cauca.
Publica en el blog: calicantopinion.blogspot.com. 
(Publicado en www.razonpublica.com)