LA POLÍTICA, ENTRE LA PANDEMIA TANÁTICA Y LA RECLUSIÓN VITAL
Hernando Llano Ángel.
Y de repente, el mundo comprendió
–demasiado tarde— que la política es un asunto de vida o muerte. Que es mucho
más que firmar tratados comerciales o gobernar con consignas xenófobas como
“America first”. Mucho más que declarar, negar guerras o firmar acuerdos de
paz. Que si no recobramos, entre todos, su sentido vital y público, corremos el
riesgo de convertirla en una estrategia para la gestión de la muerte y el
eclipse de la libertad, en lugar de una responsabilidad colectiva para la
supervivencia global y la convivencia social en libertad. Quizá esta sea la más
importante y paradójica enseñanza del Covid-19, el retorno del sentido vital de
la política y el riesgo mortal que entraña para la libertad personal y pública.
Un retorno forzado a la política y a su existencia ubicua por el miedo a la
muerte y nuestra infinita fragilidad, que nos reduce a unas cuantas dimensiones
biopolíticas esenciales, imprescindibles e iguales para todos: respirar, beber,
comer y cuidarnos colectivamente para sobrevivir. Parafraseando a Karl Deutsch,
en su libro “Política y Gobierno. Cómo el pueblo decide su destino”: “la
política es el aire que respiramos, el agua que bebemos, los lugares por donde
transitamos” (cada vez más limitados) y agregaba en tono profético: “la salud
de nuestros ancianos y la dignidad de nuestros pobres”. Tal la esencia de la
política, más allá de su reducción polémica a estrategias de poder y
dominación. Más allá de sus oropeles institucionales y la vanidad de
gobernantes narcisistas, incapaces de comprender que sus cargos son el mayor
ejercicio de responsabilidad colectiva y pública existente. En su infantilismo
institucional, son incapaces de comprender que de sus decisiones y omisiones
depende la vida de millones de seres humanos, más allá del fetichismo
constitucional o legal que les otorga ciertas competencias que no saben ejercer
oportunamente. En fin, comediantes del poder, expertos en procrastinar en lugar
de gobernar, que abundan en casa, en el vecindario y en las supuestas
democracias avanzadas del “primer mundo”. Ahora resulta que todos “vivimos
revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos”, como sabiamente
escribió Enrique Santos Discépolo. De pronto desapareció esa ficción y argucia
de la dominación de un planeta dividido en “primero y tercer mundo”. Todos
vivimos y morimos en este mundo de cambalache, que nos está pasando una letal
cuenta de cobro, por nuestra codicia e indolencia de consumidores compulsivos.
Ningún cuento chino
Y, para mayor ironía, esa cuenta
de cobro fue girada desde la sociedad con mayor crecimiento económico de las
últimas décadas en el mundo, desde una de las regiones más prósperas y tecnológicamente avanzadas, Wuhan que, como toda la China
Popular, ha proclamado el mercado, el consumo y el lujo en el máximo y casi
único sentido de vivir. En otras palabras, el “sueño americano” convertido en
pandemia universal, en una pesadilla escrita a varios manos por profetas y
políticos tan dispares como Marx y Hayek, desde la economía política, y Mao y
Trump desde el liderazgo político. Algo absolutamente inimaginable, apenas
parecido a la laureada película Parásito, que bien podría ser la mejor alegoría
del Covid-19, pues casi todos vamos a quedar recluidos y atrapados, sin tener
garantizadas nuestras vidas, en nuestras casas y sótanos, sobreviviendo sin
libertad, entretenidos y alienados gracias a la televisión, internet y las
redes sociales. Lo cual completa el cuadro dantesco de nuestra deshumanización
e indolencia, pues en una sociedad como la nuestra, cerca del 50% de la
población económicamente activa sobrevive en el rebusque de la informalidad del
espacio público, entre la legalidad y la ilegalidad, en el contacto permanente
e interpersonal propio de la vida y la precariedad peatonal. ¿Cómo
sobrevivirán? ¿Será posible que todos se conviertan en Rappitenderos? Y el
resto esperamos cómodamente en casa, frente al televisor, que nos llegue la
vida a domicilio, convertidos en dóciles teletrabajadores. Sin duda, ¡parece
que la fantasiosa economía naranja será la panacea universal! Volveremos a
descubrir lo que significa una institución imaginaria y en profunda crisis, la familia, y nos tocará reinventarla, con la
ayuda del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y la sabiduría de doctrinas y corrientes políticas como
Tradición, Familia y Propiedad. En ella, volveríamos a aprender saberes
ancestrales y vitales: cómo lavarnos las manos, eludiendo nuestras
responsabilidades públicas; cómo guardar distancia del prójimo, especialmente
del pobre que le sudan las manos y expele desagradables humores, como en
Parásito. Pero, sobre todo, cómo renunciar a nuestra libertad y recluirnos en
la comodidad de nuestros hogares, porque las ciudades son peligrosas y se han
convertido en calles y parques fantasmales, mortales. Porque lo público está
agonizando y pareciera que lo privado es nuestro espacio de salvación. Y ese
sería, sin duda, el triunfo del Covid-19 sobre la humanidad y con ella la
conversión de la política en una pandemia claustrofóbica. Renunciaríamos a
nuestra condición de ciudadanos y al ejercicio de nuestra libertad. Nos
convertiríamos en una especie de siervos a merced de gobernantes incompetentes,
auténticos mercaderes de la muerte, complacidos por haber reducido la política
a la gestión de una pandemia tanática. Ahora todos gustosamente renegamos de
nuestra dimensión más humana: la libertad. ¡Que viva el toque de queda! ¡Abajo
la libertad! Sin duda, no hay libertad sin vida, pero la pregunta es ¿Podemos
vivir sin libertad? ¿Se puede generar vida económica, víveres y servicios para
todos, cada vez con menos libertad? Tal es el desafío para todos, pero
especialmente para la política, que no puede reducirse al arte de lavarse las
manos con absoluta impunidad y, mucho menos, a perder el sentido de su
existencia: la vida pública en libertad.
(ellano@javerianacali.edu.co)