sábado, marzo 21, 2020

La política, entre la pandemia tanática y la reclusión vital.



LA POLÍTICA, ENTRE LA PANDEMIA TANÁTICA Y LA RECLUSIÓN VITAL

Hernando Llano Ángel.

Y de repente, el mundo comprendió –demasiado tarde— que la política es un asunto de vida o muerte. Que es mucho más que firmar tratados comerciales o gobernar con consignas xenófobas como “America first”. Mucho más que declarar, negar guerras o firmar acuerdos de paz. Que si no recobramos, entre todos, su sentido vital y público, corremos el riesgo de convertirla en una estrategia para la gestión de la muerte y el eclipse de la libertad, en lugar de una responsabilidad colectiva para la supervivencia global y la convivencia social en libertad. Quizá esta sea la más importante y paradójica enseñanza del Covid-19, el retorno del sentido vital de la política y el riesgo mortal que entraña para la libertad personal y pública. Un retorno forzado a la política y a su existencia ubicua por el miedo a la muerte y nuestra infinita fragilidad, que nos reduce a unas cuantas dimensiones biopolíticas esenciales, imprescindibles e iguales para todos: respirar, beber, comer y cuidarnos colectivamente para sobrevivir. Parafraseando a Karl Deutsch, en su libro “Política y Gobierno. Cómo el pueblo decide su destino”: “la política es el aire que respiramos, el agua que bebemos, los lugares por donde transitamos” (cada vez más limitados) y agregaba en tono profético: “la salud de nuestros ancianos y la dignidad de nuestros pobres”. Tal la esencia de la política, más allá de su reducción polémica a estrategias de poder y dominación. Más allá de sus oropeles institucionales y la vanidad de gobernantes narcisistas, incapaces de comprender que sus cargos son el mayor ejercicio de responsabilidad colectiva y pública existente. En su infantilismo institucional, son incapaces de comprender que de sus decisiones y omisiones depende la vida de millones de seres humanos, más allá del fetichismo constitucional o legal que les otorga ciertas competencias que no saben ejercer oportunamente. En fin, comediantes del poder, expertos en procrastinar en lugar de gobernar, que abundan en casa, en el vecindario y en las supuestas democracias avanzadas del “primer mundo”. Ahora resulta que todos “vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos”, como sabiamente escribió Enrique Santos Discépolo. De pronto desapareció esa ficción y argucia de la dominación de un planeta dividido en “primero y tercer mundo”. Todos vivimos y morimos en este mundo de cambalache, que nos está pasando una letal cuenta de cobro, por nuestra codicia e indolencia de consumidores compulsivos.

Ningún cuento chino

Y, para mayor ironía, esa cuenta de cobro fue girada desde la sociedad con mayor crecimiento económico de las últimas décadas en el mundo, desde una de las regiones más prósperas y tecnológicamente  avanzadas, Wuhan que, como toda la China Popular, ha proclamado el mercado, el consumo y el lujo en el máximo y casi único sentido de vivir. En otras palabras, el “sueño americano” convertido en pandemia universal, en una pesadilla escrita a varios manos por profetas y políticos tan dispares como Marx y Hayek, desde la economía política, y Mao y Trump desde el liderazgo político. Algo absolutamente inimaginable, apenas parecido a la laureada película Parásito, que bien podría ser la mejor alegoría del Covid-19, pues casi todos vamos a quedar recluidos y atrapados, sin tener garantizadas nuestras vidas, en nuestras casas y sótanos, sobreviviendo sin libertad, entretenidos y alienados gracias a la televisión, internet y las redes sociales. Lo cual completa el cuadro dantesco de nuestra deshumanización e indolencia, pues en una sociedad como la nuestra, cerca del 50% de la población económicamente activa sobrevive en el rebusque de la informalidad del espacio público, entre la legalidad y la ilegalidad, en el contacto permanente e interpersonal propio de la vida y la precariedad peatonal. ¿Cómo sobrevivirán? ¿Será posible que todos se conviertan en Rappitenderos? Y el resto esperamos cómodamente en casa, frente al televisor, que nos llegue la vida a domicilio, convertidos en dóciles teletrabajadores. Sin duda, ¡parece que la fantasiosa economía naranja será la panacea universal! Volveremos a descubrir lo que significa una institución imaginaria y en profunda crisis,  la familia, y nos tocará reinventarla, con la ayuda del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y la sabiduría de doctrinas y corrientes políticas como Tradición, Familia y Propiedad. En ella, volveríamos a aprender saberes ancestrales y vitales: cómo lavarnos las manos, eludiendo nuestras responsabilidades públicas; cómo guardar distancia del prójimo, especialmente del pobre que le sudan las manos y expele desagradables humores, como en Parásito. Pero, sobre todo, cómo renunciar a nuestra libertad y recluirnos en la comodidad de nuestros hogares, porque las ciudades son peligrosas y se han convertido en calles y parques fantasmales, mortales. Porque lo público está agonizando y pareciera que lo privado es nuestro espacio de salvación. Y ese sería, sin duda, el triunfo del Covid-19 sobre la humanidad y con ella la conversión de la política en una pandemia claustrofóbica. Renunciaríamos a nuestra condición de ciudadanos y al ejercicio de nuestra libertad. Nos convertiríamos en una especie de siervos a merced de gobernantes incompetentes, auténticos mercaderes de la muerte, complacidos por haber reducido la política a la gestión de una pandemia tanática. Ahora todos gustosamente renegamos de nuestra dimensión más humana: la libertad. ¡Que viva el toque de queda! ¡Abajo la libertad! Sin duda, no hay libertad sin vida, pero la pregunta es ¿Podemos vivir sin libertad? ¿Se puede generar vida económica, víveres y servicios para todos, cada vez con menos libertad? Tal es el desafío para todos, pero especialmente para la política, que no puede reducirse al arte de lavarse las manos con absoluta impunidad y, mucho menos, a perder el sentido de su existencia: la vida pública en libertad.

(ellano@javerianacali.edu.co)


Transición de verdad y verdades en trance II.


TRANSICIÓN DE VERDAD Y VERDADES EN TRANCE (II)

(Marzo 13-2020)

Hernando Llano Ángel.

Ya no cabe la menor duda que estamos viviendo una transición donde cada día se nos revelan más verdades, así sus protagonistas se empecinen en negarlas. Las verdades del Ñeñe relacionadas con el apoyo financiero, “por debajo de la mesa”, a la campaña presidencial de Duque en el 2018 en la Guajira, así como las múltiples evidencias de sus estrechas relaciones con el entonces candidato y con su padrino político, el senador Uribe, nos vuelven a confirmar que la esencia de nuestro régimen político es su simbiosis con la criminalidad. Una simbiosis de carácter histórico y estructural, cuyo origen no es otro que la poderosa existencia de economías ilegales, siendo la del narcotráfico la que tiene mayor capacidad de mutación, infiltración y cooptación. Ahora que estamos de conmemoraciones míticas, como la de la séptima papeleta, conviene recordar que ella fue una respuesta juvenil al poder criminal del narcotráfico, asociado con prestantes figuras del establecimiento político y de organismos de inteligencia estatales, sin los cuales los tres magnicidios en línea no habrían sucedido: Galán, Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro. Transcurridos más de treinta años, esa relación continua vigente y creciente, con la gravedad que se trata de ocultarla o minimizarla al máximo, simplemente porque ha adquirido la dimensión inexpugnable de ser el régimen político imperante. Y ello ha venido sucediendo de manera casi imperceptible, bajo la narcotización creciente del conflicto armado interno y la financiación permanente de las campañas políticas presidenciales.

Un pasado presente

Ya en 1982, el entonces candidato López Michelsen, contaba a Enrique Santos Calderón, en su libro de conversaciones “Palabras pendientes”, la forma como se financiaron las campañas presidenciales:

“Posteriormente, cuando terminaron las elecciones, en las que participaron como candidatos, además de mi persona, Belisario Betancur y Luis Carlos Galán, se nombró una comisión investigadora sobre el ingreso de los llamados dineros calientes a las campañas, comisión que absolvió de culpa a los tres grupos. Lo cual no resultaba muy afortunado, porque examinaron las cuentas de Bogotá y, por ejemplo, las de Belisario funcionaban en Antioquia. Su tesorero era Diego Londoño, que después trabajó como gerente del metro de Medellín, y que tenía relaciones muy cercanas con Pablo Escobar. Hoy se encuentra preso. Pero, del otro lado, está también el caso de Rodrigo Lara Bonilla, que es aún más impresionante porque la mafia le metió un cheque que a la postre le costó la vida”. (Palabras Pendientes, conversaciones con Enrique Santos Calderón. p.142.)

Desde entonces hasta nuestros días y las recientes declaraciones del Ñeñe, los escándalos no cesan, aunque para todos sea una historia conocida y sin fin. Una historia cada vez más inextricable, escrita a varios manos entre muchos protagonistas de la política y otros tantos de la violencia, la ilegalidad y el crimen. No gratuitamente la épica séptima papeleta, que con tanto entusiasmo promovimos, terminó capitalizada por el mismo Pablo Escobar que coronó en el artículo 35 de la Constitución la prohibición de la extradición. Y para poner fin a su ola incontenible de narcoterrorismo, luego de su fuga de la Catedral, el mismo presidente Gaviria tuvo que promover la alianza criminal de la Policía Nacional con los PEPES y estos se metamorfosearon rápidamente en narcoparamilitares, luego incursionaron exitosamente en la parapolítica, controlaron el Congreso, con sus mayorías cambiaron un articulito de la Constitución y fueron tan imprescindibles para la gobernabilidad, que el mismo presidente Uribe los convocaba a votar, antes de ir a la cárcel, para que aprobaran su proyectos de ley. Tales verdades, por más que las nieguen y rechacen sus protagonistas, hacen parte de nuestras vidas y de los cientos de miles de víctimas, aunque una mayoría de colombianos prefieran no verlas y mucho menos reconocerlas. Son múltiples y horrendas verdades en trance que cada día nos revelan la JEP y la Comisión de la Verdad: los miles de secuestros de las Farc-Ep; las desapariciones forzadas sin cuenta; los “falsos positivos”, los millones de desplazados y despojados de sus parcelas, los atentados terroristas y ahora el asesinato sistemático de líderes sociales, defensores de derechos humanos y reincorporados. En fin, un cúmulo de verdades que claman responsabilidades, que nos interpelan y, en cierta forma, nos condenan si no somos capaces de actuar y rechazar este régimen político que, certeramente describió así Álvaro Gómez Hurtado, cuando lo presidía Ernesto Samper, y aplica perfectamente para Duque:

“El régimen transa las leyes con los delincuentes, influye sobre el Congreso y lo soborna. El régimen es un conjunto de complicidades. No tiene personería jurídica ni tiene lugar sobre la tierra. Uno sabe que el Gobierno existe porque uno va a Palacio y alguien contesta, que resulta ser por ejemplo el Presidente de la República, y va al Congreso y ahí sale su presidente, pero el régimen es irresponsable, está ahí usando los gajes del poder, las complicidades. El Presidente es el ejecutor principal del régimen, pero está preso. A mí me da pena repetirlo, pero el Presidente es un preso del régimen. El régimen es mucho más fuerte que él, tiene sus circuitos cerrados, forma circuitos cerrados en torno de la Aeronáutica Civil, de las obras públicas, de los peajes, y en ellos no deja entrar ninguna persona independiente” (Revista Diners #303, junio 1995).
                                                             
   

TRANSICIÓN DE VERDAD Y VERDADES EN TRANCE (I) (FEBRERO, 18 DE 2020)


TRANSICIÓN DE VERDAD Y VERDADES EN TRANCE (I)
(FEBRERO, 18 DE 2020)


Hernando Llano Ángel

Es tal la avalancha de declaraciones y revelaciones sobre nuestra realidad política, que es casi imposible discernir la verdad  o la mentira contenida en ellas. Pero, sin lugar a dudas, las más inquietantes corren a cargo de una pareja de protagonistas de la vida política nacional: Aida Merlano y Álvaro Uribe Vélez. No obstante la distancia insalvable que los separa por sus ejecutorias políticas, ambos tienen en común dos hechos irrefutables, de carácter público. El primero, sus líos con la justicia y, el segundo, que sus declaraciones nos parezcan al conjunto de los colombianos inverosímiles, aunque los dos sostengan que dicen toda la verdad y que así es la realidad.

La Declaración de Renta de Uribe

Para empezar, tenemos la Declaración de Renta de 2018 del senador Álvaro Uribe Vélez, hecha pública en virtud de la ley que a regañadientes aprobó el Congreso, forzado por los cerca de 12 millones de ciudadanos que lo exigimos en la Consulta Anticorrupción. En ella aparece que no tuvo que pagar un solo peso por concepto de impuestos, no obstante que su patrimonio bruto es superior a 12 mil millones de pesos, que  sus ingresos brutos alcanzaron la suma de casi 457 millones pesos y además percibió  51 millones por pensión.  Pero, según la verdad tributaria, claramente explicada por contadores profesionales consultados por Portafolio, ello no solo es legal sino que también se corresponde con la realidad de nuestro régimen tributario, como puede leerse en https://www.portafolio.co/economia/noticias-del-dia-declaracion-de-renta-de-uribe-colombia-hoy-538212.  Todo parece indicar que la Declaración del senador Uribe es tan tributariamente correcta como injusta e indignante para la inmensa mayoría de colombianos, especialmente para una clase media que paga impuestos con ingresos muy inferiores y con un pírrico patrimonio. Vergüenza debería sentir el senador por violar en forma tan ostensible el numeral 9 del artículo 95 de nuestra Constitución Política: “Contribuir al financiamiento de los gastos e inversiones del Estado dentro de conceptos de justicia y equidad”. Por revelaciones como las anteriores es que estamos viviendo una coyuntura política de verdades infamantes e insostenibles, no sólo en el ámbito de lo tributario, sino en el más doloroso y grave del conflicto armado interno. A tal punto que el general (R) Mario Montoya ante la JEP negó su responsabilidad como comandante del Ejército en la ejecución de los “falsos positivos” y los atribuyó a: “soldados muy pobres, ignorantes, que no entendían la diferencia entre resultados y bajas, por eso cometieron los falsos positivos”.

Una legislación inicua y criminal

Pero así como las normas tributarias explican el aberrante caso de injusticia fiscal a favor del senador Uribe, la Directiva 029 de 2005 de la “seguridad democrática” también explica legalmente la barbarie de las ejecuciones extrajudiciales, mal llamadas “falsos positivos”, con la firma del entonces ministro de defensa Camilo Ospina y la dirección militar del Comandante del Ejército, general Mario Montoya. Frente a estas horrendas verdades, revestidas de legalidad tributaria y marcial, los delitos de Aida Merlano parecen prácticas usuales en la dinámica política y electoral de nuestra simulada democracia.

Y, por escandaloso que suene, tal es la verdad al lado de las numerosas masacres de los grupos paramilitares aliados con senadores y representantes condenados por parapolítica, como puede consultarse en Verdad Abierta: https://verdadabierta.com/de-la-curul-a-la-carcel/, a quienes exhortaba el entonces presidente Uribe que “votaran sus proyectos de ley antes de ir a la cárcel”[1].  Por todo ello, se puede decir que estamos viviendo una transición de verdad que nos revela muchas verdades en trance. Una de esas verdades es la de Aida Merlano que, por su gravedad y aparente espontaneidad, merece un tratamiento especial en una próxima entrega, para no incurrir en la ligereza de banalizar y mucho menos justificar sus éxitos electorales y los de sus distinguidos mentores y patrocinadores como algo inherente a la democracia

PELÍCULAS DE VERDAD CONTRA LA REALIDAD

PELÍCULAS DE VERDAD CONTRA LA REALIDAD

(febrero 3 de 2020)


Hernando Llano Ángel.

Cuando alguien nos cuenta algo inverosímil, le decimos que no nos venga con otra “película de vaqueros”, pues en ellas no solo distinguimos claramente a los malos y los buenos, sino que además siempre terminan ganando estos últimos. Los fanáticos de estas películas salen felices de los teatros, se van plácidamente a dormir y al otro día se reconcilian con la vida. Se levantan convencidos que pertenecen al bando de los buenos y están protegidos por sus gobernantes contra los malos. Pero en ocasiones asistimos a películas que nos revelan, en medio de su ficción y elaboradas tramas, que la vida es otra cosa y que en la realidad los papeles de buenos y malos no están prefijados. Al punto que las ficciones terminan siendo más verdaderas que la misma realidad. Es lo que acontece con la mayoría de películas que este año están nominadas a los premios Oscar en Hollywood. Empezando por aquellas que abordan terribles acontecimientos, como el nazismo, con la corrosiva e hilarante parodia de Jo Jo Rabbit de Taika Waititi, y Érase una vez… en Hollywood de Tarantino, pues en ambas la imaginación de sus creadores y directores nos revelan que la realidad es mucho más compleja que lo acontecido. En estas películas, los actores y sus circunstancias tienen más aristas y sombras que aquellas que nos proyecta la historia oficial con su verdad congelada en la memoria colectiva. Película como El irlandés, de Scorsese, nos devela que las relaciones entre el crimen y la alta política del Estado, presidida por un descendiente de irlandeses, como J.F. Kennedy, son desde entonces un rasgo estructural en la política doméstica e internacional  de los Estados Unidos de Norteamérica. La ambigüedad del título juega con el rol protagónico de Robert De Niro y el político histórico de las relaciones sostenidas por Kennedy, el otro “irlandés”, con la mafia norteamericana y la fracasada invasión a bahía Cochinos, que al parecer termino por sacarlo violentamente del libreto del poder.

EL OSCAR DE LA IMPUNIDAD

Y hoy dicha relación entre la política y el crimen está protagonizada por Donald Trump, al extremo de ser intocable por la justicia, pues sus copartidarios republicanos no solo impidieron la comparecencia de testigos, como John Bolton ante el Senado, y la presentación de nuevas pruebas, sino que lo absolverán, consagrando así una impunidad presidencial que  convierte a esa democracia imperial en una tragicomedia criminal. Así las cosas, la absolución de Trump debería estar nominada para ganar el Oscar a la mejor película --en el género histórico del colapso de la democracia por la simbiosis entre política y criminalidad--  y el mismo Trump ser reconocido como el mejor actor en el escenario de la mentira y la simulación de justicia. Seguramente en algunos años estaremos viendo, en una excelente película, más escenas verdaderas sobre lo ocurrido en este juicio simulado, que la profusión de fake news que nos invadirán durante las próximas semanas relacionadas con la absolución de Trump, que lo elevará a la consagración estelar de ser el mejor protagonista del poder de la mentira y la soberbia narcisista. A las anteriores dotes hay que sumar su misoginia y vulgaridad machista, que pone de presente la película “El escándalo”, recordándonos los trinos de Trump contra la corresponsal de Fox News, Megyn Kelly, protagonizada por Charlizie Thereson, humillada y ridiculizada por el entonces candidato republicano. Pero suele acontecer que el buen arte termina siendo el juez más implacable de los ambiciosos de turno revestidos de poder, como en este caso sucede con Trump, más allá de las complicidades de la mayoría republicana que lo absuelve y protege. Parece que algo similar ocurre entre nosotros, pero en un nivel bucólico y pintoresco, con más de un protagonista de la vida política nacional actualmente en la antesala de la justicia. Incluso para desentrañar la sangrienta madeja tejida por la política y el crimen, disponemos de una compleja tramoya conformada por la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de búsqueda de personas dadas por desaparecidas en desarrollo del conflicto armado interno. Solo nos queda esperar la película nacional que proyecte estos personajes intocables y nos revele sus proezas criminales, tanto de la diestra como de la siniestra. No hay duda que tenemos suficiente talento joven para asumir semejante desafío, pero quizá falte el patrocinio y el valor civil para que puedan  hacerlo.

Hollywood como conciencia crítica y pantalla de verdad

La próxima ceremonia en Hollywood de entrega de estatuillas en las diversas categorías, promete ser el mejor tribunal de la conciencia crítica y la sensibilidad artística contra esta realidad que vivimos, global y nacionalmente, infestada por un virus más mortal que el temido coronavirus. El virus que portan aquellos gobernantes que niegan la realidad, la crisis climática, la devastación del planeta, el nuevo holocausto de millones de migrantes, la desigualdad social infamante y, en general, todos aquellos portadores sanos y buenos ciudadanos que creen que la vida se agota en el éxito empresarial y la  felicidad familiar, como lo denuncian con implacable humor las películas Parásito y Joker. Son de antología las secuencias escatológicas de Parásito ridiculizando la portentosa tecnología de Corea del Sur y su aberrante discriminación clasista, expresada en el agudo olfato del exitoso empresario y ejemplar padre de familia, que vive como un auténtico parásito del trabajo, el talento y el esfuerzo de los demás. Así como también Joker ejecuta al  bufón del entretenimiento y la mentira, protagonizado por De Niro, animador de un concurso televisivo tan parecido al dirigido por Trump en el pasado,  The Apprentice, en el que ridiculizaba y humillaba a los perdedores, con su grito: Estás despedido! Sin duda, esta temporada de películas nominadas nos está proyectando en la pantalla más verdad que la misma realidad. La ficción y el arte develando las mentiras del poder, el cinismo criminal de George W Bush y la complicidad de Tony Blair, en Secretos de Estado; el acoso sexual como chantaje para el ascenso laboral en El Escándalo; el sufrimiento y la degradación en la vida artística de Judy a costa de su salud y muerte.  Y, para terminar la función con una lección de humanidad y coraje, la película de Sam Mendes, 1917, heroica y antibélica que exalta la ética y el honor del guerrero. Vale la pena ver y compartir estas producciones, pues corroboran que en nuestros días la ficción cinematográfica no solamente es superior a la realidad sino mucho más verdadera.