lunes, febrero 28, 2022

Gustavo Petro y Alejandro Gaviria, entre el realismo político y el oportunismo electoral.

 

Gustavo Petro y Alejandro Gaviria: Entre el realismo político y el oportunismo electoral

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Hernando Llano Ángel.

Entre Gustavo Petro y Alejandro Gaviria parecen existir más coincidencias que divergencias. Especialmente en la búsqueda desesperada de votos, pues sus campañas articulan cínicamente el realismo político con el oportunismo electoral. Para ello despliegan sus dotes de sofistas en los debates y las plazas públicas. Ambos apelan al pluralismo del diálogo y el respeto contra principios y valores políticos que desprecian, como la coherencia ideológica y la ética pública, que consideran fundamentalismos hipócritas de sus opositores. Así, Petro[1] explica y justifica su coalición frustrada con el liberal Luis Pérez Gutiérrez[2], quien todavía defiende la masacre de la operación Orión en la comuna 13 de Medellín cuando la respaldó desde la alcaldía. Y Alejandro Gaviria justifica el apoyo del expresidente César Gaviria y otra pléyade de curtidos políticos, avezados en el arte de embaucar con lemas demagógicos como “Bienvenidos al futuro”, tan parecido a su mantra electoral: “Colombia tiene que tener futuro”. Tanto Gustavo Petro como Alejandro Gaviria se han convertido, con poca coherencia y mucha desvergüenza, en cazadores y depredadores de votos. Por ello no deja de ser irónico que se disputen los restos del electorado del moribundo partido liberal, como aves carroñeras y voraces que buscan los favores del expresidente y sus lugartenientes electorales o de disidentes, como el senador Luis Fernando Velasco Chaves[3]. Ambos, en su desaforada carrera por ganarle a sus contrincantes, reconocen un principio de realidad inobjetable: las elecciones se ganan con votos, pero se olvidan que ellos no confieren automáticamente respetabilidad y menos gobernabilidad democrática. Más bien tiende a suceder todo lo contrario. Esos votos cautivos y de maquinaria se convierten, cuando están gobernando, en un lastre de compromisos clientelistas y en una contemporización con la codicia de quienes se han dedicado toda su vida a desfalcar los bienes e intereses públicos y a vivir como “nobles extorsionistas” en el Congreso y “duques perfectos” en el Gobierno. Degradan la democracia en una putrefacta cacocracia que gobierna impunemente gracias a la ingenuidad, la ignorancia y la necesidad de millones de electores que depositan cada cuatro años sus esperanzas en las urnas. Millones de ciudadanos votan entusiasmados e ilusionados pensando que sus vidas cambiaran simplemente marcando un tarjetón, como lo hacen los compradores compulsivos de baloto y lotería cada semana. Botan en las urnas sus ilusiones, estimulados por candidatos que prometen lo imposible, cambiar la historia en cuatro años, reinventar la política y tener un futuro luminoso gobernando con los mismos de siempre, pues sin pudor buscan y reciben sus apoyos. Así las cosas, las elecciones entre nosotros se convierten en un juego de ilusiones, una feria de egos entre “buenos y malos”, un campo de batalla donde son eliminados los que juegan limpio desde el activismo y el liderazgo social, como la precandidata Francia Márquez[4], y pretenden cambiar unas reglas que siempre favorecen a los mismos con las mismas, todo ello en nombre de la “democracia más profunda y estable de Sudamérica”. Sin duda, la más profunda en cavar fosas comunes y estable en perpetuar desigualdades sociales, prejuicios de clase, raciales y odios viscerales, que hoy representan cabalmente la mayoría de los candidatos en competencia, así se esfuercen por ocultarlo con finos modales y palabras corteses. Salvo contadas excepciones, como los candidatos Carlos Amaya[5] y Francia Márquez, en los demás predominan las formas y el marketing sobre la autenticidad y el contenido, siendo campeones de la impostura y la chabacanería Federico Gutiérrez, Fico, y Rodolfo Hernández, con sus respectivas patéticas imitaciones de Álvaro Uribe y Donald Trump, campeones del autoritarismo, el machismo y la impunidad política.  

Un abismo insondable

Se profundiza así un abismo insondable y letal, pues lo que se dice y promete en las campañas electorales casi nunca se hace desde el gobierno. Las promesas de un futuro luminoso se convierten en sombras de un gobierno penumbroso. La paz en guerra, la vida en muerte y la igualdad en inequidad. Nuestro voto en lugar de elegir un servidor de lo público se troca en la elección de un amo. Ya lo advertía lapidariamente José María Vargas Vila[6]: “Quien vota elige un amo”. Elige un farsante, un testaferro político, aquel que pone su cabeza al servicio de intereses particulares y no de los intereses generales y públicos. Nuestro voto se convierte en un comodín de quien gobierna y cobra en sus manos un sentido y un valor totalmente diferente al que nosotros le confiamos en las urnas. Con él juega en la baraja del poder según los compromisos e intereses con quienes realizó acuerdos y lo catapultaron al Congreso o la Presidencia de la República. Su pregonada independencia y reinvención de la política se transforma en dependencia y vieja política. Sus promesas y programas incumplidos al ser demandados en las calles por una ciudadanía defraudada y engañada, se convierten entonces desde el gobierno en órdenes y políticas públicas que se imponen por la fuerza, a sangre y fuego, invocando la seguridad ciudadana y el orden público. Y quien en campaña estaba interesado en contar en las urnas con el mayor número de cabezas a su favor, ahora empieza desde el gobierno a descontar, despreciar y de ser necesario hasta cortar las cabezas de la oposición, que llamará subversiva y terrorista. Para evitar que este ciclo infernal de anaciclosis[7] se perpetúe indefinidamente es imprescindible que en las próximas elecciones no botemos nuestro voto. Que no elijamos más “amos y doctores”, que dejemos de ser siervos y nos comportemos como ciudadanos responsables y no como millones de ingenuos o entusiastas electores que marcan el tarjetón como si fuera un baloto o, peor aún, lo hacen contra el candidato que temen y odian o solo para obtener beneficios personales y un certificado electoral. Un certificado que les dará media jornada de descanso laboral y otros beneficios menores, que corrompe legalmente su independencia y juicio ciudadano, pues consagra sutilmente la compraventa de su voluntad con una serie  incentivos fijados en la ley 403 de 1997[8]. Sin olvidar que nos queda el recurso extremo e improbable del voto en blanco[9], como expresión de nuestra máxima soberanía ciudadana, pues si obtenemos la mayoría absoluta de los votos válidos, la mitad más uno, se tendría que convocar nuevas elecciones con otros candidatos presidenciales. Algo tan imposible de alcanzar como la paz en Ucrania mediante un plebiscito libre de sus ciudadanos sin la intervención de Putin y la OTAN, sin la presencia mortal de la guerra y la opresión imperial de tropas invasoras. Es lo que tenemos, aquí y allá, con las obvias diferencias de modo, tiempo y lugar, una dispersa y atemorizada ciudadanía gobernada por un frondoso entramado de intereses cacocráticos y plutocráticos que llama paz a la guerra, vida a la muerte, libertad a la sumisión y verdad a la mentira institucionalizada.

  



¿Entre la transición democrática o la consolidación cacocrática?

¿Entre la transición democrática o la consolidación cacocrática?

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Hernando Llano Ángel

Tal es la disyuntiva frente a la cual nos encontramos los colombianos en estas elecciones para el Congreso y la Presidencia de la República. Así lo comprobamos si repasamos los más recientes escándalos en las tres principales coaliciones y los perfiles de los precandidatos y candidatos presidenciales mejor posicionados en los sondeos de intención de voto.

¿Coaliciones políticas o complicidades electorales?

Primero, presenciamos el escándalo erótico-electoral protagonizado por Alex Char y Aida Merlano[1] en la Coalición por la Experiencia o Equipo Colombia. Escándalo que nos revela bien el origen del nombre inicial de dicha coalición dada su probada experiencia para ganar comicios comprando votos y robando la confianza de ciudadanos ingenuos. También su capacidad como equipo para atraer a sus filas a valiosas mujeres como Caterine Ibarguen[2] y ponerla a saltar al vacío de la politiquería y el clientelismo bajo la dirección y entrenamiento de una especialista en el tráfico de votos e intrigas, como Dilian Francisca Toro, que ahora autodenomina a su empresa electoral el “partido de la Unión por la gente”[3]. Un “Equipo Colombia” donde además destacan figuras como Federico Gutiérrez, Fico[4], que parece estar en el concurso “Yo me llamo” representando una versión vulgar y juvenil de Álvaro Uribe Vélez, impostando su voz con expresiones tan prosaicas y destempladas propias de un culebrero paisa.  En la segunda coalición, la de la Esperanza, la agria controversia entre Ingrid Betancourt[5] y Alejandro Gaviria[6] sobre las maquinarias y los votos cautivos, replicada recientemente por la disputa entre el plebeyo Carlos Amaya[7] y el patricio Juan Manuel Galán[8], nos muestra claramente el peso determinante de la tradición familiar y de clase social para coronar una carrera política con éxito. Y, para terminar, la escabrosa denuncia[9] contra Piedad Córdoba[10], como candidata al Senado por la coalición del Pacto Histórico, nos pone de presente de nuevo las deletéreas y deslegitimadoras relaciones entre la política y la violencia, que también proyecta sombras del pasado guerrillero de Petro[11] sobre el presente y futuro electoral de su coalición para el Congreso y su propia candidatura presidencial.

Perfiles difuminados y cuestionados

Sombras que están siendo difuminadas en forma intensa, tendenciosa y tenebrosa por las redes sociales, atribuyéndole responsabilidad en crímenes horrendos no probados en la serie de vídeos denominada “Pacto de Silencio”[12], que hacen contrapeso a los presentados por Matarife[13] sobre el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Todo lo anterior es más propio de un régimen político cacocrático[14] que de uno democrático, pues sus dos principales figuras aparecen gravemente comprometidas con la violencia y la ilegalidad desde espectros ideológicos antagónicos. Gustavo Petro con la rebelión en un pasado lejano, sepultada en los escombros de la violenta toma del Palacio de Justicia ejecutada por el M-19 en 1985, siendo entonces Petro personalmente ajeno a semejante extravío político y militar, pues no pertenecía al Comando central de dicha guerrilla al mando de Álvaro Fayad, cerebro de semejante delirio. Y Álvaro Uribe con la represión estatal y el apoyo de las AUC en un pasado cercano y su “exitosa Seguridad democrática” que dejó más de 6.000 ejecuciones extrajudiciales o “falsos positivos” de jóvenes cruelmente engañados y asesinados. Legado que se prolonga hasta el actual gobierno de su partido, el Centro Democrático, con sus funestos resultados en el deterioro de la seguridad ciudadana y el auge incontrolable de la criminalidad común y política, bajo la cínica bandera de “Paz con legalidad”. Así las cosas, cada ciudadano afín a dichos líderes, sus proyectos políticos y partidos se encuentra frente a dilemas decisionales que superan lo electoral y comprometen su juicio ético y moral, en tanto persona responsable y no un simple elector manipulable. En verdad, es una decisión difícil de tomar, teñida de emociones, sentimientos de odio y amor, miedos y esperanzas, que la convierte más en una cuestión pasional que racional. Quizá por lo anterior aparecen con tanto auge figuras como Rodolfo Hernández que se disfraza de antipolítico y se exhiben como empresario[15] exitoso e incorruptible[16], salvadores de la Nación. Embuste con el cual seduce fácilmente a millones de ciudadanos incautos, hastiados de la violencia y la corrupción, que prefieren no pensar sino confiar ciegamente en una persona tan patética y superficial que confunde la política con los negocios y la complejidad de una nación, como la nuestra, con la administración exitosa de una empresa de ingeniería como la suya. Tal confusión conlleva no solo una corrupción irreparable e irreversible de la política, ya que la complejidad y gravedad de nuestros conflictos sociales y económicos no son superables con simples decisiones empresariales y administrativas o con voz de mando patronal, sino con acuerdos sociales que implican transformaciones históricas que afectarán privilegios y desigualdades cada día más inadmisibles. Es decir, acuerdos públicos y no simples decisiones personales sobre cuestiones tan cruciales como la justicia social, el modelo de desarrollo económico y la sostenibilidad ambiental, que no dependen solo de la buena voluntad de un gobernante sino de numerosos actores políticos y sociales con legítimos y contrarios intereses en conflicto. Es todo lo anterior lo que menosprecian antipolíticos como Hernández y expresidentes tan incompetentes y corruptos como Trump, incapaces incluso de reconocer hasta sus derrotas electorales y de separar sus intereses empresariales de los públicos y generales. Por ello es que en las elecciones de marzo, mayo y junio lo que está en juego no solo es quien gana, sino algo mucho más trascendental. Vamos a decidir si avanzamos hacia una transición democrática y dejamos atrás este régimen cacocrático o, por el contrario, lo consolidamos por otros cuatro años. Y esto último acontecerá si botamos nuestro voto al elegir a los menos competentes y comprometidos con los intereses públicos, la paz política, la equidad social y la sostenibilidad ambiental. Es una decisión indelegable que cada persona debe tomar teniendo en cuenta que no solo está en juego su vida, seguridad y prosperidad, sino la de toda la sociedad y nuestras futuras generaciones.



  

jueves, febrero 17, 2022

La perversión electoral de la democracia en Colombia.

 

LA PERVERSIÓN ELECTORAL DE LA DEMOCRACIA EN COLOMBIA

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Hernando Llano Ángel

Las elecciones se han convertido en el principal mecanismo de perversión de la democracia en Colombia, como lo comprobamos diariamente. No solo por el escándalo pornoelectoral de Alex Char, Aida Merlano y la casa Gerlein[1], sino más bien porque las elecciones en nuestro país han servido más para expropiar y engañar a la voluntad ciudadana que para expresarla. Y cuando los comicios han estado más cerca de expresar la voluntad de las mayorías, sus destinatarios han sido asesinados: Jorge Eliecer Gaitán[2], el 9 de abril de 1948 y Luis Carlos Galán[3], el 18 de agosto de 1989. Pero también esa voluntad ha sido robada, como sucedió el 19 de abril de 1970 con el general Gustavo Rojas Pinilla y la Alianza Nacional Popular (Anapo)[4]. En otras coyunturas críticas los comicios han sido más un escenario para los magnicidios y las masacres que una arena política para la competencia civilizada por el poder estatal. Así aconteció en 1984 con la aparición de la Unión Patriótica[5] y el exterminio a sangre y fuego de miles de sus militantes y simpatizantes, entre los que hay que mencionar sus dos candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal,[6] 11 de octubre de 1987 y Bernardo Jaramillo Ossa,[7] 22 de marzo de 1990. La saga sangrienta continuaría con Carlos Pizarro Leongómez[8] del recién desmovilizado M-19, asesinado en desarrollo de su campaña electoral el 26 de abril de 1990. En menos de 9 meses, entre el 18 de agosto de 1989 y el 26 de abril de 1990, se abortó violentamente el nacimiento de una democracia que intentaba romper el vínculo mortal entre la política y el crimen del narcotráfico, además de albergar a quienes hacían el tránsito de las armas a la vida civil; del campo de batalla mortífero a la controversia política vital. Los poderes de facto, todavía intactos, no les permitieron ser contados en las urnas, más sí en las tumbas, a quienes lideraban electoralmente esa gesta: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro. En otras palabras, entre nosotros las elecciones presidenciales en momentos críticos e históricos --como el mencionado y el que actualmente vivimos— parecen servir más para cortar cabezas que para contarlas. Es decir, para enterrar las débiles semillas democráticas, en lugar de consolidarlas. Más se demoró la Asamblea Constituyente en proclamar la Constitución de 91 con su espíritu progresista y democrático, que empezar Cesar Gaviria a declarar la “guerra integral” contra las Farc-Ep y la apertura económica neoliberal contra las mayorías en beneficio de minorías y economías foráneas. Desde entonces hasta nuestros días la historia es bien conocida: solo se alcanza la Presidencia de la República con la ayuda de los poderes de facto, legales o ilegales, mediante coaliciones clandestinas o alianzas públicas. Basta recordar: Samper y el proceso 8.000; Pastrana y su canje de votos por la zona de distensión con las Farc-Ep; Uribe y las AUC, en el 2002 y en el 2006 con las Yidis Política y el “articulito” para su reelección; Santos con Odebrecht y el Acuerdo de Paz y hoy tenemos el inefable e incompetente Iván Duque con la “Ñeñe política”, “el que la hace la paga” y su consigna letal de “Paz con legalidad”. Todas las anteriores fórmulas ganadoras tienen en común su capacidad de convertir en votos la escoria de la ambición, como sucedió en el caso del narcotráfico con Samper; la esperanza de la paz, durante el Caguán con Pastrana; el miedo a la violencia y el terror de las Farc-Ep, capitalizado por el odio y la obsesión de un líder carismático, autoritario y patriarcal, como Uribe; hasta el cálculo y la estrategia de un negociante de la paz en busca de seguridad y prosperidad para los negocios, como Santos, que logró desarmar a las Farc-Ep sin modificar un ápice el Statu Quo que las engendró: la miseria del latifundismo, la criminalidad de sus elites y en el presente la ilegalidad del narcotráfico. Con semejante legado ha contemporizado Duque, utilizando para ello una retórica llena de eufemismos y mentiras como la “Paz con legalidad”; “el que la hace la paga”; “homicidios colectivos” en lugar de masacres y “economía naranja” en vez del pan en la mesa.

 ELECCIONES EN RIESGO

Según el informe divulgado esta semana por la Misión de Observación Electora (MOE)[9] «los riesgos electorales se concentran en 23 de los 32 departamentos y en 5 subregiones. Por primera vez desde el 2010, el número de municipios en riesgo por violencia presentó un incremento, llegando a 319.  Además, 18 municipios coinciden en riesgo extremo indicativo de fraude electoral tanto para las elecciones de Cámara como de Senado. El 86.8% de la totalidad de los municipios con Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz (CITREP) presentan riesgos por factores de violencia». Por eso el resultado que nos deja esta administración del Duque perfeccionista es una  cacocracia[10] impune, con escándalos de corrupción crecientes y no una democracia, menos la paz que tanto promueve en sus viajes internacionales, pero es incapaz de garantizar nacionalmente. Duque resultó ser un discípulo aventajado de los expresidentes Julio César Turbay Ayala y Álvaro Uribe Vélez, con la honestidad, talla de estadista y gobernante «demócrata» de ambos. Por último, para completar los prodigios políticos que nos deja el record macabro de ser la nación que ha realizado más elecciones ininterrumpidas en medio de la mayor crisis humanitaria y de desplazados internos del continente, fuimos convocados a un plebiscito[11] en el 2016 para refrendar el Acuerdo de Paz. Pero logramos todo lo contrario: convertirlo en una guerra todavía más degradada, turbia y sangrienta, que hoy nos divide irracionalmente, cuando nos hubiese bastado cumplir el artículo 22 de nuestra Constitución: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Por eso todavía estamos muy lejos de comprender que sin paz política no hay democracia, así como quienes hoy se encuentran disputando nuestros votos se han olvidado que sin paz no hay pan y mucho menos sin pan tendremos seguridad, tranquilidad y prosperidad. Quizá por ello las elecciones entre nosotros se han convertido, con excepción de algunas municipales y departamentales, en la mayor perversión y corrupción de la democracia, pues suelen ganarlas quienes más interés tienen en los negocios y la guerra, no en la política y en la paz transformadora. El 13 de marzo y el 29 de mayo tendremos una nueva oportunidad para evitar que ello continúe sucediendo. No botemos nuestro voto reeligiendo a los traficantes de la democracia en nombre supuestamente de la lucha contra la corrupción y menos a los mercaderes de la muerte que todos los días invocan la paz y la seguridad. Hoy precisamos con urgencia tanto el pan de la equidad como la paz de la reconciliación, no el miedo y la seguridad del codicioso privilegiado y menos aún la revancha histórica de vengadores victoriosos. Una forma de evitarlo es deliberando como ciudadanos y no votar como electores manipulados por el miedo o ilusionados por esperanzas salvíficas, que ningún candidato podrá realizar.



domingo, febrero 13, 2022

PORNOPOLÍTICA Y TANATOCRACIA ELECTORAL

 

PORNOPOLÍTICA Y TANATOCRACIA ELECTORAL

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Hernando Llano Ángel

En estos comicios hay más pornografía que política. Más violencia que debates, más muerte que vida. Más mentiras que verdades. Y mientras ello sucede, todos los candidatos siguen en campaña, fingiendo que nada pasa, como los músicos del Titanic. Poco les importa que Colombia naufraga en sangre y desolación. En lo corrido del año han sido asesinados más de 17 líderes sociales[1] y el desplazamiento forzado ha aumentado exponencialmente, creciendo a un ritmo más vertiginoso que los contagios del ómicron. Los ataques a la Fuerza Pública se han recrudecido en proporción directa a la belicosidad verbal del presidente Duque y su errático ministro de defensa, Diego Molano. Lo grave es que con sus discursos también aumentan los miembros de la Fuerza Pública sacrificados en cumplimiento de sus órdenes. Pero eso no importa, basta con elevar a los soldados y policías masacrados al pedestal de héroes de la patria y seguir afirmando que son víctimas del terrorismo, cuando en realidad ellos mueren en una confrontación degradada y absurda que libran contra enemigos despiadados. Enemigos que aumentan su intensidad de fuego y destrucción como represalia a la obsesión de un gobierno irresponsable e incompetente que en forma cínica nos anuncia todos los días que está ganando la guerra, pero cada día pierde más hombres y mujeres sin lograr contener la ofensiva irregular de dichos grupos criminales. La consecuencia es que cada amanecer comienza con nuevos atentados y la llamada “guerra contra el terrorismo” lo único que produce es más sangre, más desolación, más desplazamiento, más confinamiento, más hambre, miedo y muerte. En una palabra, más terror y dolor. Y a pesar de todo ello las campañas políticas continúan, los candidatos se desgastan y desprestigian mutuamente en batallas morales para demostrarnos quién es más puro y mejor, mientras Colombia se desangra. Entonces sus disputas morales se convierten en frivolidades mortales. Están tan obsesionados con su narcisismo moral que son incapaces de ver que nada corrompe más a la política que la guerra, pues niega la vida y la dignidad de todos, no sólo de quienes la pierden en los campos de batalla o en las calles de nuestras ciudades. Poco les importa los uniformes que portan, las órdenes que cumplen o los intereses que promueven quienes mueren en nombre de estas elecciones letales. Para los candidatos lo único que cuenta es su imagen y la búsqueda desesperada de apoyos. Incluso algunos hacen alianzas con quienes ayer despreciaban y denunciaban por sus relaciones con grupos paramilitares y el desfalco de los bienes públicos. Lo que les importa es ganar, es indiferente que los votos estén salpicados de sangre y depredación, que procedan de quienes ayer auspiciaron por acción u omisión masacres de jóvenes, como la operación Orión en la comuna 13 de Medellín, cuando era alcalde Luis Pérez[2] y hoy aparece en las filas del “Pacto histórico”. Con semejante apoyo dicho Pacto prolonga una historia de ignominia e impunidad, en lugar de la verdad y la dignidad de las víctimas. Todo lo anterior es lo que convierte estas elecciones en una repugnante obra de pornopolítica, más allá de los encuentros clandestinos entre Alex Char y Aida Merlano[3]. Más allá de ese entramando de compraventa de votos y comercio sexual develado en público, lo que nos debería avergonzar es que continuemos como sin nada en esta fiesta electoral en medio de semejante mortandad. En lugar de escandalizarnos tanto por la frivolidad de quienes otrora formaron una exitosa y libidinosa pareja electoral, deberíamos reflexionar sobre nuestra insensibilidad e indolencia ante la violencia política que cercena la vida de quienes promueven con su liderazgo los derechos, la dignidad y la seguridad de toda la sociedad. Que los candidatos no sean capaces ni siquiera de un pronunciamiento público en defensa de la vida y la búsqueda de la paz, esencia de la democracia, porque están demasiado ocupados en ganarle a sus colegas al interior de sus coaliciones, más que a sus adversarios de otros partidos, es algo peor que la pornopolítica, es la total y absoluta putrefacción de la política. Es transformar las urnas en tumbas sin nombrar y menos honrar la memoria de quienes reposan en ellas por haber defendido la vida y la dignidad. Es convertir la democracia tras el velo de las elecciones en una especie de tanatocracia donde gana y gobierna la muerte en lugar de la vida.