domingo, febrero 13, 2022

ENTRE CARAS Y CARETAS POLÍTICOS

 

Entre caras y caretas de políticos

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/caras-caretas-politicos

Hernando Llano Ángel.

Cuando no hay política, es decir, deliberación sobre programas y proyectos que definen el sentido de la vida pública y confieren valor, dignidad, justicia y confianza a la vida compartida entre todos y todas en una Nación, las campañas políticas se convierten en un espectáculo deplorable y se parecen más a un circo que a un debate electoral. Entonces los candidatos aparecen en escena, no enfrentándose cara a cara, sino más bien mostrándonos sus mejores caretas y ocultando al máximo sus verdaderos rostros. No vemos personas, sino personajes, “seres ficticios que intervienen en una obra literaria o película”. En este caso, la película por el papel estelar de ser presidente. No escuchamos propuestas políticas, sino ofensas y descalificaciones personales, como el sainete entre Ingrid Betancur y Alejandro Gaviria. Eso fue lo que presenciamos en el  evento organizado por la revista Semana y el diario El Tiempo en “El primer cara a cara entre 10 aspirantes a la Presidencia”[1].

“¡Yo me llamo… Anticorrupción!

Empezando por su coordinadora, Vicky Dávila, que más parecía una animadora en una feria de vanidades. El debate fue una auténtica piñata electoral, con contusos y heridos entre candidatos con más egos narcisistas por exhibir que propuestas políticas por debatir. La animadora Dávila, para cerrar, solicitó al público aplausos para sus invitados, como si la política fuera un espectáculo parecido al “Yo me llamó…[2]” de Caracol. La verdad, su profesionalismo periodístico le pone a cualquiera los pelos de punta. Pero no solo ella, más de un candidato parecía actuando en “Yo me llamo” y se confundió de programa y escenario. La canción preferida fue la tonada de la lucha contra la corrupción y la politiquería. La misma cancioncilla mentirosa que con voz destemplada y mano en el corazón entonó el candidato Álvaro Uribe Vélez en 2002 y terminó su faena presidencial en el 2010 con más de una docena de sus mejores acompañantes cantando al unísono “soy inocente” en la cárcel. Desde un ministro con la voz aflautada de víctima, como Andrés Felipe Arias[3], hasta el dúo dinámico de Sabas Pretelt[4] y Diego Palacio[5], que con la ayuda de la soprano Yidis Medina[6] y el barítono Teodolindo Avendaño[7], cambiaron un articulito de la Constitución para la reelección inmediata del “incorruptible” del Ubérrimo. Una reelección ilegal, gracias al cohecho cometido a cappella[8] por sus ministros, pero electoralmente legítima y políticamente impune pues la avalaron en las urnas 7.397.835 electores, aunque la abstención haya sido del 55% del censo electoral[9]. De nuevo, tres lecciones: primera, nada es políticamente más rentable que apropiarse de la bandera contra la corrupción y la politiquería. Segunda: nada es más falso y demagógico, como bien lo demostró el adalid triunfador que gobernó durante ocho años con corrupción y politiquería. Y además nos dejó, entre otras “heroicas” ejecutorias, un rastro sangriento de por lo menos 6.000 ejecuciones extrajudiciales[10] llamadas “Falsos positivos”. Tercera: la abstención es la mayor cómplice de la corrupción política. Y lo es porque deja en manos de unos farsantes, autodenominados políticos, aquello que nos pertenece a todos: la política que define la calidad de nuestras vidas, desde el “aire que respiramos, el agua que bebemos y los lugares por donde transitamos”, parafraseando a Karl Deutsch en su texto “Política y Gobierno: cómo el pueblo decide su destino”[11]. Una vez más es inevitable citar a Edmund Burke[12]: “Los políticos corruptos son elegidos por ciudadanos honestos que no votan”. Y la mayor ironía es que muchos de estos ciudadanos no votan porque consideran que la política siempre será corrupta, puesto que todos los políticos son corruptos. Y así se perpetuará eternamente la corrupción de la política, que Polibio denominó la anaciclosis[13].

El coronavirus de la corrupción

Para salir de este círculo infernal de la cacocracia[14] que nos gobierna desde la noche de los tiempos, lo primero que debemos reconocer es que no hay salvador, no existe ningún líder, sea de derecha, centro o izquierda que nos vaya a salvar y liberar de la corrupción de la política. Porque todos estamos sujetos al germen de la corrupción, así como nos encontramos expuestos al coronavirus. No hay una vacuna contra la corrupción, simplemente porque siempre que buscamos nuestro beneficio personal y sacamos ventaja de los demás, burlando las reglas de juego y los compromisos, estamos propiciando la corrupción. Cuando irrespetamos el turno en la fila, evadimos los impuestos, mentimos y hacemos trampas para ganar, estamos afianzando la corrupción en la vida personal, social y política. Por eso no hay personas totalmente honestas y transparentes, mucho menos absolutamente incorruptibles. Lo que tenemos es relaciones donde propiciamos beneficios solo personales, familiares, empresariales, sindicales o partidistas en desmedro de beneficios colectivos y públicos. Así es como generamos y consolidamos la corrupción de la política hasta convertirla en un sistema y una forma de vida, que es lo que predomina entre nosotros, y que Álvaro Gómez llamaba el “régimen a tumbar”. Forma de vida que está sarcástica y esperpénticamente proyectada en la parodia de JUANPIS de NETFLIX[15] con su final inverosímil. Quizá por ello no tenemos partidos políticos con programas y propuestas políticas, sino una eclosión de personalismos narcisistas que pugnan por demostrarnos, como niños en competencia escolar, que cada uno es mejor y más virtuoso que los demás. Que nada tiene que ver con maquinarias, como lo exige Ingrid, depredadoras de los bienes e intereses públicos. Esta ausencia de partidos políticos y de sentido de lo público es sustituido por una visión maniquea de la controversia política entre supuestos puros e incorruptibles contra politiqueros apertrechados en maquinarias clientelistas corruptas. Entonces aparecen personajes tan patéticos, dignos de la serie de Netflix, como Rodolfo Hernández, con la careta de antipolítico incorruptible, cuando su desempeño como alcalde de Bucaramanga lo revela de cuerpo entero como un gamberro de barrio sancionado por la Procuraduría[16]. Lo único que nos falta es que JUANPIS aparezca en escena y gane la presidencia en primera vuelta revelándonos que vivimos en Polombia[17].



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