jueves, febrero 17, 2022

La perversión electoral de la democracia en Colombia.

 

LA PERVERSIÓN ELECTORAL DE LA DEMOCRACIA EN COLOMBIA

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/la-perversion-electoral-la-democracia-colombia

Hernando Llano Ángel

Las elecciones se han convertido en el principal mecanismo de perversión de la democracia en Colombia, como lo comprobamos diariamente. No solo por el escándalo pornoelectoral de Alex Char, Aida Merlano y la casa Gerlein[1], sino más bien porque las elecciones en nuestro país han servido más para expropiar y engañar a la voluntad ciudadana que para expresarla. Y cuando los comicios han estado más cerca de expresar la voluntad de las mayorías, sus destinatarios han sido asesinados: Jorge Eliecer Gaitán[2], el 9 de abril de 1948 y Luis Carlos Galán[3], el 18 de agosto de 1989. Pero también esa voluntad ha sido robada, como sucedió el 19 de abril de 1970 con el general Gustavo Rojas Pinilla y la Alianza Nacional Popular (Anapo)[4]. En otras coyunturas críticas los comicios han sido más un escenario para los magnicidios y las masacres que una arena política para la competencia civilizada por el poder estatal. Así aconteció en 1984 con la aparición de la Unión Patriótica[5] y el exterminio a sangre y fuego de miles de sus militantes y simpatizantes, entre los que hay que mencionar sus dos candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal,[6] 11 de octubre de 1987 y Bernardo Jaramillo Ossa,[7] 22 de marzo de 1990. La saga sangrienta continuaría con Carlos Pizarro Leongómez[8] del recién desmovilizado M-19, asesinado en desarrollo de su campaña electoral el 26 de abril de 1990. En menos de 9 meses, entre el 18 de agosto de 1989 y el 26 de abril de 1990, se abortó violentamente el nacimiento de una democracia que intentaba romper el vínculo mortal entre la política y el crimen del narcotráfico, además de albergar a quienes hacían el tránsito de las armas a la vida civil; del campo de batalla mortífero a la controversia política vital. Los poderes de facto, todavía intactos, no les permitieron ser contados en las urnas, más sí en las tumbas, a quienes lideraban electoralmente esa gesta: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro. En otras palabras, entre nosotros las elecciones presidenciales en momentos críticos e históricos --como el mencionado y el que actualmente vivimos— parecen servir más para cortar cabezas que para contarlas. Es decir, para enterrar las débiles semillas democráticas, en lugar de consolidarlas. Más se demoró la Asamblea Constituyente en proclamar la Constitución de 91 con su espíritu progresista y democrático, que empezar Cesar Gaviria a declarar la “guerra integral” contra las Farc-Ep y la apertura económica neoliberal contra las mayorías en beneficio de minorías y economías foráneas. Desde entonces hasta nuestros días la historia es bien conocida: solo se alcanza la Presidencia de la República con la ayuda de los poderes de facto, legales o ilegales, mediante coaliciones clandestinas o alianzas públicas. Basta recordar: Samper y el proceso 8.000; Pastrana y su canje de votos por la zona de distensión con las Farc-Ep; Uribe y las AUC, en el 2002 y en el 2006 con las Yidis Política y el “articulito” para su reelección; Santos con Odebrecht y el Acuerdo de Paz y hoy tenemos el inefable e incompetente Iván Duque con la “Ñeñe política”, “el que la hace la paga” y su consigna letal de “Paz con legalidad”. Todas las anteriores fórmulas ganadoras tienen en común su capacidad de convertir en votos la escoria de la ambición, como sucedió en el caso del narcotráfico con Samper; la esperanza de la paz, durante el Caguán con Pastrana; el miedo a la violencia y el terror de las Farc-Ep, capitalizado por el odio y la obsesión de un líder carismático, autoritario y patriarcal, como Uribe; hasta el cálculo y la estrategia de un negociante de la paz en busca de seguridad y prosperidad para los negocios, como Santos, que logró desarmar a las Farc-Ep sin modificar un ápice el Statu Quo que las engendró: la miseria del latifundismo, la criminalidad de sus elites y en el presente la ilegalidad del narcotráfico. Con semejante legado ha contemporizado Duque, utilizando para ello una retórica llena de eufemismos y mentiras como la “Paz con legalidad”; “el que la hace la paga”; “homicidios colectivos” en lugar de masacres y “economía naranja” en vez del pan en la mesa.

 ELECCIONES EN RIESGO

Según el informe divulgado esta semana por la Misión de Observación Electora (MOE)[9] «los riesgos electorales se concentran en 23 de los 32 departamentos y en 5 subregiones. Por primera vez desde el 2010, el número de municipios en riesgo por violencia presentó un incremento, llegando a 319.  Además, 18 municipios coinciden en riesgo extremo indicativo de fraude electoral tanto para las elecciones de Cámara como de Senado. El 86.8% de la totalidad de los municipios con Circunscripciones Transitorias Especiales de Paz (CITREP) presentan riesgos por factores de violencia». Por eso el resultado que nos deja esta administración del Duque perfeccionista es una  cacocracia[10] impune, con escándalos de corrupción crecientes y no una democracia, menos la paz que tanto promueve en sus viajes internacionales, pero es incapaz de garantizar nacionalmente. Duque resultó ser un discípulo aventajado de los expresidentes Julio César Turbay Ayala y Álvaro Uribe Vélez, con la honestidad, talla de estadista y gobernante «demócrata» de ambos. Por último, para completar los prodigios políticos que nos deja el record macabro de ser la nación que ha realizado más elecciones ininterrumpidas en medio de la mayor crisis humanitaria y de desplazados internos del continente, fuimos convocados a un plebiscito[11] en el 2016 para refrendar el Acuerdo de Paz. Pero logramos todo lo contrario: convertirlo en una guerra todavía más degradada, turbia y sangrienta, que hoy nos divide irracionalmente, cuando nos hubiese bastado cumplir el artículo 22 de nuestra Constitución: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Por eso todavía estamos muy lejos de comprender que sin paz política no hay democracia, así como quienes hoy se encuentran disputando nuestros votos se han olvidado que sin paz no hay pan y mucho menos sin pan tendremos seguridad, tranquilidad y prosperidad. Quizá por ello las elecciones entre nosotros se han convertido, con excepción de algunas municipales y departamentales, en la mayor perversión y corrupción de la democracia, pues suelen ganarlas quienes más interés tienen en los negocios y la guerra, no en la política y en la paz transformadora. El 13 de marzo y el 29 de mayo tendremos una nueva oportunidad para evitar que ello continúe sucediendo. No botemos nuestro voto reeligiendo a los traficantes de la democracia en nombre supuestamente de la lucha contra la corrupción y menos a los mercaderes de la muerte que todos los días invocan la paz y la seguridad. Hoy precisamos con urgencia tanto el pan de la equidad como la paz de la reconciliación, no el miedo y la seguridad del codicioso privilegiado y menos aún la revancha histórica de vengadores victoriosos. Una forma de evitarlo es deliberando como ciudadanos y no votar como electores manipulados por el miedo o ilusionados por esperanzas salvíficas, que ningún candidato podrá realizar.



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