lunes, febrero 28, 2022

¿Entre la transición democrática o la consolidación cacocrática?

¿Entre la transición democrática o la consolidación cacocrática?

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/la-transicion-democratica-la-consolidacion-cacocratica

Hernando Llano Ángel

Tal es la disyuntiva frente a la cual nos encontramos los colombianos en estas elecciones para el Congreso y la Presidencia de la República. Así lo comprobamos si repasamos los más recientes escándalos en las tres principales coaliciones y los perfiles de los precandidatos y candidatos presidenciales mejor posicionados en los sondeos de intención de voto.

¿Coaliciones políticas o complicidades electorales?

Primero, presenciamos el escándalo erótico-electoral protagonizado por Alex Char y Aida Merlano[1] en la Coalición por la Experiencia o Equipo Colombia. Escándalo que nos revela bien el origen del nombre inicial de dicha coalición dada su probada experiencia para ganar comicios comprando votos y robando la confianza de ciudadanos ingenuos. También su capacidad como equipo para atraer a sus filas a valiosas mujeres como Caterine Ibarguen[2] y ponerla a saltar al vacío de la politiquería y el clientelismo bajo la dirección y entrenamiento de una especialista en el tráfico de votos e intrigas, como Dilian Francisca Toro, que ahora autodenomina a su empresa electoral el “partido de la Unión por la gente”[3]. Un “Equipo Colombia” donde además destacan figuras como Federico Gutiérrez, Fico[4], que parece estar en el concurso “Yo me llamo” representando una versión vulgar y juvenil de Álvaro Uribe Vélez, impostando su voz con expresiones tan prosaicas y destempladas propias de un culebrero paisa.  En la segunda coalición, la de la Esperanza, la agria controversia entre Ingrid Betancourt[5] y Alejandro Gaviria[6] sobre las maquinarias y los votos cautivos, replicada recientemente por la disputa entre el plebeyo Carlos Amaya[7] y el patricio Juan Manuel Galán[8], nos muestra claramente el peso determinante de la tradición familiar y de clase social para coronar una carrera política con éxito. Y, para terminar, la escabrosa denuncia[9] contra Piedad Córdoba[10], como candidata al Senado por la coalición del Pacto Histórico, nos pone de presente de nuevo las deletéreas y deslegitimadoras relaciones entre la política y la violencia, que también proyecta sombras del pasado guerrillero de Petro[11] sobre el presente y futuro electoral de su coalición para el Congreso y su propia candidatura presidencial.

Perfiles difuminados y cuestionados

Sombras que están siendo difuminadas en forma intensa, tendenciosa y tenebrosa por las redes sociales, atribuyéndole responsabilidad en crímenes horrendos no probados en la serie de vídeos denominada “Pacto de Silencio”[12], que hacen contrapeso a los presentados por Matarife[13] sobre el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Todo lo anterior es más propio de un régimen político cacocrático[14] que de uno democrático, pues sus dos principales figuras aparecen gravemente comprometidas con la violencia y la ilegalidad desde espectros ideológicos antagónicos. Gustavo Petro con la rebelión en un pasado lejano, sepultada en los escombros de la violenta toma del Palacio de Justicia ejecutada por el M-19 en 1985, siendo entonces Petro personalmente ajeno a semejante extravío político y militar, pues no pertenecía al Comando central de dicha guerrilla al mando de Álvaro Fayad, cerebro de semejante delirio. Y Álvaro Uribe con la represión estatal y el apoyo de las AUC en un pasado cercano y su “exitosa Seguridad democrática” que dejó más de 6.000 ejecuciones extrajudiciales o “falsos positivos” de jóvenes cruelmente engañados y asesinados. Legado que se prolonga hasta el actual gobierno de su partido, el Centro Democrático, con sus funestos resultados en el deterioro de la seguridad ciudadana y el auge incontrolable de la criminalidad común y política, bajo la cínica bandera de “Paz con legalidad”. Así las cosas, cada ciudadano afín a dichos líderes, sus proyectos políticos y partidos se encuentra frente a dilemas decisionales que superan lo electoral y comprometen su juicio ético y moral, en tanto persona responsable y no un simple elector manipulable. En verdad, es una decisión difícil de tomar, teñida de emociones, sentimientos de odio y amor, miedos y esperanzas, que la convierte más en una cuestión pasional que racional. Quizá por lo anterior aparecen con tanto auge figuras como Rodolfo Hernández que se disfraza de antipolítico y se exhiben como empresario[15] exitoso e incorruptible[16], salvadores de la Nación. Embuste con el cual seduce fácilmente a millones de ciudadanos incautos, hastiados de la violencia y la corrupción, que prefieren no pensar sino confiar ciegamente en una persona tan patética y superficial que confunde la política con los negocios y la complejidad de una nación, como la nuestra, con la administración exitosa de una empresa de ingeniería como la suya. Tal confusión conlleva no solo una corrupción irreparable e irreversible de la política, ya que la complejidad y gravedad de nuestros conflictos sociales y económicos no son superables con simples decisiones empresariales y administrativas o con voz de mando patronal, sino con acuerdos sociales que implican transformaciones históricas que afectarán privilegios y desigualdades cada día más inadmisibles. Es decir, acuerdos públicos y no simples decisiones personales sobre cuestiones tan cruciales como la justicia social, el modelo de desarrollo económico y la sostenibilidad ambiental, que no dependen solo de la buena voluntad de un gobernante sino de numerosos actores políticos y sociales con legítimos y contrarios intereses en conflicto. Es todo lo anterior lo que menosprecian antipolíticos como Hernández y expresidentes tan incompetentes y corruptos como Trump, incapaces incluso de reconocer hasta sus derrotas electorales y de separar sus intereses empresariales de los públicos y generales. Por ello es que en las elecciones de marzo, mayo y junio lo que está en juego no solo es quien gana, sino algo mucho más trascendental. Vamos a decidir si avanzamos hacia una transición democrática y dejamos atrás este régimen cacocrático o, por el contrario, lo consolidamos por otros cuatro años. Y esto último acontecerá si botamos nuestro voto al elegir a los menos competentes y comprometidos con los intereses públicos, la paz política, la equidad social y la sostenibilidad ambiental. Es una decisión indelegable que cada persona debe tomar teniendo en cuenta que no solo está en juego su vida, seguridad y prosperidad, sino la de toda la sociedad y nuestras futuras generaciones.



  

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