lunes, julio 22, 2019

Tercer acto



ESCENAS VERDADERAS EN UN TINGLADO ELECTOFÁCTICO


(Tercer Acto)
14 de julio de 2019.
Hernando Llano Ángel.

Los más recientes escándalos de la actualidad política nacional reflejan plenamente la esencia de nuestro régimen electofáctico: la simbiosis entre la política, el delito y la criminalidad, con dos protagonistas situados en los extremos ideológicos del teatro político: Jesús Santrich, de la FARC, y Andrés Felipe Arias, del Centro Democrático. Lo que tienen en común, además de proclamarse inocentes y perseguidos por la justicia  --como suele suceder con todo político investigado— es que su actividad política ha estado directa o indirectamente vinculada con el crimen y la ilegalidad. Y que cada uno de ellos ha intentado evadirla con relativo éxito.

De “buenos” y “malos” delincuentes.

Pero las diferencias son notables y hasta cruelmente irónicas, pues ambos están signados por la extradición y la justicia norteamericana, más que por la colombiana, hasta ahora impotente en su ejercicio y eventual castigo. “Uribito” se fugó de la justicia colombiana, terminó en una cárcel norteamericana y fue extraditado a Colombia. Santrich hizo lo mismo, pero para eludir la justicia colombiana y su eventual extradición a cárceles norteamericanas. El primero tiene sentencia ejecutoriada por 17 años de cárcel, pero clama por el derecho a una segunda instancia, bien para lograr una remota absolución o una sustancial rebaja de penas. Lo cual no obsta para que reciba un tratamiento especial, como delincuente “bueno”, privilegiado y de primera clase, al punto que los medios de comunicación no pudieron cubrir su llegada a Colombia –atentaría contra su honorabilidad-- y que su reclusión o paradero sea la Escuela de Caballería de Bogotá. Una paradoja propia de un Estado electofáctico, sus guarniciones militares terminan albergando, con comodidad y privacidad, a los “buenos muchachos” condenados por delitos contra la administración pública. Sabas Pretelt, por contribuir al cambio de un articulito de la Constitución, pagó cerca de 6 años en la Base Naval de Cartagena y Diego Palacio, en la Escuela de Caballería. Pareciera que los delitos relacionados con Uribe fueran menores, insignificantes, eufemísticos, como los “falsos positivos”, o hasta inexistentes, como  sucede  en el caso personal del “presidente eterno”. Tal es el tratamiento dado a los “buenos delincuentes”, que contrasta con el destinado a los “malos delincuentes”, los opositores y desertores, como Santrich, por quien hay una oferta de cerca de 3 mil millones de pesos. Y después dicen que el crimen no paga o quizá se trate, más bien, de una versión naranja del “que la hace la paga”. Ironías propias del maniqueísmo punitivo, que da trato diferente a los delincuentes, según sean “buenos” o “malos” muchachos, así como hay “ciudadanos de bien” y otros del “mal”, según estén a la diestra o siniestra de quien gobierna. Para los primeros, discreción, presunción de inocencia y respeto, para los segundos, escarnio, ensañamiento y condena.

Una Justicia política a la medida

En fin, una justicia a la medida de la importancia y del rol político de los “buenos” delincuentes. Tanto para los de extrema derecha y ahora, con estupor e indignación de estos, también para  sus contradictores de la otrora extrema izquierda, quienes hoy son sus colegas en el Congreso y prácticamente tienen a esta corporación por cárcel, en tanto cumplan con la JEP, digan toda la verdad y reparen a sus víctimas, según lo establecido en el Sistema de Justicia, Verdad, Reparación y no Repetición del Acuerdo de Paz.
Quizá por eso hace tanto ruido la necesidad de que el Congreso de la República consagre la retroactividad en la aplicación de la segunda instancia para todos. Así, cubriría a quienes todavía pagan condenas por parapolítica y probablemente a los que ya la pagaron “injustamente”, como también a tantos condenados en el proceso 8.000. De imponerse esta especie de “justicia política retroactiva y a la medida”, entraríamos en un cuarto acto de nuestro vergonzoso tinglado político, que bien podría titularse con luces centellantes: “Transando impunidades”. Otra característica propia de nuestro régimen electofáctico.

“Hay que tumbar el régimen”

Tal régimen fue descrito por Álvaro Gómez Hurtado (q.e.p.d,) con exactitud premonitoria en entrevista publicada en el número 303 de la revista Diners, en junio de 1995, cuando señaló que “es todo régimen opresivo, que está usufructuando los gajes del poder, y que naturalmente no se quiere dejar modificar, que no le importa que haya leyes porque está por encima de ellas. El régimen transa las leyes con los delincuentes y por eso concluía: “El mal no está en las sábanas. El mal está en el régimen, que todo lo corrompe. Lo de fondo es tumbar el régimen”. Quizá por ello el régimen se apresuró a matarlo. Y este régimen seguirá matando impunemente, en la mayoría de los casos, a quienes se opongan a los poderes de facto y sus dinámicas electofácticas. Dinámicas que tienen origen tanto en las frondosas y prósperas economías ilegales (narcotráfico, minería depredadora, deforestación, contrabando, lavado de activos) como en las muy legales de Odebrecht, financiando campañas presidenciales de ganadores (Santos) y de perdedores (Zuluaga). Pero sobre todo auspiciando y encubriendo penumbrosa relaciones entre miembros de la cúpula gubernamental con empresarios o inversiones en Zonas Francas, como la de los jóvenes y emprendedores hijos del “presidente eterno”. Pero mejor no hablar del pasado, cuando en el presente la ministra del interior, Nancy Patricia Gutiérrez, participa en negocios tan legales y prósperos como el Banco de Sangre Hemolife. Banco que, según investigación de José Roberto Acosta, publicada en El Espectador[1] el pasado sábado 13 de julio, “es una fundación que reportó $19.000 millones en venta en 2017 y cuyo actual presidente es su esposo, el señor Miguel Rueda, hermano de la activista-periodista María Isabel Rueda. La ministra Gutiérrez también aparece como como subgerente de la sociedad Principia Médica S.A.S, donde su esposo es el único accionista”. Todo lo anterior, anota Acosta, “violando el artículo 8 del Estatuto General de la Contratación de la Administración Pública (Ley 80 de 1993) y sin que la ministra del Interior haya revelado su conflicto de intereses, como lo ordena la ley 1434 de 2011. Además, la ministra participó en el Conpes 3956, que redujo trámites para que el Invima otorgue registros sanitarios a empresas como Principia Médica S.A.S y también participó en el Conpes 3957, que prevé destinar $179.000 millones de recursos públicos a empresas como Hemolife”. Grave denuncia que deberían investigar su veracidad órganos de control como la Procuraduría General de la Nación y la misma Contraloría, además de ser objeto de un debate de control político en el Congreso. Este pasaje no deja de tener una enorme carga de drama bufonesco en un gobierno con consignas y banderas como la Transparencia, la Legalidad y “el que la hace la paga”. Una magnífica oportunidad para  que Duque demuestre que es un genuino Presidente y no un gracioso y joven bufón de un Palacio situado en un tinglado electofáctico que, tras bastidores, dirigen y usufructúan banqueros, empresarios y poderosos personajes vinculados con la política y el crimen impune. Parece que la función de verdad apenas va a empezar.

Escenas (Segundo Acto)


ESCENAS VERDADERAS DE UN TINGLADO ELECTOFÁCTICO[1]

(Segundo Acto)
2 de julio de 2019.
Hernando Llano Ángel.

Antes de que caiga el telón del primer acto sobre el tinglado del Congreso, conviene hacer un recuento de sus principales actores, aquellos más estrechamente relacionados con los poderes de facto del narcoparamilitarismo y también con el protagonista estelar del poder presidencial, Álvaro Uribe Vélez, entre el 2002 y el 2010. Empecemos por quienes representaron el sainete tragicómico de la parapolítica y ocuparon fugazmente sus curules, siendo  trasladados del rutilante escenario del Congreso al penumbroso y confortable de pabellones carcelarios exclusivos, como auténticos criminales privilegiados. Para ello, nada mejor que el riguroso informe que aparece en el portal La Verdad Abierta, bajo el título de “La curul a la cárcel”, donde señala que en seis años de investigación, la justicia condenó por parapolítica a 60 congresistas, cuya inmensa mayoría hizo parte de la coalición de gobierno uribista (https://verdadabierta.com/de-la-curul-a-la-carcel/). Al respecto, el profesor e investigador Javier Duque, en su libro “Las urnas contaminadas.  Elecciones, fraude y manipulación en la democracia colombiana 1990-2015”, concluye: “De los 265 congresistas elegidos en 2002 al menos 50 ganaron sus curules con el respaldo económico y militar de organizaciones criminales narcoparamilitares en 15 de los 32 departamentos…Como se mencionó, Salvatore Mancuso y otros jefes paramilitares, así como ex congresistas y excandidatos, coincidieron en la versión según la cual la elección presidencial de 2002 se vio infiltrada por estas influencias ilegales” (Duque, 2017, p. 299). De allí que el Congreso  entre el 2002 y el 2010 haya sido más un tinglado electofáctico que una instancia de representación democrática, diseñada y decorada en gran parte por los poderes de la narcoparapolítica, sumados a los del clientelismo y el mercadeo electoral de la compraventa de votos, exceptuando un número escaso de congresistas, representativo del minoritario voto de opinión. Y todo ello aconteció bajo la bandera de Uribe y su lucha “contra la corrupción y la politiquería”, durante sus dos administraciones. Fin del primer acto y comienzo del segundo.

“Voten mientras no estén en la cárcel”

Tanto fue así, que el mismo presidente Álvaro Uribe Vélez, en la instalación del congreso de la Federación Nacional de Cafeteros, exhortó a los congresistas que votaran sus proyectos de ley “mientras no estén en la cárcel”, como se puede observar en este esperpéntico vídeo  https://www.youtube.com/watch?v=B0qW21fXioo. Hay que abonarle a este actor estelar del poder presidencial  --a quien concedió Iván Duque el laudatorio título de “presidente eterno”—su sinceridad. Una  sinceridad extraña en su talante antioqueño, tan dado a presumir honestidad y virtud pulquérrima, pero que resume muy bien su ingeniosidad y capacidad política para metamorfosear un espacio parlamentario --superando incluso la imaginación literaria de Kafka-- en un privilegiado y exclusivo régimen carcelario, dispuesto para los congresistas de su coalición de gobierno. Este pasaje de la política nacional nos revela muy bien la versátil y verdadera identidad de los principales protagonistas de nuestro sistema político. Una identidad mutante, pues ellos logran integrar en sus roles como presidentes, congresistas y hasta magistrados de las altas cortes judiciales, lo legal con lo ilegal y lo legítimo con lo ilegítimo, que es la esencia del régimen político electofáctico. Por eso no fue fortuita la rápida extradición de los 12 comandantes paramilitares, cuando Salvatore Mancuso y sus colegas empezaron a revelar ese tinglado criminal del Congreso, producto de votos tutelados, coaccionados y ensangrentados. Mucho menos esa decisión presidencial fue inspirada por la entereza moral y la fortaleza de Uribe, sustentada supuestamente en su lucha contra el narcotráfico, como una coartada perfecta para ocultar el trasfondo criminal de la elección de sus copartidarios en el Congreso y la suya propia. Más bien fue todo lo contrario. Fue inspirada en la necesidad imperiosa de ocultar la ilegitimidad de ese Congreso, que a la postre podría afectar gravemente la de su propio mandato, haciendo así cada vez más incierta su gobernabilidad, pues quedaría al desnudo su raigambre criminal y revelaría su ilegitimidad democrática. Algo que no podía repetirse después del proceso 8.000 y que limitaría el alcance de su cruzada por la “seguridad democrática”, contra la politiquería y el narcoterrorismo de la “Far”, según sus propias palabras. 

Sin embargo, no hay que olvidar que su reelección en el 2006 fue posible cambiando un “articulito” de la Constitución, que les costó a sus ministros de Justicia, Sabas Pretelt y de Salud, Diego Palacios, varios años de cárcel por el delito de cohecho. Una paradoja propia de un régimen electofáctico, una “legitimidad” política derivada de una ilegalidad, que sólo se explica por el predominio de la opinión, expresada en las urnas, frente a un Estado derecho impotente ante el delito. No es una casualidad, entonces, que ahora el senador Uribe exprese que el Estado de Opinión es la fase superior del Estado de derecho, una falacia propia de su inventiva política, parecida a aquella según la cual la JEP es una justicia de impunidad. Ambas afirmaciones son todo lo contrario. Su Estado de opinión arrasa con el Estado de derecho y su cruzada por desmantelar la JEP asegura la mentira y la impunidad, como fuentes de una espuria legitimidad democrática.

Poder presidencial electofáctico

Pero no solo la integración del Congreso ha sido el resultado de diversos poderes de facto, tanto de los legales, mediante la financiación de campañas políticas (recientemente Odebrecht), como de los ilegales, coaccionando criminalmente o intimidando con finalidades políticas (narcoparamilitarismo y en algunas regiones Farcpolítica), sino que el mismo poder presidencial, al menos desde Gaviria hasta el presente, ha sido condicionado y muchas veces determinado directamente por esos mismos poderes. Obviamente con muy diferentes matices, propios de las violentas coyunturas que tuvieron que enfrentar, todos los presidentes de la república de los últimos 28 años han sido afectados y algunos hasta activamente promovidos por diversos poderes de facto. Empezando por César Gaviria, un presidente escatológico, pues nunca lo hubiera sido sin el magnicidio de Luis Carlos Galán por Pablo Escobar, planeado y ejecutado por una tenebrosa coalición narcopolítica con agentes de organismos de inteligencia estatal (DAS, F-2. B-2), como el mismo Gaviria[2] en sus memorias y las investigaciones judiciales lo ha revelado en sus sentencias condenatorias contra el exministro Alberto Santofimio y el exdirector del DAS Maza Márquez.[3].

Sus sucesores, tampoco habrían alcanzado la Presidencia de la República de no contar con el apoyo de otros poderes de facto criminales. En el caso de Samper, con el proceso 8000 y la generosa contribución de los carteles del narcotráfico en la segunda vuelta. Andrés Pastrana, de no haber diseñado su campaña, después de la primera vuelta, para ganar la confianza de las Farc-Ep, con la imprescindible asesoría de Álvaro Leyva, comprometiéndose con la zona de distensión del Caguán, intercambiando así votos por zona de despeje. No hay que olvidar que dicha organización guerrillera veto a Horacio Serpa, quien había ganado en primera vuelta por escasos votos (http://pdba.georgetown.edu/Elecdata/Col/pres98_1.html). En igual sentido, Álvaro Uribe Vélez, combinando magistralmente el repudio y el miedo de los colombianos a las Farc-Ep, junto a la simpatía de los paramilitares con su política de “seguridad democrática”. Así lo expresó Salvatore Mancuso en declaraciones a la “W Radio”: “Uno se identifica ideológicamente con algunas personas y cuando hay identidad ideológica las mismas poblaciones van y votan. Y con el Presidente Uribe hubo una identificación ideológica en la concepción de la lucha contra la subversión, de la institucionalización del Estado, de devolverle la seguridad a las zonas, cosas que quién  va a querer más que una población que ha padecido un conflicto en carne propia”.  Y el temible y desaparecido, José Vicente Castaño: “La seguridad democrática funcionó y se nos ha terminado la razón de existir. Las autodefensas nacieron porque el Estado no podía defendernos pero en este momento el Estado está en capacidad de defender a los ciudadanos” (Revista Semana, edición 1.205, Junio 6 a 13 de 2005, página 34).

Por último, incluso las elecciones recientes de Juan Manuel Santos, como la actual de Iván Duque, no se pueden comprender sin la influencia o el rechazo a dichos poderes de facto, como está sucediendo en nuestros días con el proceso de transición de las Farc-Ep y su conversión en Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. Pero ello precisa un tercero y último acto, en la próxima entrega, para terminar con la presentación de esta trágica obra electofáctica y su parafernalia institucional. Una obra en la que, de alguna manera, todos tenemos un  papel que representar, más allá de la de pasivos, fanáticos o indiferentes espectadores, pues nadie puede renunciar a su responsabilidad política en este tinglado electofáctico. Si continuamos tolerándolo o promoviéndolo, cada día será más repudiable y aborrecible, y hasta corremos el riesgo de que el teatro sea destruido y la función termine en una auténtica hecatombe para todos. Esto es lo que nos está sucediendo ahora en forma dolorosa, criminal e impunemente con el asesinato de cientos de defensores de derechos humanos, líderes y lideresas sociales. Hay que poner fin ya a esta macabra función.



[1] Neologismo para referirse a las elecciones condicionadas y determinadas por poderes de facto, tanto legales como ilegales, y no por la libre voluntad de la ciudadanía, que consolidan un régimen donde la política se fusiona con el delito y el crimen.


Escenas verdaderas de un tinglado electofáctico (Primer Acto).


ESCENAS VERDADERAS DE UN TINGLADO ELECTOFÁCTICO


(PRIMER ACTO)
18 de junio de 2019
Hernando Llano Ángel.
Política y dramaturgia

La política y la dramaturgia son hermanas siamesas. Viven indisolublemente ligadas a la representación de la vida en sus múltiples e inesperados avatares. Desde la comedia, el drama hasta la tragedia. Bien lo sabían los griegos, con su pléyade de autores trágicos y sus extraordinarias obras[1]. En ambas actividades sus protagonistas se resisten a salir de escena, especialmente cuando son exitosos y su público los reclama, como en los casos de los senadores Álvaro Uribe Vélez y Gustavo Petro. Ellos, como los actores de teatro, no pueden vivir sin la fama y sus devotos electores, pues son vanidosos y narcisistas que aspiran a ser eternos. Aunque su ámbito de representación y actuación sea diferente. La dramaturgia suele escenificarse en teatros y en ocasiones también en la calle y las plazas públicas. De la política se puede decir que, siendo la obra mayor de la vida y la muerte, se representa y actúa en todos los ámbitos, desde los públicos e institucionales del Estado, hasta lo más privados y personales, como los laborales y familiares. En ese sentido, todos hacemos parte de la obra y somos actores políticos, aunque de reparto, especialmente en las elecciones. De allí, que nadie pueda escapar a las consecuencias de la política, aunque las decisiones que a todos nos afectan las tomen unos pocos, esos actores profesionales que llamamos políticos. Ellos representan su función en escenarios especialmente visibles: Presidencia, Ministerios, Congreso y en los ámbitos regionales y municipales: Asambleas, Concejos, Gobernaciones y Alcaldías. Pero, sin duda, el escenario más importante es el Congreso, porque allí se escribe y decide el libreto de la sociedad a través de Actos Legislativos y de diversas leyes. En él se escenifica, de alguna forma, lo que acontece en la sociedad: sus necesidades, reivindicaciones, angustias, conflictos y aspiraciones. En ese sentido, sus actores son más o menos representativos de todos nosotros y de lo que nos sucede. Por eso, las escenas dramáticas que se vivieron con el ingreso de un nuevo actor a tan importante escenario, como Santrich, son tan significativas y vale la pena considerarlas en el contexto de otras temporadas, obras y actores que han representado diversos papeles en el Congreso. Quizá así veamos toda la tramoya que hay detrás de semejante tragicómico espectáculo y podamos comprender las dimensiones reales de la política nacional, una verdadera ópera bufa de la democracia.

Un tinglado electofáctico

Habría que empezar por la presencia en el Congreso, en el pasado reciente, de un trío de actores tenebrosos, más representativos de una película de horror que de un escenario político: Salvatore Mancuso, Ivan Roberto Duque (alias Ernesto Báez) y Ramón Isaza, destacados jefes paramilitares, inmersos hasta los tuétanos en el narcotráfico y las masacres de campesinos[2]. El debut de Mancuso en el Congreso fue el 28 de julio de 2004 y tuvo como propósito fundamental ambientar políticamente el trámite de la que sería después la ley 975 de 2005, más conocida como de “Justicia y paz”. Apartes de su elocuente intervención pueden verse en https://www.youtube.com/watch?v=KcQYlCDuwFk. La mayoría de los congresistas no sólo lo escucharon con atención, sino que lo aplaudieron con devoción al final de su intervención. Entonces no hubo suspensión y menos levantamiento de la sesión. Ni los opositores tuvieron posibilidad de hacer escuchar sus voces. Una voz airada en las barras fue acallada. Cuatro años después, en el libro “Las comadres de la parapolítica”, tras bambalinas, el periodista Juan Carlos Giraldo, en entrevista a las congresistas Eleonora Pineda y Rocío Arias, nos cuenta cómo fue posible la visita de tan importantes actores:
“Le contamos al presidente que ya los jefes de la AUC no querían ir al Congreso, dice Eleonora tratando de reconstruir ese momento. Y Rocío recuerda lo que dijo al presidente: Pre, ellos no van a venir. No es que tengan miedo de venir, lo que pasa es que le temen al rechazo de algunos sectores políticos como el Polo, Gustavo Petro, las organizaciones de las víctimas, y sabemos que las ONG están organizando sabotajes. Bueno niñas, ustedes no pueden aplazar esa visita, les dijo el presidente mirándolas fijamente. Las dos comadres se cruzaron miradas de entusiasmo. Entendieron que con esas palabras él apoyaba su causa. No podían creer que el presidente Álvaro Uribe las fuera a respaldar de manera tan inmediata y sencilla. Esperaban trabas, y se sintieron todavía más dichosas cuando, según lo recuerdan, el primer mandatario les pidió solucionar de una vez el problema. Esto es muy importante para la paz de Colombia. Eleonora, llame a Mancuso. … Llamé a Mancuso y le dije: aquí estoy con el presidente de la República, el presidente dice que nosotras tenemos toda la autonomía, y que él no ve inconveniente porque es una oportunidad histórica. Por su parte Rocío también lo reafirmó: Desde el teléfono persuadimos a los jefes de las autodefensas para que vinieran al Congreso; el presidente estaba a un lado de nosotras, y delante de él llamamos a Mancuso y le aclaramos todo, lo tranquilizamos y le dijimos que el gobierno quería que ellos vinieran. (Giraldo, 2008, pp. 179- 180).

El mismo Juan Carlos Giraldo, el 28 de abril de 2008, en la emisión central del noticiero de televisión de RCN, entrevista a Mancuso y éste le explica lo que está pasando en el Congreso con la detención de numerosos congresistas investigados por parapolítica, entre ellos Mario Uribe, primo segundo del entonces presidente Álvaro Uribe:

“Estos síntomas inician por las autodefensas, porque somos los primeros que hemos tenido que avanzar en unos procesos judiciales contando la verdad de lo sucedido. En la medida que avance la guerrilla a contar las verdades y luego el narcotráfico a contar las verdades, más de la mitad del Congreso de la República estará vinculado a estos fenómenos que se dieron regionalmente en las diferentes zonas de Colombia. Lo que dije fue que el 35% del Congreso fue elegido en zonas donde habían estado las Autodefensas. En esos estados nosotros fuimos los que cobramos tributación, impartimos justicia, tuvimos el control territorial y militar de la región y todas estas personas que querían hacer política en la región tenían que venir y concertar con los representantes políticos que teníamos allí”[3].

El 13 de mayo de 2008, apenas 15 días después de dicha entrevista, Mancuso junto a otros 12 jefes narcoparamilitares fueron extraditados a Estados Unidos[4] y con ellos gran parte de la verdad sobre las relaciones entre la política y el crimen. Relación que constituye la quintaesencia del régimen político que tenemos, cuya denominación más próxima sería la de electofáctico, puesto que no sólo un número significativo de congresistas son elegidos por sus alianzas o coaliciones con actores criminales y poderes de facto, sino que incluso en todas las elecciones presidenciales, desde Gaviria hasta Duque, dichos poderes han tenido una influencia condicionante y determinante. Pero esa historia precisa un segundo y hasta tercer acto, en las próximas entregas de Consorcio, para describir en forma más detallada el complejo e ingenioso tinglado electofáctico que es nuestra realidad política nacional, cuya más reciente y escandalosa escena fue la protagonizada por Santrich, un actor de mucha menor importancia e influencia política que la del aclamado trío de los comandantes narcoparamilitares. ¿Por qué será que muchos le tienen tanto miedo a la verdad completa y solo rechazan y les escandaliza aquella relacionada con los crímenes y la corrupción del adversario, pero no la relacionada con los crímenes y la corruptela auspiciada por sus propios correligionarios? ¿Será que hay una violencia “buena y legítima”, la propia, y otra “mala e ilegítima”, la del adversario? ¿Unos “buenos muchachos”, los que me acompañan y otros “malos muchachos”, los que se me oponen? ¿Unos que asesinan legalmente y otros que matan ilegalmente? ¿Será posible vivir en una sociedad decente y en paz con semejante maniqueísmo criminal?