miércoles, marzo 26, 2008

DE-LIBERACIÓN

SUCUMBÍOS DEL ESTADO COLOMBIANO
(Marzo 26 de 2008)

Hernando Llano Ángel.

En ciertas ocasiones los nombres parecen predestinados para revelarnos el sentido profundo de la realidad. Tal es el caso de “Sucumbíos”, aquel lugar donde la vida internacional del Estado de derecho colombiano sucumbió y se enseñoreó en territorio ecuatoriano como una presencia mortífera de facto. Pero no se trata aquí de volver sobre lo que es evidente y se celebra como el mayor éxito de la “seguridad democrática”, el abatimiento de Raúl Reyes y cerca de 25 de sus acompañantes. Más bien se trata de reconocer que lo que ha sucumbido es la misma noción de la realidad política, arrasada por la lógica mortal e irreversible de una guerra que niega la misma existencia jurídica de los Estados al desconocer las fronteras como límites de su actuación legal y ámbito exclusivo de su soberanía política. El resultado de semejante desvarío, inspirado en el sofisma de la “guerra preventiva” contra el terrorismo y el supuesto triunfo inobjetable de la democracia, está en el sucumbíos internacional de Irak. Tras cinco años de ocupación militar norteamericana no florece allí propiamente la democracia.

Hoy Irak es el más dantesco cementerio de la humanidad: han perecido cerca de 600.000 personas, de las cuales 140.000 son civiles; 4.500.000 iraquíes han sido desplazados internamente y vagan como fantasmas por su territorio y cerca de 2.000.000 han logrado huir al exterior. Semejante paisaje de desolación y muerte es una prueba de que “Esta guerra ha sido noble, justa y necesaria”, según la declaración de George W Bush, al cumplirse el primer lustro de su epopeya civilizadora. Las estadísticas confirman el tamaño de su mentira, erigida en verdad oficial y vergüenza de la “política internacional” norteamericana: en la actualidad 6.000.000 de iraquíes requieren atención humanitaria urgente; se han inmolado 1.121 kamikazes, convirtiendo su humanidad en terror mortífero; el 70% de la población carece de agua potable y el 80% de alcantarillado. Semejante infierno “democrático” instaurado en suelo iraquí, cuenta con apenas el 38% de respaldo de los estadounidenses, según los últimos sondeos de opinión.

Algo similar, guardadas las proporciones de la mentira y el horror, nos sucede con los éxitos de la política de la “seguridad democrática”, pues en el ámbito internacional ella se ha convertido en la expresión más elocuente de un Estado que ha sucumbido en el campo de la ilegalidad y se ha transformado en una especie de maquinaria mortífera, que incluso elude el combate en su propio territorio y opta por financiar mercenarios para reclamar victorias tan oscuras y profundas como el sueño de sus enemigos. A este punto hemos llegado, conviene recordarlo, porque la política de “seguridad democrática” está inspirada por inteligencias superiores como la del Presidente Uribe y mentes tan obtusas como la de su asesor de cabecera, José Obdulio, que en su obsesión por negar el conflicto interno lo han desplazado más allá de nuestras fronteras. Hoy la realidad les da la razón: hemos perdido el control del conflicto y él ya tiene un carácter más internacional que doméstico, con el agravante de ser rechazados en todo el continente, salvo la vergonzosa excepción de George W Bush que, como en el lejano oeste, dispara y ocupa territorios preventivamente sin la menor consideración por la vida, seguridad y libertad de la población civil, como acontece en Irak.

Una consecuencia parecida, también guardando las proporciones, produce la política de “seguridad democrática” en nuestras relaciones con Ecuador, pues según ACNUR cerca de 250.000 colombianos han buscado refugio en el vecino país en los últimos cinco años y de estos 32.000 han solicitado su reconocimiento como refugiados, pero sólo 12.000 lo han obtenido. No deja de ser una amarga y cruel ironía que en reconocimiento a dicha hospitalidad, la “seguridad democrática” haya sido tan efectiva militarmente en territorio ecuatoriano como poco eficiente en el nuestro, sobre todo para garantizar la vida y los derechos sociales y económicos de quienes han tenido que abandonar su terruño. Por último, la mayor paradoja de la “seguridad democrática” en su renuencia obstinada por reconocer el carácter del conflicto interno y a las FARC como grupo irregular, es que tanto la Resolución de la OEA como la del Grupo de Río terminaron haciendo tal reconocimiento, dejando así al menos un resquicio para retomar la senda del acuerdo humanitario y una eventual liberación de todos los secuestrados, como preámbulo necesario para la búsqueda de horizontes políticos que impidan un sucumbíos generalizado de la vida y la libertad en la región andina, como hoy sucede en forma terrorífica en Irak y el Oriente Medio gracias a la guerra preventiva de George W Bush.

lunes, marzo 10, 2008

CALICANTO
(calicantopinion.blogspot.com)
Marzo 9 de 2008

“Bienvenidos al I Festival Andino de Teatro”

Hernando Llano Ángel.

En esta ocasión la apertura de la XI edición del festival iberoamericano de teatro realizada en Bogotá fue opacada por la puesta en escena del primer festival andino de teatro, protagonizada en Santo Domingo, República Dominicana, por tres histriónicos actores y cuestionados estadistas: Álvaro Uribe, Rafael Correa y Hugo Chávez, en el marco de la reunión de la Cumbre de Río. Nunca antes había sido tan visible la estrecha relación existente entre la política y el teatro. Pero en esta oportunidad, hay que reconocerlo, el teatro fue degradado por la pésima actuación política de los tres protagonistas de esta tragicomedia, llena de mentiras de Estado y far(c)sas revolucionarias, en la que ha derivado la apocalíptica obra norteamericana de la “guerra contra el terrorismo”.

Una obra escrita por fatuos libretistas en el rol de jefes de Estado, que están convencidos que el mundo se divide en dos bandos enfrentados a muerte. El bando de los virtuosos y buenos demócratas, poseedores de la verdad absoluta y casi todos los bienes y valores (especialmente los transables en el comercio y las bolsas) contra los corruptos y desalmados terroristas, encarnación del mal absoluto y de la violencia, que suelen desafiar la prosperidad y tranquilidad de los primeros. En nombre de esta visión maniqueísta de la realidad política, los virtuosos demócratas están empeñados en salvar el mundo de los perversos terroristas, sin importarles convertir esta tierra en un infierno, como acontece hoy en Irak, Afganistán y el Medio Oriente. Obviamente, siempre y cuando ese infierno esté bien distante de sus fronteras, como se encarga de repetirlo cínicamente Bush con su doctrina de la guerra preventiva.

Pero cuando ese libreto es trasladado y representado en un escenario como la región Andina, deja de ser una doctrina y se transforma en un teatro de guerra bajo la dirección de personajes que portan con enorme improvisación la careta de Presidentes de Estado. Así quedó demostrado en Santo Domingo, con la deplorable actuación de los tres presidentes, la cual hoy trata de ser magnificada y exaltada por el corifeo mentiroso de unos medios de comunicación interesados en manipular y sobredimensionar un estúpido sentimiento nacionalista, antes que en informar, analizar y promover la comprensión ciudadana de lo sucedido.

Para empezar por casa, hay que señalar que la forma como la gran prensa se ha convertido en caja de resonancia de las mentiras oficiales –salvo contadas excepciones-- tergiversando bajo eufemismos como la “guerra contra el terrorismo” la que ha sido la más flagrante y vergonzosa violación del Derecho Internacional por parte del gobierno de la “seguridad democrática”, la coloca en un lugar destacado de la historia universal de la infamia, quizá ni siquiera imaginado en la genial ficción de Borges.

Pero nada distinto se puede esperar de unos medios que se han convertido en eco del odio y las mentiras. Bien lo decía Camus en 1951, cuando el mundo se dividía entre supuestos demócratas “inteligentemente libres” y comunistas “idiotas irremediablemente útiles,” al señalar que: “De diez periódicos, en el mundo actual, nueve mienten más o menos. Es que en grados diferentes son portavoces del odio y de la ceguera. Cuanto mejor odian, más mienten. La prensa mundial, con algunas excepciones, no conoce hoy otra jerarquía. A falta de otra cosa mejor, mi simpatía va hacia esos, escasos, que mienten menos porque odian mal”.[1] Hoy sabemos, gracias a las revelaciones de archivos secretos de ambas superpotencias, que tanto los “listos” ciudadanos norteamericanos como los “estúpidos” comunistas rusos fueron engañados por la manipulación ideológica de sus gobernantes y sus fabulosas maquinarias propagandísticas, en nombre de las cuales invadieron Estados, promovieron guerras de liberación y ejecutaron infernales masacres, eso sí, en defensa de sacrosantos principios como la Libertad y la Autodeterminación de los Pueblos.

Ya va siendo hora de no creer más en estas tragicomedias del “bien” que derrota el “mal” y de los supuestos héroes que protagonizan tan inverosímiles historias, más propias de la ficción Hollywoodense que de la realidad histórica. Es hora de que caiga el telón de las mentiras oficiales que promueven odios y masacres bajo las coartadas de la guerra contra el terrorismo o contra el imperialismo, pero que siempre se escriben con la sangre de los otros, las mentes ingenuas y los cuerpos anónimos de los héroes de la Patria o del pueblo revolucionario.

En Santo Domingo terminaron los tres presidentes hipócritamente abrazados y reconciliados, pues los comediantes del poder corrían el riesgo de perder sus caretas y quedar desnudos ante la mirada sorprendida del público. Era aconsejable cubrirse rápidamente con el ropaje y las formas de la cortesía diplomática y no continuar revelando las intimidades fácticas y criminales detrás de sus impecables trajes civiles y cuestionadas credenciales presidenciales: la tolerada presencia guerrillera en Ecuador; la despiadada fuerza militar invasora colombiana; la legal y benévolamente tratada violencia paramilitar por parte de Uribe (Ley 975) y la inocultable e impredecible afinidad ideológica de Chávez con Marulanda, sumada a la codicia del narcotráfico en Venezuela (Wilber Varela), todas ellas funcionales y estimuladas por la mentira imperial de la guerra contra las drogas y el terrorismo, que le permite a Estados Unidos conservar su presencia en la base militar de Manta y cogobernar en Colombia a través del Plan Colombia y el Plan Patriota.

En lugar de continuar con ese tinglado de mentiras estatales y de guerras terroristas, donde ya no hay combates sino bombardeos a mansalva en medio de las tinieblas del sueño y no hay honor del guerrero sino traición del mercenario, deberíamos exigir un cambio rápido de escenario, actores y libretos, para así impedir una degradación más profunda del conflicto y un costo mayor de vidas inocentes, que siempre terminamos pagando los civiles por ingenuos, carentes de valor, iniciativa política, control y resistencia democrática.

Pasar del escenario mortecino de esta guerra degrada al vital de la política concertada, mediante la realización del acuerdo humanitario y el fin incondicional del secuestro. Pasar de belicosos comisionados de paz a sensibles e inteligentes gestores de paz. De cínicos y prepotentes guerrilleros a sinceros y realistas interlocutores de paz. Reconocer, de una vez por todas, que el libreto de la seguridad democrática se ha convertido peligrosamente en fuente de inestabilidad e inseguridad en las fronteras, sin garantizar una paz estable en el interior. Pero, sobre todo, reconocer que la guerra contra el terrorismo arrastra inevitablemente a los contendientes legales e ilegales en el vértigo de la degradación mutua mediante la utilización de un horror sin límites para vencer al contrario, al punto que sus identidades y comportamientos criminales terminan siendo iguales, más allá de las supuestas razones de Estado o de fines revolucionarios que invoquen para justificar sus acciones.

De nuestra parte, como ciudadanos y ciudadanas, no deberíamos aplaudir y mucho menos reelegir a tan pésimos actores, carentes de competencia y decoro para representar un papel digno en el convulso escenario de la política y la historia andina. Especialmente porque la obra que ellos representan pone en juego nuestras vidas personales y el destino colectivo de nuestras sociedades. Sus palabras, insultos y decisiones no son un asunto de vanidad personal, sino de irreversible responsabilidad pública que afecta millones de vidas y destinos. Se trata de tener derecho a ser un actor protagónico en la más vital, decisiva y trascendental obra de teatro que existe: la política. Pero por lo que hemos visto, el teatro andino no tiene actores a la altura de esta encrucijada histórica y todo parece indicar que serán actores externos los que definan los próximos capítulos de esta tragicomedia, particularmente en el escenario penumbroso de Colombia y sus difusas fronteras con Ecuador y Venezuela, que se debaten entre la ilegalidad agresora de la “seguridad democrática”, la criminalidad y el terror del narcotráfico y las FARC.




[1] - Camus, Albert. “Las sevidumbres del Odio” en Bibliotecas Premios Nobel. Ensayos, pág 366. Editorial Aguilar 1981, Madrid.
CALICANTO
(calicantopinion.blogspot.com)
Marzo 9 de 2008


“Bienvenidos al I Festival Andino de Teatro”


Hernando Llano Ángel.


En esta ocasión la apertura de la XI edición del festival iberoamericano de teatro realizada en Bogotá fue opacada por la puesta en escena del primer festival andino de teatro, protagonizada en Santo Domingo, República Dominicana, por tres histriónicos actores y cuestionados estadistas: Álvaro Uribe, Rafael Correa y Hugo Chávez, en el marco de la reunión de la Cumbre de Río. Nunca antes había sido tan visible la estrecha relación existente entre la política y el teatro. Pero en esta oportunidad, hay que reconocerlo, el teatro fue degradado por la pésima actuación política de los tres protagonistas de esta tragicomedia, llena de mentiras de Estado y far(c)sas revolucionarias, en la que ha derivado la apocalíptica obra norteamericana de la “guerra contra el terrorismo”.

Una obra escrita por fatuos libretistas en el rol de jefes de Estado, que están convencidos que el mundo se divide en dos bandos enfrentados a muerte. El bando de los virtuosos y buenos demócratas, poseedores de la verdad absoluta y casi todos los bienes y valores (especialmente los transables en el comercio y las bolsas) contra los corruptos y desalmados terroristas, encarnación del mal absoluto y de la violencia, que suelen desafiar la prosperidad y tranquilidad de los primeros. En nombre de esta visión maniqueísta de la realidad política, los virtuosos demócratas están empeñados en salvar el mundo de los perversos terroristas, sin importarles convertir esta tierra en un infierno, como acontece hoy en Irak, Afganistán y el Medio Oriente. Obviamente, siempre y cuando ese infierno esté bien distante de sus fronteras, como se encarga de repetirlo cínicamente Bush con su doctrina de la guerra preventiva.

Pero cuando ese libreto es trasladado y representado en un escenario como la región Andina, deja de ser una doctrina y se transforma en un teatro de guerra bajo la dirección de personajes que portan con enorme improvisación la careta de Presidentes de Estado. Así quedó demostrado en Santo Domingo, con la deplorable actuación de los tres presidentes, la cual hoy trata de ser magnificada y exaltada por el corifeo mentiroso de unos medios de comunicación interesados en manipular y sobredimensionar un estúpido sentimiento nacionalista, antes que en informar, analizar y promover la comprensión ciudadana de lo sucedido.

Para empezar por casa, hay que señalar que la forma como la gran prensa se ha convertido en caja de resonancia de las mentiras oficiales –salvo contadas excepciones-- tergiversando bajo eufemismos como la “guerra contra el terrorismo” la que ha sido la más flagrante y vergonzosa violación del Derecho Internacional por parte del gobierno de la “seguridad democrática”, la coloca en un lugar destacado de la historia universal de la infamia, quizá ni siquiera imaginado en la genial ficción de Borges.

Pero nada distinto se puede esperar de unos medios que se han convertido en eco del odio y las mentiras. Bien lo decía Camus en 1951, cuando el mundo se dividía entre supuestos demócratas “inteligentemente libres” y comunistas “idiotas irremediablemente útiles,” al señalar que: “De diez periódicos, en el mundo actual, nueve mienten más o menos. Es que en grados diferentes son portavoces del odio y de la ceguera. Cuanto mejor odian, más mienten. La prensa mundial, con algunas excepciones, no conoce hoy otra jerarquía. A falta de otra cosa mejor, mi simpatía va hacia esos, escasos, que mienten menos porque odian mal”.[1] Hoy sabemos, gracias a las revelaciones de archivos secretos de ambas superpotencias, que tanto los “listos” ciudadanos norteamericanos como los “estúpidos” comunistas rusos fueron engañados por la manipulación ideológica de sus gobernantes y sus fabulosas maquinarias propagandísticas, en nombre de las cuales invadieron Estados, promovieron guerras de liberación y ejecutaron infernales masacres, eso sí, en defensa de sacrosantos principios como la Libertad y la Autodeterminación de los Pueblos.

Ya va siendo hora de no creer más en estas tragicomedias del “bien” que derrota el “mal” y de los supuestos héroes que protagonizan tan inverosímiles historias, más propias de la ficción Hollywoodense que de la realidad histórica. Es hora de que caiga el telón de las mentiras oficiales que promueven odios y masacres bajo las coartadas de la guerra contra el terrorismo o contra el imperialismo, pero que siempre se escriben con la sangre de los otros, las mentes ingenuas y los cuerpos anónimos de los héroes de la Patria o del pueblo revolucionario.

En Santo Domingo terminaron los tres presidentes hipócritamente abrazados y reconciliados, pues los comediantes del poder corrían el riesgo de perder sus caretas y quedar desnudos ante la mirada sorprendida del público. Era aconsejable cubrirse rápidamente con el ropaje y las formas de la cortesía diplomática y no continuar revelando las intimidades fácticas y criminales detrás de sus impecables trajes civiles y cuestionadas credenciales presidenciales: la tolerada presencia guerrillera en Ecuador; la despiadada fuerza militar invasora colombiana; la legal y benévolamente tratada violencia paramilitar por parte de Uribe (Ley 975) y la inocultable e impredecible afinidad ideológica de Chávez con Marulanda, sumada a la codicia del narcotráfico en Venezuela (Wilber Varela), todas ellas funcionales y estimuladas por la mentira imperial de la guerra contra las drogas y el terrorismo, que le permite a Estados Unidos conservar su presencia en la base militar de Manta y cogobernar en Colombia a través del Plan Colombia y el Plan Patriota.

En lugar de continuar con ese tinglado de mentiras estatales y de guerras terroristas, donde ya no hay combates sino bombardeos a mansalva en medio de las tinieblas del sueño y no hay honor del guerrero sino traición del mercenario, deberíamos exigir un cambio rápido de escenario, actores y libretos, para así impedir una degradación más profunda del conflicto y un costo mayor de vidas inocentes, que siempre terminamos pagando los civiles por ingenuos, carentes de valor, iniciativa política, control y resistencia democrática.

Pasar del escenario mortecino de esta guerra degrada al vital de la política concertada, mediante la realización del acuerdo humanitario y el fin incondicional del secuestro. Pasar de belicosos comisionados de paz a sensibles e inteligentes gestores de paz.
De cínicos y prepotentes guerrilleros a sinceros y realistas interlocutores de paz. Reconocer, de una vez por todas, que el libreto de la seguridad democrática se ha convertido peligrosamente en fuente de inestabilidad e inseguridad en las fronteras, sin garantizar una paz estable en el interior. Pero, sobre todo, reconocer que la guerra contra el terrorismo arrastra inevitablemente a los contendientes legales e ilegales en el vértigo de la degradación mutua mediante la utilización de un horror sin límites para vencer al contrario, al punto que sus identidades y comportamientos criminales terminan siendo iguales, más allá de las supuestas razones de Estado o de fines revolucionarios que invoquen para justificar sus acciones.

De nuestra parte, como ciudadanos y ciudadanas, no deberíamos aplaudir y mucho menos reelegir a tan pésimos actores, carentes de competencia y decoro para representar un papel digno en el convulso escenario de la política y la historia andina. Especialmente porque la obra que ellos representan pone en juego nuestras vidas personales y el destino colectivo de nuestras sociedades. Sus palabras, insultos y decisiones no son un asunto de vanidad personal, sino de irreversible responsabilidad pública que afecta millones de vidas y destinos. Se trata de tener derecho a ser un actor protagónico en la más vital, decisiva y trascendental obra de teatro que existe: la política. Pero por lo que hemos visto, el teatro andino no tiene actores a la altura de esta encrucijada histórica y todo parece indicar que serán actores externos los que definan los próximos capítulos de esta tragicomedia, particularmente en el escenario penumbroso de Colombia y sus difusas fronteras con Ecuador y Venezuela, que se debaten entre la ilegalidad agresora de la “seguridad democrática”, la criminalidad y el terror del narcotráfico y las FARC.




[1] - Camus, Albert. “Las sevidumbres del Odio” en Bibliotecas Premios Nobel. Ensayos, pág 366. Editorial Aguilar 1981, Madrid.

lunes, marzo 03, 2008

DE LIBERACION

LAS MARCHAS NO MIENTEN Y LAS MENTIRAS NO MARCHAN

(Para actualidadcolombiana.blogspot.com y calicantopinion.blogspot.com)

Marzo 2 de 2008.

Hernando Llano Ángel.


El pasado 4 de febrero y el próximo 6 de Marzo quedarán como fechas emblemáticas en nuestra larga e inconclusa marcha de formación de ciudadanía y construcción de democracia. Dichas fechas se sumarán a otras tantas de nuestra frágil memoria histórica, como la famosa marcha del silencio convocada por Jorge Eliécer Gaitán, el 7 de Febrero de 1948, cuando pronunció estas memorables palabras en su “Oración por la paz: Señor Presidente: no os reclamamos tesis económicas o políticas…Pedimos pequeña cosa y gran cosa: que las luchas políticas se desarrollen por la vía de la institucionalidad… Impedid, Señor Presidente, la violencia. Sólo os pedimos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo.”

El denominador común de todas estas manifestaciones es que expresan un clamor ciudadano, verdaderamente multitudinario, que repudia la violencia como instrumento de acción política. Bien sea la violencia oficial, que entonces desplegaba impunemente Mariano Ospina Pérez, o la actual violencia terrorífica de organizaciones armadas situadas en los extremos de la izquierda y la derecha, como espectros de la muerte que han cercenado miles de vidas civiles y continúan haciéndolo bajo el pretexto de alcanzar objetivos y fines políticos. Porque dicha violencia constituye la primera y más perversa mentira que nos impide marchar y avanzar hacia la democracia. La monstruosa mentira de pretender fundar o consolidar un orden político democrático sobre la violencia y sus secuelas de dolor, oprobio, venganza y exclusión social. La violencia jamás será fuente de legitimidad política democrática, pues solamente la participación y el poder ciudadano la generan.

Justamente vamos a cumplir, el próximo 9 de Abril de 1948, sesenta años de vivir en medio de esa ignominia instaurada por la colosal mentira de ser la democracia más antigua y estable de Suramérica. Esa mentira ha ocultado, bajo fórmulas como el Frente Nacional, con gran éxito y cinismo cívico, ríos de sangre que han anegado nuestros ubérrimos valles e ignotas selvas. Esa mentira hoy se pavonea por la comunidad internacional con el oropel de la Constitución de 1991 y un fantasmagórico Estado Social de derecho, sin lograr ocultar los cerca de 4 millones de campesinos desarraigados y desplazados que sobreviven dispersos y humillados en nuestras ciudades. A esa multitud se le niega su ciudadanía, pues carece de derechos para vivir dignamente, a tal punto que la Corte Constitucional ha señalado, en histórica sentencia, que su existencia configura un “estado de cosas inconstitucional.” Es decir, antidemocrático. Esa multitud, aislada y marginada en nuestras principales ciudades, es casi invisible en medio de su penuria y miedo a expresarse. El hambre y el rebusque por sobrevivir no la dejan marchar. Si lo hiciera, la verdad de su incontenible desesperación seguramente desbordaría avenidas y calles, tiendas y supermercados. Esa multitud no marchó el 4 de Febrero.


No fue convocada por facebook ni los grandes medios de comunicación. Carece de líderes y de organización. Tampoco dispone de Internet, ni medios de expresión. Esa multitud, víctima de todas las formas de violencia, empezando por la cultural del desprecio y la segregación hacia campesinos, negros e indios que afean “nuestras” ciudades; la estructural de la exclusión y la marginalidad social, sin derecho a Carimagua alguna; la directa de los grupos armados ilegales que los han expulsado de sus parcelas y la violencia oficial que los persigue por ser vendedores ambulantes en el centro o invasores en la periferia de “nuestras” ciudades, difícilmente podrá marchar el próximo 6 de Marzo por estar ocupada en sobrevivir, en medio del reciclaje y los oficios más inverosímiles.

Esa verdad multitudinaria no suele marchar por calles y avenidas. Sus vidas y penurias marchan al margen de la historia. Aunque en ocasiones, como aquel 9 de Abril de 1948, cuando fue asesinado un hombre que era multitud, ella se desbordó en una avalancha incontenible de odio y revancha, que casi nada dejó a su paso. Pero hoy no tenemos un hombre-multitud, sino una multitud de mentiras que nos ocultan al anónimo hombre y la mujer de verdad, de carne y hueso, que son asesinados o desaparecidos, desplazados o secuestrados, en cuya memoria, dignidad y defensa de su vida y libertad siempre tendríamos que marchar, no sólo el pasado 4 de Febrero y el próximo 6 de Marzo.

Todos los días deberíamos manifestarnos contra esas perennes mentiras que nos impiden marchar hacía la vida y la libertad, sin las cuales jamás podrá existir la democracia y mucho menos alcanzar seguridad, así se gane la guerra y se festejen inicuas y pírricas victorias. En este momento de euforia belicista, cobra toda su validez esta precisa reflexión de Robert Dahl: “La democracia comienza en el momento –que llega después de mucho luchar-- en que los adversarios se convencen de que el intento de suprimir al otro resulta más oneroso que convivir con él.”