lunes, marzo 10, 2008

CALICANTO
(calicantopinion.blogspot.com)
Marzo 9 de 2008

“Bienvenidos al I Festival Andino de Teatro”

Hernando Llano Ángel.

En esta ocasión la apertura de la XI edición del festival iberoamericano de teatro realizada en Bogotá fue opacada por la puesta en escena del primer festival andino de teatro, protagonizada en Santo Domingo, República Dominicana, por tres histriónicos actores y cuestionados estadistas: Álvaro Uribe, Rafael Correa y Hugo Chávez, en el marco de la reunión de la Cumbre de Río. Nunca antes había sido tan visible la estrecha relación existente entre la política y el teatro. Pero en esta oportunidad, hay que reconocerlo, el teatro fue degradado por la pésima actuación política de los tres protagonistas de esta tragicomedia, llena de mentiras de Estado y far(c)sas revolucionarias, en la que ha derivado la apocalíptica obra norteamericana de la “guerra contra el terrorismo”.

Una obra escrita por fatuos libretistas en el rol de jefes de Estado, que están convencidos que el mundo se divide en dos bandos enfrentados a muerte. El bando de los virtuosos y buenos demócratas, poseedores de la verdad absoluta y casi todos los bienes y valores (especialmente los transables en el comercio y las bolsas) contra los corruptos y desalmados terroristas, encarnación del mal absoluto y de la violencia, que suelen desafiar la prosperidad y tranquilidad de los primeros. En nombre de esta visión maniqueísta de la realidad política, los virtuosos demócratas están empeñados en salvar el mundo de los perversos terroristas, sin importarles convertir esta tierra en un infierno, como acontece hoy en Irak, Afganistán y el Medio Oriente. Obviamente, siempre y cuando ese infierno esté bien distante de sus fronteras, como se encarga de repetirlo cínicamente Bush con su doctrina de la guerra preventiva.

Pero cuando ese libreto es trasladado y representado en un escenario como la región Andina, deja de ser una doctrina y se transforma en un teatro de guerra bajo la dirección de personajes que portan con enorme improvisación la careta de Presidentes de Estado. Así quedó demostrado en Santo Domingo, con la deplorable actuación de los tres presidentes, la cual hoy trata de ser magnificada y exaltada por el corifeo mentiroso de unos medios de comunicación interesados en manipular y sobredimensionar un estúpido sentimiento nacionalista, antes que en informar, analizar y promover la comprensión ciudadana de lo sucedido.

Para empezar por casa, hay que señalar que la forma como la gran prensa se ha convertido en caja de resonancia de las mentiras oficiales –salvo contadas excepciones-- tergiversando bajo eufemismos como la “guerra contra el terrorismo” la que ha sido la más flagrante y vergonzosa violación del Derecho Internacional por parte del gobierno de la “seguridad democrática”, la coloca en un lugar destacado de la historia universal de la infamia, quizá ni siquiera imaginado en la genial ficción de Borges.

Pero nada distinto se puede esperar de unos medios que se han convertido en eco del odio y las mentiras. Bien lo decía Camus en 1951, cuando el mundo se dividía entre supuestos demócratas “inteligentemente libres” y comunistas “idiotas irremediablemente útiles,” al señalar que: “De diez periódicos, en el mundo actual, nueve mienten más o menos. Es que en grados diferentes son portavoces del odio y de la ceguera. Cuanto mejor odian, más mienten. La prensa mundial, con algunas excepciones, no conoce hoy otra jerarquía. A falta de otra cosa mejor, mi simpatía va hacia esos, escasos, que mienten menos porque odian mal”.[1] Hoy sabemos, gracias a las revelaciones de archivos secretos de ambas superpotencias, que tanto los “listos” ciudadanos norteamericanos como los “estúpidos” comunistas rusos fueron engañados por la manipulación ideológica de sus gobernantes y sus fabulosas maquinarias propagandísticas, en nombre de las cuales invadieron Estados, promovieron guerras de liberación y ejecutaron infernales masacres, eso sí, en defensa de sacrosantos principios como la Libertad y la Autodeterminación de los Pueblos.

Ya va siendo hora de no creer más en estas tragicomedias del “bien” que derrota el “mal” y de los supuestos héroes que protagonizan tan inverosímiles historias, más propias de la ficción Hollywoodense que de la realidad histórica. Es hora de que caiga el telón de las mentiras oficiales que promueven odios y masacres bajo las coartadas de la guerra contra el terrorismo o contra el imperialismo, pero que siempre se escriben con la sangre de los otros, las mentes ingenuas y los cuerpos anónimos de los héroes de la Patria o del pueblo revolucionario.

En Santo Domingo terminaron los tres presidentes hipócritamente abrazados y reconciliados, pues los comediantes del poder corrían el riesgo de perder sus caretas y quedar desnudos ante la mirada sorprendida del público. Era aconsejable cubrirse rápidamente con el ropaje y las formas de la cortesía diplomática y no continuar revelando las intimidades fácticas y criminales detrás de sus impecables trajes civiles y cuestionadas credenciales presidenciales: la tolerada presencia guerrillera en Ecuador; la despiadada fuerza militar invasora colombiana; la legal y benévolamente tratada violencia paramilitar por parte de Uribe (Ley 975) y la inocultable e impredecible afinidad ideológica de Chávez con Marulanda, sumada a la codicia del narcotráfico en Venezuela (Wilber Varela), todas ellas funcionales y estimuladas por la mentira imperial de la guerra contra las drogas y el terrorismo, que le permite a Estados Unidos conservar su presencia en la base militar de Manta y cogobernar en Colombia a través del Plan Colombia y el Plan Patriota.

En lugar de continuar con ese tinglado de mentiras estatales y de guerras terroristas, donde ya no hay combates sino bombardeos a mansalva en medio de las tinieblas del sueño y no hay honor del guerrero sino traición del mercenario, deberíamos exigir un cambio rápido de escenario, actores y libretos, para así impedir una degradación más profunda del conflicto y un costo mayor de vidas inocentes, que siempre terminamos pagando los civiles por ingenuos, carentes de valor, iniciativa política, control y resistencia democrática.

Pasar del escenario mortecino de esta guerra degrada al vital de la política concertada, mediante la realización del acuerdo humanitario y el fin incondicional del secuestro. Pasar de belicosos comisionados de paz a sensibles e inteligentes gestores de paz. De cínicos y prepotentes guerrilleros a sinceros y realistas interlocutores de paz. Reconocer, de una vez por todas, que el libreto de la seguridad democrática se ha convertido peligrosamente en fuente de inestabilidad e inseguridad en las fronteras, sin garantizar una paz estable en el interior. Pero, sobre todo, reconocer que la guerra contra el terrorismo arrastra inevitablemente a los contendientes legales e ilegales en el vértigo de la degradación mutua mediante la utilización de un horror sin límites para vencer al contrario, al punto que sus identidades y comportamientos criminales terminan siendo iguales, más allá de las supuestas razones de Estado o de fines revolucionarios que invoquen para justificar sus acciones.

De nuestra parte, como ciudadanos y ciudadanas, no deberíamos aplaudir y mucho menos reelegir a tan pésimos actores, carentes de competencia y decoro para representar un papel digno en el convulso escenario de la política y la historia andina. Especialmente porque la obra que ellos representan pone en juego nuestras vidas personales y el destino colectivo de nuestras sociedades. Sus palabras, insultos y decisiones no son un asunto de vanidad personal, sino de irreversible responsabilidad pública que afecta millones de vidas y destinos. Se trata de tener derecho a ser un actor protagónico en la más vital, decisiva y trascendental obra de teatro que existe: la política. Pero por lo que hemos visto, el teatro andino no tiene actores a la altura de esta encrucijada histórica y todo parece indicar que serán actores externos los que definan los próximos capítulos de esta tragicomedia, particularmente en el escenario penumbroso de Colombia y sus difusas fronteras con Ecuador y Venezuela, que se debaten entre la ilegalidad agresora de la “seguridad democrática”, la criminalidad y el terror del narcotráfico y las FARC.




[1] - Camus, Albert. “Las sevidumbres del Odio” en Bibliotecas Premios Nobel. Ensayos, pág 366. Editorial Aguilar 1981, Madrid.

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