viernes, agosto 23, 2019

Preguntas y tribulaciones de un ciudadano frente al voto.


PREGUNTAS Y TRIBULACIONES DE UN CIUDADANO FRENTE AL VOTO


Hernando Llano Ángel.

La primera pregunta es también la mayor tribulación. ¿Tiene algún sentido votar? ¿Puedo, como ciudadano, al marcar el tarjetón, hacer la diferencia? ¿En qué medida, ese acto trivial y casi anodino, puede ser decisorio? Para la mayoría de ciudadanos, al menos en Cali, la respuesta a estas preguntas fue negativa hace casi cuatro años. En las elecciones de octubre de 2015 la abstención fue la ganadora, con el 54.62%. De un censo electoral de 1.611.391 ciudadanos habilitados para votar, participamos 731.317, el 45.38% de los ciudadanos. Y así ha sucedido desde la primera elección, en 1998, con ligeras variaciones en la participación. Pero la abstención siempre ha ganado. Y, seguramente por ello, Cali, como ciudad, sigue perdiendo. Porque toda ciudad es, en últimas, lo que sus ciudadanos quieren o permiten que sea. Es obvio. Mientras menos ciudadanos voten y participen, la ciudad será lo que decida esa minoría que concurra a las urnas. Entonces, la cuestión no es de pandebono, sino de ciudadanía. ¿Por qué la mayoría, que no vota, decide que sea una minoría la que elija alcalde y  se abstiene del ejercicio de su poder y de su decisión ciudadana?

“Todos los políticos son iguales”

Y la respuesta parece también obvia, porque no cree en los políticos, en los candidatos con sus programas y promesas, que casi nunca cumplen, y deciden por ello abstenerse. Entonces caemos en el abismo de la incredulidad y la impotencia ciudadana, cuya máxima expresión de sabiduría es: “Todos los políticos son iguales”, “una mano de ladrones”, con su irrefutable conclusión y decisión: “yo no voy a ser tan tonto de votar por ellos”. Así llegamos a esa masa de listos, inteligentes, honestos y pulcros ciudadanos que detestan la política, porque la consideran una actividad sucia, corrupta y violenta, que nada tiene que ver con ellos. Ellos son moralmente superiores y no se dejan conducir, como un rebaño de crédulos estúpidos, al redil de las urnas, donde depositan sus votos y mueren también sus ilusiones. Ya lo había sentenciado, con su lucidez lapidaria e implacable, José María Vargas Vila: “Quien vota, elige un amo”. Tal es la mayor tribulación y frustración adonde nos conduce la representación política. Ella se convierte en una especie de artilugio que sirve tanto para ilusionarnos como para defraudarnos.  Los políticos no nos representan, más bien, nos suplantan. Una vez ganan las elecciones, no le cumplen a sus electores, sino a sus patrocinadores. Esa es la verdadera alquimia de la corrupción política, generada en gran parte por el alto costo de las campañas políticas. Sus patrocinadores, entonces, cobrarán por la ventanilla de la contratación pública, de los planes de ordenamiento territorial, de las concesiones y licitaciones amañadas, lo que han invertido en sus pupilos. Además, tendrán que repartir la frondosa burocracia  municipal entre los más confiables y leales a esos intereses particulares, partidistas o empresariales, no entre los más competentes para administrar y gestionar intereses generales.  La ciudad se subasta en el mercado. Sus prioridades son definidas y fijadas tras bastidores, en ese mercado de intereses limitados, que pasa inadvertido en medio del jolgorio de los debates y las visitas de los candidatos a los barrios populares y las “ollas” de nuestras ciudades, donde derrochan seguridad, sonrisas, simpatía y popularidad.

Vallas de “Tramparencia”

De alguna manera, sus costosas y numerosas vallas son un excelente indicador de lo que ocultan, así ellas anuncien todo lo contrario. Anuncian transparencia, pero son mamparas de la “tramparencia”.  Mientras más vallas de campañas políticas invadan nuestras ciudades, más lejano y difuso será nuestro horizonte de ciudadanía, pues nos impiden forjarnos una visión compartida entre todos. Sin duda, habría que reformar y eliminar progresivamente el derroche en demagogia publicitaria, para ganar un poco de espacio en reflexión y deliberación ciudadana. Indigna y deprime ver tanto candidato y candidata exhibiendo sonrisas y eslóganes sobre su competencia y honestidad en medio de la sangría de tantas lideresas y líderes populares, asesinados por demandar derechos y decir verdades, por ser demócratas integrales y no figurines de una mercadocracia asesina. Para las mentiras de campaña, están las urnas. Para las verdades de los líderes sociales, las tumbas. Por ello, valdría la pena que todos los candidatos y candidatas nos revelarán a todos los ciudadanos el costo de sus campañas y las identidades de sus patrocinadores. Los compromisos con sus aliados, a la derecha y la izquierda. Que nos contarán para quién y cómo nos van a gobernar. Así, al menos, tendríamos criterios más claros para saber por quién votar, pues sabríamos de antemano a favor de quienes van a gobernar. Entonces decidiríamos hasta donde votamos por la democracia, la mercadocracia o la cleptocracia, sin olvidar la sabida advertencia de Edmund Burke: “Los políticos corruptos son elegidos por ciudadanos honestos que no votan”. Sin duda, de nosotros depende que la elección de nuestro próximo alcalde sea mucho más que un juego de azar, una inversión de pocos en desmedro de intereses mayoritarios o un tinglado de negociados en beneficio de una voraz y hábil cleptocracia, experta en robar periódica e impunemente la confianza ciudadana.




martes, agosto 06, 2019

Ivan Duque: Un presidente delicuescente



Iván Duque: Un presidente delicuescente

Hernando Llano Ángel.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el adjetivo delicuescente denota un estilo literario y cultural “evanescente, sin vigor, decadente”. Ad portas de cumplir su primer año en la Casa de Nariño, el presidente Duque demuestra ser un excelente cultor de dicho estilo en el ámbito gubernamental. Basta recordar los tres grandes objetivos que nos propuso a los colombianos en su discurso de posesión presidencial, resumidos en el acrónimo LEE: Legalidad, Equidad y Emprendimiento.

Un presidente que no lee a Colombia.

Por la forma como los ha venido cumpliendo, uno duda sobre su competencia para leer a Colombia y empieza a sospechar que estamos frente a un grave caso de analfabetismo político. Empecemos por la legalidad. Su desempeño ha sido evanescente, es decir, cada día la legalidad se desvanece y esfuma más. Así lo demostró con sus objeciones a la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial de Paz, al punto que ha sido el único presidente forzado por la Corte Constitucional a sancionar una ley. Es decir, reprobó el examen de legalidad en materia grave. Casi incurre en una falta de lesa humanidad, pues la JEP se instauró con el propósito central de honrar a todas las víctimas del conflicto armado interno, mediante el esclarecimiento de la verdad de lo sucedido. Es decir, de las responsabilidades de todos los victimarios, desde los violentos y desalmados guerrilleros, pasando por los institucionales y “bien intencionados” miembros de la Fuerza Pública, perpetradores de miles de “falsos positivos”, sus mandos superiores, hasta ciertos exitosos empresarios y algunos gobernantes innombrables, aún inimputables. Pero todo parece indicar que en esta legislatura de nuevo la “inteligencia superior” del Centro Democrático insistirá, con su tozudez de domador equino, en la creación de una sala especial en la JEP para juzgar a los militares. Tal iniciativa complementaría a su inefable proyecto de doble instancia retroactiva que, vanamente, buscará exonerar a todos los políticos ya condenados por su asociación delictiva y criminal con grupos paramilitares, los parapolíticos, además de aligerar la pena de su putativo hijo político, más conocido como “Uribito”. Todo ello, con la anuencia del transitorio habitante de la Casa de Nariño, carente de vigor para oponerse a semejante estrategia, incapaz de comportarse como un presidente de la Nación, que juró cumplir la Constitución y la ley. En lugar de ello, se comporta como un decadente y obsecuente funcionario al servicio de quien denomina “presidente eterno” y dirige una organización facciosa[1], casi mafiosa que encubre y favorece a sus integrantes,  camuflada bajo la sigla del “Centro Democrático”. De concretarse tal proyecto y concepción de legalidad, estaríamos asistiendo a la instauración de un Estado delicuescente, diseñado para encubrir cierta criminalidad elitista, revestido con los oropeles de normas rimbombantes que no logran ocultar la complicidad, iniquidad e indignidad de sus gestores con el régimen electofáctico[2] que regentan.

Una Equidad codiciosa.

Algo todavía más aberrante parece estar a punto de pasar con la Equidad, su segunda bandera, si con nuestros impuestos el Estado le cancela al grupo Aval las deudas contraídas a su favor por Odebrecht[3], con quien se confabuló en una operación corrupta para ejecutar la Ruta del Sol. Tal operación nos conduciría directamente a las tinieblas de la inequidad para avalar la codicia sin límites de dicho grupo financiero. Así las cosas, Duque nos está conduciendo a una decadencia inimaginable, donde la legalidad se troca en  impunidad y la equidad en injusticia e iniquidad.

Un Emprendedor devastador.

En cuanto al Emprendimiento, su tercera y última bandera, es quizá la más amenazante y peligrosa, pues está pintada con un explosivo color naranja de maniqueísmo y tecnicismo. El maniqueísmo depredador de asperjar con glifosato la “mata que mata”, en lugar de reconocer y emprender una investigación rigurosa sobre las maravillosas propiedades de la coca[4] y asumir el liderazgo de su regulación estatal, en beneficio de la población campesina que ha sido vejada, rociada y victimizada con la coartada de la “guerra contra el narcotráfico”. Ayer era la marihuana la mata maldita, fumigada con paraquat, hoy es la mata bendita cultivada y legalmente explotada por la industria farmacéutica. ¿Hasta cuándo se devastarán nuestros bosques y parques nacionales, los cultivos y la salud de los campesinos en nombre de una guerra perdida y absurda contra la Mama Coca? Y, por último, ya se anuncia el  fracking, como la alternativa para dinamizar la economía, con todos los tecnicismos y previsiones para evitar crisis ambientales. Todo parece indicar que este gobierno será un gran emprendedor de futuras catástrofes provocadas. Un gobierno delicuescente: evanescente, sin vigor y decadente. Más cercano a ciertos privilegiados delincuentes, que a la gente común y decente.  



[1] Lo que distingue a una facción política de un partido, es que la primera subordina los intereses de toda la sociedad a los beneficios de sus correligionarios, como bien lo señaló Giovanni Sartori. Un partido político se reconoce como parte de un todo, respeta las reglas del juego y sirve al conjunto dela sociedad.
[2] Acrónimo que significa un régimen con elecciones pero al servicio de poderes e intereses fácticos, tanto ilegales como los legales, a través de sofisticadas maniobras “legales”, como las de Aval y Odebrecht.