domingo, marzo 07, 2021

Los "falsos positivos" y el horrror de la impunidad política. (Primera parte)

 

LOS “FALSOS POSITIVOS” Y EL HORROR DE LA IMPUNIDAD POLÍTICA (I)

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/los-falsos-positivos-horror-la-impunidad-politica

Hernando Llano Ángel

La cifra de 6.420 ejecuciones extrajudiciales revelada por la JEP en el caso 03[1], calificado por la Fiscalía General de la Nación como “Muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado”, es mucho más que un asunto judicial. Es ante todo un asunto político. Por lo tanto, no se trata solo de encontrar inocentes o culpables de semejantes atrocidades, sino más bien de identificar los responsables de una política homicida, ejecutada por agentes del Estado. El problema de fondo no es la culpabilidad penal sino la responsabilidad política. Y en la medida que los líderes políticos y altos funcionarios del Estado persistan en eludir sus responsabilidades, mayor será la gravedad de lo acontecido, pues no solo se profundizará la ilegitimidad de las instituciones, sino la complicidad de miles de ciudadanos con esa oprobiosa criminalidad oficial. Dichos líderes y jefes de Estado podrán, con sus hábiles abogados y su propia argucia política, explicar que nunca dieron una orden en tal sentido y que sus propósitos genuinos eran defender la democracia de un ataque terrorista, pero jamás ordenar ejecuciones extrajudiciales, como lo expresa el expresidente Álvaro Uribe Vélez[2]. Y, con este sofisma leguleyo, convencer a millones de ciudadanos de que ellos son víctimas perseguidas por una JEP politizada que protege a los terroristas. Pero esta maniobra de difuminar su responsabilidad política hasta desparecerla en la culpabilidad penal, casi imposible de demostrar, está llegando a su fin, con la diligente y exhaustiva labor de la JEP.

Verdad histórica y responsabilidad política

Porque de lo que aquí se trata es de la Verdad política e histórica de miles de crímenes cometidos por miembros de la Fuerza Pública, no de la culpabilidad penal de un jefe de Estado o sus ministros de defensa. Entre otras cosas, porque salvo Hitler y su “Solución Final”[3], ningún funcionario o líder político suele dejar ordenes escritas o memorandos para la ejecución masiva de crímenes contra civiles inermes.  Pero, además, porque en nuestro país las ejecuciones extrajudiciales se cometen desde muchos años atrás con total impunidad política[4] y, lo más aterrador, siguen ejecutándose con frecuencia. El caso 03 de la JEP comprende las ejecuciones cometidas desde 1985 hasta 2016, como puede leerse en su documentado informe disponible en el portal de la JEP[5]. Habría que recordar las ejecuciones cometidas en el mismo epicentro de la vida política nacional, en el Palacio de Justicia, el 6 y 7 de noviembre de 1985. Como la del magistrado auxiliar del Consejo de Estado, Carlos Horacio Urán Rojas[6], investigada y relatada en forma rigurosa y dolorosa por su hija, Helena Urán Bidegain, en su reciente libro “Mi vida y el Palacio: 6 y 7 de noviembre de 1985”[7]. Y no hay que olvidar que Belisario Betancur y Miguel Vega Uribe, los máximos responsables políticos de esa hecatombe de la justicia  --que podían haber evitado como lo hizo el expresidente Turbay Ayala durante la toma de la Embajada de la República Dominicana por el mismo M-19--  fueron absueltos por la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes con el peregrino argumento de haberse tratado de un “acto de gobierno[8]. Ese juicio que fue incapaz de adelantar el Congreso de la República en 1986, cuya denuncia por violación de la Constitución y el Derecho de Gentes (artículo 121 de la Constitución de 1886) instauró el entonces Procurador General, Carlos Jiménez Gómez, consagró institucionalmente la impunidad política y su perpetuación hasta nuestros días. Una impunidad de un alcance y una gravedad mucho mayor que la penal, pues en cierta forma convierte en cómplice de crímenes de lesa humanidad a toda una sociedad. Crímenes cometidos por agentes del Estado en su nombre, pues muchos gobernantes apelan a la defensa de valores democráticos amenazados por el terrorismo, para adelantar con el respaldo de millones de electores una política de tierra arrasada contra los enemigos de la patria. Tal es el caso de la supuesta política de “Seguridad democrática” adelantada por el expresidente Álvaro Uribe Vélez durante sus dos períodos, ejecutada diligentemente por dos ministros de defensa, Martha Lucía Ramírez, actual vicepresidenta y Camilo Ospina Bernal, posteriormente nombrado embajador ante la OEA y quien deberá explicar ante la JEP cómo la Directiva 029 terminó amparando miles de ejecuciones extrajudiciales. Del paso de tan encumbrada pareja por la Defensa quedaron precedentes nefastos: la operación Orión[9] en Medellín y la fatal Directiva 029, firmada por el mismo Ospina[10]. El siguiente ministro de defensa, Juan Manuel santos, gracias al trabajo diligente y riguroso de su viceministro, Sergio Jaramillo Caro, comenzó precisamente la depuración de altos mandos militares, solicitándole al presidente Uribe que fueran llamados a calificar servicio[11] 19 oficiales y 6 suboficiales.

La Matriz de los Falsos Positivos

Para encontrar la matriz de los falsos positivos basta leer el conocido MANIFIESTO DEMOCRÁTICO[12], plataforma programática del primer período presidencial de Álvaro Uribe Vélez. Allí se lee en el punto 33: “A diferencia de mis años de estudiante, hoy violencia política y terrorismo son idénticos. Cualquier acto de violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta del orden estatal”. De semejante concepción maniquea de la violencia política no se podía esperar un resultado más nefasto, a tal punto que su mismo mandato terminó incurriendo en terrorismo estatal, como bien lo demuestra el caso 03 de la JEP sobre los falsos positivos: “Según el informe de la Fiscalía, el fenómeno allí descrito aumentó de manera sustancial a partir del año 2002, tuvo su etapa más crítica entre 2006 y 2008 e involucró, presuntamente, a integrantes de las fuerzas militares con posiciones de mando y altos rangos que pudieron haber tenido un rol determinante en los hechos”[13]. Pero para precisar la responsabilidad política del expresidente Álvaro Uribe Vélez y muchos más altos funcionarios públicos e integrantes de la Fuerza Pública, se requieren al menos dos entregas más, ya que esta historia es demasiado dolorosa y compleja, tanto o más que el caso 01 contra el Secretariado de las FARC-EP, cuyos integrantes al menos han tenido la responsabilidad de reconocer sus crímenes[14]. Porque de lo que se trata en el caso de funcionarios públicos es de la responsabilidad política, según lo preceptuado por el artículo 6 de nuestra Constitución: “Los particulares sólo son responsables ante las autoridades por infringir la Constitución y las leyes. Los servidores públicos lo son por la misma causa y por omisión o extralimitación en el ejercicio de sus funciones”.  Y, sin duda, los falsos positivos son un ejemplo vergonzoso y criminal de extralimitación de funciones con la Directiva 029 y de omisión de control por parte de los superiores, siendo el Presidente de la República el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, según el numeral 3 del artículo 189. Un presidente que, como bien lo demostró Uribe durante sus ocho años, fue en extremo activo y diligente en la ejecución de su política estrella de “seguridad democrática”, aunque ella haya producido un eclipse total del Estado de derecho y un sufrimiento insuperable e irreparable en miles de familias, siendo las Madres de Soacha uno de los colectivos más significativos, pues el presidente Álvaro Uribe Vélez insinuó ladinamente que sus hijos ejecutados no estarían precisamente recogiendo café[15].

 

 



1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimados Señores Razón Pública: reciban un saludo de mi parte, quiero manifestar mi inconformidad por el proceder de ustedes al cerrar la sesión de los comentarios a cada artículo. La promesa de ustedes a la libertad de réplica se ha traicionado y  vulneran de paso el principio a disentir, con este proceder están llevando su periódico al ocaso,  ya que se comportan como censuradores y administradores de noticias del apetito y sabor de la dirección del mismo. Han comenzado con un flaco servicio a la sociedad y más bien hacen un eco a la tiranía y al uniformismo marcial.
Un artículo no debe convertirse en un informe, donde el lector actúe como un discípulo religioso o un militar hecho para acatar órdenes; el lector merece su respeto y por lo tanto no se le debe dar trato de desvalido mental; el artículo se enriquece es en la polémica, no bajo la acción de un lector pasivo que no tiene nada que decir. Creo que es hora de que se reconsidere el rumbo de Razón Pública.
Los periódicos y revistas en Colombia se dedicaron a ofrecer escritos para agentes pasivos, esto demuestra que se desvirtuó la naturaleza ontológica de los mismos y que están cumpliendo un fin meramente comercial y de adiestramiento ideológico. Muchos se quejan de que la sociedad no lee, pero no se muestra dónde se corta las alas a la lectura, esta es una pregunta que merece su respuesta. Es hora de que los periódicos y revistas cambien, no creo que la misión de un lector responsable sea la de realizar  lecturas al estilo de lo que se hace con  el Atalaya de los Testigos de Jehová.
Cordialmente.
Jaime