Cali ¿De sucursal del silencio a sede del infierno?
https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/cali-sucursal-del-cielo-sede-del-infierno
Hernando Llano
Ángel
Tal podría ser la imagen
simplista y efectista para resumir la crisis actual de la “Sultana del Valle”,
que supuestamente pasó de la noche a la mañana de ser la “sucursal del cielo” a
convertirse en la sede del infierno. Pero ya desde el 21 de noviembre de 2019
(21N)[1] se
estaba anunciando lo que nos está sucediendo. En dicha fecha irrumpió en las
calles de Cali y en otras importantes ciudades del país una nueva ciudadanía. Una
ciudadanía plural, crítica, lúdica y diversa, que articuló un cúmulo de
reivindicaciones que conforman una especie de arco iris social y político con
colores y matices muy diversos. Colores que van desde la frustración y la rabia
de una juventud inconforme, cada vez más preparada y crítica, pero sin
alternativas de vida, pasando por una población pauperizada que exige en la
realidad los derechos sociales consignadas en la Constitución, hasta el repudio
generalizado a la violencia brutal y homicida de miembros de la fuerza pública.
Una ciudadanía que expresó pacíficamente desde banderas ecologistas,
animalistas, hasta reivindicaciones de derechos que en toda auténtica
democracia se respetan, como la protesta pacífica, la vida de los líderes
sociales, de los defensores de derechos humanos, de los opositores, de la diversidad
sexual y la pluralidad de las identidades étnicas. Una ciudadanía que también
exigió el cumplimiento del Acuerdo de Paz para tramitar los conflictos y las
aspiraciones ciudadanas sin el uso sistemático de la violencia oficial o el
recurso ilegal y homicida de armas accionadas desde la insurgencia, el
paramilitarismo, el narcotráfico, la delincuencia organizada y hasta de civiles
atemorizados. En ese 21N, después del despertar de esa nueva ciudadanía y su
expresión multitudinaria y pacífica en las calles, siguió un atardecer lúgubre
con desordenes violentos, saqueos a supermercados y graves destrozos a bienes
públicos, que culminó con una noche de miedo, aupada en redes sociales por un
supuesto asalto a conjuntos residenciales y barrios pudientes, donde los
“ciudadanos de bien” se armaron y formaron brigadas de autodefensas con
familiares y vecinos. Durante el día y en pocas horas, se pasó del despertar
civil y democrático de esa ciudadanía altiva a una noche tenebrosa con una
ciudadanía atemorizada y belicosa, dispuesta a defenderse con sus armas de un
supuesto ataque de vándalos y terroristas. Ataque masivo que nunca sucedió,
como se anunciaba en las redes sociales, salvo en algunos pocos y aislados
lugares. Pero el miedo quedó sembrado en la mente de millones de “ciudadanos de
bien”, un miedo que nunca es inocente, pues crea imágenes de enemigos de los
que hay que autodefenderse y atacar primero, los “malos ciudadanos”, haciéndolo
con la mejor buena conciencia y en legítima defensa. Para conjurar ese
escenario, el presidente Duque se inventó una supuesta “Conversación Nacional”[2],
que derivo en procrastinación oficial y terminó diluida en babosada retórica
con la llegada de la pandemia en el 2020, hasta derivar en el actual
pandemónium que vivimos.
De la pandemia al pandemónium
Las cifras del DANE expresan ese
pandemónium social, pues la pandemia del coronavirus “llevó a un aumento de 6,8
puntos porcentuales de pobreza monetaria, que ascendió a 42,5% en 2020. Eso
significa que 21 millones de personas están en esa condición. Por su parte, el
indicador de la pobreza extrema ascendió a 15,1%, lo que quiere decir que hubo
un incremento de 5,5 puntos. La línea de pobreza extrema está en $145.004 pesos
mensuales, y la monetaria en $331.688, que también cambia según las zonas
geográficas y su nivel de ingresos”[3]. Y
en la Sultana del Valle esa situación social se refleja endémicamente en una
violencia estructural que, como en otras ciudades, ha sido detonante de la
violencia directa expresada en saqueos y un vandalismo incontrolable, pues la
pobreza monetaria pasó de 21,9 % al 36,6 % entre 2019 y 2020. La capital del
Valle del Cauca fue la segunda ciudad en la que más personas entraron en
condición de pobreza monetaria en 2020: 376.000 más que en 2019, sumando en
total 934.000 para 2020[4]. La
pandemia del coronavirus agudizó las carencias sociales y las catapultó a un
nivel de violencia famélica tal, que miles de personas han aprovechado la
oportunidad para saciar su hambre mediante el saqueo de supermercados, la
vandalización de los establecimientos financieros y del comercio formal. A la
pandemia del coronavirus se sumó entonces la endemia del hambre, la exclusión
social y la ira popular contra un gobierno autista y procrastinador, que en
lugar de reconocer a tiempo los justos reclamos de diversos sectores sociales,
presentó un proyecto de reforma tributaria tan lesivo contra la clase media y
los sectores populares que incluso fijó impuestos hasta a la muerte, gravando
los servicios funerarios con un IVA del 19%[5].
Un autismo y una procrastinación gubernamental con consecuencias letales, que
desde este 28 de abril deja ya más de 40 víctimas mortales y un número
indeterminado de desaparecidos que oscila entre 133 y 379, según las diferentes
fuentes oficiales o independientes[6].
Estos son los resultados reales de los semánticos de la muerte, pues la “paz
con legalidad” se transformó en “paz con letalidad”, siguiendo el ejemplo de “la
seguridad democrática” que ejecutó más de 6.000 asesinatos o “falsos positivos”.
La guerra del campo a la ciudad
Así las cosas, las ciudades, sus
calles y las carreteras colombianas se convirtieron en un campo de batalla,
sembrado de obstáculos y trincheras de despojos, más propio de las operaciones
de tierra arrasada en una guerra civil que de una sociedad democrática y un
Estado de derecho. De allí que el presidente Duque haya recurrido a la
penumbrosa figura de decretar la “asistencia militar” en las principales
ciudades, para eludir ante la comunidad internacional el desprestigio de
declarar la conmoción interior. Pero ha sido especialmente en Cali donde este
escenario de “guerra civil” se ha configurado de manera más dramática, porque
justo en ella han confluido las contradicciones y los conflictos sociales de
orden histórico y estructural más agudos. Para empezar el conflicto lacerante y
sangrante de una Cali de patricios que, salvo valiosas y contadas excepciones,
no reconoce todavía a la Cali plebeya, marginal, mestiza y negra. Una Cali
mayoritaria cuyas carencias vitales se han profundizado hasta el extremo de la
violenta explosión del actual volcán social formado con aluviones de miles de
desplazados, expulsados de sus campos y ríos, por el conflicto armado interno,
provenientes del pacífico y del sur profundo, que malviven confinados en una
especie de guetos raciales y sociales en Aguablanca y en las laderas de Siloé y
Terrón Colorado. Este magma social,
económico y cultural, se fue sedimentando en capas superpuestas y casi
inseparables, configuradas por la economía informal del rebusque y la ilegal
del narcotráfico, el microtráfico, los prestamistas gota a gota y la extorsión
de bandas a pequeños y medianos negocios barriales, que en la coyuntura actual
parecen haber dejado atrás sus disputas violentas y “fronteras invisibles”,
para confrontar a la Fuerza Pública junto a sectores juveniles políticamente
radicalizados e inconformes. Estos últimos le confieren a dicho magma social
marginado un sentido político y una disciplina de resistencia que adquiere
ribetes de combate con secciones como los de “primera línea”, respaldados por
una red de logística, de primeros auxilios y defensa judicial, que conforman
las segunda, tercera y cuarta línea respectivamente. “La primera línea”
defiende los bloqueos de calles y carreteras como barricadas civiles de combate
cuando la Fuerza Pública arremete. Pero también se encarga de regular y
controlar el tránsito de bienes y tráfico de los ciudadanos en las carreteras, los
barrios y las periferias de las ciudades.
Sultanes de Cali contra indios invasores
Esta especie de orden plebeyo y
caótico ha alterado y exacerbado por completo la normalidad cotidiana y es
imposible recuperarla solo con la acción represiva de la Fuerza Pública. Su
costo sería una serie de masacres citadinas similares a las ejecutadas en el
campo. Algo inimaginable e inadmisible para los urbanitas, pero “tolerable” y
hasta comprensible en el campo, escenario “natural” de la guerra. Esta
crispación de la vida cotidiana condujo en Cali a quienes siempre la han
recorrido libre y gozosamente en sus blancas camionetas de alta gama a
reaccionar violentamente contra los “indios invasores” y los “vándalos
terroristas”, según la semántica del exsenador subjudice. Entonces conformaron
brigadas de “ciudadanos de bien”, “redes virtuales de seguridad” en sus comunas
y con sus armas y escoltas, salieron a recuperar su libertad “secuestrada” y el
orden público en la ciudad. Coreando consignas “cívicas” como “Cali se respeta”
y “los buenos somos más”, salieron a disparar con la absoluta convicción que
les confiere su supuesta superioridad moral e impunidad judicial, derivadas de
su superestrato social, poder económico y relaciones políticas. Eso fue lo que
sucedió el domingo 9 de mayo en la Comuna 22 de Cali cuando bloquearon el
ingreso de una chiva de la Minga a la altura del club Comfandi y la iglesia “La
María”. Como suele pasar en todos los acontecimientos donde predomina la violencia,
el odio, la ira y el miedo, el choque fue muy confuso y hay tantas y
contradictorias versiones como los intereses de sus protagonistas y víctimas. Pero
de lo que no cabe duda es que para el presidente Duque y estos ciudadanos de
bien su derecho a transitar por las vías, el derecho de locomoción, prevalece
sobre el derecho a la vida e integridad personal de unos “indios invasores”, a
los que Duque conminó a regresar a sus resguardos, sin haber condenado antes el
uso criminal de armas por particulares contra su humanidad, con el auxilio de
algunos policías. En esa refriega fueron heridos 10 mingueros [7],
como se puede apreciar en muchos vídeos[8]. Pero
también se cuenta con esta documentada denuncia-vídeo de Cesar Pachón[9], Representante
a la Cámara, que permitirá a cada lector formarse su propia conclusión sobre lo
sucedido y los principales responsables de tan violento desenlace. De continuar
tolerando el gobierno nacional este tipo de alianzas criminales de los
“ciudadanos de bien” contra los “malos ciudadanos”, no solo Cali corre el
riesgo de convertirse en sede del infierno, sino toda Colombia. El infierno del
autoritarismo y el fascismo contra los movimientos sociales, la protesta
pacífica de la ciudadanía y todo aquel que sea considerado “vándalo terrorista”,
simplemente por oponerse al Sultanato Duque-Uribista, que está convirtiendo a
Colombia en la Venezuela que tanto temían, con desabastecimiento, sin gasolina
y el asesinato de líderes sociales y jóvenes que protestan, como en la dictadura
de Maduro, pero con la coartada de una “democracia tanática”.
[1] https://razonpublica.com/econom-y-sociedad-temas-29-12439-21n-en-cali-y-en-colombia-entre-las-luces-de-la-democracia-y-la-oscuridad-del-miedo-html/
[2] https://www.eltiempo.com/politica/gobierno/paro-conversacion-nacional-de-duque-girara-sobre-seis-grandes-temas-436914
[3]https://www.portafolio.co/economia/dane-revela-impacto-de-la-pandemia-en-la-pobreza-del-pais-551470
[4]https://main-elespectador-caracoltv.content.pugpig.com/2021/05/10/cali-las-raices-del-estallido-social/pugpig_index.html
[5] https://www.bluradio.com/nacion/descansar-en-paz-servicios-funerarios-y-cremaciones-tendran-iva-en-la-nueva-reforma-tributaria
[7]https://www.semana.com/nacion/articulo/la-onic-reporta-al-menos-ocho-indigenas-heridos-por-balas-en-cali/202137/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario