jueves, enero 10, 2008

CALICANTO
(Enero 5 de 2008)
Calicantopinion.blogspot.com


Hernando Llano Ángel.

La parábola de Emmanuel.


Con apenas tres años y medio de vida, Emmanuel encierra en su frágil y maltratado cuerpo los rasgos más dramáticos y degradados de nuestro conflicto, pero también los más vitales, esperanzadores y paradójicos. Rehén de las ansias de vida y libertad de su madre, Clara Rojas, es concebido en cautiverio y nace en primavera (Abril 16), encadenado a una historia de revanchas y odios entre antagonistas sin grandeza, que han reducido la política a una interminable serie de matanzas donde la vida, la libertad y la dignidad humana son una simple pieza de recambio en el juego mortal de la guerra. Una guerra que nos insensibiliza a tal punto que gran número de colombianos son incapaces de reconocer el dolor y la dignidad de las víctimas, al menospreciarlas e insultarlas, como sucede en los casos de Yolanda Pulecio y Clara de Rojas, por ser indeclinables en la liberación de sus seres queridos y permanecer junto a Chávez con quien las FARC tienen ahora una doble deuda de honor.

Un conflicto que tiende a transformar a los verdugos en inocentes y a las víctimas en culpables, como acontece cuando muchos señalan que Ingrid merece su condición por irse a meter en la boca del lobo. Una guerra que tiende a convertir a los criminales de lesa humanidad y narcotraficantes en actores políticos, con el auspicio del propio Presidente Uribe y su promovida ley de “Justicia y paz”, que en varias ocasiones ha defendido en contravía de los pronunciamientos de la Corte Constitucional y la Corte Suprema de Justicia. En fin, una guerra que nos degrada a todos cada día más, pues con nuestra indolencia y pasividad nos convertimos en cómplices, cuando no en instigadores irresponsables de la misma al recordar y odiar con intensidad los crímenes de las FARC y al olvidar y perdonar con facilidad los crímenes de las AUC. Una guerra que jamás podrá terminar hasta que tomemos conciencia y reconozcamos plenamente nuestra responsabilidad personal y social en su continuidad y progresiva depravación.

De alguna manera esa es la parábola de Emmanuel, pues en medio de las atrocidades de esta pervertida guerra y las presiones políticas nacionales e internacionales, donde hay que reconocer la función catalizadora de la mediación de la senadora Piedad Córdoba y del Presidente Hugo Chávez, las FARC no tuvieron otra opción que prometer la liberación de Clara Rojas, la ex Senadora Consuelo González de Perdomo y el pequeño Emmanuel. Pero Emmanuel, además de ser hijo de Clara Rojas es un sobreviviente de la guerra y, paradójicamente, sus crueles avatares lo pusieron a salvo, al ser dejado en custodia por las FARC en Guaviare al mecánico José Gómez y éste entregarlo al ICBF por su grave estado de desnutrición y precaria salud.

Su nombre ahora cobra un significado más terrenal que celestial: es la vida y la libertad entre nosotros, a la espera de su madre, Clara Rojas, quien debe ser prontamente liberada. Sin duda, el llanto y la alegría de Emmanuel reclaman con urgencia su presencia. Emmanuel es ahora el cordón umbilical que ata a la vida a su madre y la puede liberar del laberinto del secuestro. Con sus inocentes y frágiles años ha sobrevivido a la crueldad y las mentiras de las FARC tanto como a la desidia presidencial, que sólo tuvo conocimiento de su vida e identidad cuando ésta cobró valor político. Entonces dejó de ser el anónimo Juan David Gómez Tapiero para convertirse en el predestinado Emmanuel.

Pero sucede que en condiciones similares, según el ICBF, viven cerca de 15.853 niños en Colombia y con pocas posibilidades de tener la nueva vida que va a iniciar Emmanuel, rodeado del afecto y las seguridades que le brindarán su abuela materna y demás familiares, mientras se reencuentra con su insustituible madre. Según UNICEF, “entre 10.000 y 13.000 menores han sido reclutados por grupos armados ilegales. Hay cerca de 2.000.000 de niños desplazados por la violencia. Entre 1990 y 2007 fueron víctimas de minas antipersona 449 menores de edad y 149 murieron”. Una cantera inagotable para nuevas guerras y revanchas. El representante de UNICEF en Colombia, Paul Martin, denunció que “21.000 niños mueren al año en el país por causas prevenibles como la desnutrición y no tener acceso a sistemas de salud o agua potable.[1]” Pero además de dicha violencia estructural y mortal, está la violencia intrafamiliar, que aunque menos letal es mucho más indignante y humanamente superable. Elvira Forero, directora del ICBF, informa que los “casos de maltrato infantil han crecido en los últimos 4 años. En el 2004 se registraron 36.000 denuncias, en el 2005, 47.979; en el 2006, 54.310; entre enero y abril de 2007 ya iban 23.5000”. También una cantera apreciable para grupos armados ilegales y potenciales vengadores de una infancia ultrajada y secuestrada, precisamente por quienes deberían protegerla y estimular su sano crecimiento.

De manera, pues, que la inhumanidad, crueldad y mentiras no son exclusivas de los grupos armados ilegales, sino también de numerosas familias donde crecen miles de “Emmanueles” en oprobiosa libertad. Por todo ello, la parábola de Emmanuel no es personal sino social, como también sucede con las causas y el entorno de nuestro degradado conflicto armado, ya no sólo de carácter doméstico sino también internacional o “inteméstico”, tanto en su profunda degradación belicista como en su urgente humanización política, con la mediación del Comité Internacional de la Cruz Roja para evitar otro desenlace fatal como el de los once diputados de la Asamblea del Valle.

Tal es la histórica responsabilidad del presidente Uribe y de Marulanda, pues si continúan empecinados en la utilización y manipulación política y militar de los rehenes, serán inferiores al imperativo humanitario que les exige la comunidad internacional y la sensibilidad humana: su vida y libertad. De persistir cada uno en la obsesión belicista de vencer y humillar al contrario, no habrá operación humanitaria sino otro rescate funerario. Entonces ambos podrán reclamar ante toda la humanidad y la posteridad la victoria de la muerte sobre la vida y la libertad de los rehenes. Se cubrirán de vergüenza y soberbia, en lugar de gloria y humanidad, cada uno responsabilizando al otro de lo ocurrido. Su comportamiento será más propio de criminales que de combatientes y no podrán eludir su responsabilidad frente a la eventual acción de la justicia penal internacional y el perenne juicio de la humanidad.

[1] - El Tiempo, Jueves 3 de Enero 2008, página 1-4 Nación.

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