jueves, septiembre 12, 2019

Dos Ivanes trabados en un narco-absurdo combate.


DOS IVANES TRABADOS EN UN NARCO ABSURDO COMBATE


Hernando Llano Ángel.
Nuestra vida, paz y seguridad nacional, penden del frágil hilo de la sensatez política de dos Ivanes, hoy trenzados en una guerra verbal que augura el preámbulo de otra guerra, quizá más absurda, mortífera e impredecible. Del lado de la legalidad, está Iván Duque, como presidente responsable del orden público de la nación, de la paz política y las relaciones internacionales. Del otro, en la ilegalidad, Iván Márquez, otrora delegatario principal de las FARC-EP en el Acuerdo de Paz con el Estado colombiano, inferior a su responsabilidad histórica. Están empeñados y enredados en un guerra absurda, por cuanto se trata de la “guerra contra las drogas”, declarada por Nixon hace ya casi medio siglo[1]. Una guerra que todos estamos perdiendo, pues ella en lo fundamental es producto de la extra-adicción de millones de consumidores, que estimulan la oferta, los precios y las ganancias del crimen. Una guerra que nunca se ganará con la extradición de Santrich, ni de Márquez, como tampoco se ganó nada con la extradición de Ledher, los Rodríguez y los comandantes de las AUC. Si acaso, contribuyó a renovar la cúpula de las organizaciones criminales y a fusionar, de forma casi inextricable, a la política con el crimen. Ahora que estamos de conmemoraciones, después de 30 años del magnicidio de Galán, y de los efectos devastadores del narcoterrorismo de Pablo Escobar, deberíamos recordar como concluyó tan sangrienta noche.

La constitucionalización del crimen

Concluyó con la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente y la inclusión en el artículo 35 de la Constitución Política de la máxima aspiración de Pablo Escobar: “Se prohíbe la extradición de colombianos por nacimiento”. Solo entonces el capo se “entregó” a la justicia y se recluyó cómodamente en su “Catedral”. En otras palabras, logró incardinar la politización del crimen en la misma Constitución que, desde entonces, también marcó el comienzo de un triple e irreversible proceso de degradación de la política: primero, mediante la narcotización de la política electoral; segundo, con la narcocriminalización del conflicto armado interno y, tercero, internacionalizando la política de paz y subordinando la seguridad nacional a la asistencia militar de Estados Unidos. Vamos en orden, rápidamente.

Narcotización de la política nacional

La política nacional profundizó su narcotización, hasta alcanzar la cima del Estado, con el presidente Ernesto Samper (1994-98) y el proceso 8.000. Continúo su narcotización en las relaciones internacionales y en la “política de paz” con Andrés Pastrana (1998-2002) y el “Plan Colombia”, presupuesto inicial de la “seguridad democrática” y de la exitosa guerra de Uribe contra las Farc. Éste, por su parte, cabalgó victorioso e impune en la degradación criminal de la vida política nacional con la narcoparapolítica, la desmovilización de las AUC y la rápida extradición de sus comandantes para que no develarán la tupida y profunda red de complicidades tejidas en torno a la coalición gubernamental[2], que respaldó sus dos administraciones (2002-2010). Además, dio continuidad al “Plan Colombia” con un eufemismo todavía mayor, “Plan Patriota”, para difuminar así la realidad de la narcointernacionalización dependiente y subordinada de nuestro conflicto a los intereses norteamericanos en su “guerra contra las drogas”.  Por último, Juan Manuel Santos, en una movida estratégica, entre el realismo y la responsabilidad política, jugó la carta de la paz con las Farc-Ep, asegurándose el respaldo de Obama para buscar una solución política al problema de las drogas ilícitas, quien envía a su delegado personal, Bernie Aronson y avala el punto cuarto del Acuerdo de Paz, en un acto de sensatez y sentido común. Este punto reconoce que se requiere un cambio de enfoque sustentado en: “4.1. Programas de sustitución de cultivos de uso ilícito. Planes integrales de desarrollo con participación de las comunidades —hombres y mujeres— en el diseño, ejecución y evaluación de los programas de sustitución y recuperación ambiental de las áreas afectadas por dichos cultivos. 4.2. Programas de Prevención del Consumo y Salud Pública. 4.3. Solución al fenómeno de producción y comercialización de narcóticos” con la corresponsabilidad de la comunidad internacional. Pero, en lugar de dicha corresponsabilidad, lo que hoy existe es una extra-adicción creciente en sus consumidores que elevan el precio de la cocaína y, por consiguiente, la extensión de los cultivos y la codicia de la mafia, según las inflexibles leyes de la oferta y la demanda. Ya lo decía Milton Friedman, que algo sabía de economía[3]: “Si analizamos la guerra contra las drogas desde un punto de vista estrictamente económico, el papel del gobierno es proteger el cartel de las drogas. Esto es literalmente cierto”.

Narcotráfico, nudo gordiano de la guerra

Pero junto a la narcotización anterior de la política nacional, también se vivió la narcotización de la guerrilla y de los paramilitares, que encontraron en la Coca el “banquero de la guerra”, al decir de Mancuso, agudizando la profunda degradación y progresiva deslegitimación de sus causas y el extravío en la codicia de muchos de sus hombres y frentes. A tal punto, que hoy es casi imposible discernir y distinguir la política del crimen, tal como aconteció en el proceso 8.000 y la narcoparapolítica. En esta madeja, sin duda, terminaron enredados Santrich y Márquez, con el concurso de su sobrino, Marlon Marín[4], no por casualidad hoy testigo protegido de la DEA. Por todo lo anterior, el narcotráfico es ese nudo gordiano que nos ata a la guerra y la única forma de desatarlo es asumiendo el Estado colombiano y la comunidad internacional su regulación y control legal. Así lo hizo Estados Unidos en 1933, aboliendo el prohibicionismo en el consumo del licor, despojando a las mafias de su violento control[5]. Lo más grave, es que ahora estamos a punto de que dos insensatos Ivanes, cada uno defendiendo sus respectivos fundamentalismos: “Paz con legalidad” y “Paz con justicia social”, añadan un nuevo nudo, todavía más sangriento e impredecible, y nos amarren a una absurda narcoguerra contra Venezuela, bajo la coartada imperial de una cruzada contra el narcoterrorismo y el narcodictador Maduro. Todo ello, enarbolando la defensa de la democracia en Venezuela y el incumplimiento minoritario de un Acuerdo de Paz en Colombia que, como ciudadanos, no hemos sido capaces de forjar y defender en ambos lados. Lo más triste es que una guerra así solo la ganarían astutos líderes con la muerte de otros y la ingenuidad e ignorancia de “patriotas” y “demócratas” en ambas naciones. ¿Seremos tan indolentes e irresponsables de permitir semejante narco-absurdo escenario?

No hay comentarios.: