COLOMBIA, ENTRE URNAS Y
TUMBAS
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Hernando Llano Ángel.
Es verdad que este domingo 19 de junio llegamos a las urnas con una mezcla
de emociones, prevenciones, prejuicios, desconfianzas, miedos y esperanzas que
conspiran contra el juicio y la racionalidad democrática. Los tres principios
kantianos sobre la racionalidad democrática, popularizados pedagógicamente por
el siempre vigente maestro Estanislao Zuleta, en su conocido ensayo “Democracia
y Participación”[1]: 1-Pensar
por sí mismo; 2- Pensar en lugar del otro y 3- Ser consecuente con lo que se
piensa, están este próximo domingo en grave peligro de ser desconocidos por
millones de electores que votarán sin someter a un juicio racional las mentiras
y la desinformación que sobre ambos candidatos circulan profusamente por las
redes sociales. Quienes voten teniendo en cuenta solo las informaciones y
versiones que favorecen a su candidato y a sus intereses personales,
empresariales o sociales, ignorando por completo los hechos que los contradigan
o demuestran que son irrealizables, están contribuyendo activamente a la
corrupción de la democracia. Es lo que acontece cuando decidimos nuestro voto a
partir del consumo cotidiano de informaciones que recibimos solo por las redes
sociales y los grupos de WhatsApp políticamente endogámicos, que crean una
realidad virtual y digital a la medida de nuestras convicciones e intereses. Confundimos
la ética con la defensa a ultranza de nuestros intereses y la simpatía con
quienes los comparten. Tal unanimidad y homogeneidad de mensajes compartidos no
solo nos impide pensar en el lugar del otro, sino que simplemente lo negamos
porque consideramos que su identidad es peligrosa y moralmente perversa,
inferior a la nuestra. Es un Otro con el que no podemos hablar, mucho menos
contar para compartir un espacio común y convivir, porque lo descalificamos
como una inminente amenaza para nuestra vida, bienes y familia. Cuando votamos
así lo estamos haciendo desde prejuicios y emociones peligrosamente mortales
como el miedo y el odio. Es un voto totalmente emotivo e irracional. Un voto
que no contribuye a forjar reconocimiento y confianza con los diferentes a nosotros,
sino todo lo contrario, profundiza la estigmatización y la desconfianza. Nos
divide políticamente en bandos irreconciliables. Como lo decía el expresidente
Betancur, se vota para perpetuar la “federación de odios” entre los
colombianos, siendo miembros de una misma Nación supuestamente democrática. Así
sucedía a mediados del siglo pasado entre bandos hostiles y enemigos que se
autodenominaban liberales o conservadores. Bandos que necesitaron cerca de 300
mil víctimas mortales para reconocerse como iguales en medio del dolor y el
sufrimiento. Los hermanó la sangre y la muerte en lugar de la vida. Y de allí
surgió el Frente Nacional. ¿Será que vamos reeditar esa tradición ignominiosa y
vergonzosa? Esa es la tradición de la perversión, mayor corrupción y completa
desaparición de la democracia, pues convierte las urnas en tumbas. Y lo más absurdo es que se realice en nombre
de la lucha contra la corrupción y la defensa de la Vida. Hernández se arropa
con la bandera de la “Liga de Gobernantes Anticorrupción”[2]
y Petro con la enseña del Pacto Histórico[3]
por la Vida y la dignidad. ¡Vergüenza deberíamos sentir de encontrarnos en
semejante encrucijada mortal! Pero a este extremo hemos llegado. El reciente
asesinato del líder indígena Misak, Jesús Antonio Montano, en el Cauca por
hacer proselitismo a favor de Fico, así lo demuestra. Como también sucedió, no
hay que olvidarlo, con el exterminio de cerca de 5.733 miembros de la Unión
Patriótica[4]
entre 1984 y 2016. Entre ellos, “dos candidatos presidenciales, los abogados
Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa, 5 congresistas en ejercicio
(Leonardo Posada, Pedro Jiménez, Octavio Vargas, Pedro Valencia, Manuel
Cepeda), 11 diputados, 109 concejales, varios exconcejales, 8 alcaldes en
ejercicio, 8 exalcaldes y miles de militantes fueron sometidos a exterminio
físico y sistemático por parte de grupos paramilitares, miembros de la Fuerza
Pública (Ejército Nacional, Armada Nacional, Fuerza Aérea, Policía Nacional, el
F2 y el Departamento Administrativo de Seguridad) y los narcotraficantes;
algunos sobrevivientes al exterminio abandonaron el país”. Teniendo en cuenta
todo lo anterior, ya es hora de ir aprendiendo que “la democracia con sangre no
entra” y no convertir el próximo domingo, una vez más, a las urnas en
futuras tumbas. Por nosotros mismos y las futuras generaciones cumplamos el
artículo 22 de la Constitución: “La paz es un derecho y un deber de
obligatorio cumplimiento” y la democracia es el derecho a la paz,
porque ella “permite contar cabezas en lugar de cortarlas”. Lamentablemente nuestra
historia y el presente demuestran todo lo contrario, tenemos una forma de gobierno
que permite cortar cabezas[5]
sin poder contarlas[6]. De
nuestro voto depende que controversias sobre tan macabra contabilidad, como el
número de líderes sociales asesinados o de “falsos positivos” perpetrados, no
continúe siendo una realidad cotidiana. No hay mayor corrupción de la política
que la guerra, el odio y la muerte, sin importar qué bandera se enarbole para
excluir y asesinar, con la mejor buena conciencia, al contrario. Toda la razón
tenía Robert Dahl cuando sentenció: “La democracia comienza en el momento, que
llega después de mucho luchar, en que los adversarios se convencen de que el
intento de eliminar al otro es mucho más oneroso que convivir con él”.
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