LA CAJA DE PANDORA ELECTORAL
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Hernando Llano
Ángel.
Nada más parecido a la realidad de
esta segunda vuelta electoral que el mito de la Caja de Pandora, ahora
convertida en una urna electoral. Dice la mitología griega que fue un regalo de
bodas de Zeus a Pandora, “con instrucciones de no abrirla bajo ningún
concepto”. Pero la curiosidad de Pandora venció su voluntad y al abrirla
“escaparon de su interior todos los males del mundo”, excepto la esperanza al
quedar atrapada en el fondo, como el único bien que contenía. De allí la
expresión “la esperanza es lo último que se pierde”. Es el símil perfecto para
la urna electoral, pues ella siempre contiene nuestra esperanza, donde
periódicamente la depositamos y allí queda refundida hasta la próxima elección.
Una esperanza irrealizable y perenne, que renace con cada elección, alimentada
por el mayor mito de la modernidad, la democracia representativa. Una
democracia que se ha convertido en la mitomanía más fantástica que podamos
imaginar. Tan fantástica que comienza por hacernos creer que el voto tiene un
poder demiurgico y puede “crear y armonizar la realidad”, según las propiedades
que Platón atribuía a Demiurgo. Una mentira que el marketing electoral y las
redes sociales, manipulando nuestras ilusiones, miedos, prejuicios e
ignorancia, ha convertido en una verdad irrefutable. Al punto que hoy millones
de electores creen que al votar por Hernández la politiquería y la corrupción
desaparecerán, como por arte de magia. Y otros, que si votan por Petro se
producirá un Cambio Histórico, donde reinará la justicia y la igualdad. Lo
grave es que se lo creen hasta el extremo que convierten sus miedos y
esperanzas en motivo de desconfianza, señalamientos, insultos y agresiones que
les impide reconocer su común humanidad y nacionalidad. Entonces se sitúan en
bandos irreconciliables donde cada uno reclama tener la razón, la verdad y la
justicia de su parte. Ya enfrentados en semejante escenario, las emociones se
encargan del resto, pues los argumentos no valen, es imposible cualquier
conversación. Solo valen los insultos y las descalificaciones. Quien no está
conmigo, está contra mí. Aquel que vote por el Pacto Histórico será mi enemigo,
partidario de un “petrogusano”, que convertirá a Colombia en Venezuela o
Nicaragua, entregándole a Petro el control de todas nuestras vidas, propiedades
y libertades. Y, a su vez, quien lo haga por Hernández, perpetuará el reinado
de los “uribestias” y Colombia seguirá siendo su hacienda ubérrima, en medio de
las desigualdades y la impunidad reinante. Pero la realidad es mucho más
compleja que semejantes simplificaciones, producto de las emociones, los
prejuicios, los miedos y las esperanzas de los seguidores de ambos candidatos.
Simplificaciones que son reforzadas cada segundo por las redes sociales,
fábricas de mentiras y tergiversaciones, donde lo único que importa es
deslegitimar por completo al adversario. Sembrar miedo y desconfianza, los
aliados perfectos del autoritarismo, la violencia y el fanatismo. Y así nos
extraviamos en un laberinto donde todos terminamos perdiendo el sentido de la
realidad y creemos solo en lo que queremos creer, confiriéndole a nuestro
candidato los poderes de un Demiurgo que hará realidad nuestras esperanzas y
sueños, que nos protegerá del mal y defenderá nuestras vidas, propiedades y
libertades. Unos creen que Hernández nos salvará de la corrupción y la
politiquería, de la tiranía y el comunismo. Otros, que Petro nos brindará pan,
paz, igualdad y dignidad. Entonces corren a marcar en el tarjetón su candidato,
con la esperanza de que acabará con la ladronera, en el caso de Hernández y con
Petro que saldrán de la pobreza y la marginalidad social. Imaginaré, por lo
pronto, que el ingenioso Hernández gana el 19 de junio.
¿Un escenario de ingeniosa ingobernabilidad?
Con él, supuestamente desaparecerán la
corrupción y la politiquería, pues llegará a la Casa de Nariño la “liga de los
gobernantes anticorrupción”, que se proclama como “el Grupo Significativo de
Ciudadanos y Ciudadanas más grande de Colombia”. Lo grave es que ya se subió a
ese tren que conduce el ingeniero casi toda la fanfarria del País Político,
responsable de la actual hecatombe nacional, con la certeza de asegurarse otros
cuatro años de viaje en primera clase, desfalcando el País Nacional que
proclamaba y lideraba Gaitán. Porque son ellos los que pondrán millones de
tiquetes, como los votos ofrecidos por Fico y Lara, para que el tren del
ingeniero se detenga en la Casa de Nariño. Y a esos tiquetes se sumarán otros
millones de votos de cándidos electores que votarán por el ingeniero porque
están convencidos que podrá gobernar sin esa fanfarria de corruptos del País
Político que hoy se frotan las manos ante su inminente triunfo y afirman, socarronamente,
que acatarán lo que el pueblo decida. Pero por más ingenioso que sea el
ingeniero y tenga un Ángel Becassino de cabecera, aconsejándole que solo haga
alianzas con el pueblo y se quede calladito, la verdad es que ya cuenta con la
mayoría de esos políticos que están en el Congreso y requerirá de su aprobación
y apoyo para gobernar. De manera que esa liga de gobernantes incorruptibles
tendrá que entenderse con bancadas de «demonios» que han vivido del erario y de
negociados público-privados, aferrándose cada cuatro años a sus curules y
cargos burocráticos. Solo con ellos podrá empezar a gobernar supuestamente en
forma proba, austera y transparente, según las promesas del ingenioso Hernández
y su Ángel de cabecera. De no hacerlo, entraremos en un limbo de
ingobernabilidad parecido al de Pedro Castillo en el Perú. Entonces, en lugar
de casas para los campesinos, el ingeniero levantará castillos de arena que se
derrumbarán en menos de los cien días de gracia que le concederán sus
electores. Un panorama preocupante. Obviamente que el ingenioso Presidente
tiene la opción realista de cambiar y transar su programa con quienes ha
derrotado y lo han llevado a la Presidencia. Pero eso no sale gratis y
probablemente sus electores, ante semejante engaño, dejarán de ser ingenuos y
se convertirán en amargados y rabiosos manifestantes. Perderán hasta su
esperanza y ella saldrá de la Caja de Pandora convertida en ira popular, pues
una vez más seguirán “los mismos con las mismas”. De nuevo el País Político
habrá ganado sobre el País Nacional. Tal uno de los escenarios posibles del
triunfo y la ingobernabilidad de Hernández. En el próximo CALICANTO, espero
proyectar lo que podría suceder con el triunfo y la gobernabilidad de Petro.
Así los invito a reflexionar sobre si vamos a continuar convirtiendo las urnas
en esa Caja de Pandora donde solo queda la esperanza, después de haber escapado
de ellas todos los males de este mundo. En últimas, ello depende de nosotros,
no solo de los candidatos y sus fantasiosos asesores. ¿Abriremos de nuevo la
Caja de Pandora? ¿Recobraremos de su fondo la esperanza extraviada y la
convertiremos entre todos en gobernabilidad ciudadana y democrática?
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