sábado, enero 16, 2021

Trump, profanador de mitos y promotor de imposturas.

 

Trump, profanador de mitos y promotor de imposturas

https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/trump-profanador-mitos-promotor-imposturas

Hernando Llano Ángel.

Trump pasará a la historia por revelarle al mundo en forma tragicómica la profunda e irreversible decadencia de la vida política norteamericana. Una decadencia que comenzó en 1972, también en forma escandalosa, con el Watergate de Richard Nixon, no por casualidad otro presidente republicano. Ambos tienen en común ser gánsteres encumbrados de la política nacional e internacional, tramposos y criminales, desleales a las reglas esenciales del juego democrático. Por eso mismo, son los máximos profanadores de esos mitos que alimenta desde su nacimiento la democracia norteamericana y son también los más cínicos promotores de sus imposturas políticas. Fueron maestros en el uso y el abuso de la mentira política, la exaltación de los prejuicios y el racismo visceral con su carga de desprecio y odio. Ambos fueron insuperables en la exacerbación del miedo, como Hitler. Nixon, enarbolando la bandera del nacionalismo imperial, pleno de mentiras y coartadas criminales tales como los mitos imperecederos de la defensa del mundo libre y la democracia, bajo las cuales promovió cínicamente la guerra en Vietnam y el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973[1]. La propagación de ese virus “pandemocrático imperial” ha dejado una estela incontable de víctimas mortales contra la cual parece que no hemos podido inventar la vacuna de la verdad y superar tanta falsedad letal. Trump, con sus delirantes consignas de Make America Great Again y America First, inseparables de su obsesión por levantar el muro de la infamia en la frontera con México y sus criminales consignas de Ley y Orden para justificar la violencia policiva contra la población negra y migrante. Quizá, por todo lo anterior, ambos impostores de la democracia y gánsteres de la política recibieron en vida la mayor derrota para sus déspotas egos, insaciables de espuria gloria: las penas de la ignominia y la vergüenza contra las cuales no existe perdón ni olvido en la memoria de los pueblos y de los auténticos demócratas, más allá de cualquier partido. Aunque dichas penas estén muy lejos de hacer justicia por sus innumerables crímenes, casi siempre inexpugnables en razón de su inmunidad personal y la impunidad que les otorga el poder político imperial. Pero esa esquiva e improbable justicia institucional fue ahora superada por el juicio político de mayorías demócratas que eligieron en Georgia a dos representantes de minorías, el reverendo bautista Raphael Warnock[2],  primer senador negro por dicho Estado y a Jon Ossoff  de ascendencia judía, que dan el control del Senado al partido demócrata, pues con la Vicepresidenta Kamala Harris[3] obtienen la mayoría.  

Memoria frágil y penas pendientes

Aunque esas penas de ignominia y vergüenza, en verdad, también las merecen otros recientes presidentes norteamericanos que hoy se benefician de la frágil memoria política contemporánea, como George W Bush, con su guerra contra el terrorismo sustentada en mentiras tanto o más graves que las de Trump, como la existencia de armas de destrucción masiva en Irak[4]. Sin que escape a un juicio crítico el presidente demócrata Bill Clinton por su laxitud con la avaricia del capital financiero, responsable en gran parte de la debacle económica en 2008[5]. Tampoco queda a salvo Obama y su incapacidad para desmantelar el antro de la cárcel de Guantánamo[6], centro de reclusión norteamericano para la tortura y la violación “legal e institucional” de los derechos humanos[7]. Y esos mitos democráticos norteamericanos, entre nosotros se convierten en mitomanías criminales y heroísmos gloriosos, cometidos bajo el amparo del “Estado de derecho”. En nombre de ellos se eliminó la cúpula de la Justicia y se incineró el mismo Palacio de Justicia en 1985, hoy se asesina a los opositores políticos, líderes sociales y desmovilizados, en medio de la “paz con legalidad”. Al parecer, esto último sucede porque el presidente Duque evita caer en la extrema derecha y se sitúa –según su ingeniosa definición-- en el extremo centro, como un auténtico estadista, empeñado en la defensa de la libertad y el orden, aunque el resultado actual sea esta extraña paz con letalidad, que deja hasta la fecha 252 reincorporados en la FARC asesinados[8], 66 masacres[9] y 310 líderes sociales y defensores de derechos humanos exterminados hasta el 30 de diciembre de 2020[10]. No por casualidad en plena campaña presidencial el Centro Democrático se apresuró a respaldar a Trump, ese aliado leal contra el “socialismo castrochavista” y adalid insobornable de la verdad, además de defensor inquebrantable de la ley y el orden. A tal punto que terminó alentando el asalto al Capitolio porque el Estado de derecho norteamericano no le reconoció su triunfo. Un triunfo que solo existe en su personal “Estado de opinión” y que reclaman sus iracundos seguidores, pues Trump no cesa de declarar que fue víctima de un colosal fraude electoral, sin que haya aportado prueba alguna que lo demuestre. La única forma de entender esta profunda afinidad, ahora rápidamente negada, entre Trump y el Centro Democrático es que sus respectivos líderes tienen una peculiar relación con el crimen y se consideran moralmente por encima de la ley y del Estado de derecho, revelando así una muy personal y autocrática concepción de la democracia y sus valores, igual que Bolsonaro y Maduro. Tan personal que pretenden seguir gobernando desconociendo los resultados electorales, cambiando algún articulito de la Constitución, por interpuesta persona o hasta promoviendo herederos consanguíneos. Por eso desde ya Trump anuncia que su verdadero Show comenzará después del 20 de enero, pues sabe bien que para estar a salvo de la justicia nada hay más eficaz que declararse víctima de persecución política y recurrir al respaldo de los 75 millones de electores que son su verdadero “Estado de opinión”, donde gobierna a discreción, se siente idolatrado y se sabe intocable. Ya lo veremos desde su palacete de Mar-A-Lago[11], si es que logra imponerse sobre las restricciones legales que tiene para residir allí, convirtiendo ese paradisiaco lugar en su cuartel de campaña y ubérrimo refugio de impunidad.

Política y crimen

Aunque cabe la remota posibilidad de que Biden logre un acuerdo con el partido republicano para que repudie a Trump y la justicia pueda procesarlo por sus múltiples delitos, desde evasor de impuestos, depurando así a la política del crimen y del gansterismo impune. Simbiosis y fenómeno que no solo carcome la democracia norteamericana, pues también está presente en muchas latitudes: Rusia, Ucrania, Turquía, Brasil, Venezuela y en forma endémica en nuestro país. De allí la enorme afinidad entre Trump y figuras cimeras del Centro Democrático. Incluso la afinidad de Trump con líderes cacocráticos como Putin y Kim Jong-un, con quienes sostuvo mejores relaciones que con sus históricos aliados. Aliados que hoy lo hacen responsable del asalto al Capitolio, como la canciller Ángela Merkel, al señalar que "el presidente Trump lamentablemente no ha reconocido su derrota desde noviembre, ni tampoco ayer, y eso naturalmente ha generado una atmósfera que hace posible incidentes violentos”[12]. Pero la ruptura entre la política y el crimen no depende exclusivamente de acuerdos entre partidos políticos, sino especialmente del juicio y la moralidad política de los ciudadanos que en últimas son quienes legitiman esas funestas relaciones, bien por ignorancia, miedo o los intereses creados, que van desde las financiaciones legales e ilegales de las campañas electorales hasta la conveniencia personal, empresarial o familiar. Porque la criminalidad política es una relación de complicidades entre los particulares y los políticos profesionales para hacer prevalecer el Statu Quo con sus ganancias e intereses personales, incluso de manera legal, sobre los intereses generales y el bienestar público. Algo que siempre debemos tener presente, pero especialmente en las elecciones del 2022, porque hoy se puede parafrasear el aforismo de Edmund Burke y decir que los políticos criminales y corruptos son elegidos por ciudadanos honestos que no votan. Pero también, lo que es peor, por quienes los votan para reafirmar sus intereses, prejuicios, venganzas y odios contra aquellos que consideran sus enemigos por tener simplemente otro color de piel, diferente origen nacional o social, orientación sexual y proyectos políticos alternativos --sean progresistas o conservadores-- y hasta para ajustar cuentas de sangre y dolores familiares pendientes, todo ello supuestamente en nombre de la “justicia revolucionaria”[13] o la “seguridad democrática”[14].



 

 

[13] Como pretende justificar las Farc-Ep su asesinato de Álvaro Gómez Hurtado.

 

[14] Como pretende Álvaro Uribe Vélez justificar los miles falsos positivos durante su gobierno.

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