viernes, julio 08, 2022

POR LA RECONCILIACIÓN POLÍTICA PARA LA CONVIVENCIA DEMOCRÁTICA

 

POR LA RECONCILIACIÓN POLÍTICA PARA LA CONVIVENCIA DEMOCRÁTICA

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Hernando Llano Ángel

Un nuevo viento recorre la política nacional. Es un tenue viento de reconciliación política y convivencia democrática. El Pacto Histórico y el presidente electo, Gustavo Petro[1], lo denominan Acuerdo Nacional. Lo primero que precisa ese viento para empezar a mover las aspas de la reconciliación política es que todos los protagonistas de la política nacional, comenzando por los más radicales opositores a Petro y el Pacto Histórico, se reconozcan como legítimos interlocutores y no como enemigos implacables. Ya el expresidente Uribe les ha señalado el camino con su trino[2]: “Para defender la democracia es menester acatarla. Gustavo Petro es el Presidente. Que nos guíe un sentimiento: Primero Colombia”. Un trino que al parecer no tiene eco alguno entre los más caracterizados líderes de la ultraderecha, para quienes la consigna es combatir sin tregua a Petro, sin reconocerle ningún acierto, pues de lo que se trata es de impedirle gobernar. Empujarlo lo más rápido al fracaso, para que sus iniciativas reformistas no se conviertan en realidad, pues ellas afectarían la vida sabrosa de una minoría llena de privilegios económicos y exenciones tributarias. Dichas reformas les parecen inadmisibles, pues amenazan su intocable reinado de impunidad donde se desenvuelven sus vidas de “ciudadanos de bien”. Cualquier medida que tome Petro en esa dirección será considerada como una expresión de odio, envidia, revancha y estímulo a la lucha de clases. La antesala de la dictadura comunista. Para los líderes de estos sectores, que siempre han pregonado que somos la democracia más antigua, estable y perfecta de Latinoamérica, la justicia tributaria es una bandera castrochavista. La reforma agraria una campaña de expropiación irreversible de la propiedad privada. Ellos, seguramente, interpretan el trino del expresidente Uribe y su jefe político indiscutido como un grave síntoma de senilidad política. No demoran en solicitarle que se consagre al cuidado de sus nietos, la administración del Ubérrimo y a cabalgar sobre sus bestias, pues su tiempo de Jinete justiciero y “salvador” de la democracia ya pasó. Aclararán, probablemente, que lo que en realidad quiso decir el Presidente eterno y Jefe natural del Centro Democrático fue todo lo contrario: “Para defender la democracia es menester ATACAR al presidente Petro”. Seguramente cometió un error al digitar su IPhone o fue un caso insólito de disgrafia[3] política que pronto corregirá el presidente eterno con otro trino. No me imagino el trauma político irreparable que sufrirán sus más fieles y fervientes adoratrices, como Paloma Valencia y María Fernanda Cabal, si se produce el encuentro con Gustavo Petro, y ni hablar el efecto en sus millones de devotos electores. ¿Se sentirán como huérfanos desheredados, indefensos y desorientados? ¿Quién podrá salvarlos de ese “guerrillero” ahora con franja presidencial? O ¿Quizá se sentirán hasta traicionados y abandonados por el padre magnánimo y protector que, aquejado ahora de alzhéimer político, corre a estrechar la mano de quien llamó “sicario moral” en el Congreso y lo invitó a que volviera al monte?  Es intolerable e inimaginable que ese “Petrogusano” --como lo llaman los “ciudadanos de bien” en las redes sociales-- vaya a ocupar la Casa de Nariño, en lugar de haber regresado al monte, siguiendo el ejemplo de Iván Márquez, ese “heroico dirigente guerrillero”, que sí comprendió el mensaje del Presidente eterno y no traicionó la revolución. ¡Que ironías tan crueles tiene la política! En lugar de volver al monte, Petro llegó a la Casa de Nariño y ahora les tocará ir a visitarlo y hasta conversar con él, ¡nada menos que un “guerrillero” vestido de Presidente de la República! Más allá de lo inverosímil que parezca la parodia anterior, esa es la realidad y verdad de la reconciliación política. Bastaría con recordar que Álvaro Gómez Hurtado (Q.E.P.D), secuestrado por el M-19, debatió, firmó y proclamó la Constitución de 1991 con Antonio Navarro Wolf, responsable de su secuestro como excomandante del M-19, sin que ninguno de los dos claudicará de sus convicciones, creencias y proyectos políticos. De eso se trata la reconciliación política. De reconocerse y tratarse como adversarios políticos legítimos que, desde sus cargos y roles gubernamentales o bien como opositores, pugnan por la conducción civil y democrática de la sociedad, sin insultarse, deslegitimarse y mucho menos eliminarse simbólica o físicamente. La reconciliación política no es un abrazo afectuoso y mentiroso entre adversarios políticos, sino más bien el reconocimiento respetuoso de las diferencias y el compromiso mutuo por alcanzar acuerdos que favorezcan la convivencia democrática. En este campo no cabe la “política del amor”, como la pregona el presidente electo, sino la política del reconocimiento a través del debate, la deliberación, la oposición y, si es del caso, la concertación para desarrollar políticas públicas en beneficio de los que tienen menos posibilidades y derechos. Esa mayoría de colombianos que la vicepresidenta Francia Márquez[4] llama, sin eufemismos, los nadies empobrecidos y que el sibilino lenguaje oficial llama vulnerables. ¡Como si todos no fuéramos vulnerables en tanto seres humanos y más aún cuando no son reconocidos los derechos fundamentales! Por lo tanto, el llamado Acuerdo Nacional se inscribe en el ámbito de la Reconciliación Política para la Convivencia Democrática, pero no en la búsqueda de una política hegemónica consensuada bajo la dirección del Pacto Histórico, pues Petro incurriría en el mismo error y horror del caudillismo de Uribe que en su Manifiesto Democrático[5] escribió en el punto 98: “Me haré moler para cumplirle a Colombia. En mis manos no se defraudará la democracia. Insistiré que el País necesita líneas estratégicas de continuidad; una coalición de largo plazo que las ejecute porque un Presidente en cuatro años no resuelve la totalidad de los complejos problemas nacionales. Pero avanzaremos. Por eso propongo un Gobierno de Unidad Nacional para rescatar la civilidad”. Un punto que debería tener presente el Pacto Histórico y su presidente electo, Gustavo Petro, para no incurrir en semejante error y horror histórico, tratando de forjar esa “coalición de largo plazo” más allá de los 4 años. Ya tuvimos suficiente con 16 años del Frente Nacional y otros 20 de hegemonía neoliberal con dos gobiernos de Uribe (2002-2010), otros dos de Santos (2010-2018) y los recientes 4 de Duque. La verdad, nos dejan una herencia de marginalidad, desesperación y exclusión social que tuvo su máxima expresión en los estallidos sociales de 2019[6] y 2021, catalizados por la pandemia del Covid y la perfecta indolencia del Presidente Iván Duque, con su narcisismo autista de mandatario perfecto, pues recientemente expresó su deseo de ser reelecto[7], si la Constitución se lo hubiera permitido. Todo parece indicar que estamos empezando a despertar como ciudadanos del letargo de la abstención electoral, al tiempo que repudiamos y deslegitimamos la violencia política, como lo vimos en la Audiencia de Reconocimiento de la JEP[8] entre las víctimas de secuestro, sus familiares y los excomandantes de las FARC-EP, componentes letales de la corrupción tanática de este Estado Cacocrático[9] y régimen electofáctico[10]. Comenzamos a transitar por sendas para la participación y la deliberación ciudadana. Allí están proyectos ciudadanos como los de La Paz Querida: “Agenda Ciudadana de coexistencia pacífica en democracia para Colombia”[11]; “!Valiente es Dialogar!”[12] y Tenemos que hablar Colombia[13]. El próximo 28 de junio la Comisión de la Verdad[14] nos entregará su informe final y allí encontraremos las claves para evitar la repetición de los factores que han engendrado y dinamizado por más de medio siglo la violencia, la corrupción y el crimen de este régimen electofáctico, para emprender entre todos y sin exclusión política o social alguna la democracia que queremos y debemos a nuestros hijos. Sin duda, estamos viviendo un momento de transición histórica. Vamos de la transición de las mentiras propaladas y perpetuadas por más de medio siglo por minorías privilegiadas hacia las verdades forjadas y consolidadas entre todos. Para ello, debemos esforzarnos en consolidar la reconciliación política para la convivencia democrática. Y una de las formas más eficaces de lograrlo, es poniendo en práctica lo que he denominado el Decálogo ciudadano para la convivencia democrática[15], con los siguientes compromisos, que no mandamientos: 1- Conversar, no insultar. 2- Escuchar, no tergiversar. 3- Concertar valores, no solo negociar intereses. 4- Colaborar, no solo competir. 5- Cuidar, no devastar. 6- Comprender, antes de juzgar. 7- Estimular, en lugar de desanimar. 8- Proponer, en lugar de vetar. 9- Dignificar, no humillar. 10- Convivir, no matar. Compromisos que valdría la pena trasladar a las redes sociales para liberarnos de la perversa simbiosis que existe entre el odio y la mentira, magistralmente descrita así por Albert Camus, en “Las servidumbres del odio”[16]: “No se puede odiar sin mentir. E inversamente, no se puede decir la verdad sin sustituir el odio por la compasión… La mentira es más sutil. Sucede incluso que se miente sin odio, por simple amor a uno mismo. Todo hombre que odia, por el contrario, se detesta a sí mismo, en cierto modo. No hay, pues un lazo lógico entre la mentira y el odio, pero existe una filiación casi biológica entre el odio y la mentira.”

           


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