POR LA RECONCILIACIÓN POLÍTICA PARA LA CONVIVENCIA DEMOCRÁTICA
Hernando Llano
Ángel
Un nuevo viento recorre la política
nacional. Es un tenue viento de reconciliación política y convivencia
democrática. El Pacto Histórico y el presidente electo, Gustavo Petro[1], lo denominan Acuerdo
Nacional. Lo primero que precisa ese viento para empezar a mover las aspas de
la reconciliación política es que todos los protagonistas de la política
nacional, comenzando por los más radicales opositores a Petro y el Pacto Histórico,
se reconozcan como legítimos interlocutores y no como enemigos implacables. Ya
el expresidente Uribe les ha señalado el camino con su trino[2]: “Para defender la democracia es
menester acatarla. Gustavo Petro es el Presidente. Que nos guíe un sentimiento:
Primero Colombia”. Un trino que al parecer no tiene eco alguno entre
los más caracterizados líderes de la ultraderecha, para quienes la consigna es
combatir sin tregua a Petro, sin reconocerle ningún acierto, pues de lo que se
trata es de impedirle gobernar. Empujarlo lo más rápido al fracaso, para que
sus iniciativas reformistas no se conviertan en realidad, pues ellas afectarían
la vida sabrosa de una minoría llena de privilegios económicos y exenciones tributarias.
Dichas reformas les parecen inadmisibles, pues amenazan su intocable reinado de
impunidad donde se desenvuelven sus vidas de “ciudadanos de bien”. Cualquier
medida que tome Petro en esa dirección será considerada como una expresión de
odio, envidia, revancha y estímulo a la lucha de clases. La antesala de la
dictadura comunista. Para los líderes de estos sectores, que siempre han
pregonado que somos la democracia más antigua, estable y perfecta de
Latinoamérica, la justicia tributaria es una bandera castrochavista. La reforma
agraria una campaña de expropiación irreversible de la propiedad privada.
Ellos, seguramente, interpretan el trino del expresidente Uribe y su jefe
político indiscutido como un grave síntoma de senilidad política. No demoran en
solicitarle que se consagre al cuidado de sus nietos, la administración del
Ubérrimo y a cabalgar sobre sus bestias, pues su tiempo de Jinete justiciero y “salvador”
de la democracia ya pasó. Aclararán, probablemente, que lo que en realidad quiso
decir el Presidente eterno y Jefe natural del Centro Democrático fue todo lo
contrario: “Para defender la democracia es menester ATACAR al presidente Petro”. Seguramente cometió un error al digitar
su IPhone o fue un caso insólito de disgrafia[3] política que pronto
corregirá el presidente eterno con otro trino. No me imagino el trauma político
irreparable que sufrirán sus más fieles y fervientes adoratrices, como Paloma
Valencia y María Fernanda Cabal, si se produce el encuentro con Gustavo Petro,
y ni hablar el efecto en sus millones de devotos electores. ¿Se sentirán como
huérfanos desheredados, indefensos y desorientados? ¿Quién podrá salvarlos de
ese “guerrillero” ahora con franja presidencial? O ¿Quizá se sentirán hasta
traicionados y abandonados por el padre magnánimo y protector que, aquejado
ahora de alzhéimer político, corre a estrechar la mano de quien llamó “sicario
moral” en el Congreso y lo invitó a que volviera al monte? Es intolerable e inimaginable que ese “Petrogusano”
--como lo llaman los “ciudadanos de bien” en las redes sociales-- vaya a ocupar
la Casa de Nariño, en lugar de haber regresado al monte, siguiendo el ejemplo
de Iván Márquez, ese “heroico dirigente guerrillero”, que sí comprendió el
mensaje del Presidente eterno y no traicionó la revolución. ¡Que ironías tan crueles
tiene la política! En lugar de volver al monte, Petro llegó a la Casa de Nariño
y ahora les tocará ir a visitarlo y hasta conversar con él, ¡nada menos que un “guerrillero”
vestido de Presidente de la República! Más allá de lo inverosímil que parezca
la parodia anterior, esa es la realidad y verdad de la reconciliación política.
Bastaría con recordar que Álvaro Gómez Hurtado (Q.E.P.D), secuestrado por el
M-19, debatió, firmó y proclamó la Constitución de 1991 con Antonio Navarro
Wolf, responsable de su secuestro como excomandante del M-19, sin que ninguno
de los dos claudicará de sus convicciones, creencias y proyectos políticos. De
eso se trata la reconciliación política. De reconocerse y tratarse como
adversarios políticos legítimos que, desde sus cargos y roles gubernamentales o
bien como opositores, pugnan por la conducción civil y democrática de la
sociedad, sin insultarse, deslegitimarse y mucho menos eliminarse simbólica o
físicamente. La reconciliación política no es un abrazo afectuoso y mentiroso
entre adversarios políticos, sino más bien el reconocimiento respetuoso de las
diferencias y el compromiso mutuo por alcanzar acuerdos que favorezcan la
convivencia democrática. En este campo no cabe la “política del amor”, como la
pregona el presidente electo, sino la política del reconocimiento a través del
debate, la deliberación, la oposición y, si es del caso, la concertación para
desarrollar políticas públicas en beneficio de los que tienen menos
posibilidades y derechos. Esa mayoría de colombianos que la vicepresidenta
Francia Márquez[4]
llama, sin eufemismos, los nadies empobrecidos y que el
sibilino lenguaje oficial llama vulnerables. ¡Como si todos no
fuéramos vulnerables en tanto seres humanos y más aún cuando no son reconocidos
los derechos fundamentales! Por lo tanto, el llamado Acuerdo Nacional se
inscribe en el ámbito de la Reconciliación Política para la Convivencia
Democrática, pero no en la búsqueda de una política hegemónica consensuada bajo
la dirección del Pacto Histórico, pues Petro incurriría en el mismo error y
horror del caudillismo de Uribe que en su Manifiesto Democrático[5] escribió en el punto 98:
“Me haré moler para cumplirle a Colombia. En mis manos no se defraudará la
democracia. Insistiré que el País necesita líneas estratégicas de continuidad; una
coalición de largo plazo que las ejecute porque un Presidente en cuatro años no
resuelve la totalidad de los complejos problemas nacionales. Pero avanzaremos.
Por eso propongo un Gobierno de Unidad Nacional para rescatar la civilidad”. Un
punto que debería tener presente el Pacto Histórico y su presidente electo,
Gustavo Petro, para no incurrir en semejante error y horror histórico, tratando
de forjar esa “coalición de largo plazo” más allá de los 4 años. Ya tuvimos suficiente
con 16 años del Frente Nacional y otros 20 de hegemonía neoliberal con dos
gobiernos de Uribe (2002-2010), otros dos de Santos (2010-2018) y los recientes
4 de Duque. La verdad, nos dejan una herencia de marginalidad, desesperación y
exclusión social que tuvo su máxima expresión en los estallidos sociales de
2019[6] y 2021, catalizados por la
pandemia del Covid y la perfecta indolencia del Presidente Iván Duque, con su
narcisismo autista de mandatario perfecto, pues recientemente expresó su deseo
de ser reelecto[7],
si la Constitución se lo hubiera permitido. Todo parece indicar que estamos
empezando a despertar como ciudadanos del letargo de la abstención electoral,
al tiempo que repudiamos y deslegitimamos la violencia política, como lo vimos
en la Audiencia de Reconocimiento de la JEP[8] entre las víctimas de
secuestro, sus familiares y los excomandantes de las FARC-EP, componentes
letales de la corrupción tanática de este Estado Cacocrático[9] y régimen electofáctico[10]. Comenzamos a transitar
por sendas para la participación y la deliberación ciudadana. Allí están
proyectos ciudadanos como los de La Paz Querida: “Agenda Ciudadana de coexistencia
pacífica en democracia para Colombia”[11];
“!Valiente
es Dialogar!”[12]
y “Tenemos
que hablar Colombia”[13].
El próximo 28 de junio la Comisión de la Verdad[14]
nos entregará su informe final y allí encontraremos las claves para evitar la
repetición de los factores que han engendrado y dinamizado por más de medio
siglo la violencia, la corrupción y el crimen de este régimen electofáctico,
para emprender entre todos y sin exclusión política o social alguna la
democracia que queremos y debemos a nuestros hijos. Sin duda, estamos viviendo
un momento de transición histórica. Vamos de la transición de las mentiras
propaladas y perpetuadas por más de medio siglo por minorías privilegiadas
hacia las verdades forjadas y consolidadas entre todos. Para ello, debemos
esforzarnos en consolidar la reconciliación política para la convivencia
democrática. Y una de las formas más eficaces de lograrlo, es poniendo en
práctica lo que he denominado el Decálogo ciudadano para la convivencia
democrática[15],
con los siguientes compromisos, que no mandamientos: 1- Conversar, no insultar.
2- Escuchar, no tergiversar. 3- Concertar valores, no solo negociar intereses.
4- Colaborar, no solo competir. 5- Cuidar, no devastar. 6- Comprender, antes de
juzgar. 7- Estimular, en lugar de desanimar. 8- Proponer, en lugar de vetar. 9-
Dignificar, no humillar. 10- Convivir, no matar. Compromisos que valdría la
pena trasladar a las redes sociales para liberarnos de la perversa simbiosis
que existe entre el odio y la mentira, magistralmente descrita así por Albert
Camus, en “Las servidumbres del odio”[16]:
“No
se puede odiar sin mentir. E inversamente, no se puede decir la verdad sin
sustituir el odio por la compasión… La mentira es más sutil. Sucede incluso que se miente sin
odio, por simple amor a uno mismo. Todo hombre que odia, por el contrario, se
detesta a sí mismo, en cierto modo. No hay, pues un lazo lógico entre la
mentira y el odio, pero existe una filiación casi biológica entre el odio y la
mentira.”
[1]https://es.wikipedia.org/wiki/Gustavo_Petro#:~:text=Gustavo%20Francisco%20Petro%20Urrego%20(Ci%C3%A9naga,del%20partido%20pol%C3%ADtico%20Colombia%20Humana.
[2] https://www.elcolombiano.com/colombia/alvaro-uribe-acepta-el-triunfo-de-gustavo-petro-en-las-elecciones-presidenciales-2022-IK17843290
[3]https://medlineplus.gov/spanish/ency/article/001543.htm#:~:text=Es%20un%20trastorno%20de%20aprendizaje,trastorno%20de%20la%20expresi%C3%B3n%20escrita.
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