UNA COYUNTURA DE VERDADES Y
RESPONSABILIDADES
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Hernando Llano Ángel
Mañana será un día histórico, un día de verdades. Conoceremos el Informe
Final[1]
de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No
Repetición, cuya divulgación pública está programada para las 11 de la mañana. Con
su revelación no empezaremos a conocer nuevas verdades, pues vivimos inmersos
en una coyuntura de verdades desde la firma del Acuerdo de Paz, en 2016, y su
rechazo en el plebiscito[2]
por una exigua mayoría de 53.853 votos. Allí están las dos verdades en medio de las
que vivimos y morimos. La verdad del fin de una guerra degradada con la
desmovilización del mayor número de guerrilleros de las Farc-Ep[3],
cerca de 13 mil. Y la otra verdad, la de una paz incompleta y fragmentada, que
todavía estamos lejos de alcanzar en todo el territorio nacional. La primera
verdad cada día nos revela con mayor crudeza y estupor los niveles de
degradación alcanzados en el conflicto armado. Las recientes Audiencias de
Reconocimiento[4] de más
de 20 mil secuestros cometidos por las Farc-Ep, realizada por la JEP en
cumplimiento del Acuerdo de Paz, nos ha confirmado de viva voz de los miembros
del Secretariado de las Farc su ignominia, pero también su desgarrador
arrepentimiento por el sufrimiento causado a miles de víctimas civiles y de la
Fuerza Pública. Lo cual constituye el principio de una reparación, pues sin el
reconocimiento de esas terribles verdades nada es posible, mucho menos las
penas propias de una justicia restaurativa y la esquiva reconciliación, que
debe ser el punto de llegada. El mismo Rodrigo Londoño, Timochenko, entonces
máximo comandante de las Farc-Ep, ha dicho que “yo quisiera que la tierra me
tragara[5]”.
Exactamente es lo que ha sucedido con la legitimidad política de esa guerrilla
y los escasos 51.188 votos alcanzados en las recientes elecciones para el
Congreso por los miembros del partido Comunes[6].
Primera verdad: La violencia
política nunca es legítima
La tierra se tragó, con sus miles de víctimas, la credibilidad política y
la representatividad ciudadana de las Farc-Ep. Esa es la principal y más
dolorosa verdad que deberíamos reconocer todos los colombianos. Que la
violencia política jamás genera legitimidad, sino más bien todo lo contrario:
repudio, rechazo, ilegitimidad, odio, búsqueda de venganza y revancha. Que no
hay una violencia revolucionaria, así se camufle con las banderas de la
justicia social, si su ejercicio arrasa con la vida, la libertad y la dignidad
humana. Pero que tampoco existe una violencia legítima, supuestamente
democrática y constitucional, cuando reprime violentamente a la población civil
que protesta pacíficamente o, peor aún, viste con camuflados de guerrilleros a
miles de jóvenes inocentes que fueron acribillados en cumplimiento de la
Directiva 029 de 2005[7]
y la “seguridad democrática”, que desató los mal llamados “falsos positivos”. No
existen una violencia buena, la institucional, y otra violencia mala, la
insurgente. La primera es buena y
necesaria, porque supuestamente protege mi vida y mis intereses, y la otra es
mala porque los pone en riesgo. Con esa simpleza argumental y conveniente
maniqueísmo moral es que millones de personas justifican y legitiman la
violencia estatal. Incluso les parece normal, necesaria e inevitable. Pero
ignoran que precisamente el Estado surge para contener, regular y evitar al
máximo los efectos mortales de la violencia en la vida social. Por eso el
Estado es de derecho y no de facto, no es un Estado de violencia, sino de
reglas que limitan sus efectos letales. De allí que lo primero que hace un
Estado de derecho cuando alguno de sus miembros abusa del poder y la fuerza es
investigarlo, sancionarlo, suspenderlo, destituirlo o encarcelarlo, si se
demuestra que es responsable de ese abuso. La violencia arbitraria y
discrecional del Estado utilizada con fines políticos es totalmente ilegítima e
ilegal, así se dirija contra supuestos enemigos internos o se esgrima para la
defensa de la seguridad nacional, el orden público y hasta la democracia, como
la nefasta declaración del coronel Alfonso Plazas Vega: “!Mantener la
democracia, maestro!”[8],
cuando se decapitaba a la Corte Suprema de Justicia e incendiaba el Palacio de
Justicia. Tales excesos incluso aparecen
rechazados en el punto 33 del Manifiesto Democrático[9]
de Álvaro Uribe Vélez: “Necesitamos un estatuto antiterrorista que facilite la
detención, la captura, el allanamiento. A diferencia de mis años de estudiante, hoy
violencia política y terrorismo son idénticos. Cualquier acto de violencia por razones
políticas o ideológicas es terrorismo. También es terrorismo la defensa violenta
del orden estatal”[10].
Sin duda, esa violencia oficial es terrorismo pues acaba con la respetabilidad
de la autoridad pública y la legitimidad del Estado de derecho y la democracia.
Seguramente por ello, la violencia policial contra los jóvenes manifestantes en
el paro nacional del 2021 se expresó en el rechazo al gobierno de Duque en las
urnas y a favor de Petro. Acontece lo mismo con la violencia supuestamente
revolucionaria, pues tiende a convertir a sus comandantes en criminales de
guerra y de lesa humanidad, como lo hemos visto en las Audiencias de
reconocimiento por parte de los comandantes de las Farc-Ep. Ya lo advertía
sabiamente la filósofa francesa Simone Weil[11]:
“La ilusión constante de la revolución consiste en creer que las víctimas de la
fuerza, por ser inocentes de las violencias que se producen, si se pone en sus
manos la fuerza la manejarán con justicia. Pero salvo las almas que están muy
próximas a la santidad, las víctimas están manchadas por la fuerza de los
verdugos. El mal que está en la empuñadura de la espada se transmite por la
punta. Y las víctimas, así colocadas en la cumbre y embriagadas por el cambio,
hacen tanto mal o aún más y luego vuelven a caer rápidamente[12]”.
Es lo que ha sucedido en la mayoría de revoluciones, sus mejores y más
auténticos líderes terminan exiliados, encarcelados o asesinados, desde la
revolución francesa, pasando por la bolchevique, la cubana y la sandinista del
autócrata Daniel Ortega.
Segunda Verdad: No más
víctimas, ni victimarios.
Más que de señalar culpables de los millones de víctimas del desplazamiento
forzado[13],
desaparecidos, masacrados, torturados y demás crímenes de guerra y de lesa
humanidad, lo esencial es que el Informe Final de la Comisión nos permita
identificar y esclarecer aquellos factores y causas de orden político, social,
económico y cultural que explican, jamás justifican o legitiman, la
existencia de victimarios y de víctimas, que se perpetúan de generación en
generación al menos desde hace medio siglo hasta nuestros días. De lo que se
trata en el Informe es de poner fin a la espiral infernal de victimarios
impunes y de víctimas irredentas, “explicando los más graves patrones de
violencia que se dieron en el marco de la guerra”, para evitar su
repetición. Patrones tales como el control del territorio y sus pobladores para
extraer recursos de economías ilegales y sostener así las tropas para prolongar
indefinidamente la guerra. En esa perspectiva, más allá de culpables exclusivos
del conflicto y su degradación, habría que identificar los diversos grados de
responsabilidad que corresponden a quienes participaron directamente en el
mismo, así como de aquellos que indirectamente todavía se benefician de su
prolongación, como el narcotráfico y toda la cadena de cómplices tanto en la
ilegalidad como en el Estado y en el mercado. Obviamente, según los cargos y
los roles desempeñados, pues no tiene la misma responsabilidad un jefe de
Estado, Comandante guerrillero o Jefe paramilitar, que un funcionario público
de segundo orden, un menor reclutado por la guerrilla o los paramilitares y un
soldado raso. Responsabilidades de las que tampoco podemos eximirnos en cuanto
empresarios, agricultores, profesionales y ciudadanos corrientes, pues todos
hemos sido afectados, participado indirectamente o consentido pasivamente la
degradación de este interminable conflicto armado interno y la perpetuación de
sus violencias estructurales como la exclusión económica, social y cultural,
que se expresan con diversa intensidad en prejuicios como el clasismo, el racismo
y el maniqueísmo moral que pretende dividirnos entre “ciudadanos de bien” y de
“camisa blanca”[14] contra
“revoltosos”, “indios invasores” y “negros igualados”. Porque sin duda son esas
discriminaciones culturales y sociales, totalmente inadmisibles, las que
generan más violencia directa, desatada por victimarios con muy buena
conciencia contra víctimas indefensas, que les son desconocidos sus derechos
fundamentales y su igual dignidad humana. Por todo lo anterior, debemos estar
muy atentos, abiertos y empáticos para recibir el Informe Final de la Comisión,
pues en gran parte de ello depende que no continuemos siendo víctimas y mucho
menos victimarios. Que por fin dejemos de ser una “confederación de odios” y
comencemos a ser una “confraternidad de ciudadanos”. Estamos viviendo una
coyuntura de verdades y de todos depende que avancemos por la senda de las
responsabilidades, las reformas transformadoras y la justicia restaurativa[15]
o, por el contrario, nos quedemos buscando una justicia punitiva que presupone
culpables absolutos e inocentes impolutos, los cuales no existen en nuestra
terrible y degradada realidad del pasado y del presente. Parafraseando a José
Saramago: “somos la memoria que tenemos y las responsabilidades que asumimos”.
Sin duda, de ambas depende lo que deseamos ser. Podemos ser ciudadanos íntegros
con el valor de reconocer la lacerante realidad del conflicto armado y nuestra
mayor o menor responsabilidad en lo sucedido, o, por el contrario, indolentes e
insensibles que niegan lo acontecido y el dolor de millones de víctimas. De ello depende el futuro que forjemos, la
memoria y la vida que dejemos a las futuras generaciones. Que podamos mirarnos
a los ojos, sin vergüenza, o nos esquivemos las miradas y desconozcamos las
víctimas. Que compartamos un PAISaje
común o que huyamos y vivamos refugiados en el exterior, renegando de nuestra
nacionalidad. Tenemos la responsabilidad histórica de vivir a la altura de
estas terribles verdades, pero sobre todo de poner fin a su repetición. ¡No más
víctimas, ni victimarios! ¡Hay Futuro
si hay Verdad!
[3] https://cnnespanol.cnn.com/2022/01/12/exguerrilleros-desmovilizaron-continuan-acogidos-al-acuerdo-paz-colombia-onu-orix/
[4] https://www.jep.gov.co/Sala-de-Prensa/Paginas/La-JEP-realiza-audiencia-p%C3%BAblica-de-reconocimiento-al-%C3%BAltimo-secretariado-de-las-Farc-EP-por-los-secuestros.aspx
[6] https://www.semana.com/politica/articulo/partido-comunes-no-logro-obtener-mas-curules-en-el-congreso/202251/
[10] https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/una-coyuntura-historica-verdades-responsabilidades
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