OBJECIONES A LA POLÍTICA DEL AMOR
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“Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno en la tierra
ha sido precisamente el intento del hombre de convertirlo en su cielo”
Hölderlin.
Hernando Llano
Ángel
Pretender que la política sea una
expresión del amor puede conducirnos a equívocos tan lamentables como sostener
lo contrario, siguiendo a Carl Schmitt[1], cuando
afirma que la esencia de lo político es la tensión inextinguible entre un bando
de amigos existencialmente enfrentado contra otro bando de enemigos a vencer y
de ser necesario eliminar. La política no es el paraíso del amor, como tampoco
el infierno de la guerra. Ya lo cantaba
John Lennon en Imagine[2]:
“Imagina que no existe el paraíso. Es fácil si lo intentas. Ningún infierno
bajo nosotros. Encima de nosotros solo el cielo”. La política no es la arcadia[3] de
la concordia y el éxtasis de los amantes fundidos en un abrazo, pero tampoco el
fiero combate de quienes se enfrentan a muerte en un campo de batalla, como en
la guerra. No es la búsqueda de la felicidad mutua, propia de los amantes, y
mucho menos la eliminación del contrario para afirmarse como indiscutible y
feliz vencedor. La política no trata del amor y la búsqueda de la felicidad
porque ella no discurre en el ámbito de las relaciones íntimas, subjetivas y
emocionales, donde buscamos y esperamos la satisfacción de nuestros sueños y
deseos más personales, como es lo propio del amor. Más bien sucede todo lo
contrario. La política se desenvuelve en el universo conflictivo y complejo de
los intereses colectivos y lo público, donde no podemos aspirar, demandar y
mucho menos alcanzar la realización de nuestros sueños personales sin
importarnos las consecuencias que ello acarrea para la vida y los sueños de los
demás. Tal es el riesgo constante que corren las utopías de convertirse en
distopías[4],
puesto que el costo de realizar nuestro sueño personal, familiar, empresarial,
de clase o étnico puede terminar siendo una pesadilla social. Especialmente
cuando nos empecinamos en que los demás sean felices a nuestra manera. Entonces
estamos a un paso de convertirnos en fanáticos que desprecian a los que no
desean, piensan y actúan como nosotros. Así lo advierte con lucidez Amos Oz en su
ensayo “Contra el fanatismo”[5].
Puesto que solo nosotros y nuestro partido sabe qué es lo mejor, lo más justo y
lo correcto para vivir en paz y ser todos felices, corremos el riesgo de
condenar a la infelicidad y la frustración, con nuestra mejor buena conciencia
e intención, a los que sienten, piensan, actúan y son distintos a nosotros. ¡Como
los demás están equivocados hay que enseñarles, incluso obligarles, a ser
felices! Por lo anterior, en lugar de pregonar la política del amor, quizá sea
más sensato y modesto conformarnos con la política del reconocimiento de la
pluralidad, la conflictividad y la igual dignidad de todos los seres humanos,
promoviendo una sociedad que nos permita desarrollar en libertad nuestras
potencialidades. Y lo primero que se precisa para ello es que todos dispongamos
de un mínimo de posibilidades vitales para ser humanos y actuar libremente, más
allá de la sumisión a la implacable necesidad, contando con adecuada
alimentación, salud, educación, techo y seguridad social, gracias a un trabajo
justamente remunerado y no solo la incertidumbre del rebusque o del peligro de
ser expulsado y condenado al infierno de la ilegalidad, la violencia y el
crimen, como recurso extremo para sobrevivir. Por todo lo anterior, simpatizo
más con la expresión de la vicepresidenta Francia Márquez[6]: “Trabajar
para vivir sabroso”[7]
que, con la maximalista del presidente electo, Gustavo Petro: “La
política del amor”[8].
La primera es condición necesaria para la segunda, pues en medio del desempleo,
la informalidad y la exclusión social no es posible “la política del amor”
sino más bien la política de la hostilidad, la violencia y la revancha social,
como lo vivimos y padecimos durante el paro nacional del año pasado. Quizá la
llamada “política del amor” del presidente electo tenga relación con lo
expresado por Martin Luther King[9] en
un discurso pronunciado en Londres en 1964 cuando dijo que: “El
amor es la buena voluntad comprensiva, creativa, redentora hacia todos los
hombres. Los teólogos hablan de este tipo de amor con la palabra griega
“ágape”, que es una especie de amor rebosante que no busca nada a cambio. Y
cuando lo desarrollamos, nos eleva a la capacidad de amar a la persona que
realiza malas acciones, aunque odiemos las acciones que la persona realiza. Y
yo creo que esto es posible… No estoy hablando de un amor débil. Esto no
tiene que ver con tonterías emocionales. No estoy hablando de un atributo
sentimental. No estoy hablando de una actitud cariñosa. Sería
absurdo que instara a la gente oprimida a amar a sus violentos opresores en un
sentido afectivo. Nunca he aconsejado eso. Cuando Jesús dijo: “Amad
a vuestros enemigos”, me alegra que no dijera: “Sentid agrado por vuestros
enemigos”. Seguramente ese es el tipo de amor al que se refiere Petro
cuando invita al expresidente Álvaro Uribe para hablar sobre las posibilidades
de un Acuerdo Nacional[10],
que no significa armonia y mucho menos consenso, sino más bien un “acuerdo
para estar en desacuerdo”, condenando y excluyendo la violencia y la
guerra como método recurrente para resolver las diferencias y los conflictos
sociales, que es justamente la esencia de la Constitución del 91. Es decir,
cumpliendo plenamente el “Acuerdo de Paz”, dejando atrás el
saboteo de la extrema derecha a los temas cruciales que intentaron hacer añicos
durante este “perfecto” ducado que culmina, como la reforma agraria, la sustitución
de cultivos de uso ilícito, la JEP con la justicia restaurativa, la Comisión de
la Verdad con su informe final del próximo 28 de junio y la protección plena de
la vida a todos los opositores y líderes sociales, cuya escalofriante cifra de
asesinados ya pasa de 900[11]. En
realidad, “Trabajar para vivir sabroso” y “La política del Amor” no
son consignas excluyentes, siempre y cuando la pareja de mandatarios sea
coherente y se esfuerce primero en generar las condiciones económicas y sociales
que permitan a millones de colombianos trabajar decentemente y crear riqueza
para todos y no unos pocos privilegiados. Ese podría ser el fundamento de un
Acuerdo Nacional para vivir sabroso colectivamente y amar felizmente en la
intimidad, cualquiera que ella sea la forma elegida por los amantes, pues
ningún Estado democrático puede dictar normas sobre la felicidad. Lo que sí
debe hacer un Estado democrático es derogar todas aquellas normas que generan
injusticia e infelicidad colectiva porque favorecen y protegen a minorías indolentes,
acostumbradas a vivir sabroso por siglos y generaciones a costa del trabajo de
los demás. Ya va siendo hora de que todos aprendamos a vivir sabroso
convirtiendo en costumbre el trabajo, la solidaridad y la dignidad.
[9]https://www.democracynow.org/es/2017/1/16/newly_discovered_1964_mlk_speech_on#:~:text=El%207%20de%20diciembre%20de,contra%20el%20apartheid%20en%20Sud%C3%A1frica.
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