PETRO: ¡DE SICARIO MORAL A
PRESIDENTE EJEMPLAR!
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Hernando Llano Ángel
Así de radical es el cambio de actitud y de juicio del expresidente Álvaro
Uribe sobre el presidente electo, Gustavo Petro, después del encuentro
histórico[1]
en el elegante bufete del abogado Héctor Carvajal al norte de Bogotá. Ayer, el
expresidente Uribe insultaba al senador Petro en el Congreso y lo estigmatizaba
tres veces con vehemencia, llamándolo ¡Sicario moral![2]
¡Sicario Moral!, ¡Sicario Moral! Además, lo invitaba a que volviera al monte,
donde lo consideraba menos peligroso. Hoy le toca reconocer a Gustavo Petro
como presidente electo con talla de estadista que convoca un Acuerdo Nacional y
llama en su trino[3] a acatarlo
--no confundir con atacarlo, como lo quisieran sus adoratrices Cabal y Valencia
junto a millones de sus deVotos electores— y lo saluda con
amabilidad y cortesía. Todo lo anterior, como consecuencia de la alquimia y
conversión que producen en la atribulada alma del expresidente los más de 11
millones de votos por Petro. En la
política nacional, después de aquel 19 de junio, pasamos del antipetrismo más
radical y visceral a una especie de “petroestatismo” multipartidista, detrás
del cual se oculta el más vergonzoso oportunismo politiquero para continuar
succionando, como parásitos insaciables, el presupuesto nacional y la burocracia
estatal. Claro está, todo ello en nombre del “Diálogo Nacional”, la “Reconciliación
Nacional” y los abrazos fraternos que auguran éxito a Petro, pues si al
“Presidente le va bien, le va bien a todo el país”. ¡Que viva la democracia! De verdad,
resulta repugnante tanta mentira e hipocresía en todos los que ayer gritaban a
los cuatro vientos con Fico: ¡Si gana Petro es el fin de la democracia!
como vulgar ventrílocuo y
“parcero” del Centro Democrático, camuflado en las banderas de la coalición “Equipo
Colombia”. Y qué decir del fatuo ingeniero Hernández que en plena campaña
sindicaba al Pacto Histórico de ser una organización criminal y corría a
refugiarse en Miami porque tenía miedo que lo mataran a cuchillazos. Hoy se
abraza con Petro y afirma que ¡ahora sí empezó el cambio! Ni hablar de los gremios empresariales, que
anunciaban el apocalipsis de la economía, el fin de la libertad de empresa y el
colapso del mercado. Ahora, corren a conversar con Petro y ponderan su apertura
al diálogo y sensatez por nombrar a José Antonio Ocampo como ministro de
Hacienda. En fin, el antipetrismo del establecimiento se convirtió en
petroestatismo, con la certeza de que todo cambie, pero continúe igual, como
canta Serrat, ya se terminó la fiesta: “La zorra pobre al portal, la rica al
rosal y el avaro a sus divisas”[4].
¡Y las verdades de las
inocultables víctimas!
Pero en medio de tamaña impostura y celebración de la victimizadora “democracia”,
conocemos el Informe Final de la Comisión de la Verdad, que nos revela una
realidad descarnada y brutal. Esa que la mayoría de los anteriores
saltimbanquis de la politiquería, con Duque a la cabeza, son incapaces de
reconocer, pues les cabe la mayor responsabilidad por haber instaurado un
régimen político electofáctico[5]
y un Estado cacocrático[6],
sustentado en la simbiosis letal de la política con el crimen. Por eso Duque no
tuvo el valor de recibir públicamente el informe final de la Comisión de la
Verdad y viajó a Portugal a insinuar cínicamente que esperaba no estuviera
plagado de “posverdades”. Pero también por ello el expresidente Uribe se
apresuró a conversar patrióticamente con Petro e informar a los medios de
comunicación que la reunión fue muy cordial, que las ofensas del pasado ya quedaron
atrás y que ahora no hay que pasar factura de nada y mucho menos cobrar cuentas
pendientes, como puede verse en el minuto 18.52 de la rueda de prensa[7].
Así las cosas, Petro será un presidente funámbulo caminando sobre una tensa
cuerda presidencial, haciendo equilibrios con el balancín a la derecha y a la
izquierda, para garantizar gobernabilidad desde la Casa de Nariño. Una
gobernabilidad que, como lo anunció en su discurso de presidente electo,
descansará sobre el trípode de la paz política, la justicia social y la
justicia ambiental. Sin duda, el mayor desafío histórico que presidente alguno
haya asumido, pues debe hacer reformas estructurales para alcanzar esas tres
metas vitales siempre aplazadas y defraudadas que hoy demandan impacientemente
millones de ciudadanos. Para ello tendrá que ir liberándose poco a poco del
lastre del Statu Quo cacocrático que ahora lo rodea y respalda en forma casi
unánime, pero también de los intereses mezquinos de gremios económicos
indolentes que siempre han confundido la democracia con sus empresas, haciendas
y ganancias ilimitadas. Sobre todo, Petro tendrá que cuidarse de no ir a
transar gobernabilidad por impunidad, pues recogería la bandera de su lucha
contra la parapolítica y en defensa de las víctimas. Si no logra semejante odisea política, el
cambio anunciado quedará nuevamente petrificado y su ingobernabilidad será
catastrófica. Entonces de nuevo viviríamos una hecatombe social donde la
frustración y la irá popular estallaría contra el gobierno del Pacto Histórico
y sus expectativas defraudadas. Sin duda, vivimos una transición política
histórica, nada menos que el tránsito de la cacocracia a la democracia, que
demanda de todos responsabilidad y sacrificios, sin los cuales nunca podremos
vivir sabroso y decentemente, menos aún poner fin a las causas y factores
generadores de más víctimas y victimarios, como lo son la exclusión social, el
racismo, el clasismo y el machismo, que perpetúan esta nefasta división de
Colombia en dos países siempre enemistados: el país político contra el país
nacional[8].
Pero ya es hora de que seamos un solo país, un país democrático, como
nominalmente aparece en el artículo primero de la Constitución del 91 y que
está muy lejos de ser realidad: “Colombia es un Estado social de derecho,
organizado en forma de República unitaria descentralizada, con autonomía de sus
entidades territoriales, democrática participativa y pluralista,
fundada
en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las
personas que la integran y en la prevalencia del interés general”. Para
ello contamos con una hoja de ruta invaluable: el Informe Final de la Comisión
de la Verdad[9] y sus
ocho recomendaciones para la no repetición y perpetuación de este régimen
electofáctico, que es la negación violenta de toda auténtica democracia.
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