UNA RECOMENDACIÓN
VERDADERAMENTE VITAL
https://blogs.elespectador.com/politica/calicanto/una-recomendacion-verdaderamente-vital
Hernando Llano Ángel.
“El mal sufrido debe inscribirse en la
memoria colectiva, pero para dar una nueva oportunidad al porvenir”
Tzvetan Todorov.
Esta cita de Todorov[1],
que antecede el prólogo de Gonzalo Sánchez G, al informe “¡BASTA YA! COLOMBIA: MEMORIAS DE
GUERRA Y DIGNIDAD”[2],
del Centro Nacional de Memoria Histórica, publicado en 2013, aplica plenamente
al Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la
Convivencia y la no Repetición[3].
Es comprensible que exista una resistencia generalizada entre muchos
colombianos a la lectura del Informe de la Comisión, pues contiene demasiadas
verdades desgarradoras, tantas como las más de nueve millones de víctimas que
ha dejado este degradado conflicto, que aún no cesa de producir cada día más
víctimas. A esas dolorosas verdades de las víctimas, hay que sumar las
espeluznantes revelaciones de sus victimarios, que reconocen su
responsabilidad, siendo la reparación en la mayoría de los casos casi imposible
de cumplir. Pero dichas revelaciones al menos aportan al esclarecimiento de lo
acontecido. Esas verdades atroces de los victimarios son el primer paso
ineludible para la reparación parcial de las víctimas. De allí que su
reconocimiento[4] sea
imprescindible, pues de lo contrario nunca cesará la repetición y perpetuación
de las víctimas. Víctimas que en ese infierno de dolor y sufrimiento, según
síntesis de La Paz Querida, divulgada por Francisco Leal Buitrago,[5]
en “más del 90 % fueron civiles; al menos 20 % de la población resultó
directamente afectada por el conflicto armado, que dejó más de nueve millones
de víctimas: cerca de medio millón asesinadas y más de 100.000 víctimas de
desaparición forzada; nueve de cada diez víctimas mortales son civiles, casi
todos de la población rural; 42 % de los asesinatos selectivos son atribuidos a
paramilitares, 16 % a guerrillas, 3 % a agentes del Estado y 35 % a autores
desconocidos; la mayoría de masacres fueron ejecutadas por paramilitares con
apoyo de la fuerza pública; entre 1996 y 2008 la violencia contra civiles se
extendió por el país generando 75 % de las víctimas del conflicto armado; entre
1990 y 2018, alrededor de 50.770 personas fueron víctimas de secuestro”.
De combatientes a criminales
Lo anterior significa, ni más ni menos, que todos los actores armados, en
mayor o menor grado, se degradaron y perdieron su condición de combatientes
para convertirse en asesinos y victimarios implacables de civiles inermes. Ejecutaron
una “guerra por tercero interpuesto”, la población civil. Semejante degradación
tiene una relación directa con el control territorial y de su población por
diversas organizaciones criminales para consolidar enclaves de economía ilegal,
convirtiéndose así el narcotráfico en el eslabón crucial para la perpetuación y
descomposición del conflicto. A tal punto que difumina casi por completo la
frontera entre el delito político de rebelión y el común del narcotráfico. La
motivación política fundamental que animaba la rebelión –reformas políticas
sustanciales y mayor justicia social— es pervertida por la violenta codicia que
desata el narcotráfico y su fuente inagotable de riqueza y recursos para la
guerra. Ello explica en parte la mutabilidad de actores armados como Diego
Fernando Murillo, más conocido como Don Berna o Adolfo Paz[6]
y Dairo Antonio Úsuga David, Otoniel[7],
quienes comenzaron su vida delictiva en las filas guerrilleras del EPL y luego
se convirtieron en narcotraficantes y comandantes paramilitares. También
explica la persistencia de las disidencias de las FARC y su actual simbiosis
con el narcotráfico y del ELN en regiones como en el Catatumbo y el pacífico en
Chocó. En tales escenarios es la violencia letal de las armas,
independientemente de su motivación, la que configura órdenes territoriales
fácticos que destruyen casi por completo el tejido social y la misma
institucionalidad estatal, como lo estamos presenciando en Tibú con el
patrullaje de las disidencias de las FARC frente a la misma Alcaldía[8].
Esta narcotización creciente de la guerrilla parece irreversible y escandaliza
por sus consecuencias: confinamiento de poblaciones indígenas y negras, aumento
del desplazamiento forzado, asesinato de líderes sociales y corrupción de
miembros de la Fuerza Pública.
La narcotización de la
política
Pero olvidamos que antes de dicha narcotización de la guerrilla se presentó
en forma gradual e inexorable la narcotización de la política institucional y
del mismo Estado colombiano. El Informe Final de la Comisión de la Verdad así
lo describe desde las campañas presidenciales de López y Belisario. El mismo
expresidente López Michlesen lo mencionó en entrevista concedida a en el libro “Palabras
Pendientes: Conversaciones con Enrique Santos Calderón”, refiriéndose a
la campaña presidencial de 1982: “Se había realizado la convención de Medellín,
que me había proclamado candidato para las elecciones presidenciales de 1982, y
el jefe de nuestra campaña era Ernesto Samper. Estábamos en la capital de
Antioquia y por la noche llegaron el senador Federico Estrada Vélez y Santiago
Londoño a decirme que había un grupo de copartidarios que quería saludarme. Yo
estaba de prisa, entré un momento y ni siquiera me senté. Les di la mano a unos
tipos que no conocía. Después, en el curso de los episodios,
descubrí que eran los Ochoa, Pablo Escobar y, probablemente Carlos Lehder y
Rodríguez Gacha. Estuve un rato con ellos y después me salí. Samper se
quedó en la reunión con Santiago Londoño, a quien le dieron un cheque por
veintitrés o veinticinco millones de pesos, no recuerdo bien, cheque que no
ingresó a la campaña sino al directorio liberal de Antioquia. Posteriormente,
cuando terminaron las elecciones, en las que participaron como candidatos,
además de mi persona, Belisario Betancur y Luis Carlos Galán, se nombró una
comisión investigadora sobre el ingreso de los llamados dineros calientes a las
campañas, comisión que absolvió de culpa a los tres grupos. Lo cual no
resultaba muy afortunado, porque se examinaron las cuentas de Bogotá y, por
ejemplo, las de Belisario funcionaban en Antioquia. Su tesorero era Diego
Londoño, que después trabajó como gerente del metro de Medellín, y que tenía
relaciones muy cercanas con Pablo Escobar. Hoy se encuentra preso. Pero, del
otro lado, está también el caso de Rodrigo Lara Bonilla, que es aún más
impresionante porque la mafia le metió un cheque que a la postre le costó la
vida (p. 142)”. Lo demás es historia
reciente y conocida por todos: Cuatro magnicidios de candidatos presidenciales:
Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro
Leongómez; Pablo Escobar[9]
en la Cámara de Representantes en 1982 como suplente de Jairo Ortega Ramírez; Proceso
8.000, narcopolítica, parapolítica y ñeñepolítica. Por todo ello, Colombia
ocupa el segundo lugar en criminalidad organizada en el mundo, según el informe
de Organized Crime Index de 2021[10]
entre 193 naciones, después de la República Democrática del Congo.
Una recomendación verdaderamente
vital
De allí, que la cuarta conclusión del Informe de la Comisión de la Verdad
en su capítulo de Hallazgos y Recomendaciones, en la página 388, contenga la recomendación más verdadera y
vital para romper el círculo infernal de violencias que dinamiza y prolonga
indefinidamente este devastador conflicto armado interno: “El narcotráfico es un factor
fundamental de la persistencia porque mientras siga siendo ilegalizado proveerá
los recursos suficientes para seguir haciendo la guerra, corromper las instituciones
encargadas de combatirlo y financiar ejércitos privados para la protección
violenta de sus intereses, por lo que, si no se cambia el paradigma y se
afronta el problema de manera integral con un enfoque de regulación, seremos
testigos de un reciclaje permanente de los conflictos armados”[11].
Si en verdad el Pacto Histórico se propone convertir a Colombia en “Potencia
Mundial de la Vida”, deberá promover una audaz y decidida campaña
internacional contra el prohibicionismo que es una política que mata y
reivindicar a la Coca como la planta vital y sagrada que honran milenariamente
los pueblos originarios andinos por sus maravillosas propiedades naturales[12],
completamente pervertidas por la codicia y el hedonismo escapista del
capitalismo que la convirtió en cocaína. Una manera de hacerlo es acompañando
el Estado y los centros de investigación científica de las universidades
públicas y privadas a las comunidades indígenas en la transformación de la hoja
de coca en productos alimenticios y farmacéuticos, agregando un valor
sustancial para su consumo y exportación, así como se viene haciendo con la
marihuana cuyo valor en el mercado ya superó los 12 billones de dólares en el
2018 y para el 2025 se espera que alcance un valor de 116 billones,[13]
según reporte de la universidad EAFIT. En lugar de sustituir los cultivos de
coca, lo que hay que hacer es invertir en su transformación, asumiendo el
Estado no solo una función reguladora sino productora y exportadora, sumando el
valor agregado que proporciona la ciencia, la tecnología y el mercado, acorde
con los planteamientos de la economista Mariana Mazzucato[14]
y su Estado emprendedor.
[5] https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/francisco-leal-buitrago/fuerza-publica-r-vs-comision-de-la-verdad-i/?cx_testId=54&cx_testVariant=cx_1&cx_artPos=2#cxrecs_s
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