jueves, abril 01, 2021

Víctimas y expresidentes en el laberinto de las verdades, la justicia y la impunidad

 

Víctimas y expresidentes en el laberinto de las verdades, la justicia y la impunidad

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Hernando Llano Ángel

El próximo 9 de abril conmemoraremos el día de las víctimas de la violencia política y se evocará una vez más a Jorge Eliecer Gaitán, cuya impronta no es la de un hombre sino la de un pueblo. La impronta del pueblo colombiano, un pueblo todavía irredento en su identidad, memoria y dignidad, que hoy continúa extraviado y sacrificado en el laberinto de una violencia política cada día más difusa y degradada. Se cumplirán 73 años del asesinato de Gaitán y el eco de su “Oración por la paz”[1] retumba en el olvido, como entonces retumbó en los oídos del presidente Mariano Ospina Pérez, a quien estaba dirigida y le exigía: “Señor Presidente: serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolverle al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la Patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad”. Y esta exigencia, casi en tono de imploración, continúa hoy lamentablemente vigente, por las innumerables víctimas que sigue cobrando este conflicto, como las recientes en Corinto. Con el agravante que hoy no tenemos la voz elocuente y firme de un líder que las represente, más sí un Acuerdo de Paz que por primera vez en la historia sitúa a las víctimas en el epicentro de la vida nacional. Pero, también, debemos reconocer que Iván Duque no es Ospina Pérez y se enfrenta a un maremágnum de actores violentos y criminales sobre los cuales su voluntad es impotente y su voz es inaudible, cuando no objeto de burla y desprecio por Iván Márquez y Santrich.

Laberinto de violencia y máquinas de guerra

Sin duda, los actores protagónicos y antagónicos no son los mismos. Ningún líder actual tiene la fuerza ética y el liderazgo de Gaitán, por el cual fue asesinado. Se podría afirmar, parafraseándolo, que el país nacional –las clases populares que apenas sobreviven de su trabajo y las medias con su fragilidad— continuamos esquilmados por el país político, esa amalgama de burócratas y funcionarios corruptos amangualada con oligarcas indolentes, que gobiernan impunemente y superviven rodeados de lujo y derroche gracias a sus privilegios, rentas legales e ilegales. Y a estos oligarcas liberales y conservadores, como los llamaba Gaitán, se agrega hoy un entramado de economías ilegales y criminales, donde los límites entre la codicia de los narcotraficantes y los delirios de comandantes guerrilleros se confunden y entremezclan de manera letal contra la población civil y sus líderes. Se forma así un laberinto fatídico donde son desplazadas forzosamente millones de víctimas y la sociedad se encuentra atemorizada y extraviada. Para completar este panorama dantesco, el actual gobierno nacional parece estar regentado por un Duque con pretensiones de Rey que, en su fantasiosa megalomanía, quiere erigirse en una especie de cruzado en trance de guerra. Lo más grave es que no cuenta ni con el conocimiento, ni la competencia y mucho menos con los recursos y la Fuerza Pública para vencer a un enemigo que no logra descifrar ni conocer. Un enemigo que es una legión mutante y ubicua integrada por múltiples organizaciones criminales y dinámicas ilegales que llegan hasta el interior del propio Estado. Así las cosas, estamos más cerca de contar con una incontrolable y asesina “máquina de guerra”, que propiamente con un Estado de derecho democrático. Y la consecuencia de ello es que las víctimas de la violencia política aumentan día tras día, como las del Covid-19, sin que disponga para aquellas de una vacuna efectiva que contenga la violencia y salve sus vidas.

La vacuna contra la violencia política

Sin embargo, hace 73 años, en la misma “Oración por la Paz”, Gaitán identificaba claramente esa vacuna contra la violencia política: “Señor Presidente: en esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y civilización! ... Os pedimos una pequeña y grande cosa: que las luchas políticas se desarrollen por los cauces de la constitucionalidad”. Así de simple. Suena hasta parecido a una auténtica “paz con legalidad”. Justamente lo que logró el Acuerdo de Paz con cerca de 13 mil guerrilleros de las Farc-Ep, hoy la mayoría en el partido de Los Comunes, pero que vienen siendo eliminados en forma persistente y hasta el 1 de marzo ya han sido asesinados 259, siguiendo la ruta del exterminio de la Unión Patriótica. Y a este desangre continúo, hay que sumar la espeluznante cifra de masacres cometidas en el 2020 que, según el informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos[2], fueron 76 con 292 víctimas mortales. En lo corrido de este año ya van 22 masacres con 81 víctimas, según el seguimiento riguroso de Indepaz[3]. Pero si contamos el número de líderes sociales y de derechos humanos asesinados en los tres meses de este año, la cifra ya es de 36 personas cuyas identidades y actividades pueden consultarse en este enlace de Indepaz[4]. Todo lo anterior, reafirma la exigencia de Gaitán para: “que las luchas políticas se desarrollen por los cauces de la constitucionalidad”.  Y una sociedad donde esa mínima exigencia no se cumple, no puede catalogarse como democrática y menos ufanarse ante la comunidad internacional de ser un Estado de derecho. Esa es la verdad que debemos construir entre todas y todos los colombianos para salir de este laberinto de mentiras y crímenes en que vivimos. Porque una característica esencial de toda democracia es que no acepta ni tolera y mucho menos genera víctimas por causa de la violencia política. Una democracia no es “una máquina de guerra” sino un laboratorio de civilidad y una factoría de paz política. Para ello necesitamos con urgencia el hilo de Ariadna de la civilidad que reclamaba Gaitán y romper así esta maraña de impunidad, tejida fina e inextricablemente mediante el uso y abuso perverso de la ley y del derecho por parte de mercaderes de la justicia, como Diego Cadena, Jaime Granados y Lombana, entre miles más, que hoy la utilizan para exculpar y encubrir a los responsables de graves delitos contra la administración pública y la comisión de crímenes de lesa humanidad. Razón de sobra tenía García Márquez cuando en la proclama “Por un país al alcance de los niños”, escribió: “En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo”[5].  Este es el mayor desafío que enfrenta la JEP en la búsqueda de la verdad integral, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición de crímenes atroces. Un desafío que burló impunemente la llamada ley de “Justicia y paz”, 975 de 2005, pues los principales responsables de crímenes de lesa humanidad fueron entonces extraditados a Estados Unidos por el presidente Uribe, quien consideró más grave el delito de narcotraficar que el de desplazar, masacrar, desaparecer y despedazar miles de colombianos y colombianas, quedando en deuda con la verdad y la dignidad de las familias victimizadas en más de 1.166 masacres cometidas por las AUC. Ahora, gracias a las audiencias realizadas por la Comisión de la Verdad, como la próxima del 21 de abril, muchas víctimas podrán preguntar a Mancuso y a otros miembros de las AUC, como también a Londoño y demás integrantes del Secretariado de las Farc-Ep por los motivos, finalidades e intereses detrás de tan abominables crímenes. Con estos encuentros en “la ruta de las verdades y las responsabilidades” que promueve la Comisión de la Verdad, dolorosa y lentamente iremos saliendo de este laberinto de violencias e impunidad en que vivimos.

La impunidad institucional

Para ello, sería muy valioso el aporte de los protagonistas institucionales de la violencia política, pues sin sus versiones y verdades, no será posible dejar atrás este oscuro y sangriento laberinto. Es imperiosa la presencia de protagonistas estelares como Cesar Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, quienes deberían seguir el ejemplo de Ernesto Samper, quien ya ha estado en dos ocasiones en la Comisión dando sus versiones sobre el proceso 8.000, el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado y sus responsabilidades como Jefe de Estado. Solo conociendo estas versiones y contrastándolas rigurosamente con hechos irrefutables e incluso judicialmente demostrados, como el proceso 8.000 y el ingreso de dinero del narcotráfico a la campaña presidencial de Samper, podremos encontrar la verdad de lo acontecido. Igual con los miles de “falsos positivos” reportados por la Fiscalía General de la Nación a la JEP. Ya esta jurisdicción ha empezado a aportar verdad sobre el crimen de lesa humanidad de toma de rehenes, del cual es responsable las FARC-EP en el 90.6% de los casos, con 24.482 secuestros, según el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica[6]. Así como los paramilitares de la AUC son responsables de las 1.166 masacres, que representan el 58.9% de las 1.982 perpetradas entre 1980 y 2012. Masacres imposibles de cometer sin la pasividad, anuencia o complicidad de miembros de la Fuerza Pública, y la falta de control por parte de sus superiores, pero especialmente de todos los Jefes de las Fuerzas Armadas hasta el presente: los presidentes Cesar Gaviria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos e Iván Duque. Todos son políticamente responsables, bien por extralimitación u omisión en el cumplimiento de sus funciones, según lo establece el artículo 6 de la Constitución Política. Es una ofensa para las víctimas y una vergüenza para la nación y ante la historia, que los actores armados ilegales y numerosos miembros de la Fuerza Pública estén compareciendo ante la JEP y la Comisión de la Verdad a rendir cuenta de sus crímenes, pero los expresidentes eludan todas sus responsabilidades. Si bien es cierto que la JEP no podrá impartir esa justicia punitiva que exigen y esperan miles de víctimas, al menos sus victimarios deberán decirles toda la verdad e intentar repararlas por el daño infligido para tener derecho a las penas propias de la justicia transicional. Pero si no lo hacen, recibirán penas ordinarias de cárcel hasta por 20 años. En cambio, todos los expresidentes están cobijados por su fuero constitucional, que en la práctica es de inmunidad e impunidad, y ni siquiera se asumen como responsables políticos por sus decisiones y ejecutorias como gobernantes. Sin duda, esa sí es una impunidad total que causa estupor e indignación, propia de autócratas como Nicolás Maduro y Donald Trump que se sitúan no solo por encima de la Constitución y las leyes sino de la misma conciencia, condición y dignidad que reclama y es propia de todo ser humano. Una verdadera vergüenza, como la del Estado colombiano y su representante legal, Camilo Gómez, en el caso de los vejámenes de que fue víctima la periodista Jineth Bedoya, cuya responsabilidad trató de eludir por todas las formas posibles ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, como lo han hecho todos los representantes legales del Estado colombiano desde 1995[7]. ¡ Es lo típico de un Estado antidemocrático y canalla, precedido por cínicos que posan de demócratas y eluden sus responsabilidades ante millones de víctimas, a quienes Gaitán llamó en su Oración por la Paz “malaventurados porque ocultaban tras la bondad de las palabras la impiedad por los hombres de su pueblo” y les anunciaba que “serían señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!  

 

   

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