¿UNA HISTORIA POLÍTICA DE MAGNICIDIOS INTERMINABLES E ILEGALIDADES
CONDONABLES?
Hernando Llano
Ángel
No es necesario remontarse a la
noche septembrina[1]
y el frustrado atentado contra la vida del libertador Simón Bolívar para
verificar la estrecha relación que durante toda nuestra historia republicana ha
existido entre la política, el crimen y la ilegalidad. Una historia escrita a
muchas manos entre criminales impunes y políticos venales. Políticos más
habituados a enterrar a sus adversarios en las tumbas que a ganarles en las
urnas. En verdad, un hilo sangriento de magnicidios recorre nuestros hitos
políticos desde el pasado remoto con Antonio José de Sucre, Rafael Uribe Uribe,
Jorge Eliécer Gaitán, hasta el pasado reciente con Jaime Pardo Leal, Luis
Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Álvaro Gómez, para solo
rendir tributo a los políticamente más significativos, en un calendario cuyos
días no alcanzan para dar cabida a los millones de víctimas anónimas que
rememoraremos el próximo 9 de abril. También nuestras coyunturas históricas
culminan y comienzan con guerras civiles. El siglo XIX terminó con la guerra de
los mil días[2]
y el XX comenzó con su agonía. Con razón, entonces, se acuñó el siguiente
refrán: “Colombia es una tierra de cosas
singulares, hacen la guerra los civiles y dan la paz los militares”.
Civiles que magistralmente combinaron todas las formas de lucha y los excesos abominables
del odio. Así aconteció a mediados del siglo pasado, durante la Violencia,
hasta el “golpe de opinión” de Gustavo Rojas Pinilla, que permitió alcanzar una
frágil y escurridiza paz política entre civiles conservadores y liberales. Una
paz sellada con el pacto de caballeros del Frente Nacional[3]
promovido y firmado por el liberal Alberto Lleras Camargo y el conservador
Laureano Gómez Castro, para repartirse miti-miti el Estado y la vida política
del país durante 16 años. Tanta milimétrica política y burocrática terminó
engendrando, en la cuna de la guerra fría, a las FARC y el ELN, discípulos
aventajados en la combinación de todas las formas de lucha y sus excesos criminales,
legados por las guerras civiles del siglo XIX y la Violencia entre
conservadores y liberales.
La vigencia y urgencia de la paz política
Pero de ese pacto de caballeros
del Frente Nacional, sellado con total impunidad, ya que sus protagonistas
nunca rindieron cuentas antes los cientos de miles de víctimas generadas por su
sectarismo atávico, vale la pena destacar algunos apartes, pues el pacto
conserva absoluta vigencia. Especialmente si intercalamos en él algunas
expresiones, como la de ciudadanos y ciudadanas colombianas, a continuación de
partidos tradicionales, veamos: “Ninguno
de los dos partidos tradicionales de Colombia (ahora diríamos ningún
ciudadano y ciudadana colombiana) acepta
que el delito pueda ser utilizado para
su incremento o preponderancia… Necesitamos
los colombianos, ante todo, una política de paz, mejor aún, una política que produzca la paz…
Contra los violentos, contra los delincuentes, contra los aprovechadores del
sectarismo, contra los traficantes de la muerte, que se están ocultando bajo
las banderas de partido (hoy se ocultan mejor bajo la política, la
legalidad y las economías ilícitas)… Mientras esa paz no exista, mientras
haya violencia organizada o esporádica, mientras haya quienes deriven provecho
de dar muerte y amedrentar a sus compatriotas o quienes hayan convertido en
regular un modo de vivir belicoso y salvaje, los demás problemas colombianos no tendrán solución, comenzando por los
económicos, que se afectan esencialmente por la incertidumbre e inseguridad”[4]. Es claro que este diagnóstico,
lamentablemente, continúa vigente, aunque ya los actores violentos no sean los
dos partidos históricos, sino una constelación de poderes de facto que se
nutren de economías ilegales y de alianzas estratégicas con agentes de la
Fuerza Pública, políticos corruptos y protagonistas estelares de la política
institucional. Es este entramado donde se amalgama lo legal con lo ilegal y lo
legítimo con lo ilegítimo lo que ha criminalizado la política, cuyas más
recientes expresiones son el proceso 8.000, la narcoparapolítica, el
paramilitarismo, la narcoguerrilla y los “falsos positivos” de la “seguridad
democrática”. Todo lo anterior tiene como telón de fondo, más no es su origen,
la poderosa economía del narcotráfico y su efecto cristalizador en la
descomposición acelerada de nuestra sociedad y del régimen político. Un régimen
que llamaba a tumbar Álvaro Gómez Hurtado[5], caracterizándolo
como una tramoya de complicidades criminales, hoy cada día más evidentes con
escándalos como los de Agro Ingreso Seguro, Reficar y Odebrecht, sin dejar de mencionar
la “ñeñe política”[6],
ya totalmente condonada por el diligente y superdotado Fiscal General de la
Nación, Francisco Barbosa[7].
Criminalización de la política, judicialización de la política y
politización de la justicia
En esta triada dinámica y cambiante
de la relación entre política, crimen e ilegalidad, olvidamos con frecuencia
que la Constitución Política de 1991 --sin demeritar su contenido axiológico
progresista y profundamente democrático-- es también hija espuria del narcoterrorismo
de Pablo Escobar, pues el magnicidio de Luis Carlos Galán catalizó la séptima
papeleta y ésta la Asamblea Nacional Constituyente. Y así Escobar logró coronar
su máxima aspiración política en el artículo 35 de la Constitución, la
prohibición de la “extradición de colombianos por nacimiento”. De allí, que el
narcotráfico no sea tanto un delito conexo con la política, sino más bien un
delito anexo a la política desde que Nixon declaró la “guerra contra las
drogas” con fines esencialmente políticos, como se puede leer en esta
entrevista concedida por su asesor Ehrlichman[8] al
periodista Dan Baum. El artículo 35 fue posteriormente reformado, cuando el
gobierno de Samper encarceló a los Rodríguez y el Congreso restableció la
extradición. Pero esta narcotización de la política ya había hecho metástasis
en el proceso 8.000[9]
y conllevó la inevitable judicialización de la política. De manera que no tiene
sentido hablar de politización de la justicia en el proceso 8.000, pues primero
se criminalizó la política, como luego se repitió con la narcoparapolítica y
los “falsos positivos”. Bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y la ley 975 de
2005, las revelaciones de los comandantes paramilitares sobre sus relaciones
con numerosos políticos de diversos partidos de la coalición gubernamental y su
promoción en los territorios bajo su control militar, terminó demostrándonos
que la política se había criminalizado a tal extremo que más de 60 congresistas
pasaron de sus curules a la cárcel, como puede verificarse en la siguiente
investigación del portal Verdad Abierta.com[10]. Una
verdadera genialidad la de estos políticos, pues diseñaron un nuevo régimen
político, el penitenciario semiparlamentario. Fueron entonces recluidos en
pabellones especiales para políticos criminales, condenados por concierto para
delinquir agravado y constreñimiento de electores, pero continuaron ganando
elecciones por interpuesta persona o en “cuerpo ajeno”[11].
A esta criminalización de la política, siguió algo todavía más grave e insólito,
como fue el cambio de un articulito de la Constitución, que le costó varios
años de cárcel a los ministros del interior y de salud, Sabas Pretelt[12] y
Diego Palacio[13]
por el delito de cohecho. Pero esto no afectaría para nada la legitimidad del
triunfo electoral de Álvaro Uribe Vélez en el 2006, puesto que obtuvo el
respaldo de 7.397.835 votos. En otras palabras, dicha votación condonó la
ilegalidad mediante la cual se reformó la Constitución de 1991, aunque entonces
la abstención hubiese sido la mayoría con cerca del 55% del censo electoral. Podría,
entonces, hablarse de un crimen de lesa constitucionalidad que ha quedado en
total impunidad, pues Uribe alcanzó la presidencia con solo el 28% del censo
electoral[14]
del 2006 que era de 26.731.700 cédulas vigentes. Razón tenía Edmund Burke
cuando sentenció: “Los políticos corruptos son elegidos por ciudadanos honestos
que no votan”.
Ciudadanía como juez de última instancia
Y esta larga historia, para
demostrar que ningún sistema judicial puede hacer lo que nos corresponde
exclusivamente a todos los ciudadanos mediante el ejercicio responsable y
consciente de nuestro voto: depurar la política del crimen, la ilegalidad y los
“delincuentes de bien”. No corresponde a
la justicia sustituir el juicio ciudadano expresado en las urnas. Esto, a
propósito de la investigación en curso de la Fiscalía General de la Nación en
contra de Sergio Fajardo[15],
más allá de las complejidades penales que entraña una imputación tan insólita,
derivada de sus funciones como gobernador de Antioquia, avalada además por el
ministerio de Hacienda, por comprometer las finanzas de su Departamento
mediante dicho empréstito. Si de ello se derivó un grave detrimento para las
finanzas de Antioquia, debemos ser los ciudadanos quienes lo castiguemos en las
urnas por su error, pero no le corresponde a la justicia hacerlo, puesto que al
parecer no incurrió en delito alguno, sino en una incompetencia administrativa
lamentable, todavía más tratándose de un profesor universitario y doctor en
matemáticas. Es la ciudadanía en las urnas quien debe emitir un juicio
definitivo e inapelable, no el sistema judicial. Igual sucede con el
expresidente Uribe, quien probablemente salga airoso en la investigación penal,
pero quizá su partido y sus candidatos en el 2022 sean condenados por la ciudadanía.
Existen demasiados hechos y evidencias públicas innegables sobre graves delitos
durante su gobernación en Antioquia[16] y
su gestión presidencial entre 2002 y 2010, así como numerosos funcionarios[17]
de su entorno y absoluta confianza han sido condenados por delitos contra la
administración pública, violaciones a los derechos humanos y crímenes
internacionales que políticamente lo hacen responsable, pues no solo los nombró
sino que los respaldó y los continúa defendiendo, como en el caso de los altos
oficiales y numerosos miembros de la Fuerza Pública presuntamente responsables
de miles de “falsos positivos”, para quienes exige una jurisdicción especial,
diferente a la JEP. No lo olvidemos, somos los ciudadanos con nuestra
conciencia y voto los jueces de última instancia. No deleguemos en la justicia
ordinara, como tampoco en la JEP, nuestra propia responsabilidad sobre quienes
deben representarnos y gobernarnos, si queremos de verdad vivir algún día en
una democracia de la que no se avergüencen nuestros hijos y nietos. Una
democracia donde puedan disfrutar plenamente, con todos los colombianos y
residentes en nuestro país, sus derechos y responsabilidades, sin condonar en
las urnas ilegalidades y elegir impunemente a tantos “delincuentes de bien” que
gobiernan en beneficio propio y de minorías plutocráticas. Minorías que ganan y
aumentan sus fortunas, avalando[18]
sus candidatos a la presidencia. En memoria de Gaitán, Pardo, Galán, Jaramillo,
Pizarro, Gómez y las innumerables víctimas de la violencia política insurgente[19] y
contrainsurgente, como la aniquilación de la Unión Patriótica[20], démonos
una oportunidad como “país nacional” y derrotemos en el 2022 a este putrefacto
“país político”. Ya es hora de empezar a tumbar este régimen de complicidades
criminales, sin incurrir en ilusiones populistas y excesos revanchistas, que
prolongarían más esta historia interminable de magnicidios e ilegalidades
condonables.
[3]https://es.wikipedia.org/wiki/Pacto_de_Benidorm#:~:text=El%20Pacto%20de%20Benidorm%20fue%20posteriormente%20ampliado%20entre%20sus%20mismos,20%20de%20marzo%20de%201957.&text=Con%20posterioridad%20a%20la%20ca%C3%ADda,el%20pa%C3%ADs%20por%20diecis%C3%A9is%20a%C3%B1os.
[4] Vargas, A. (1996). Política y armas al
inicio del frente nacional. Bogotá, Colombia: Editorial Universidad Nacional de
Colombia.
[5] https://www.eltiempo.com/lecturas-dominicales/fragmento-de-alvaro-libro-sobre-alvaro-gomez-de-juan-esteban-constain-387864
[6] https://www.infobae.com/america/colombia/2020/11/02/1500-audios-dejan-en-evidencia-detalles-de-la-nene-politica-e-irregularidades-en-la-campana-presidencial-de-ivan-duque/
[7]https://www.elespectador.com/opinion/cual-peor-el-investigado-o-sus-investigadores/?utm_source=ee.com&utm_medium=widget_lateral_articulos&utm_campaign=ultimas_noticias&cx_testId=6&cx_testVariant=cx_1#cxrecs_s
[8] http://pijamasurf.com/2016/03/el-presidente-nixon-invento-la-guerra-contra-las-drogas-para-acabar-con-los-negros-y-los-hippies/
[16] https://verdadabierta.com/gobernacion-de-antioquia-se-alio-con-paramilitares-tribunal-superior-de-medellin/
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