UNA VISION PERFECTA: 2020
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Hernando Llano Ángel.
Este 2020 --como lo expresa técnicamente la optometría, 20/20[1]--
nos deja una visión perfecta e inquietante de lo que somos como especie. Una
especie frágil, vapuleada y diezmada por la invisibilidad del SARS-CoV-2, que a
la fecha ha cobrado más de 1.600.000 víctimas mortales y 71.000.000 de
infectados en el mundo. Un virus, detectado en la provincia de Wuhan, en la
China, a finales del 2019 --por eso popularmente denominado Covid-19-- cuya
mayor mortalidad y morbilidad se concentra en la actualidad en Estados Unidos,
con 297.000 muertes y 16 millones de contagios, respectivamente. No es una
coincidencia. Las dos naciones que se precian de ser potencias económicas
mundiales, son también las mayores responsables y a la vez víctimas de la
propagación del virus. Pues mientras el virus se expandía por el mundo, sus
mandatarios estaban tranzados en una guerra comercial, subestimando los efectos
deletéreos e incontenibles de la pandemia Covid-19. Es casi inevitable pensar
en términos religiosos de expiación: el virus castiga --como un flagelo
implacable de la naturaleza—a las sociedades más consumistas, materialistas,
contaminadoras y depredadoras del planeta. Las que se precian de tener las
economías más dinámicas y los mercados con mayor expansión en el mundo,
terminaron siendo puestas en jaque por un microscópico virus, cuyo origen
biológico es todavía un misterio, fecundo en inspirar teorías conspirativas y
apocalípticas. Pero más allá de todas estas fantasmagorías y especulaciones, se
impone una verdad evidente y angustiante: somos una especie insensata, incapaz
de conducirse individual y colectivamente en forma vitalmente responsable. La
libertad, como ejercicio de responsabilidad con nuestra propia vida y la de los
demás, nos quedó grande. En lugar del autocontrol, precisamos de nuevo el
implacable Leviatán con sus toques de queda, restricciones a la movilidad,
cuarentenas obligatorias, amenazas y sanciones. Parecemos ser una especie de
marioneta dócilmente conducida y manipulada por el mercado, que estimula sin
fin nuestros deseos y necesidades. Y si no podemos consumir y divertirnos sin
límites, entonces no somos libres y menos humanos. Sin duda, el Covid-19, nos
revela que se ha impuesto el llamado Homo economicus sobre el Homo politicus,
sobre el ser humano, en su dimensión más digna, social y vital. Prácticamente
en todo el planeta. Lo apreciamos, por esta época, en forma especialmente
grotesca, apiñado en las calles comprando abalorios mortales.
Piñata de vacunas
De allí, que la proliferación de vacunas contra la pandemia no se deba
tanto a la preocupación por la vida humana como a la imperiosa necesidad de
reactivar los mercados y contener el colapso del capitalismo global, dinamizado
por la China, Estados Unidos y la Unión Europea. Así las cosas, la especie
humana, empezando por los prósperos miembros de esas sociedades, corren
ansiosos a ser conejillos de indias de las vacunas, con tal de recobrar su
libertad y normalidad de productores y consumidores cotidianos. Poco importa
que la ciencia no haya podido comprobar sus efectos en el organismo humano a
mediano y largo plazo, simplemente porque no hay tiempo para ello. Es
preferible un pinchazo efímero, al torturante cuidado del tapabocas, la
distancia corporal y una rigurosa y tediosa higiene personal. El imperativo de
la economía y sus secuelas inmediatas, como la pérdida progresiva de ganancias,
el cierre de empresas, el aumento del desempleo, la marginalidad social, el
hambre, la inseguridad y la criminalidad, no concede plazos indefinidos. El
capitalismo ha sido puesto en jaque por la vida. La biología ha emplazado la
productividad y desafiado a la codicia. Pero parece que no somos capaces de
reconocerlo y actuar de manera diferente. Frenéticamente queremos volver a esa
normalidad que nos está convirtiendo en seres humanos cada vez más indolentes y
anormales. Entonces las vacunas parecen ser la tabla de salvación para recobrar
nuestra normalidad de seres plenamente mercantilizados, a merced de la industria
farmacéutica y las burocracias estatales, claudicando en el cuidado de nuestra
propia salud y la de los demás. Poco importa que todavía ignoremos el precio
que como especie tendríamos que pagar, si las secuelas de las vacunas a largo
plazo son peores que la propia enfermedad. Lo que importa, especialmente en
este tiempo de consumo y regalos, es que podamos disfrutar de los días sin IVA,
de San Andrés bellamente iluminado para el goce y disfrute de los turistas,
mientras resplandece la pobreza y se agrava la vida precaria de sus habitantes.
Que estos tiempos de natividad, en la tradición de la pobreza y marginalidad
del pesebre de Belén, se transforme en la fastuosidad del consumo instantáneo y
la mortalidad eterna. Esta es la visión perfecta y desconcertante que nos deja
el 2020. Precisamos urgentemente de nuevos optómetras políticos y sociales para
ver con claridad y transformar con responsabilidad y lucidez, en lo que a cada
uno le corresponde, esta ciega realidad.
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