martes, diciembre 22, 2020

POLOMBIA: CON PRESIDENTE VESPERTINO Y UN GOBIERNO PENUMBROSO

                                  POLOMBIA: Con Presidente vespertino y un gobierno Penumbroso

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Hernando Llano Ángel.

De Andrés Pastrana Arango se puede afirmar que pasó de anunciar pésimas noticias a Colombia y el mundo, cuando fue el presentador principal del noticiero familiar TV-HOY, a ser el protagonista de las mismas como presidente de la República entre 1998 y 2002. De Iván Duque Márquez se puede decir todo lo contrario. Recorrió ese mismo periplo vital, pero a la inversa. Dejó de ser presidente para convertirse en un vespertino y cotidiano presentador del programa televisivo “Prevención y Acción”, dedicado a informarnos a todos los colombianos cómo la pandemia del Covid-19 nos fue sumiendo en la penumbra y la muerte. Un programa que documentará para la posteridad aquello que ningún estadista demócrata debe hacer: convertirse en un figurín mediático, que congrega a su alrededor --con delirios de Rey, más que de Duque— a ministros, virólogos, epidemiólogos y demás especialistas de la salud, para que alaben y ponderen el excelente trabajo del gobierno nacional, mientras el virus crece exponencialmente al ritmo de los días sin IVA y los estímulos al consumo letal de baratijas para beneficio de mercaderes y banqueros.

Un reality show vespertino

Un programa más parecido a un reality show inspirado por Trump, con corifeos dispuestos a la adulación y el aplauso a su conductor, que al desarrollo de una estrategia gubernamental seria y eficaz para la prevención y la acción contenedora de la pandemia. Y así fueron pasando los días y los meses, con la esperada aparición cotidiana y vespertina del elocuente y ameno presidente, acompañado por su sequito de burócratas, al punto que todos ellos procrastinaron las gestiones para la compra de la vacuna y el diseño logístico de su pronta distribución y aplicación entre una población cada vez más amenazada y diezmada. Sin duda, este programa vespertino, en donde el presidente Duque rivaliza con el popular Jorge Barón, pasará a la historia como la quintaesencia de su estilo gubernamental. Un estilo que oculta, bajo una retórica efectista, su impostura e incompetencia de gobernante demócrata con consignas y estribillos ingeniosos como “Paz con legalidad” y el “Que la hace la paga”. Estribillos que son violenta e impunemente desmentidos por la realidad. Las cifras de líderes sociales y reincorporados del partido FARC asesinados, cuya macabra contabilidad disputan sus grises delegados para la Paz y los Derechos Humanos con el informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michel Bachelet, son el equivalente a los éxitos que reclama su incoherente e improvisada política de salud contra la pandemia. Para no hablar de su lucha contra la corrupción y la criminalidad, al frente de la cual anuncia que pondrá a un abogado cuyas iniciales de su nombre y apellidos definen su esencia: No Hay Moral Ninguna, que corresponden al nombre y apellidos de Néstor Humberto Martínez Neira, cuyo penumbroso paso por la Fiscalía presagia un éxito comparable al obtenido por el gobierno nacional contra la pandemia. Pero quizá en este terreno cenagoso y sangriento el presidente Duque acierte, pues el exfiscal Martínez Neira conoce bien las técnicas y las tácticas de la criminalidad. Incluso mejor que los agentes de la DEA, uno de los cuales ya declaró ante un juez en Nueva York que esa Agencia nunca participó en el operativo contra Santrich y las Farc.

Un Presidente de extremo centro

Así se autodefine políticamente el presidente Duque, revelándonos una vez más su ingenio retórico. Ser un presidente de extremo centro, más allá de lo que ello signifique políticamente, puede entenderse como la expresión de un egocentrista patológico que se sitúa todos los días, al caer la tarde, en el centro de la difusión televisiva. Es un presidente vespertino que, con su programa “Prevención y acción”, está literalmente en el centro de la programación y la atención de los televidentes. Todas las cadenas nacionales transmiten durante una hora su cotidiano show pandémico. Y la consecuencia de lo anterior es incurrir en lo que Max Weber, en su célebre conferencia “La política como vocación”, llama los dos pecados mortales de un político: “la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad” que, junto a “la vanidad, la necesidad de aparecer siempre que sea posible en primer plano, es lo que más lleva al político a cometer uno de estos pecados o los dos a la vez”. Exactamente lo que le sucede al presidente Duque, pues su gobierno ha perdido esas finalidades objetivas y su falta de responsabilidad efectiva es vergonzosa frente a la urgencia de contar con la vacuna contra el Sars-CoV2 y la obligación constitucional de proteger la vida y seguridad a los líderes sociales y defensores de derechos humanos. Dichos pecados capitales están convirtiendo este gobierno –emulando en ello a Trump, Maduro, Bolsonaro y López Obrador-- en uno de los más penumbrosos y oprobiosos del continente. Lo más grave es que no solo los emula por el número de víctimas que deja la pandemia, proporcionalmente hablando, sino también por su incompetencia para desarticular las organizaciones armadas ilegales que diezman los liderazgos sociales y políticos, incluso en un número mayor de los crímenes propiciados por gobernantes autócratas como Maduro y Bolsonaro. Quizá por ello su locuacidad y dicción lo traicionaron y, en una de sus estelares intervenciones, nos habló de “Polombia” (sic), ese Estado que imaginariamente regenta como un Duque y no como un presidente demócrata. Como un presidente con capacidad para garantizar la salud, la vida y la seguridad a sus conciudadanos, especialmente a los defensores de Derechos Humanos, sin los cuales no existe la Política democrática, como intentó explicar y justificar su revelador lapsus de “Polombia” en esta entrevista con Vicky Dávila, quien a su vez se define como “Periodista, periodista”. Sin duda, ambos son muy “Polombianos”.

Quedan 600 días de Ducado en Polombia

Y más que días penumbrosos, todo parece indicar que serán tenebrosos. Por lo pronto, Duque decretará un pírrico ajuste del salario mínimo, luego anunciará --como un cruzado contra el mal-- la devastación con glifosato de la “mata que mata” y, todo aquel que se oponga a dicho ecocidio, desplazamientos y violaciones a los derechos humanos, será estigmatizado como aliado del “narcoterrorismo”. Después, vendrá el fracking como tabla de salvación del fisco y completará su mandato con una nueva reforma tributaria, para fortalecer las arcas del Ducado con más impuestos a la clase media. Y si la vacuna no llega a Polombia en el primer trimestre del 2021, será por asuntos contingentes e imponderables, ajenos por completo a su estelar programa vespertino de “Prevención y Acción”. Quizá a la falta de capacidad de las farmacéuticas para atender su extemporáneo pedido, porque esa es otra característica de su estilo de gobierno: la procrastinación de decisiones vitales y cruciales. Entonces entonará su himno preferido a la increíble resiliencia del pueblo colombiano, intentando así disuadir y contener una resistencia popular y cívica que seguramente se expresará en calles y plazas públicas contra sus decisiones tardías y políticas desacertadas. Resistencia ciudadana que será nuevamente criminalizada y atribuida al temible fantasma del castrochavismo, el populismo, el narcoterrorismo y el izquierdismo, que intentará ganar las próximas elecciones. Triunfo que hará lo imposible y hasta ilegal por impedir con la ayuda de la Registraduría, del Centro Democrático y el “presidente eterno”, pues sería el fin de la “democracia más profunda y estable de Suramérica”. Sin duda, la “democracia” más profunda en cavar trincheras, fosas comunes, odios y venganzas interminables para la estabilidad, mantenimiento y perpetuación impune de un Estado Social de Derecho que solo existe en una Constitución de papel. Porque lo que nos rige en la realidad es un Ducado cacocrático: el “gobierno, mando o dirección de gente de guerra”, expoliadora de lo público, cuya extensión y riqueza es tan ubérrima como ajena para la mayoría de los colombianos. Un reino de gente de “centro extremo y de bien”, que desconoce a las mayorías de la periferia, cerca del 60% de la población que sobrevive en la informalidad con menos de un salario mínimo. Una mayoría agotada de tanta resiliencia y resignación, a punto de eclosionar contra la violencia policial y la exclusión social. En el 2021 ¿Despertaremos resilientes aletargados o ciudadanos participativos y resistentes? En el 2022 ¿Seremos ciudadanos conscientes o electores indolentes? ¿Votaremos con miedo contra alguien o con esperanza por un país justo? ¿Por una democracia de todos, con iguales oportunidades y derechos o votaremos por esta cacocracia criminal en beneficio de pocos? En el 2022 lo decidiremos. Entonces sabremos si las mayorías somos ciudadanos con derechos o siervos expoliados, pues no hay cacocracia que dure eternamente, aunque ésta ya superó los doscientos años engendrando víctimas irredentas y victimarios impunes. Y todos somos responsables de poner fin a tan prolongada ignominia, pues nuestros hijos y nietos no aceptan ser más víctimas y mucho menos cínicos victimarios, como bien lo demostraron el 21 de noviembre de 2019, expresando creativa y lúdicamente su ciudadanía.

 

                

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