POLOMBIA: Con Presidente vespertino y un gobierno Penumbroso
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Hernando Llano Ángel.
De Andrés Pastrana Arango se puede afirmar que pasó de anunciar pésimas
noticias a Colombia y el mundo, cuando fue el presentador principal del
noticiero familiar TV-HOY, a ser el protagonista de las mismas como presidente
de la República entre 1998 y 2002. De Iván Duque Márquez se puede decir todo lo
contrario. Recorrió ese mismo periplo vital, pero a la inversa. Dejó de ser
presidente para convertirse en un vespertino y cotidiano presentador del
programa televisivo “Prevención y
Acción”, dedicado a informarnos a todos los colombianos cómo la pandemia
del Covid-19 nos fue sumiendo en la penumbra y la muerte. Un programa que
documentará para la posteridad aquello que ningún estadista demócrata debe
hacer: convertirse en un figurín mediático, que congrega a su alrededor --con
delirios de Rey, más que de Duque— a ministros, virólogos, epidemiólogos y
demás especialistas de la salud, para que alaben y ponderen el excelente trabajo
del gobierno nacional, mientras el virus crece exponencialmente al ritmo de los
días sin IVA y los estímulos al consumo letal de baratijas para beneficio de
mercaderes y banqueros.
Un reality show vespertino
Un programa más parecido a un reality show inspirado por Trump, con
corifeos dispuestos a la adulación y el aplauso a su conductor, que al
desarrollo de una estrategia gubernamental seria y eficaz para la prevención y
la acción contenedora de la pandemia. Y así fueron pasando los días y los meses,
con la esperada aparición cotidiana y vespertina del elocuente y ameno
presidente, acompañado por su sequito de burócratas, al punto que todos ellos
procrastinaron las gestiones para la compra de la vacuna y el diseño logístico
de su pronta distribución y aplicación entre una población cada vez más
amenazada y diezmada. Sin duda, este programa vespertino, en donde el presidente
Duque rivaliza con el popular Jorge Barón, pasará a la historia como la
quintaesencia de su estilo gubernamental. Un estilo que oculta, bajo una
retórica efectista, su impostura e incompetencia de gobernante demócrata con
consignas y estribillos ingeniosos como “Paz
con legalidad” y el “Que la hace la
paga”. Estribillos que son violenta e impunemente desmentidos por la
realidad. Las cifras de líderes sociales y reincorporados del partido FARC
asesinados, cuya macabra contabilidad disputan sus grises delegados para la Paz
y los Derechos Humanos con el informe de la Alta Comisionada de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos, Michel Bachelet, son el equivalente a los éxitos
que reclama su incoherente e improvisada política de salud contra la pandemia.
Para no hablar de su lucha contra la corrupción y la criminalidad, al frente de
la cual anuncia que pondrá a un abogado cuyas iniciales de su nombre y
apellidos definen su esencia: No Hay Moral Ninguna, que
corresponden al nombre y apellidos de Néstor
Humberto Martínez Neira, cuyo
penumbroso paso por la Fiscalía presagia un éxito comparable al obtenido por el
gobierno nacional contra la pandemia. Pero quizá en este terreno cenagoso y
sangriento el presidente Duque acierte, pues el exfiscal Martínez Neira conoce
bien las técnicas y las tácticas de la criminalidad. Incluso mejor que los
agentes de la DEA, uno de los cuales ya declaró ante un juez en Nueva York que
esa Agencia nunca participó en el operativo contra Santrich y las Farc.
Un Presidente de extremo
centro
Así se autodefine políticamente el presidente Duque, revelándonos una vez
más su ingenio retórico. Ser un presidente de extremo centro, más allá de lo
que ello signifique políticamente, puede entenderse como la expresión de un
egocentrista patológico que se sitúa todos los días, al caer la tarde, en el centro
de la difusión televisiva. Es un presidente vespertino que, con su programa “Prevención y acción”, está
literalmente en el centro de la programación y la atención de los televidentes.
Todas las cadenas nacionales transmiten durante una hora su cotidiano show
pandémico. Y la consecuencia de lo anterior es incurrir en lo que Max Weber, en
su célebre conferencia “La política como
vocación”, llama los dos pecados mortales de un político: “la ausencia de
finalidades objetivas y la falta de responsabilidad” que, junto a “la vanidad,
la necesidad de aparecer siempre que sea posible en primer plano, es lo que más
lleva al político a cometer uno de estos pecados o los dos a la vez”.
Exactamente lo que le sucede al presidente Duque, pues su gobierno ha perdido
esas finalidades objetivas y su falta de responsabilidad efectiva es vergonzosa
frente a la urgencia de contar con la vacuna contra el Sars-CoV2 y la
obligación constitucional de proteger la vida y seguridad a los líderes
sociales y defensores de derechos humanos. Dichos pecados capitales están
convirtiendo este gobierno –emulando en ello a Trump, Maduro, Bolsonaro y López
Obrador-- en uno de los más penumbrosos y oprobiosos del continente. Lo más
grave es que no solo los emula por el número de víctimas que deja la pandemia, proporcionalmente
hablando, sino también por su incompetencia para desarticular las
organizaciones armadas ilegales que diezman los liderazgos sociales y
políticos, incluso en un número mayor de los crímenes propiciados por
gobernantes autócratas como Maduro y Bolsonaro. Quizá por ello su locuacidad y
dicción lo traicionaron y, en una de sus estelares intervenciones, nos habló de
“Polombia” (sic), ese Estado que
imaginariamente regenta como un Duque y no como un presidente demócrata. Como un
presidente con capacidad para garantizar la salud, la vida y la seguridad a sus
conciudadanos, especialmente a los defensores de Derechos Humanos, sin los
cuales no existe la Política democrática, como intentó explicar y justificar su
revelador lapsus de “Polombia” en
esta entrevista con Vicky Dávila, quien a su vez se define como “Periodista, periodista”. Sin duda, ambos son muy “Polombianos”.
Quedan 600 días de Ducado en
Polombia
Y más que días penumbrosos, todo parece indicar que serán tenebrosos. Por
lo pronto, Duque decretará un pírrico ajuste del salario mínimo, luego
anunciará --como un cruzado contra el mal-- la devastación con glifosato de la
“mata que mata” y, todo aquel que se oponga a dicho ecocidio, desplazamientos y
violaciones a los derechos humanos, será estigmatizado como aliado del
“narcoterrorismo”. Después, vendrá el fracking como tabla de salvación del
fisco y completará su mandato con una nueva reforma tributaria, para fortalecer
las arcas del Ducado con más impuestos a la clase media. Y si la vacuna no
llega a Polombia en el primer trimestre del 2021, será por asuntos contingentes
e imponderables, ajenos por completo a su estelar programa vespertino de “Prevención y Acción”. Quizá a la falta
de capacidad de las farmacéuticas para atender su extemporáneo pedido, porque
esa es otra característica de su estilo de gobierno: la procrastinación de
decisiones vitales y cruciales. Entonces entonará su himno preferido a la
increíble resiliencia del pueblo colombiano, intentando así disuadir y contener
una resistencia popular y cívica que seguramente se expresará en calles y
plazas públicas contra sus decisiones tardías y políticas desacertadas.
Resistencia ciudadana que será nuevamente criminalizada y atribuida al temible
fantasma del castrochavismo, el populismo, el narcoterrorismo y el
izquierdismo, que intentará ganar las próximas elecciones. Triunfo que hará lo
imposible y hasta ilegal por impedir con la ayuda de la Registraduría, del
Centro Democrático y el “presidente eterno”, pues sería el fin de la
“democracia más profunda y estable de Suramérica”. Sin duda, la “democracia” más
profunda en cavar trincheras, fosas comunes, odios y venganzas interminables para
la estabilidad, mantenimiento y perpetuación impune de un Estado Social de
Derecho que solo existe en una Constitución de papel. Porque lo que nos rige en
la realidad es un Ducado cacocrático: el “gobierno, mando o dirección de gente
de guerra”, expoliadora de lo público, cuya extensión y riqueza es tan ubérrima
como ajena para la mayoría de los colombianos. Un reino de gente de “centro
extremo y de bien”, que desconoce a las mayorías de la periferia, cerca del 60%
de la población que sobrevive en la informalidad con menos de un salario
mínimo. Una mayoría agotada de tanta resiliencia y resignación, a punto de
eclosionar contra la violencia policial y la exclusión social. En el 2021 ¿Despertaremos
resilientes aletargados o ciudadanos participativos y resistentes? En el 2022
¿Seremos ciudadanos conscientes o electores indolentes? ¿Votaremos con miedo
contra alguien o con esperanza por un país justo? ¿Por una democracia de todos,
con iguales oportunidades y derechos o votaremos por esta cacocracia criminal
en beneficio de pocos? En el 2022 lo decidiremos. Entonces sabremos si las
mayorías somos ciudadanos con derechos o siervos expoliados, pues no hay
cacocracia que dure eternamente, aunque ésta ya superó los doscientos años
engendrando víctimas irredentas y victimarios impunes. Y todos somos responsables
de poner fin a tan prolongada ignominia, pues nuestros hijos y nietos no
aceptan ser más víctimas y mucho menos cínicos victimarios, como bien lo
demostraron el 21 de noviembre de 2019, expresando creativa y lúdicamente su
ciudadanía.
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