2020, UN AÑO VIRAL Y
MORTALMENTE VITAL
¿Fin del antropoceno?
Hernando Llano Ángel
Aunque el título sea un oxímoron y una contradicción en los términos, da
cuenta de lo que fue este agónico y prolongado año. Un año que realmente comenzó
en el 2019 con la pandemia del Covid en la China y ahora nos deja, de regalo de
navidad, una nueva cepa con origen en Inglaterra, que amenaza con recorrer
Europa y el mundo como un fantasma mortal. De esta forma, curiosamente, el virus
parece ser una mutación teratológica del capitalismo, pues su origen en la
provincia de Wuhan confirmaría la visión económica de Marx del comunismo como
la fase terminal e inevitable del capitalismo. Y ahora, esta nueva cepa
descubierta en Inglaterra, nos recuerda que fue allí donde tuvo origen el
capitalismo industrial con su insaciable voracidad de tierras, hombres y
mujeres. Lo cruel e irónico de esta evolución es que al parecer la biología
está asestando el golpe más contundente al consumismo capitalista y, con ello,
a toda la humanidad. Darwin terminaría siendo más clarividente que Marx. Pero,
más allá de estas especulaciones diletantes sobre historia y biología, lo que
el Sars-CoV2 nos está revelando con su más reciente mutación es que estamos
llegando al final de lo que algunos pensadores llaman la era del antropoceno[1].
La era en la que “los sistemas ecoterrestres han sufrido mayor impacto global
por las actividades humanas”. Al punto que hemos afectado por completo y casi
de manera irreversible la vida de todas las especies sobre el planeta con
nefastas consecuencias, siendo la llamada crisis climática o el calentamiento
global su más grave y clara expresión[2].
Y ahora, como aprendices de brujo, estamos experimentando en nuestra propia
humanidad las consecuencias de ser la especie más depredadora del planeta. Una
especie que tiene que ocultar su rostro y lavarse compulsivamente sus manos,
como asaltante de la vida y ecocida serial, para sobrevivir irresponsablemente.
La lección que nos resistimos a reconocer es que nuestra prepotencia como
supuesta especie superior, de “amos de la tierra”, está llegando a su fin, como
lo advierte Laudato Sí[3].
Que la soberbia de nuestra inteligencia tecnológica, casi ausente por completo
de sabiduría y prudencia, nos está diezmando también como especie. Y todo
parece indicar que vamos a continuar por esa senda, mediante la invención de
nuevas y poderosas vacunas, que nos permitirán seguir produciendo y consumiendo
ilimitadamente para colmar nuestros deseos y fantasías más personales e
íntimas, sin importar el costo social, económico y ecológico que conlleve, como
bien lo ilustra este magnífico documental de la DW[4].
Sin importar el grado de deshumanización que hemos alcanzando y la depredación cotidiana
del planeta
Homo Depraedator
Y a semejante insensatez, muchos apologistas de este estilo tanático de vida
la denominan reinvención y promueven la resiliencia como su máxima virtud,
nuestra tabla de salvación. Pero ella puede convertirse en todo lo contrario,
en pesada lapida de inhumación. De allí que este año viral deberíamos asumirlo
–pues es imposible reinventarlo— como uno mortalmente vital, reconociendo que
solo podremos sobrevivir como especie y salvar el planeta --que no es nuestro
sino de todas las especies- siendo conscientes de la urgencia de cambiar
nuestros hábitos y consumos desmesurados[5].
Aceptando que llegó el final de la era antropocéntrica y estamos comenzando la
cosmocéntrica. Que bajo las dinámicas de este capitalismo global y arrasador no
hay futuro ni para la humanidad y mucho menos para el planeta. Ojalá este 2020
fuera el último del antropoceno y el comienzo de una era biocéntrica y
cosmocéntrica, donde aceptáramos nuestra casi insignificante dimensión en el
cosmos. Pero todo parece indicar que se impondrá de nuevo la vana pretensión de
ser como dioses y caeremos en la ilusión de pensar que, con una nueva gama de
portentosas vacunas, nos vamos a inmunizar del Sars-CoV2. Pero padecemos de un
virus más letal, inoculado por la tecnología y el mercado, como es el de la
soberbia de nuestra razón instrumental y la codicia ilimitada de nuestros
deseos[6].
Creemos que con las nuevas nuevas vacunas alcanzaremos la inmunidad global y la
inmortalidad de nuestra especie. Si ello sucede, este 2020 pasará a la historia
como el comienzo del fin de nuestra terrenal condición humana y su mutación en
una especie aún más teratológica, extraviada en el laberinto de la razón
tecnológica y su ambición sin límites. Pero me resisto a despedir este año con
una visión tan pesimista, casi apocalíptica, y prefiero reivindicar aquello que
la peste no pudo quitarnos: nuestra humanidad, nuestra mirada y sensibilidad, con
la memoria perenne y agradecida por quienes partieron y seguimos amando.
Especialmente por todos aquellos que consagraron sus vidas a cuidar, atender y salvarnos
de esta mortal y global pandemia.
NOS QUEDA LA MIRADA
En estos días aciagos y mustios, de palabras
envenenadas y fatales pregones oficiales, nos queda la memoria y mirada de
quienes partieron.
En estos días de aliento contenido, besos mortales
y caricias de mortaja, nos queda la mirada.
En estos días donde todo lance amoroso es
tentativa de homicidio, nos queda la mirada.
En estos días de miedo y escrúpulos, rostros
encubiertos, palabras musitadas, bocas clandestinas y abrazos mutilados, nos
queda la mirada.
En estos días
agónicos y fúnebres que roban y desaparecen los cuerpos y la vida de quienes amamos,
que exilian nuestros cuerpos, nos queda la mirada, la audacia del beso robado, la
memoria indeleble, nuestras efímeras palabras de gratitud y la certeza de su
amor inmortal.
ellano@javerianacali.edu.co Diciembre 24 de 2020.
[2] https://www.iberdrola.com/sostenibilidad/perdida-de-biodiversidad#:~:text=La%20p%C3%A9rdida%20de%20biodiversidad%20se,patrones%20naturales%20presentes%20en%20los
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